PRIMERA NOCHE DE BIBLIOTECA, VERSIONES DEL AMOR (PSICOANÁLISIS-LITERATURA-FILOSOFÍA) –EOL Sección La Plata, 26 de abril de 2017
María de los Milagros Kruk
La pregunta acerca de ¿Qué es el amor? en o desde o para la filosofía, resulta algo interesante, ya que, en cierta medida, lo que hay es una relación entre amor y filosofía.
Etimológicamente se evidencia el vínculo: filosofía significa amor al saber, al conocimiento. La filosofía no es una ciencia sino una filia. La filosofía es una relación-amante entre un alguien y el objeto del conocimiento. Es una relación amorosa: “yo amo el conocimiento”. En la filosofía, el amor me vincula a algo que deseo, me mueve, me motiva y activa. El filósofo ya es un amante de algo. Pero sin saber aún qué es el amor, ni lo que ama.
Históricamente la filosofía ha entendido esto de diversas maneras, es decir, al amor como “motor”, como impulso, como construcción; y ha ido conformando varios discursos al respecto. Otra de las grandes ideas rectoras en torno al amor es la de la existencia de diferentes tipos de amor.
Estas dos ideas, quedan plasmadas y “normalizadas”, en el pensamiento griego, principalmente en la obra de Platón, quien en sus diálogos va a desarrollar su teoría del amor como posibilidad de ascender desde el conocimiento de un amor “inferior” hasta el conocimiento del Amor perfecto e inmutable, es decir la idea de Bien.
Hagamos un breve repaso por la problemática platónica. Tres grandes cuestiones abordadas por Platón continuarán con vigencia hasta la actualidad.
-Los diferentes tipos de amor: Según Sócrates uno puede escalar por diferentes estadios de amor, aspirando a un amor puro y genuino, que es lo que se conoce como amor metafísico. En el caso de la teoría platónica, es un amor emparentado a la idea de Bien: amor es reposar en la idea absoluta de Bien. Para eso uno tiene que conocer los diferentes tipos de amor: amor por los cuerpos y las cosas bellas, amor por las ideas bellas y así, despojándose, pero asimilando lo que el cuerpo nos enseñó, ascender a la idea de Bien=Belleza=Amor. Para Platón hay una disociación entre cuerpo y alma, pero no un repudio de lo físico o corporal. El amor es el impulso, el motor del deseo de conocer las cosas bellas; ese conocimiento, si se cultiva y crece, devendrá en la Idea de Bien.
-El amor como carencia: El amante no puede poseer lo que desea, porque si así fuera ya no habría motivación, pero tampoco puede tener una carencia total de aquello deseado. Por esto evoca el mito de Eros, según el cual este es hijo de Poros (riqueza) y Penia (penuria), un dios amorfo, imperfecto, carente pero lleno de potencialidades e infinita inteligencia, rebosante en artilugios y astucia.
-El amor y el problema del lenguaje: Los griegos tenían dos nociones que hacían referencia a diferentes tipos de amor: eros (amor romántico o pasional tal como lo podemos entender nosotros) y filia (amor sin carencia, es el amor político o colectivo que se da en una familia, amistad, lazo institucional).
A estas dos nociones se le va a agregar un tercer término, no utilizado por la filosofía griega, sino por los primeros neoplatónicos: ágape (Amor “celestial”).
Los latinos van a hacer su reapropiación de estos términos, los cuales llegarán a nosotros con una carga diferente a la acuñada en la antigüedad: eros se traducirá por amor, filia por caridad y ágape por dilectio.
En muchos mitos griegos en torno al amor se gesta la idea de carencia, de amor como completitud, lo que conlleva luego a la idea de búsqueda (Nacimiento de Afrodita, Mito de los andróginos de Aristófanes, etc.).
