La llamada perdida del trauma y la respuesta del psicoanalista

 

conferencia-Bassols-UNLP-1El 27 de noviembre de 2014, tuvimos la satisfacción de recibir en La Plata al presidente de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, Miquel Bassols. Invitado por la cátedra de Psicología Clínica de Adultos de la Facultad de Psicología de la U.N.L.P y con el auspicio de la EOL Sección La Plata.

Luego de una cálida bienvenida en palabras de Xavier Oñativia ‑vicedecano de la Facultad de Psicología‑ y de Eduardo Suárez –profesor titular de dicha cátedra y director de la EOL Sección La Plata‑, ante un público numeroso e interesado, Miquel Bassols nos brindó la Conferencia que transcribimos* a continuación:

 

Miquel Bassols (Conferencia en la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de La Plata, 27 de noviembre de 2014)

bassolsBuenas noches. En primer lugar, muchas gracias a Eduardo Suárez, al vicedecano Xavier Oñativia, por esta acogedora recepción en La Plata que, en efecto, tiene algo generado por el encuentro. Porque hay algo del encuentro en las circunstancias que no estaban previstas pero que han coincidido a propósito de un tema que, como ya veremos, se articula en la enseñanza de Lacan también como un encuentro. Es la cuestión del trauma.

El título que se me ocurrió, cuando Eduardo me dio la idea de hacer esta Conferencia sobre el trauma, es “La llamada perdida del trauma y la respuesta del psicoanalista”. Voy a decir en primer lugar de dónde viene la idea de “la llamada perdida del trauma”. Tiene de hecho su origen en un acontecimiento traumático, del que escribí un breve texto, una muy breve nota que se refiere a uno de los testimonios más impactantes a partir de lo que fue la explosión de las bombas en la estación de Atocha en Madrid, el 11 de marzo de 2004, hace ahora unos 10 años. Fue un acontecimiento que conmocionó a toda la ciudad de Madrid, pero no solo a la ciudad de Madrid sino también a los medios internacionales. Estos acontecimientos, como en el caso del 11 de septiembre, nos presentan la irrupción de una experiencia traumática en masa.

Y el testimonio que me impactó, entre muchos de los que escuché, fue el de una enfermera que al entrar en el vagón de uno de los trenes absolutamente destrozado por las bombas, lo primero que escuchó, lo primero que le llamó la atención fue el sonido de los teléfonos móviles, sonando en las bolsas y los bolsillos de los que ya no podían responder. Eran llamadas ya sin respuesta posible. Llamadas perdidas para siempre que le hicieron presente, de manera brutal, lo imposible de responder para cada sujeto en lo que había sido el encuentro más terrible con lo real de la muerte. Ese sonido de los móviles (que además era en serie, no era solo uno, iban sonando uno detrás de otro) es el sonido de lo más imposible de simbolizar que se añade a la experiencia que por eso, un poco después, devendría traumática. Pero después sería traumática para los que sobrevivieron, para ella que estaba escuchando en ese momento el sonido de los teléfonos móviles y que quedó como la señal de algo a lo que era ya imposible responder.

Hay que pensar que cada una de esas llamadas tenía su propia singularidad, su historia, aunque el sonido fuera el mismo. Ya los teléfonos tienen ahora el sonido de la globalización, el sonido de los móviles se parece cada vez más en cualquier lugar del mundo. Es algo que me ha sorprendido, vengo de Lima, de Belo Horizonte, ahora en Buenos Aires, acá en La Plata, y uno escucha los mismos sonidos en los teléfonos. Antes, con los teléfonos fijos no ocurría tanto así, uno encontraba sonidos distintos en lugares distintos. Ahora se escucha el mismo sonido en distintos lugares.

Y no hay que perder de vista que detrás del sonido de cada móvil que sonaba en los vagones de Atocha, había una historia singular, irrepetible, que no se podía homogeneizar con todas las demás. Es una observación a contracorriente de lo que se suele percibir precisamente por la globalización de las experiencias traumáticas. En acontecimientos de conmoción global, lo que no hay que perder de vista es la singularidad de cada respuesta del sujeto a lo real. En este caso, veremos que lo real es lo que no llegó a suceder en la realidad simbólica o imaginaria más o menos consistente en la que vivimos.

