¡QUÉ HISTORIA IDIOTA! Segunda Noche de Biblioteca. 11 de septiembre
Gerardo Arenas

Estoy contento de encontrarme aquí. Agradezco la invitación. Y, aprovechando que formo parte de una actividad que la Secretaría de Biblioteca de la sección platense de la EOL considera “un lujito” y que se inscribe con el eslogan de “¡Qué historia idiota!”, bajo el título de “¡Un lujo!” me daré el lujo de decir algo sobre la historia –nada idiota– de esta Sección.
En los años 90, La Plata albergaba tres grupos en transferencia con la EOL: dos en la ciudad y un tercero en la universidad. El primer intento de reunirlos usó la vía del IOM, y culminó en un rápido fracaso ubicable bajo la rúbrica del discurso universitario. Luego, uno de los grupos de la ciudad se escindió por asuntos de poder, de modo que ese segundo fracaso va a cuenta del discurso del amo. Ya no había tres grupos sino cuatro, y pronto uno de ellos, a su vez, comenzó a segregar a una minoría que disentía con su orientación. Pero esa minoría, en vez de sumar otra fragmentación a la saga platense y pasar del cuatro al cinco, entendió que eso podía evitarse disolviendo los grupos por inmersión de sus miembros en la Escuela. Con tal argumento, ese puñado de analistas convenció a Leonardo Gorostiza (que presidía la AMP) de que había que lograr que Miller revisara su decisión de no abrir más secciones en la EOL. Esto dio frutos y originó el movimiento que destronó a ciertos amos y dio a luz esta Sección. En definitiva, se empleó la Escuela como corresponde, o sea, como instrumento para que el discurso analítico prevalezca sobre los otros discursos (variantes del del amo). Es una historia apasionante, pletórica de enseñanzas acerca de los discursos, de las formas en que éstos se componen entre sí, y de las maneras en que atrapan nuestros cuerpos.
Desde hace un tiempo, sin embargo, circula de esta historia una versión muy distinta, según la cual un buen día alguien decidió crear esta Sección y para ello reunió a los grupos locales, que alegremente aceptaron escuelarse, fueron felices y comieron perdices. Una vez disipada la nube de decepción que me envolvió al escucharla, me dije: “¡Qué historia idiota!”, y me pregunté qué podía sacarse en limpio del hecho de que se la tergiversara así, en vez de narrar la verdadera, de la cual todos los involucrados pueden dar fe –una historia que de idiota no tiene nada. ¿Por qué sustituir una historia épica y bien argumentada por un cuento pueril, burocrático e intrascendente? Cada uno podrá, si lo desea, darse su respuesta.
Este hecho en sí podría no pasar de ser una anécdota que no hablase más que de mi propia sensibilidad literaria, si no fuera porque Lacan, en su Seminario, Libro 19, nos desafía a pasar de la anécdota a la lógica, y esto es clave en relación con lo que hoy fuimos invitados a discutir. Como bien dice Lacan, la historia que Terencio escenifica en La Andriana es idiota, pero eso no quita que ella nos muestre “lo que ocurre con el goce”, y esto no es idiota ni puede dejar de suscitar nuestro más vivo interés como analistas.
Convengamos en que casi todas las historias que circulan por el mundo son idiotas. Esta circunstancia es tan general que llegamos a otorgar premios a esas pocas historias que, excepcionalmente, no lo son. La Andriana –se imaginarán– no se cuenta entre esas raras y honrosas excepciones, y sin embargo no por ello deja de ser divertida, lo cual ya nos indica que algo sustancial acerca del goce debe de estar en juego en ella, como bien lo sugiere Lacan.
Muchas veces he contado cuánto aprendo cada vez que traduzco un libro de Lacan, de Miller o de quien sea. Entre otras cosas, ello se debe a que tengo la costumbre de remitirme a todos los autores que ellos citan, para entender el modo en que debo interpretar sus referencias. Por lo tanto, leo una gran cantidad de cosas para traducir cada obra. Pero confieso que, cuando traducía La lógica del fantasma, sólo eché un vistazo general a La Andriana, ya que en ese contexto no necesitaba conocer más que la sinopsis de la comedia y el nombre que suele darse, en castellano, a uno de sus personajes (Davo), el único nombrado por Lacan. Ahora que la leí completa y en versión bilingüe, me divirtió bastante.
