ANALISTAS ESENCIALES EN LA CIUDAD- EOL, Sección La Plata, 2 de diciembre 2020
Por Sonia Beldarrain
El Estado
Un celular, una laptop, un cuaderno y la mesa familiar serían mi bunker de acción para hacer frente a un Real sin precedentes: Covid 19, con el que tendría que batallar desde casa por pedido de las autoridades de Salud Mental.
El Psicoanálisis, una vez más, me dió las coordenadas para hacer frente a lo que aún no sabía, pero intuía. Un dispositivo que se reinventaba frente a la emergencia sanitaria, enmarcado bajo el significante “Acompañamiento telefónico” que se reflejaría en una planilla de Excel, con varias pestañas y 7000 llamados al 0800 mostrarían la estadística del padecimiento subjetivo con el nombre de “usuario”. El zoom sería la forma colectiva para coordinar a un grupo de profesionales de toda la Provincia de Buenos Aires. Teníamos el marco de acción, lo acepté sin perturbarme. La transferencia se produjo no sólo en la instancia de escucha sino a la hora de intervenir, derivar, y enfrentar situaciones inéditas. La urgencia sin protocolo, sin horarios, estaba a la orden del día. Por momentos el equipo se achicaba, el Covid también nos habitaba. Un dispositivo vacío de saber, ubicó a la angustia como hilo conductor en los primeros llamados. Los instructivos intentaban tapar el sol con las manos: “no son pacientes”, “no patologizar” “los usuarios son del Estado, no les pertenecen,” “ustedes son un eslabón más de los dispositivos “, serían las frases que nos acompañarían. Pero entonces ¿cómo alojar la angustia? ¿Cómo manejar la transferencia? La batalla fue adentro y afuera, pero he aprendido a trabajar en la contradicción de los discursos: Psicoanálisis “No” y “ponete al frente de la coordinación”. Reconocer al psicoanálisis en el Estado que aspira al “para todos” es un imposible como educar y gobernar. Cuando el amo de turno nos propone el “todos”, se corre el riesgo de quedar aniquilados.
Lo Nuevo
Para poder escuchar a los usuarios «tuve que armarles un cuerpo», lo pude verificar, cuando el tono de voz de una paciente me daba las coordenadas de un cuerpo robusto, y me relataba su extremada delgadez. Un efecto de desconocimiento se resistía a al relato, negándolo. Concluido el espacio deseaban conocerme a través de fotos, sin embargo, nunca consentí a tal demanda. Seguramente el tiempo me permitirá hacer una lectura de esto.
La pérdida
Pasaban los meses y la demanda cambiaba. En los inicios estaba la angustia del encierro, incertidumbre, hambre, falta de medicación a partir del imperativo “quedate en casa”. Meses después los contagios, los síntomas y la muerte entraban en escena.
En lo sorpresivo y masivo de los decesos se escuchaba la necesidad de ubicar un culpable. Despedirse del familiar, ritual necesario en nuestra cultura para tramitar el duelo, estaba vedado. Sólo quedaba sostener la escucha las veces que fuera necesario.
Un Encuentro
Estamos a días de concluir el dispositivo. Tuve la oportunidad de escuchar y acompañar a un centenar de sujetos que en su mayoría no habían tenido jamás un encuentro con un analista. En muchos casos se produjo un efecto indeleble para ellos. Los tormentos de la repetición en subjetividades devastadas le dan a la intervención una potencia inédita, produciendo un efecto nuevo. “Usted es un ángel que dice otra cosa” diría una usuaria. Ahí donde el Estado ofrece asistencia para todos, el acto del analista recorta lo singular y le devuelve al sujeto de la enunciación eso intransmisible que orienta nuestra práctica. Saber hacer ahí, le da al psicoanálisis la oportunidad de estar en diferentes espacios para sostenerse vivo y eficaz. Me resuena lo escrito por Eric Laurent “…Encontrar a un analista no consiste en encontrar un funcionario del dispositivo; se trata más bien de que sea alguien que pueda decir a un sujeto, en un momento crucial de su vida, algo que permanecerá inolvidable…”(1).
(1)Laurent, E. Psicoanálisis y Salud Mental. Tres Haches, Buenos Aires, 2000, pág. 30