Lo interesante fue el testimonio de muchos sobrevivientes de esa experiencia traumática en masa. También sucedió algo parecido en las situaciones de los atentados en Londres o en New York. Los sujetos que habían sobrevivido explicaban que lo que había quedado como imposible de tolerar, como lo imposible también de recordar, pero que retornaba en los sueños traumáticos, no era tanto lo que había ocurrido, que había sido la experiencia común con otros, la experiencia que podían compartir con los otros, sino precisamente aquello que no había llegado a ocurrir. Por ejemplo, no haber podido ayudar a la persona que estaba muriendo justo al lado, no haber tomado el tren anterior que lo hubiera salvado de ese encuentro fatídico. En sus sueños y en sus recuerdos, lo que no dejaba de aparecer como lo más terrible de la experiencia no era solo lo que había ocurrido –eso también–, era sobre todo –vamos decirlo con una fórmula lacaniana que algunos recordarán– aquello que “no cesaba de no ocurrir”, aquello que se recortaba una y otra vez en el recuerdo de los sueños referidos a la experiencia traumática.

Quiero que se detengan un poco en esta gramática de aquello que “no cesa de no ocurrir, porque voy a articular mi exposición sobre lo real del trauma a partir de esta fórmula, de esta formulación en la que Lacan cifró el estatuto de lo imposible, de lo real traumático. El trauma, según esta concepción lacaniana, no es tanto lo que ocurrió y que podemos recordar más o menos, sino aquello que no podemos dejar de repetir sin recordar, aquello que –según Lacan– “no cesa de no escribirse”. Y es ahí donde el concepto freudiano de repetición toma todo su valor, en la experiencia traumática.

Hay un ejemplo de un lingüista, Guillaume, que Lacan cita varias veces y que nos ayuda a situar este real que no cesa de no escribirse y que por lo mismo no llega a suceder. Es la frase siguiente: “un instante más y la bomba estallaba”. No podemos saber si realmente estalló o no. Es este momento “anterior a” el momento fundamental de toda experiencia traumática. Siempre hay ese momento justo anterior a lo que ocurrió y que sigue estando pendiente de ser simbolizado, de ser elaborado, localizado en la experiencia del trauma.

Es una temporalidad muy especial la que aparece en el núcleo de la experiencia traumática, donde lo importante es siempre lo que no llegó a suceder momentos antes. Es lo que Lacan indica en realidad como lo más importante en la repetición. La repetición no es lo que se repite, lo que se reproduce, sino que es precisamente algo que “no cesa de no reproducirse, aquello que retorna como no realizado. Todos los sueños traumáticos, los sueños que repiten una experiencia traumática, se encuentran siempre construidos alrededor de un punto que no cesa de no representarse, de no aparecer.

Bien, todo el problema es cómo acotar, cómo circundar, cómo tratar este punto real que no cesa de no escribirse. Cuando nos enfrentamos al tratamiento de lo traumático –en realidad vamos a ver que hay algo de un trauma universal para el ser que habla– nos enfrentamos a aquello que “no cesa de no escribirse”.

 

Trataremos entonces el testimonio de lo traumático tal como Lacan lo trata de elaborar en su propia experiencia subjetiva. Lacan, hablando de él mismo como sujeto, dirá en un momento: “soy un traumatizado del malentendido”. Y sigue diciendo: “Todos ustedes, ¿qué son sino malentendidos”. Otto Rank –el famoso alumno de Freud, autor del trauma de nacimiento–, “se acercó a ello al hablar del traumatismo de nacimiento. Traumatismo no hay otro, el hombre nace malentendido”.

Para Lacan, esto quiere decir dos cosas. El malentendido es, en cada caso, el lugar que ha cumplido en la historia de cada sujeto el deseo del Otro, el deseo de los padres en primer lugar. Siempre hay algún malentendido en la familia, de cómo se encontraron los padres, cómo se malentendieron, cómo nació el sujeto a partir de un malentendido. Cada uno es, en ese sentido, el fruto de un malentendido, de un malentendido producido por el lenguaje mismo. Y hay también un segundo nivel del malentendido que Lacan va a considerar, es el malentendido entre los sexos, el malentendido del goce. Para Lacan y para el psicoanálisis, no hay armonía posible en la relación entre los sexos, hay siempre un malentendido estructural, más allá del malentendido de las palabras que ya parecería suficiente para traumatizar al sujeto, aunque solo fuera por la diversidad de las lenguas. Pero hay algo más, es el malentendido del goce entre los sexos.