Esa Andriana es una bella muchacha en flor por la que anduvo el amor regalando simiente… la simiente de un joven que hace honor a su nombre, Pánfilo, cuyo padre, Simón, quiere casarlo con otra joven, hija de un amigo suyo y de la cual está enamorado Carino. El embrollo crece con cada intervención de Davo, esclavo de Simón y protector de Pánfilo. Es el único personaje que interesa a Lacan, y me cayó simpático de entrada porque en un momento se hace el tonto como si su amo le pidiese algo difícil de entender, cual enigma planteado por la Esfinge, y le aclara “Soy Davo, no Edipo” (acto I escena 2). También me cayó simpático el hecho de que se dé cuenta de que él mismo es el principal responsable del despelote que se ha armado, y todo por haber puesto su retorcido ingenio al servicio de su querido Pánfilo (acto III escena 4).
Ciertos pasajes me hicieron reír. Cuando Carino fantasea con informarle a Pánfilo que él también quiere casarse con su prometida, un amigo ironiza diciéndole que así conseguirá que Pánfilo lo considere un adúltero en potencia (acto II escena 1). Terencio incluso recurre al juego de palabras. Cuando Simón le explica a su hijo que Davo ha sido atado en castigo por sus trapisondas, Pánfilo replica: Non recte, que en latín significa “No es justo”, pero Simón toma esta expresión metafórica en su sentido literal de “no derecho”, como si le hubieran avisado que lo ataron torcido, y por eso le responde: “No fue lo que ordené” (acto V escena 4).
Ven que la agudeza de la obra hace que el teatro de Terencio merezca no ser considerado chapucero, como observa Lacan. Ahora bien, ¿qué nos enseña esto sobre lo que en la experiencia analítica tiene lugar entre el analizante y el analista?
Al principio dije que casi todas las historias son idiotas. Eso puede incluir las cosas que, como analizantes, contamos desde el diván. De hecho, en la antigua Grecia se llamaba “idiota” a quien sólo se ocupaba de sus asuntos personales (ése es el sentido inicial del término), y henos aquí acostados diciendo que Fulano me dijo esto y entonces yo hice lo otro, pero después pensé aquello, y cuando me di cuenta de lo de más allá, que patatín que patatán. ¡Difícilmente la transcripción de unas sesiones de análisis gane un premio literario!
¿Y qué haremos los analistas con esto? Lacan parece tener ya en mente a Davo y Pánfilo cuando, en la página 269, pregunta: “¿El sujeto necesita casarse con tal o cual? ¿Qué saben ustedes?”. E insiste: “Malogró su matrimonio (…), ¿y si eso fuese para él una suerte? ¿Qué saben ustedes? ¿En qué meten sus narices?”. Con la mira puesta en el uso que Lacan hace de la obra de Terencio, podríamos resumir esta importante indicación clínica diciendo: “¡No hagan como Davo con Pánfilo! ¡No busquen el bien del analizante! ¡No se pasen de ingeniosos!” ¿Entonces qué? Lacan responde de inmediato, en esa misma página: “Mejor díganse que sólo tienen que lidiar con la estructura lógica de la posición subjetiva en cuestión”.
¿Pero qué relación tiene eso con los goces? Aquí conviene reparar en un par de planteos que rodean la referencia de Lacan a la obra de Terencio. Poco antes de comentarla, en la página 313, dice que “el sujeto se sitúa en la desunión entre el cuerpo y el goce”, y después de hablar de La Andriana, en la página 315, retoma lo mismo diciendo que el interés de la comedia antigua es el de “mostrarnos lo que ocurre con el goce una vez que, habiéndose introducido entre el cuerpo y el goce la función del sujeto”, se produce un desajuste entre ambos. Dicho en pocas palabras, la mención de esta comedia es como el jamón de un sándwich entre dos rebanadas que sitúan el sujeto como un trastorno en la relación cuerpo-goce.
Y bien, ¿qué es el sujeto, sino lo que un significante amo representa ante otro que, respecto del primero, está en posición de esclavo? En esta comedia, Simón y Davo son las principales encarnaduras de la función del amo y de la del esclavo respectivamente, y el par que forman es lo que introduce el desajuste entre el cuerpo de Pánfilo y su goce (metaforizado por el cuerpo de la Andriana), entre el cuerpo de Carino y su goce (metaforizado por el cuerpo de la prometida de Pánfilo) e incluso entre el cuerpo de Simón y su propio goce (metaforizado por el cuerpo de Davo). De ahí que Lacan extraiga, en las páginas 314 y 315, la fórmula general según la cual un cuerpo puede devenir metáfora del goce de otro. Esto muestra bien en qué medida la estructura lógica de la posición del sujeto indica lo que ocurre con el goce. ¿Qué mejor guía para la acción analítica? ¡Un lujo!