NOCHE DE LECTORES. ESTILO(S) EN LA CLÍNICA. Revista El Escabel de La Plata N°4. 24 de abril
Pablo González
Una introducción y dos sugerencias
Voy a encarar esta presentación poniendo como cuestión central una pregunta, quizá la más sencilla que a alguien se le puede ocurrir al leer el título y las primeras páginas de la revista (1). La pregunta es ¿qué entendemos por “estilo” y qué por “estilos de vida” y de qué manera estas nociones nos pueden servir a quienes practicamos el psicoanálisis? No es simplemente una pregunta que se me ocurrió para esta presentación, sino que es la pregunta que funciona, creo, como columna vertebral de toda la revista.
Antes de meterme en su contenido, quiero hacer dos recomendaciones a quienes todavía no la leyeron. La primera es que la lean, no se la pierdan, van a encontrar una gran cantidad de desarrollos interesantes, tanto desde el punto de vista epistémico, como clínico y político; además, está muy bien escrita y tiene una edición sumamente cuidada. La segunda recomendación es que cuando la lean tengan en cuenta que hay dos textos que funcionan como referencia bibliográfica fundamental para este número. Si bien hay muchos textos citados, mencionados y trabajados, hay dos que conviene haber leído antes de leer la revista, o tenerlos a mano mientras se la lee. Son la conferencia de Miller “Todo el mundo es loco”, con la cual cerraba el congreso 2022 e invitaba al congreso 2024 de la AMP (2), y la “Obertura de esta recopilación”, texto de Lacan, con el que abre sus Escritos (3). En el primero, Miller nos ofrece la expresión “estilos de vida libremente elegidos”, enunciado que usan ciertos grupos que se reivindican y luchan por la despatologización. En el segundo de estos textos, Lacan, a modo de introducción a los escritos que estaba publicando, hace alusión al “estilo” que allí se puede encontrar.
Hechas estas sugerencias, ahora voy a conversar con los textos y con los autores de la revista. Para eso, en la estela de la pregunta planteada al comienzo, voy a ubicar dos ejes: por un lado, la relación de los estilos de vida con el estilo; y, por otro, la relación de los estilos de vida con el síntoma. Son dos ejes que podrían reducirse a uno, pero los separo por comodidad expositiva.
Primer eje: el estilo en singular y los estilos en plural
¿Qué se entiende habitualmente por “estilo” en el arte? Por un lado, puede ser aquello que distingue y que hace absolutamente único y diferente a un artista. Por ejemplo, se puede hablar del estilo de Leonardo Da Vinci, y quienes sean especialistas podrán identificar fácilmente de qué se trata. Pero, por otro lado, podemos hablar de “estilo” para nombrar una modalidad de hacer arte que comparten muchos artistas, más allá de sus diferencias. Entonces en este caso el estilo es aquello que reúne y no aquello que distingue. Es así que se puede hablar, por ejemplo, del estilo barroco, o del estilo cubista, o del estilo gótico, e incluir en cada uno de esos estilos a varios escritores, pintores, arquitectos, etc.
Son dos acepciones que se encuentran también en el diccionario: por un lado, “manera de escribir o de hablar peculiar de un escritor o un orador”; por otro, “conjunto de características que identifican la tendencia artística de una época o de un género o de un autor”.
Estas dos formas de entender la noción de estilo, la que hace hincapié en la singularidad y la que hace hincapié en las características compartidas, pueden ser distribuidas en aquello que la revista ubica de la siguiente manera: por un lado, el estilo singular de cada analizante, ya sea el estilo que se puede situar más o menos desde el comienzo, ya sea el estilo absolutamente singular que decanta al final del análisis; y, por otro lado, los “estilos de vida libremente elegidos”, tal como lo dice Miller (4), aquellos modos de goce, más o menos compartidos, en torno a los cuales se reúnen una cantidad de sujetos y que en muchos casos son reivindicados yoicamente como formas de ser o formas de vivir.
En la revista, hay textos que toman a los estilos de vida como respuestas siempre más o menos fallidas a un real inasimilable; otros que argumentan respecto de cómo el análisis apunta a que cada uno invente su estilo propio; otros que señalan la solución, incluso de estabilización, que puede representar el adherirse a un estilo de vida; otros que resaltan, por el contrario, el padecimiento subjetivo que puede generar el sumarse a una comunidad de goce; otros que subrayan cómo las interpretaciones del analista producen modificaciones en el estilo de vida, incluso desde la entrada en análisis; entre muchos otros desarrollos sumamente interesantes.