Entonces, nos encontramos en Lacan con dos niveles para entender el malentendido que lo traumatiza a él y que, según él, traumatiza al ser que habla. Uno es el malentendido semántico, introducido por la relación del significante con el significado, una relación que nunca es fija, que siempre es contingente, como dirá Lacan. Y el otro nivel es el malentendido entre los sexos que terminará por formular con su famosa frase “No hay relación sexual”. No hay nada en el ser hablante que diga cuál es la relación entre los sexos, que conduzca a un sexo hacia el otro sexo, que haga compatibles y recíprocos los goces entre los sexos.

Este es un malentendido que Lacan elaboró en la última parte de su enseñanza. Para entenderlo, voy a explicarles una pequeña historia, también para introducir un poco de lo cómico ante lo trágico de la escena del trauma. Woody Allen decía que en realidad lo cómico es “tragedy plus time”, es decir, la tragedia más un poco de tiempo. Con un poco más de tiempo la tragedia se convierte generalmente en cómica. Lo sabemos desde Shakespeare. Es cierto, la tragedia de lo traumático del ser humano, una vez que ha pasado cierto tiempo de comprender, puede transformarse en cómico.

Entonces, para explicarles este malentendido traumático entre los sexos, traje una breve narración de la cultura Zen, un cuento que es muy simple:

Después de un largo peregrinaje, un hombre adquiere en un mercado de la ciudad un espejo; un objeto absolutamente extraño y mágico para él. Cree reconocer en ese espejo el rostro de su padre muerto, al que perdió con gran dolor, experiencia traumática que supone la perdida de un ser querido. Celebra lleno de alegría el encuentro con ese objeto precioso y, cuidadosamente envuelto por un velo, lo encierra en un baúl. El velo es muy importante en este cuento porque hace presente lo que para el psicoanálisis es el velo del falo, el velo que cubre siempre al falo, el velo de la significación fálica.

Los días en los que se sentía triste, ese hombre se va a encontrar con su padre en ese objeto. Tantas veces va a ver ese objeto precioso que su mujer empieza a sospechar algo, sospecha que hay un goce extraño en todo eso. Y un día lo sigue, ve que abre el baúl y lo ve sonreír con gran placer, con un gran goce. Entonces otro día, cuando el hombre ya se ha ido, ella va enseguida al baúl para ver qué objeto de goce estaba tan presente en la vida de su marido. Toma el objeto, levanta el velo y ¿qué es lo que encuentra? Una mujer.

Absolutamente carcomida por los celos, la mujer le arma una escena al marido. Gran discusión, en el mayor de los malentendidos posibles que puedan imaginar. En medio de la discusión pasa por ahí un monje Zen y lo llaman para intentar disolver, arreglar ese malentendido que apareció entre los sexos. Le muestran dónde está el objeto; el monje va a ver el objeto y cuando vuelve, dice: el baúl no contiene ni la imagen de un hombre ni la imagen de una mujer, es solo la imagen de un monje.

Es un muy buen ejemplo de la imposibilidad de resolver el malentendido entre los sexos. Siempre hay cierta elección narcisista, hecha sobre la imagen de uno mismo. Los matrimonios también se juntan así, pero se topan con el objeto del otro, el objeto del deseo del otro. Freud diría que se trata de una elección narcisista de objeto y que no le permite reconocer a cada uno de qué está gozando. Y, además, todo ello está articulado en torno a ese objeto que encarna muy bien lo que en el psicoanálisis aprehendemos a situar como la función del falo. El significante del falo tiene diversos significados, para cada uno tiene un significado distinto, encarna para cada uno un significado, un deseo distinto. Y es por ello que se producen los malentendidos entre los sexos, cada uno cree encontrar en el significante del falo algo del otro que es finalmente algo de sí mismo.