El medioevo va a retomar en sus primeros siglos la teoría platónica del amor, pero convertida en devoción a Dios. El cuerpo comienza a ser un lugar reservado al pecado, la imperfección, del cual no podemos obtener ningún conocimiento. A su vez, los grandes tipos de amor se van a dividir en dos grupos muy sencillos: el bueno y el malo. El amor es muy probable que sea malo, ya que está influenciado por la inclinación humana y no puede despojarse de su imperfección y concupiscencia inherente. En cambio, la caridad puede ser virtuosa, si es que se hace por amor a Dios y no por simple amor al prójimo. Es decir, la caridad es la virtud según la cual se ama lo que debe amarse (San Agustín de Hipona).
Sin embargo, la pregunta persiste ¿qué es el amor? Y si realmente existen esos tipos de amor ¿hay un amor mejor que otro? ¿Cómo saberlo entonces? Y peor aún ¿Cómo saber si hay éxito en el amor?
Varias nociones persisten en los discursos en torno al amor en la filosofía: búsqueda, completitud, alegría. Estas sin duda, lograron instaurarse en el común del discurso en torno al amor hasta hoy. Pero hay una noción que también existió desde la antigüedad pero que fue dejada de lado: el amor como conflicto, padecimiento. Ambas nociones (con-flicto y patos) hacen referencia a un no-yo, es decir, Otro. ¿Qué pasa cuando el amor no es mi búsqueda de mi completitud para mi alegría? ¿Si el amor es en cambio la irrupción de un Otro que no se deja aprehender y conmueve, viola mi subjetividad, la cual se verá afectada por ese Otro, ese rostro que me interpela con su alteridad que no se deja reducir en mi mismidad? (1). El Yo delimita todo conforme a su mismidad, tiende a igualar, encubre todo con su máscara o lo ilumina con su luz. El mundo del Yo es un mundo “acomodado”, conceptualizado por ese Yo, para que le sea fácil de acceder: un mundo que le esté “a-la-mano”. Sin embargo, al Otro no le cabe ningún concepto, es impenetrable, no es representable. El Otro es un misterio, porque es una alteridad, pero no otro en tanto otro de mí, sino Otro absoluto, sin referencia (sino sería un objeto del mundo). Me interpela y genera una herida, una apertura. El Otro es un no-poder, es una imposibilidad de mi poder de imposición del Yo, de representación. Del Otro solo puedo decir que es Otro, intentar someterlo, arremeterlo, corromperlo, lastimarlo físicamente, pero siempre va a ser otro que no puedo asimilar a mí. (2)
Pero el amor, ¿es por uno o por Otro? Si no puedo acceder a otro, ¿cómo puedo amar a Otro? Podemos encontrar nuevamente la cuestión sobre los tipos de amor, pensadas esta vez de la siguiente manera: amor desde el Yo, amor de o con el Otro.
¿Qué sería el amor desde el Yo? Hoy en día sin duda prima esta postura: “quiero un amor que me haga bien”. Es el amor que encaja en mi Yo, en mi esquema. El Yo determina una exigencia según lo que considera agradable o simplemente no conflictivo. El Otro ya ni siquiera viene a suplir una carencia o complementar, sino a agradar. Es el amor de consumo. Hoy asistimos a la erosión del Otro como otro, intentamos igualarlo, asimilarlo, reducirlo en su alteridad para que no me genere conflicto.
Los nuevos medios digitales inventan o nos venden una cercanía con el Otro (Facebook, Tinder, etc.) que en realidad es el consumo de una imagen degradada y desgarrada de una otredad. Intentamos corromper lo más sagrado que hay con el Otro que es la distancia: no respetamos la alteridad del Otro. El Otro y el Yo se plantean como consumo, pero un consumo cercano, íntimo. Pero es todo fachada. El mayor desafío hoy, es reducir la otredad para igualarla, volverla agradable, ideal para el consumo taimado, de ocasión o de distensión. Los medios digitales nos dan la ilusión justa de cercanía, manteniendo el agradable resguardo de mi mismidad. El encuentro con el Otro es un conflicto que puede dilatarse, para reducir los daños, calcularlos y anticiparlos. El amor es entendido como un sentimiento agradable, una fórmula de disfrute que nada puede alterar. Para garantizar eso, solo pueden imponerse las necesidades del Yo, el confort de lo igual.
