La debilidad mental del analista

La práctica analítica, entre locura y debilidad mental. ¿Todos débiles mentales? Segunda Noche de Directorio. 12 de julio 2023

Mariella Lorenzi

“Una práctica, por más que tenga resultados, no resulta por ello esclarecida. Para un practicante, su práctica bien puede seguir siendo un misterio para él en todos los órdenes” (1)

Agradezco la invitación al Directorio. Voy a partir de la cita de Miller propuesta por el Directorio de nuestra Sección, para enmarcar esta Noche: “Ser incauto de un real —lo que yo alabo— es la única lucidez al alcance del cuerpo hablante para orientarse. Debilidad – delirio – embaucamiento, tal es la trilogía de hierro que hace resonar el nudo de lo imaginario, de lo simbólico y de lo real”. (2) Aquí Miller, pone a la debilidad del lado de lo imaginario. Debilidad, delirio y embaucamiento serían las tres formas del parlêtre de arreglárselas con lo que no hay, primas hermanas de otra trilogía que todos conocemos muy bien: Inhibición, síntoma y angustia, es decir Imaginario, Simbólico y Real, verdadera trilogía de hierro. Nos tocó la debilidad mental, lo débil, la mentalidad, lo mental, todos términos cuyo denominador común es lo imaginario.
Miller, en el marco de la presentación del libro Lacan redivivus, afirma que “Lo mental es flotante, incierto, se resbala, es de orden imaginario […] es resbaladizo, el sujeto debe agarrarse a lo simbólico, al significante para fijar un orden […] que haga que lo mental se mantenga unido”. (3) Me gusta mucho esta idea de lo mental como resbaladizo. Entonces, sin el orden de lo simbólico, lo imaginario se presenta como incierto, no logra mantenerse unido, por eso mismo difícil de atrapar. En cambio, lo simbólico fija un orden, por eso justamente decimos que el delirio constituye un nuevo orden del mundo, un marco, decimos que hay elementos que pertenecen al delirio, y otros que están por fuera. En cambio, lo imaginario no tiene elementos discretos que se oponen por su mínima diferencia. Me pregunto, ¿en qué situaciones de la práctica, que es lo que hoy nos convoca, el analista no encuentra de qué agarrarse y pisa en un terreno resbaladizo?
A la altura del Seminario 11, (4) Lacan ubica a la debilidad del lado de la holofrase, y se refiere al niño débil tal como lo describe Maud Mannoni, como un sujeto que está pegoteado al cuerpo de la madre. Lacan dice que más bien se trata de un pegoteo entre S1 y S2, una solidificación, una ausencia de intervalo. Me interesa subrayar esta idea de la debilidad mental entendida como una ausencia de distancia entre dos elementos, Alberto Justo lo decía en la Noche preparatoria de nuestras próximas Jornadas: si hay holofrase no hay fort-da, si hay holofrase no hay intervalo entre dos significantes, hay pegoteo de toda la cadena, y el orden simbólico no funciona como tal, hay desorden, no hay significante de donde agarrarse.
Eric Laurent sostiene, en un texto llamado «El goce del débil», (5) que el débil mental es alguien que tiene dificultades para “leer (la verdad) entre líneas”, no lee el fingimiento del Otro, la mentira del Otro. Podríamos decir que, a diferencia del débil, el paranoico, se lo pasa leyendo entre líneas, interpretando, buscando signos y pruebas del deseo del Otro, con esos elementos va alimentando el delirio. El analista también “lee entre líneas” cuando interpreta.
Desde las referencias del “Seminario 22, RSI” de Lacan, y en adelante, podemos sostener que Lacan universaliza la debilidad mental, en tanto la considera como constituyente de nuestra condición de parlêtres, es decir que por hablar, teniendo al cuerpo como punto de partida, eso ya nos instala en la debilidad, dice Lacan: «Hay algo que hace que el ser hablante se demuestre consagrado a la debilidad mental, y eso resulta de la sola noción de Imaginario».(6) Aquí la debilidad queda localizada en el registro de lo imaginario, se trata de quedar pegados tomando como referencia el cuerpo en tanto reflejo del organismo. Entonces, la debilidad es constitutiva del parlêtre.
Podemos comenzar afirmando que, en ocasiones, el analista queda pegado al relato del sujeto, sin poder leer entre líneas, tal vez esta sea una de las formas en que se presenta la debilidad. En segundo lugar, diría que uno de los efectos del control, tal como lo plantea Miller, es el “desapego”. Entonces, si esto fuera un silogismo, se deduce que, una manera de tratar la debilidad mental del analista, en tanto pegoteo, es el dispositivo del control.
Comencé a atender pacientes en un consultorio hace ya muchos años. Era muy joven, todo me hacía pregunta. Si el paciente faltaba, empeoraba, o dejaba de ir, eso me concernía. En El banquete de los analistas Miller dice que “por el bien del acto”, en el control “al que el aprendiz llega sintiéndose absolutamente responsable de todo […] hay que enseñarle la pereza, esto es, a no entorpecer el curso de la experiencia analítica, a no recargar el análisis con su responsabilidad”.(7) “Enseñarle la pereza”, es otro modo de decir “enseñar la paciencia”, transmitirle que no se trata de que trabaje tanto, y que no todo lo que allí sucede depende de su acto.
Correr en terreno resbaladizo.
Recuerdo imágenes muy nítidas, es decir traumáticas, de las entrevistas iniciales con mi primera paciente. Se trataba de una chica muy joven, que hablaba en exceso y de un modo muy desordenado, se iba por las ramas, era imposible de atrapar. A cada sesión, venía con un asunto nuevo, sin poder decir con la claridad que yo pretendía, por qué consultaba, ni de qué padecía o qué era lo que le molestaba. Yo iba a controlar ese caso, cada dos o tres entrevistas, buscando que Otro me diga de dónde agarrarme, no podía despegarme del relato ni deslindar lo importante de lo accesorio. “Leer entre líneas” me resultaba imposible, adherida al relato enmarañado del sujeto me mareaba. La paciente corría, y yo corría atrás, buscando atrapar algún significante para puntuar, escandir o cortar. Cuando lograba recortar uno, post control, el sujeto ya se había desplazado, y lo que puntuaba ya había prescripto, siempre llegaba tarde. Ni hablar de la dificultad de cortar, y cobrar. ¿Cómo le iba a cobrar si no le había dicho nada? Lo que no me daba cuenta, es que mi posición producía un efecto de alivio para esa chica que se sentía abandonada por quienes la rodeaban, “nadie me escucha” se lamentaba frecuentemente. Mi posición de escucha atenta, preocupada, expectante, al sujeto le servía, en tanto había allí un Otro dispuesto a recibirla una y otra vez.
Ambos problemas: “correr atrás”, así como “quedar pegado al relato” son dos formas en que se presenta la debilidad mental en la práctica del analista. Es un problema que suelo escuchar muy frecuentemente en otros que dicen “no sé qué recortar”, “¿dónde está lo importante en todo lo que dice el sujeto?”. En una oportunidad le planteo justamente ese problema al analista del control, le digo “estoy corriendo, intentando atrapar algo”, y me dijo: “no corras más, parate en un punto inequívoco, no te muevas de ahí, que sea el sujeto el que va y viene al lugar en el que estás anclada”.
Miller en su curso Causa y consentimiento, dice que “el analista es un aduanero”, (8) allí sostiene que si en la aduana (de un aeropuerto) hay dos filas, la verde y la roja, en la verde se ponen todos (los pasajeros) que no tienen nada para declarar, “esos son los verdaderos deshonestos”, en cambio los “sujetos realmente divididos” son los que se ponen en la fila roja, precisamente porque tienen algo para mostrar, vacían el bolso, y pagan la multa.
Esta referencia que traigo de Miller me interesa por dos razones. En primer lugar, el “analista aduanero” se opone radicalmente al analista que está “corriendo”, porque es justamente quien puede pararse en un punto fijo, y espera que el sujeto presente lo que tenga para declarar. El analizante es un contrabandista que rehace el viaje mil veces, por tener la valija nuevamente llena de goce. En segundo lugar, agregaría que “el analista aduanero” nos sirve para pensar también el lugar del analista del control.