Podríamos seguir con el análisis de este cuento y extraer muchas cosas. Está el objeto perdido para el hombre, está el nombre del padre, este hombre que queda en la melancolía por el amor al padre y solo puede salir un poco de ella a través del deseo de su mujer.

En todo caso, la experiencia traumática del malentendido entre los sexos tiene siempre ese punto de real, imposible de simbolizar. Y podemos decir muy bien, cuando hablamos del cientificismo de nuestra época, que el monje es un poco el representante de la ciencia moderna que con su objetividad piensa resolver el malentendido, cuando en realidad lo que hace es aumentarlo todavía más. Con sus aparatos, con sus dispositivos para descubrir qué es el objeto en lo real, no puede salir del circuito de lo imaginario y de lo simbólico, cuando toda la cuestión de ese objeto es que no es ni imaginario ni simbólico.

Lo real del trauma del malentendido del goce escapa necesariamente al conocimiento, a la objetividad del conocimiento y de lo que se llama ahora la cognición, que en realidad es una visión re-actualizada de la teoría clásica del objeto y del sujeto del conocimiento. El sujeto del lenguaje nunca es objetivo, siempre está implicado en lo real del goce con un desencuentro con el objeto, como una experiencia traumática.

 

Al introducir esta dimensión de lo real, estamos introduciendo una nueva dimensión del inconsciente que ya no es el inconsciente freudiano clásico. No es tampoco el inconsciente que Lacan elaboró en los años ‘50-‘60, que era el inconsciente estructurado como un lenguaje a partir de metáforas y metonimias, a partir del malentendido de la retórica, de la semántica, a partir del malentendido del significante, del lenguaje. Estamos introduciendo una nueva dimensión del inconsciente que Lacan nombró una sola vez como el inconsciente real. Es una dimensión que gracias a Jacques-Alain Miller –quien con sus cursos ha abierto nuevas y distintas lecturas lacanianas– hemos podido puntuar. Hay en la última enseñanza de Lacan una nueva formulación del inconsciente que llamamos inconsciente real.

Jacques-Alain Miller ha elaborado, en la última parte de la enseñanza de Lacan, este inconsciente real que no se aborda con el equívoco del significante, con el malentendido semántico, sino que debe abordarse con otro medio que es la letra y la escritura. Voy a hablar un poco de esta dimensión porque la noción de letra en Lacan va mucho más allá de la palabra dicha o del significante. La letra y la escritura, en Lacan, tienen una función preeminente ya en el texto “Instancia de la letra en el inconsciente”, donde distingue la letra del significante.

Para resumir un camino, un recorrido que en Lacan es muy largo, les diré que en realidad cuando hablamos hacemos algo más que hablar y enlazar significantes. Cuando hablamos, de alguna manera inscribimos letras en el aparato psíquico, en el inconsciente. Cuando antes les decía que lo real es aquello que no cesa de no escribirse, ya de alguna manera evocaba algo del orden de la escritura. Después continuaré con otro ejemplo.

Pero ya de entrada debemos señalar que cuando Lacan dice que la relación sexual no puede escribirse en lo real está diciendo que, cuando se trata del goce de los sexos, de la relación entre los sexos, hay algo que no puede escribirse de ninguna manera en lo real. No hay nada en lo real que pueda decirnos: el hombre se relaciona con la mujer de tal manera. Eso que no puede escribirse está en el centro de la experiencia traumática del ser que habla.

Frente al malentendido de los sexos, frente al malentendido del goce como traumático, hay al menos dos vías, dos mecanismos, dos posibilidades que encontramos en la clínica: o bien la construcción de lo que llamamos un fantasma, un fantasma que enmarca, que sitúa lo real imposible de representar en un marco; o bien el pasaje al acto violento, que es una de las respuestas a la experiencia traumática. En la clínica del pasaje al acto vemos un modo de respuesta a la experiencia del trauma que se repite. Lo que vemos es que el sujeto no está repitiendo de hecho aquello que le ocurrió a él, sino que está repitiendo algo que no cesa de no escribirse, algo que sólo se aborda como un pasaje al acto, un pasaje a lo real.