La idea del amor pleno, feliz, cerrado entra en clara contradicción con la idea de Otro. El amor puede des-otrar al Otro, cada vez que lo contenga y no permita su expansión, y “encerrándolo” en nuestra representación. Así, el amor termina siendo una relación conmigo mismo: yo y mis carencias, yo y mis necesidades, yo y mis anhelos.
Pero, ¿Qué sería un amor de, o con Otro? Desapropiación de mí mismo. Al enfrentarnos a un rostro, a Otro, antes que domesticarlo, siempre está la posibilidad de aceptar su herida, aceptar el conflicto y su interpelación. El amor puede ser un conflicto que enfrenta, un conflicto de libertades. Puede haber amor sin ser “almas gemelas” o sin compartir todos los gustos
Personalmente considero al amor como una relación política y hermenéutica. ¿Qué significa esto?
En primer lugar, en tanto dimensión histórica, como ya hemos notado en este pequeño recorrido, el amor es un relato. Es decir, que es una práctica hermenéutica, de construcción y constitución narrativa, como así también interpretativa. El amor es una narración que no solo se “escribe” con palabras, sino que tiene una gran impronta corporal. Podríamos decir que es una “narración corporal”, o mejor aún, un diálogo corporal con la historia de los relatos en torno al amor (el legado de la mitología, el amor como beatitud o piedad, el amor caballero, el matrimonio burgués como núcleo firme y productivo de la sociedad, etc.).
Entendido como relato, el amor es una práctica fácil de normalizar o regularizar. De ahí que se lo vincule con las grandes instituciones que son el matrimonio y la familia, y los conceptos relacionados como son los de monogamia y la reproducción.
Nos movemos siempre dentro de estos relatos, de los cuales, puede ser muy difícil salir. Sin embargo, en la posmodernidad, los relatos están en conflicto (el relato metafísico, el relato de Dios, el relato de verdad). También el relato del amor está en conflicto. Pero ¿cómo entendemos ese conflicto? No hay unidad en el relato, y es por esa cuestión a su vez que el amor se vuelve hermenéutico: cada quien recrea su relato de amor, donde “cada quien” va a significar desde sociedades, grupos etarios, hasta individuos. No hay fundamentos últimos para el amor. No hay origen desde donde inaugurar el relato del amor, sino variedad de propuestas divergentes (esto mismo haría replantearnos la noción misma de relato).
En segundo lugar, ¿Cómo puede ser el amor una relación política? Recordemos la noción de amor como filia, un amor que no parte de la carencia o de la búsqueda de lo ausente, sino de la agrupación, ya que está en la base de la familia, lo político, por ejemplo. Política significa “hacer”, “construir”, “forma de hacer o realizar algo”. Los griegos entendían que la política se erigía a partir de lo diferente, del dialogo y la confrontación. Ese es el lugar del Otro y del amor: construir a partir de la otredad del Otro.
Si mi amor es con y por Otro y ese Otro nunca me “cierra”, el amor tampoco nunca va a cerrar. El amor es una dinámica abierta, en permanente trasformación, reformulación, ya que es la forma-de-hacer entre dos o más otredades (es decir, una relación política). En la relación amorosa, dos personas transforman sus mundos juntas, se transforman juntas porque la filia los une, esa dimensión política de construcción y de compromiso. El Otro que amo no es otro que viene a traerme paz y tranquilidad, sino alteridad.
El amor puede ser perturbación, y eso está bien, es amor; por más a gusto que nos quieran convencer de estar.
Notas:
(1) Nancy, J.: Un pensamiento finito, Anthopos, Barcelona, 2002.
(2) Lévinas, E.: El tiempo y el otro, Paidós, Barcelona, 1993.
Bibliografía:
Derrida, J.: The ear of the others, Shocken Books, New York, 1985.
Lévinas, E.: El tiempo y el otro, Paidós, Barcelona, 1993.
Nancy, J.: Un pensamiento finito, Anthopos, Barcelona, 2002.
Platón: “Banquete”, en Diálogos III, Gredos, Madrid, 1988.
Sartre, J.P.: El ser y la nada, Losada, Buenos Aires, 2004.