Segunda viñeta de control

Hace algunos años, recibo un mensaje de un hombre que decía: «buenas tardes, soy una persona muy complicada”, comenta que trabaja en exceso, detalla franjas horarias, consulta el valor de los honorarios, y concluye “voy a afilar el lápiz, y veo si vuelvo a comunicarme con Ud”. Finalmente se inician las entrevistas. Llama la atención de entrada, un uso extraño pero original del léxico, y una descripción pormenorizada de datos insignificantes. Una atmósfera sombría y densa acompaña su presencia en cada entrevista. El analista del control, escucha el relato del caso hasta que interrumpe diciendo: “lo copioso de su modo de hablar da cuenta de una vacuidad muy grande velada por una descripción de sucesos intrascendentes”, “Pensé lo mismo” le digo. Y agrega “no veo bien ¿cuál es tu pregunta?”. Yo también me pregunto en silencio ¿qué fui a controlar?
Le pregunto qué piensa sobre la relación que este hombre tiene con el dinero. El analista del control dice que el sujeto hace las cuentas con el lápiz bien afilado, porque está sostenido en la identificación de “ser pobre”, identidad que no convendría tocar. A continuación, el analista del control se levanta, y ya en el umbral de la puerta, agrega “a mí me da un poco de miedo este paciente”. Y nos despedimos. Eso último dio en la tecla de lo que estaba pasando de contrabando, y que obviamente era lo que me había llevado a controlar: ese paciente me daba miedo.