Voy a poner el ejemplo de un caso que me llamó mucho la atención, debidamente modificado en algunos detalles para preservar la privacidad. Se trata de un caso de neurosis melancolizada, de un hombre que había sufrido una experiencia traumática en su adolescencia, el suicidio de su madre. Fue una experiencia traumática en sí misma por la pérdida de un ser amado en circunstancias muy trágicas. Pero hay un detalle importante. El sujeto había asistido, la noche anterior, a un momento en que la madre estaba tomando cocaína, y fue sorprendida por él. Él la vio y evitó esa escena, la madre también evitó esa escena. Se evitaron mutuamente. No pudieron decirse nada. La noche siguiente la madre pasó al acto suicidándose.

Lo que este sujeto viene a explicarme, en un tono profundamente melancólico, es su angustia y su terrible tristeza no solo por la muerte de la madre sino por lo que ocurrió la noche anterior. Mejor dicho, por aquello que no llegó a ocurrir, por aquello que no pudieron llegar a decirse. Su idea era que si hubiera podido hablar esa noche con su madre, tal vez ella no se hubiese suicidado.

Para él, en sus sueños, en su recuerdo, lo que retornaba una y otra vez era esa noche anterior –“un momento más y la bomba estallaba”– , esa noche anterior en la que algo no pudo llegar a decirse, no pudo llegar a realizarse, no pudo llegar a simbolizarse. Este hombre venía así con el peso de lo real más indecible, más imposible de decir, algo que era su propia bomba. La traía a la consulta y todo el problema era como intentar alojarla en el dispositivo analítico para poder tratarla, para poder desactivarla.

Y hubo que hacer un largo trabajo de duelo de esa muerte imposible de admitir, de simbolizar. Pero sobre todo, será una experiencia de duelo no solo por la pérdida de su madre sino por aquello que él había sido para su madre y por lo que él podría haber hecho o no en relación a su madre.

En un momento, hablando de su infancia, de eso que quedó escrito –partimos en el psicoanálisis de lo que quedó escrito para tratar aquello que no cesa de no escribirse–, cita un recuerdo de su madre muy interesante: cuando tenía 5 años, él estaba en la playa, sus padres estaban en la arena, también con su hermano. Él entra en el mar, aun sin saber nadar muy bien, hasta que se gira para ver en la playa a sus padres. Pero se da cuenta de que ya no toca con el pie en la arena, no hace pie. Desde ahí, les hace signos a sus padres quienes desde la playa no pueden verlo; hasta que una mujer que está a su lado, cerca de él, ve que está en una situación complicada y lo ayuda a salir del mar.

Recuerda esa escena porque sus padres, pero sobre todo su madre –me dice– lo había dejado entrar solo en el mar sin vigilarlo y él podría haber perdido la vida. Le digo que en efecto fue muy importante, ya que sintió que podría haber muerto y que el otro podría haberlo perdido a él. Es otra forma del duelo, del duelo no por lo que había perdido con la madre sino por la posibilidad de que él hubiera podido quedar perdido para el otro. Ser, él, el objeto perdido para el otro. Esto es lo que Freud subraya muy bien en “Duelo y melancolía” cuando dice que en el trabajo del duelo no se trata tanto de la pérdida del otro, sino de elaborar lo que el sujeto era para ese otro perdido. El verdadero duelo es trabajar esta otra dimensión.

A la noche siguiente tiene un sueño y me lo trae:

Está en la playa, las olas son cada vez más altas, cada vez más fuertes y le impiden avanzar hasta el borde de la playa, en la arena. De repente, no hay duda, se trata de un tsunami. No se puede girar para ver el tsunami, solo puede identificar la presencia, solo puede ver la sombra de ese tsunami que se va extendiendo sobre la arena de la playa. Es una sombra cada vez mas espesa, hasta un momento en que la escena se oscurece del todo como en un efecto cinematográfico de fundido en negro. Y ahí el sueño se interrumpe para pasar a otra escena –como si fuera una secuencia cinematográfica– en la que la televisión está dando la información meteorológica. Se habla de ese tsunami, y ese tsunami tiene un nombre que se parece mucho al nombre de la madre. Se trata del nombre de un nombre para esa sombra de ese objeto que ‑el lo dice así‑ “no terminaba de llegar”.

