ANALISTAS ESENCIALES EN LA CIUDAD- EOL, Sección La Plata, 28 de noviembre 2020
Por Lorena Parra
El virus está entre nosotros. Sabemos y comprobamos hoy que estamos enfermos de palabras. Que la palabra afecta al cuerpo, lo hiende y produce todo tipo de malestares, es un saber que nos acompaña como practicantes del psicoanálisis. Forma parte de nuestra praxis, del discurso analítico que llevamos allí donde nos encuentre. En mi caso, en un hospital general, único con dispositivos para urgencias y atención a lo “agudo” en salud mental.
Apenas comenzado marzo de 2020 el covid-19 llegó para quedarse y trastocar la rutina, incluso para quienes no podíamos quedarnos en casa. Antes de la medida de aislamiento social preventivo y obligatorio (A.S.P.O.) ya éramos nombrados «servicio esencial». Del hospital no podía ausentarse nadie: todas las licencias suspendidas. Primera insensatez que casi sin pasar por un instante de ver llevó a una conclusión y acto desde el lugar de jefatura que ocupaba.
Transitar los pasillos inhóspitos, tornados en la cotidianeidad hospitalarios, devino crudamente y aún más, inhóspito. El virus infectó a cada quien: angustia, temor, perplejidad, enojo, impotencia, inhibición, actings y pasajes al acto tomaron la escena. Al compás de esas melodías de malestar a tratar, había que tomar decisiones; las vinculadas a la dirección de cada cura, y las relativas a la gestión: de recursos, de métodos, de estrategias. La prisa en concluir apuraba tiempos que no eran lógicos, y apremiaba de todos modos para arribar a asertos, no solo subjetivos. No fue sin otros que en la vorágine se incluyó siempre la pausa, sin el impasse de la duda eterna, ni de las cavilaciones infinitas. Apelar al Otro que brindaba ciertos S1 para amarrar y acotar el sinsentido tuvo su lugar. Aunque en momentos en que develó su inconsistencia, hubo que asumirlo y recurrir a la invención.
Sin dudas la orientación a lo real brindó más que nunca una brújula. Reconocer que ante un real sin ley cada uno responde como siempre lo ha hecho advirtió sobre el propio modo de hacerlo, y recondujo al trabajo en análisis. Modo de salir de la propia urgencia para poder operar con ella. Apelar a recursos existentes, rescatar soluciones singulares para tornarlas operativas y restituir la función de cada quien permitió no perderse en el fantasma “covid” para intervenir sobre lo necesario: el síntoma. El de cada sufriente y el institucional. Trabajar a partir de las defensas de los sujetos frente a lo real se hizo imprescindible. Ubicar lo que no cesa de no escribirse supuso varios y variados tratamientos para morigerar el malestar. La mayoría resultaron fallidos, ligados a los tropiezos, que posibilitan la práctica clínica y el diálogo con otros.
El trabajo en la institución médica supone hacer uso del semblante adecuado para cada ocasión, tolerar el malentendido y moverse en él. Más que nunca, la versatilidad y toma de partido del analista ciudadano requirieron ser puestas en ejercicio, en este contexto en que la falta de garantías y la incertidumbre se hicieron presentes sin velo. Por último, la revisión de “lo esencial”, y del modo en que como practicante del psicoanálisis jugaba la partida en la institución, habilitó a modificarlo. La pandemia es transitoria, mientras otras dificultades institucionales, estructurales y coyunturales, no lo son. Dar lugar a lo imposible permite salir de la impotencia y recuperar lo posible. En este caso, la causa analítica, la política del deseo. Enseñanzas de un virus que persiste.