El clínico experimentado

En El lugar y el lazo, en una clase que se llama “La tentación del psicoanalista”, Miller dice algo que viene justo al punto de esto que quiero plantear, dice allí que hay una tentación en los analistas que es la de “volverse un clínico”, con esto se refiere a “sentirse cómodo en la experiencia”. Miller afirma que eso sucede, es posible encontrar cierta comodidad. Pero, y ahí está el giro que me interesa destacar en lo que Miller agrega luego, cuando cita a Lacan, en el “Discurso de clausura de Estrasburgo”, en 1968, y dice que “un clínico es alguien que no puede caer más bajo”, agrega “es un sujeto que se separa de lo que ve, de los fenómenos que se producen, y que, por estar desapegado, llega a adivinar los puntos clave, y ponerse a teclear en el asunto clínico”.(9) Ahí compara al analista experimentado con el “debutante”, y dice que este último está desprovisto de eso, porque no sabe cómo teclear ese teclado. En cambio, el experimentado, no debe olvidar, que “formamos parte del teclado en el que tecleamos. No llegamos a tocar la propia nota, la nota que somos”. (10) El analista experimentado tiene que controlar su práctica porque corre el riesgo de olvidar que hay una tecla que nunca podrá tocar. El clínico, es alguien desapegado de lo que ve, pero no por eso deja de colarse en su práctica la debilidad, en su teclado hay un punto ciego diría Freud, un talón de Aquiles, un punto débil. Vuelvo al control, el analista ofició de aduanero, tocó la tecla que yo misma no podía tocar. Ese paciente me daba miedo. Agradecí ese comentario del final, porque en ese mismo instante la incomodidad de atender a ese sujeto se diluyó. El caso perdió el elemento inquietante que tenía. Luego del control, pude ubicar, además, que el lápiz afilado, era simplemente un instrumento para hacer bien las cuentas.
En El banquete de los analistas, en la clase titulada “La lógica de las nadas”, (11) Miller nos recuerda el consejo de Freud al psicoanalista de considerar cada caso como absolutamente nuevo, para no acumular experiencia, habla de la “docta ignorancia” y recomienda la “posición del ingenuo”. La “ingenuidad” estaba al inicio, pero recargada de inquietud, e incomodidad. No tengo la impaciencia del inicio, no obstante, la práctica sigue siendo “un misterio” para mí, por eso no tengo otra opción que hacer de la Escuela un partenaire permanente, partenaire del que me agarro en ocasiones buscando salir un ratito, aunque sea, de la debilidad.

Notas

(1) Miller, J-A: Causa y consentimiento, Paidós, Buenos Aires, 2019, pág. 12
(2) Miller, J.-A: “El inconsciente y el cuerpo hablante”, Conferencia de clausura del IX Congreso de la AMP, Scilicet El cuerpo hablante, Grama, Buenos Aires, 2016, pág. 34.
(3) Miller, J.-A.: Lacan ayer y hoy. Entrevistas a Jacques- Alain Miller, Grama, Buenos Aires, 2022, pág. 78/9.
(4) Lacan, J.: El Seminario, libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1986, pág. 245-6.
(5) Laurent, E.: Niños en psicoanálisis, Edit. Manantial, Buenos Aires, 1989, págs. 146-48.
(6) Lacan, J.: “Seminario 22, RSI”, clase del 10/12/1974, Inédito.
(7) Miller, J.-A.: El banquete de los analistas, Paidós, Buenos Aires, 2018, pág. 176.
(8) Miller, J.-A.: Causa y consentimiento, Paidós, Buenos Aires, 2019, pág. 28-29.
(9) Miller, J.-A.: El lugar y el lazo, Paidós, 2013, Buenos Aires, pág. 14.
(10) Íbid, pág. 15.
(11) Op. cit. (6), pág. 313.

Bibliografía

Lacan, J.: El Seminario, Libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1986.
Lacan, J.: “Seminario 22, RSI”, Inédito. Clase 10/12/1974.
Miller, J.-A.: El lugar y el lazo, Paidós, Buenos Aires, 2013.
Miller, J.-A.: El banquete de los analistas, Paidós, Buenos Aires, 2018.
Miller, J.-A., Causa y consentimiento, Paidós, Buenos Aires, 2019.
Miller, J.-A.: “El inconsciente y el cuerpo hablante” Conferencia de clausura del IX Congreso de la AMP, en Scilicet El cuerpo hablante, Grama, Buenos Aires, 2016.
Miller, J.-A.: Lacan ayer y hoy. Entrevistas a Jacques- Alain Miller, Grama, Buenos Aires, 2022.
Laurent, E.: Niños en psicoanálisis, Edit. Manantial, Buenos Aires, 1989.