Sin duda, la expresión evoca la famosa frase de Freud: “la sombra del objeto cae sobre el yo”. Pero lo interesante en este caso es que la sombra del objeto “no cesa de no caer sobre el yo”; esa sombra no cesa de no caerle encima, por decirlo así, en un tiempo que intenta hacer vivir lo real de ese tsunami que es la experiencia traumática. Es una sombra que evoca la frase de Freud pero sobre todo evoca, en ese fundido en negro, la formula con la que Lacan trabaja lo real: “lo que no cesa de no escribirse”.

Fue a partir de elaborar este tiempo previo a lo real del trauma –que ese sueño intentaba simbolizar de alguna manera– que el duelo pudo tomar un segundo tiempo, una nueva elaboración que le permitió a su vez escapar a los efectos devastadores de ese tsunami que fue, para él, la experiencia traumática.

 

Les he citado un caso, la singularidad de un caso. Pero la cuestión es cómo transmitir hoy el lugar decisivo de este real, de este inconsciente real que “no cesa de no escribirse” en el lenguaje y que solo reaparece en la clínica como un agujero negro, como algo que no puede simbolizarse, como algo que no puede imaginarse, y que el sueño intentaba elaborar en este caso.

Para hacerlo entender, les explicaré algo sobre este real cuando toma la instancia de la letra, de la escritura, de lo escrito. Se trata de entender la importancia de ese real en la clínica del trauma, de entender que finalmente es un asunto de escritura, tal como Lacan lo aborda. No es tanto un asunto del significante simbólico, sino de la escritura y de la letra. La letra, para Lacan, toca lo real de una manera distinta a los significantes.

Y para tratar de hacerles entender eso, voy a explicarles otro pequeño apólogo, una pequeña historia que me parece que ejemplifica muy bien lo real de lo que no cesa de no escribirse en la palabra dicha. Es una historia que se ubica en la Europa Oriental, en la época en que todavía existía el telón de acero que separaba Europa Oriental de Europa Occidental y que conformaba dos mundos muy distintos.

Un hombre de la antigua Alemania Oriental es deportado a Siberia. Y antes de marchar, sabiendo que sus mensajes serán leídos y depurados por la censura, les dice a sus amigos: establezcamos un código, si reciben una carta que viene escrita en tinta azul, todo lo que les cuente es verdad; si está escrita en tinta roja, es falso. Es un código muy simple –significante azul para la verdad, significante rojo para lo falso– un código que se funda en la lógica de la diferencia significante.

Al cabo de un mes les llega una carta desde Siberia, escrita en tinta azul. Es un mensaje escrito, es importante señalarlo porque sólo funciona en la medida en que está escrito, si fuera algo dicho no tendría el mismo efecto. Y está escrito lo siguiente: “Aquí donde yo estoy, en Siberia, las casas son amplias y espaciosas. En las calles podemos ver todo tipo de tiendas y espectáculos, en los cines podemos ver todas las películas de Hollywood, podemos conseguir comprar todo lo que queremos. Lo único que no podemos conseguir es tinta roja”.

Si uno se detiene en los detalles pequeños de esta historia, se da cuenta de lo importancia de lo escrito como distinto de lo dicho, la importancia de lo que se puede escribir, de lo que no se puede escribir, pero sobre todo de lo que “no cesa de no escribirse”. Y está claro que con las palabras habladas eso es más difícil de transmitir. Como esto está escrito, pone en acto algo de ese real imposible de escribir a falta de tinta roja.

Y sí, nosotros podemos decir que nos falta la tinta roja para escribir una verdad con la forma de lo falso para pasar la censura. Y sólo nos queda la forma de evocar la verdad con la tinta azul que siempre mentirá. Esa mentira sobre la verdad imposible de escribir es una mentira escrita en tinta azul. La falta de tinta roja es una falta estructural. Nos falta también la tinta roja para entendernos entre los sexos, para decir la verdad de la verdad, para decir todo el saber, para decir lo real de la experiencia traumática también. Tenemos solo acceso a la tinta azul para intentar decir con eso algo de lo que es lo real.

Y este hombre se las ingenió muy bien para decir lo que tenía que decir. A falta de tinta roja, con la tinta azul pudo decirlo. Nosotros diríamos que, precisamente, pudo conseguir construir un buen síntoma. Consiguió un síntoma que le permitía decir algo sobre lo imposible de decir.

