PRIMERA NOCHE DE BIBLIOTECA: ¿QUÉ TRADUCE EL TRADUCTOR? –EOL Sección La Plata, 27 de junio de 2018
Gerardo Arenas
Todos somos traductores, lectores, intérpretes. Todos somos traducidos, leídos, interpretados. La traducción, la lectura, la interpretación, ocupa un lugar central, crucial en nuestra existencia desde antes de nacer y más allá de la muerte. El debate actual sobre el aborto, por ejemplo, puede reformularse y elucidarse como un debate sobre la libertad de traducción, de lectura, de interpretación: la mujer gestante de un embrión con menos de 14 semanas ¿tiene o no derecho a elegir si interpreta, si lee, si traduce ese embrión como un hijo a criar o como un quiste a extirpar? Una posición sostiene que la gestante tiene el derecho a elegir su lectura, su traducción, su interpretación, y la otra pretende imponer una lectura obligatoria, una traducción obligatoria, una interpretación obligatoria. El resto es mera consecuencia lógica. ¿Qué traduce el traductor en este caso? El sentido de algo existente. Esto muestra que somos leídos, traducidos, interpretados antes de llegar al mundo.
También después de morir. Por ejemplo, en el Teatro Cervantes, de Buenos Aires, hasta hace unos días se representó Tiestes y Atreo, una magnífica adaptación (hecha por su director) del Tiestes; escrito en el siglo I por Séneca, el Joven. Esa adaptación no desconoce, a su vez, la versión que en el siglo XVIII imaginó Crebillon, aquella que Dupin cita en “La carta robada” de Poe y que Lacan comenta en sus Escritos. Es decir que una docena de actores estuvieron interpretando, leyendo, traduciendo, la interpretación, lectura, traducción, que un dramaturgo hizo del modo en que Séneca interpretó, leyó, tradujo, el antiguo mito griego de los gemelos rivales. ¿Qué traduce cada uno de estos traductores en este caso? La rivalidad fratricida. Dos mil años después de su muerte, Séneca sigue siendo interpretado, traducido, leído.
Dejemos atrás esta llegada al mundo y esta partida de él, que sólo atañen a lo que Agamben denomina “la nuda vida”, y pasemos a los que nuestras existencias tienen de propiamente humano, a nuestras vidas de cuerpos hablantes. Ellas dependen de lo que Freud llamaba Verständigung, es decir, de la interpretación, lectura, traducción que el Otro hace de nuestro berreo, de nuestro chillido, de nuestra vociferación. Esa conversión del grito en llamado es una forma especial de lectura, de traducción, de interpretación, tan importante como aquella otra por la cual, cuando el bebé lalea bam, alguien próximo lo celebra exclamando “¡Dijo mamá!” y así abre el juego de interpretaciones, traducciones, lecturas mediante las cuales ese bebé aprenderá a hablar mediante la doble operación que consiste en (1º) reducir la policromía infinita de lalangue a la acotada paleta de la lengua del Otro, por identificarse con éste en el nivel del significante mismo, y (2º) someterse a las leyes que esto implica, desde las más elementales, ligadas a las existencia de unas secuencias fonemáticas permitidas y otras prohibidas, hasta las más amplias y sofisticadas, correspondientes a la sintaxis, la gramática, la retórica y la lógica. En suma, de esta interpretación, lectura, traducción, depende el nacimiento de lo que llamamos un sujeto, un-hablante-entre-otros dentro de una dada comunidad lingüística.
Todas las articulaciones causales, definicionales y, en general, binarias serán volcadas en este molde cuya estructura Lacan redujo formalmente al par significante S1-S2. En lo tocante al campo del deseo, ese molde forjará el aspecto peculiar que habrá de adquirir lo que el Otro quiere “de” nosotros (sus demandas) o “para” nosotros (sus ideales). Ese molde sólo será inútil cuando en el Otro falte el elemento segundo que responda al primero, y esa carencia de significante forzará al sujeto a inventar su propia traducción: tal es la insondable constitución de su fantasma, que en lo sucesivo se convertirá en su traductor, su intérprete por antonomasia. Nuestro fantasma es una máquina de leer, traducir, interpretar lo que escuchamos, y ése es uno de los motivos fundamentales por los cuales los analistas debemos analizarnos: para aprender a leer, interpretar, traducir con independencia de nuestro propio fantasma. Es la única manera de no perdernos en la búsqueda de aquello que es exclusivamente propio del analizante en cuestión, eso que Freud llamaba “núcleo del ser” y que yo prefiero llamar “singularidad”. En eso, no sólo el analista es despistado por su fantasma. Todos lo somos, muy especialmente en el terreno del deseo y del amor, que aspiran, no menos que el análisis, a lo singular.
Adrede insistí hasta ahora en la supuesta equivalencia entre traducir, leer e interpretar. Pero la singularidad nos confronta con el problema de lo intraducible, y ése es el meollo del análisis. De hecho, en su artículo sobre “Lo inconsciente” (1), de 1915, Freud subraya que la represión consiste esencialmente en un rechazo de la traducción. En este punto, se plantea el problema de cómo leer, cómo interpretar lo que tiene de intraducible aquello que escuchamos. Es lo que está en juego a la hora de leer un síntoma, precisamente. En efecto, en “RSI” (2), Lacan dice que el síntoma ex-siste al inconsciente (ese inconsciente que traduce todo mediante el fantasma) y que ese síntoma no cesa de escribir un significante amo por medio de una letra que lo traduce salvajemente. Esto significa que esa traducción es completamente arbitraria, que no respeta convención alguna, salvaje, de modo que leer la letra del síntoma es interpretarla sin traducirla. Ése es el lugar de la interpretación por el equívoco, en la medida en que el equívoco no traduce ni separa significantes, sino que fragmenta el significante por medio de la letra. Por eso, además, dice Lacan que el equívoco es nuestra única arma contra el síntoma.
Para finalizar, ustedes saben que, en los años ‘70, Lacan forjó una economía de los goces cuya dinámica es animada por los diversos modos de interpretar, de manera tal que ninguna interpretación –ni por traducción ni por lectura del equívoco– modifica directamente ese goce privativo del analizante que denominamos “goce de la vida”. Es el punto de la experiencia analítica en el que la traducción y la vida más se alejan entre sí. ¿Qué posición tomar con respecto a ese modo de gozar que no compartimos ni comprendemos? Creo que aquí cabe lo que Sontag sugería como el mejor modo de abordar una sensibilidad artística o literaria novedosa: no interpretarla, no traducirla, sino crear cierta “complicidad” con ella.
Notas:
(1) Freud, S.: “Lo inconsciente”, en Obras Completas, Tomo XIV, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1990.
(2) Lacan, J.: “El Seminario 22: RSI” (1974/5), Sesión 1, 10 de diciembre de 1974, inédito.