Pero para resumir en una sola tesis, bien clínica, lo que extraigo de la lectura de la revista en este eje, diría lo siguiente. Un análisis puede servir, en algunos casos, para producir un pasaje desde los “estilos de vida libremente elegidos”, aquello que podemos pensar como la inscripción en comunidades de goce, hacia el estilo singular en el modo de gozar. Se trata de la travesía que va desde un estilo de vida más o menos común y reivindicado desde el yo como forma de ser, hacia un modo singular de vivir.
Para ilustrar cómo esta tesis me sirvió para pensar la práctica, les traigo una viñeta armada desde esta perspectiva. Una viñeta que muestra que un “estilo de vida”, o dos en este caso, que se toman prestados del Otro, pueden funcionar como arreglo, pero en mejor arreglo se transforma cuanto más esos estilos de vida contemplan la singularidad del sujeto.
Se trata de un hombre actualmente de unos 45 años que a partir de una descompensación psicótica anduvo sin rumbo, viviendo en la calle, consumiendo sin límites, delirante y alucinado, durante varios años. Dos estilos de vida lo rescataron del sin rumbo: la religión y la pesca. Transformarse en religioso y en pescador le permitió organizarse, con el efecto de que cedieran en parte los fenómenos alucinatorios y delirantes. Llegó al tratamiento ya con esos arreglos. Pero llegó porque esos arreglos, como todos, le traían algunos problemas. Tenía dificultades con los pastores de la iglesia y con las “exigencias” de la religión; así como también con algunos amigos con los que pescaba y fundamentalmente con su padre, principal compañero de pesca. Con el correr del tiempo y usando el espacio de su tratamiento como un lugar en el que él mismo planteaba los problemas y encontraba las soluciones, pudo pulir estos estilos de vida: en la iglesia se hizo de su grupo estable de estudio de la biblia, con líderes y pares que fue eligiendo; entre los pescadores se hizo conocido como “el capo del pejerrey”, tiene un perfil en las redes sociales con gran cantidad de seguidores, y hace canjes para conseguir sus artículos de pesca sin tener que pagarlos.
Luego se le presentó otro problema: el de cómo hacer compatibles ambos estilos de vida. Por ejemplo, tanto la pesca como la religión son prácticas mayormente del fin de semana, siempre tiene que resignar una para sostener la otra. Además, en la iglesia la masturbación y el trato con prostitutas es considerado un pecado; en cambio, entre sus compañeros de pesca son prácticas y temas de conversación sumamente comunes. Se le armaban serios conflictos en torno a esto, que hacían que tambaleara la estabilidad de los arreglos.
De esos estilos de vida, a los cuales lo acercó su padre, él, haciendo uso del dispositivo analítico, fue armando su propia forma de ser religioso y su propia forma de ser pescador. Y, más aún, su propia forma de compatibilizar ambos estilos de vida. Actualmente tiene bastante en claro cuándo y por qué necesita ir a la iglesia para “purificar su espíritu”, y cuándo y por qué tiene que ir a pescar para “alegrar su alma”. Y ha podido sostener una forma de práctica sexual que no lo deja en la abstinencia ni lo empuja al lugar de resto a través del concepto religioso de pecado. Cada semana sigue viniendo a su espacio de análisis a hablar de las fallas del arreglo y de las soluciones singulares que cada vez puede ir encontrando.
Segundo eje: los estilos y el síntoma
La época apunta, tal como nos dice Miller (5), a una despatologización. Las diferentes comunidades de goce reivindican como estilos de vida libremente elegidos aquello que en otra época podía ser considerado una patología. Por ejemplo, las neurodivergencias, lo LGBTIQ…, incluso los “escuchadores de voces”, etc., luchan por sus derechos y reivindican su “normalidad”.
Ahora bien, uno podría decir: está perfecto no considerar a los seres hablantes desde el punto de vista de la mayor o menor “normalidad” de sus modos de vivir y de sus decisiones. Eso es compatible con la ética del psicoanálisis. Sin embargo, también habría que agregar que aun la destrucción de todas las clasificaciones diagnósticas no va a evitar que los sujetos sigan presentando un penar de más. Podremos considerarnos todos muy normales, pero seguiremos presentando síntomas. Por eso la concepción lacaniana es más interesante, no pretende incluir cada vez a más sujetos en la normalidad, sino que, por el contrario, considera que somos todos anormales, cada uno a su manera.
En este sentido, se podría decir que por más que las antiguas “patologías” se transformen en “estilos de vida libremente elegidos”, de acuerdo a lo que la época propone, lo real seguirá generando problemas, y hará que los sujetos sigan buscando ayuda. Y es el modo singular de sufrir y de arreglárselas con el sufrimiento aquello que orienta al analista, no la mayor o menor desviación respecto a la media de una supuesta normalidad. Todo esto es mostrado y demostrado de múltiples maneras en el n°4 de El escabel de La Plata.