Lo real de la tinta roja es precisamente lo que no cesa de no escribirse, y es lo que llamamos propiamente inconsciente, el inconsciente en su radicalidad, tal como Lacan lo aborda cuando habla del parlêtre, del ser hablante. Fíjense que parlêtre incluye lettre, es decir la letra y el ser. El neologismo que Lacan construye con su tinta azul, para decir algo de ese real, es esa palabra en francés, parlêtre, que es muy equívoca. Es parler, hablar; es la lettre, letra; es l’être, el ser. También por letra, o por el ser: parlêtre. Es una palabra escrita que es ella misma un mensaje siberiano que nos llega para ser interpretado.

Bien, el trabajo de un análisis se puede describir así: es el trabajo que necesita escribir lo real traumático con la tinta azul, y eso de un modo distinto para cada sujeto, a falta de la tinta roja que no tenemos.

Quiero hacer un paréntesis y decir algo de lo que en Europa ha quedado como la experiencia traumática por excelencia, que lleva a veces el nombre de Auschwitz. Hasta tal punto es así que el filósofo alemán Theodor Adorno se preguntó: “¿cómo escribir después de Auschwitz?”, cómo escribir después de esa experiencia traumática que dejó un agujero en lo real de la vida de toda una comunidad. Pero alguien más, José Ángel Valente, un poeta gallego —que recomiendo leer, y que había sido lector de Lacan en su momento— dijo lo siguiente, precisamente al revés: “¿cómo no escribir después de Auschwitz?”

¿Cómo no intentar, con la tinta azul de la que disponemos, decir algo de lo más real, de lo que no podemos decir por la falta de la tinta roja? De acuerdo, hay lo imposible de decir, hay lo imposible de escribir por un lado, pero hay también, –y es la categoría lógica que Lacan subraya como correlativa– lo necesario. Hay una necesidad ética, diría que es una necesidad ética en cada caso de un análisis, una necesidad ética de escribir algo sobre lo imposible de escribir que el trauma trae consigo, una necesidad de elaborar algo de eso.

Y aquí hay un cierto consejo clínico. Cuando estamos ante alguien que ha sufrido una experiencia traumática, lo mejor es aceptar y partir de lo imposible de decir en cada uno, estar ahí presente sosteniendo lo que el sujeto decide decir, pero no empujar a un “hay que decirlo todo” porque no hará más que agravar la falta de tinta roja, la imposibilidad de dar cuenta de ese real. Es necesario un largo trabajo de tinta azul para bordear ese imposible de decir. Eso mismo que no se puede decir hace que sea necesario, precisamente, ese trabajo con la tinta azul.

¿Qué es lo que se produce entonces? Cuando uno puede animar esa elaboración sobre lo imposible de decir, pueden aparecer momentos contingentes donde algo cesa de no escribirse. Fue el caso del sujeto del sueño que les he contado, donde algo del tsunami del trauma cesó de no escribirse a través del nombre de la madre. Pero eso es algo que no puede programarse, no hay programa técnico para eso. Hay que estar simplemente atento al momento en que algo de eso, en lo contingente, puede producirse.

Es por esto que un psicoanálisis no puede definirse con un programa terapéutico previo, sino como la creación de un espacio en que lo contingente pueda producirse. Entendemos por contingente, siguiendo a Lacan, aquello que “cesa de no escribirse”. Es el modo en que funciona el encuentro con lo real. El mejor encuentro con lo real es cuando algo cesa de no escribirse, en lo contingente de un sueño, de un lapsus. Cuando alguien tiene un lapsus también algo cesa de no escribirse, es una manera también de encontrarse con lo real de aquello que no está escrito.

Así, con la tinta azul del síntoma, cada sujeto escribe algo del trauma, de la experiencia traumática, de lo imposible de decir. Y este es el inconsciente real del ser que habla, con el que nos encontramos en el siglo XXI, en otra vertiente que la del inconsciente freudiano. Es este otro inconsciente el que nos convoca en el siglo XXI, en cada caso.

Gracias. (Aplausos)

 

*Transcripción realizada por Cristina Coronel, texto revisado por Miquel Bassols