Tomo una de las viñetas de la revista donde esto está explícitamente resaltado (6).
Se trata de un sujeto que, nacido mujer, tiene decidido hacer el cambio de género. Ya no quiere ser mujer, y está totalmente seguro de ello cuando llega al análisis. La analista no alienta ni desalienta esta decisión, simplemente escucha, sin comprender. Surge entonces el relato de un síntoma en el cuerpo: un ahogo, que aparece por las noches, no la deja dormir, la despierta y la desespera. Nombra este síntoma como “confusión”. A partir de este significante, despliega toda una serie de “confusiones” que atraviesan y atravesaron su vida, y empieza a preguntarse por las intervenciones que se realizará en el cuerpo, y si éstas le traerán o no el alivio esperado. Más allá de la decisión yoica con la que llegó, empieza a presentarse la división subjetiva, y eso gracias a que la analista no se orientó por ninguna norma -ni por aquella que supone que los hombres son hombres y las mujeres son mujeres, ni por aquella que supone que cada uno elige su género-, sino por el síntoma. Eso permitió el inicio de un trabajo de análisis sobre sus “confusiones”. Si finalmente hizo o no el cambio de género, no lo sabemos, quizá porque aún no se concretó, pero sobre todo porque no es eso lo que más le interesa a la analista, sino el síntoma como aquello que viene de lo real.
“Formas de vida”
Ahora agrego algo por fuera de lo desarrollado en la revista. Si hablamos de “estilos de vida”, estamos a un paso de hablar de “formas de vida”. A partir de esto me surgió la siguiente asociación. Un autor que tomó la expresión “forma de vida” como central hacia el final de su obra, fue Wittgenstein.
No me voy a explayar en esto, solo quiero señalar que Wittgenstein (7) usa la noción de “forma de vida”, asociada a la noción de “juegos de lenguaje”, para reflexionar en torno a una cuestión bien lacaniana: la de cómo hacemos los seres humanos para entendernos a través del lenguaje y cuáles son los límites de ese entendimiento. El autor cuestiona, en esta última parte de su obra, que la relación entre las palabras y su significado, y mucho menos la relación entre las palabras y las cosas, sea simple y transparente. El significado de las palabras depende, para él, del uso que se hace de ellas en un juego de lenguaje, y este juego de lenguaje a su vez depende de la “forma de vida” de aquellos que hablan. Simplificando bastante: para que dos seres humanos más o menos se entiendan, es necesario en última instancia que compartan una forma de vida. Por eso, si un león viniera a hablarnos –dice Wittgenstein-, por más que inexplicablemente hablara nuestro idioma, no podríamos entenderle absolutamente nada (8). Algo similar pero menos extremo ocurre, para el autor, en el encuentro entre culturas muy alejadas.
A riesgo de forzar un poco la cosa, podemos hacer una lectura de esta concepción de la “forma de vida”, a través de lo que nos aporta la revista. Podríamos decir que el uso de la noción de “estilos de vida”, en su versión lacaniana, contempla un elemento que no está trabajado por Wittgenstein, el goce. Y podemos agregar, entonces, que los estilos de vida como modos de goce, si son muy extranjeros, no solo hacen que las personas no se comprendan, como sostiene Wittgenstein, sino que además generan odio y segregación, como dice Miller en Extimidad (9).
Notas
(1). AA.VV.: Revista El escabel de La Plata, N° 4, Estilo(s) de vida, Escuela de la Orientación Lacaniana Sección La Plata, La Plata, 2023
(2). Miller, J.-A.: “Todo el mundo es loco” AMP 2024, Revista Lacaniana de Psicoanálisis, año XVIII, número 32, Grama ediciones, Buenos Aires, 2022.
(3). Lacan, J.: “Obertura de esta recopilación”, en Escritos 1, Siglo XXI editores, Buenos Aires, 2012, pág. 21-22.
(4). Óp. Cit. (2), pág. 17.
(5) Óp. Cit. (2), pág. 17.
(6). Martinez, V.: De la reivindicación igualitaria al derecho a lo singular, en Óp. Cit. (1), pág. 99-102.
(7). Wittgenstein, L.: Investigaciones filosóficas, Gredos, Madrid, 2014.
(8). Óp. Cit. (7), pág. 471
(9). Miller, J.-A.: Extimidad, Paidós, Buenos Aires, 2020, pág. 53.