Si no sabe, hable. Y si sabe que no lo sabe…

Directorio-ChristianP1012092 copia2NOCHE DE DIRECTORIO: EL SABER EN LA ESCUELA, ENTRE FORMACIÓN Y TRANSMISIÓNEOL Sección La Plata, 23 de Marzo 2016

 

 

Christian Ríos

 

Antes que nada, quisiera agradecer la invitación a Eduardo Suárez y a los demás miembros del Directorio de la EOL, Sección La Plata. Es un gusto, para mí, estar hoy en esta mesa, compartiendo el trabajo con Fabián Naparstek y Diana Wolodarsky.  

A mi entender, el titulo del presente encuentro, «El saber en la Escuela, entre la formación y la transmisión», nos obliga a pensar no solo como se juega dicha noción, “el saber”, en dos dimensiones diferentes, la formación y la enseñanza -agreguemos en el marco de la Escuela-, sino también a indagar la articulación “entre” ambas dimensiones.

Vayamos a la formación. Indudablemente la cuestión del saber se encuentra en el centro de la formación del analista. Pero, ¿de qué saber se trata? ¿El saber que atañe a la formación concierne a un saber completo, a un saber que se adquiere de una vez y para siempre, un saber organizado a partir de un plan de estudio, horas de cursadas y correlatividades, un saber garantizado por un título profesional? ¿Dónde se dirige alguien que quiere ser analista? ¿A la UNLP, a la Facultad de Psicología de la UBA? ¿A los colegios profesionales?

Digamos que no… No existen programas de estudios, ni instituciones educativas que expidan el titulo de analista, tampoco colegios profesionales que funcionen como garante de nuestra práctica; el saber analítico se refiere al inconsciente, ya que Lacan define el inconsciente en términos de un saber. Se trata de un saber, en tanto articulación significante, que el sujeto no sabe que sabe; en este sentido la ignorancia es la condición del sujeto con respecto al mismo.

Considerando que el conocimiento es un saber que se sabe, un saber que remite al yo, notamos rápidamente que el saber inconsciente es de otro orden. En relación al saber inconsciente, el sujeto corre detrás de la cadena significante y sus actos, sus síntomas, sus lapsus, éstos están determinados y son efecto del discurso del inconsciente.

Pero, ¿dónde se aprende el saber inconsciente? Este saber no se adquiere por otra vía que no sea la del análisis. Es necesario hablar con un analista para pasar por la experiencia del sujeto del inconsciente. Ello implica el pasaje por un punto de no saber, de división entre lo que quiero decir y lo que digo.

El inconsciente como saber, se sitúa en relación a las formaciones del inconsciente, constituye un saber en tanto respuesta-tratamiento del real de la no relación sexual. Digamos: No hay relación sexual, hay formaciones del inconsciente.

A esta altura, debemos diferenciar el inconsciente como saber, del sujeto del inconsciente, para ubicar el saber que un sujeto puede extraer a partir del trabajo sobre su inconsciente.

Diferenciar el saber inconsciente, del sujeto del inconsciente, nos permite entender porque Lacan equiparó el discurso del inconsciente, no con el discurso analítico, sino con el discurso del amo.

En el discurso del amo el saber es quien trabaja, en tanto el sujeto se encuentra en el lugar la verdad, redefinido por Miller, en su seminario El Banquete de los analistas, como el lugar de la pereza, mientras que en el discurso analítico es el sujeto quien trabaja y el saber descansa.

En este sentido, el discurso del analista es un esfuerzo por salir del discurso del inconsciente, ya que trabajamos para liberarnos del S1, lo que supone estar al servicio del a, es decir hablar y dividirse.

Entonces, ¿qué aprende el sujeto del inconsciente –no el saber inconsciente– del trabajo realizado en el análisis? Miller nos dice:

«Se aprende a hablar bien. Lacan lo llama el bien decir. Además es la condición para ser analista, para saber manejar el bien decir de la interpretación. Es eso la formación profesional del analista: destinado a interpretar, debe aprender a hablar en su análisis. Y es que no hay analista sin análisis. Por eso su formación es su análisis, el cual consiste en aprender a bien decir e incluso lo que quiere decir hablar. Y por eso también Lacan caracteriza el final del análisis como saber asegurado. Al principio se está en el saber supuesto, al final se debe estar en el saber asegurado. ¿Un saber sobre qué? Sobre el decir mismo, sobre lo que se dice y lo que no se dice».(1)

Ubicado el saber desde dicha perspectiva, podemos delimitar la cuestión de la enseñanza, ya que esta dependerá de lo que el psicoanálisis enseña, a cada uno, en su propia experiencia analítica.

Aquí encontramos un contrapunto interesante con la ciencia, ya que la ciencia funciona bajo el postulado de lo enseñable a todo el mundo, en cambio el psicoanálisis se desarrolla, y transmite, a partir de aquello que únicamente puede decirse a uno solo.

Pero, ¿cómo enseñar lo que el psicoanálisis enseña? ¿Cómo trasmitir los resultados de la experiencia analítica, experiencia singular que opera en el plano del uno por uno?

En este punto, Lacan introduce su tesis sobre la transferencia de trabajo, tesis que debemos diferenciarla del trabajo de la transferencia, ya que este último se produce en torno al saber que exsiste en el inconsciente, y es puesto en marcha, y sostenido, por el amor al saber; se trata del saber supuesto. Por ello, Lacan nos habla del Sujeto supuesto Saber como el pivote de la transferencia. Ante el saber no sabido, se responde con el amor al saber, la transferencia y el trabajo que ello conlleva.

En cambio, cuando hablamos de la transferencia de trabajo, nos referimos al analista en función de enseñar, allí ya no se trata del saber inconsciente, sino de la trasmisión de un trabajo de uno a otro.

Agreguemos que hablar de transferencia de trabajo nos sitúa también en la perspectiva del final del análisis, ya que desde la orientación lacaniana, el final del análisis no tiene que ver con la identificación al analista, sino con el atravesamiento del fantasma, al menos en la etapa media de la enseñanza de Lacan, lo cual implica la caída del Sujeto supuesto Saber

Este movimiento no significa una vuelta a cero en la dimensión de la transferencia, sino un cambio en la relación al saber, pasamos del trabajo de la transferencia, cuyo eje es el saber supuesto, a la transferencia de trabajo que produce un saber expuesto. Movimiento que va del amor al deseo de saber.

La transferencia de trabajo es un momento de pasaje de trabajo. Miller señala que la palabra pase, que Lacan introdujo en el psicoanálisis para indicar un momento del final del análisis, ya está presente en este sentido primero del término transferencia.

En la misma línea, la transferencia de trabajo podría ser considerada una inducción. Si tenemos en cuenta que en el final del análisis hay un momento exductivo, es decir un momento de salida del análisis, la transferencia de trabajo, como inducción, es la forma de reconducir a ese sujeto de nuevo al psicoanálisis.

Por eso, este pase tiene dos aspectos, aquello que cae para cada uno en tanto la causa del horror al saber, la causa de la represión, pero también conlleva un aspecto positivo en cuanto a lo que se adquiere: el deseo de saber. La diferencia radica en que cuando ya no suponemos que el Otro sabe, en ese momento podemos trabajar, no para el saber, sino para saber. Ello implica que la transferencia de trabajo se dirige al no saber y, en ese sentido, apunta a saber que se hace con el S (A).

Para concluir, digamos que llegado el final, consintiendo nuevamente la inducción al psicoanálisis, vía la transferencia de trabajo, para un analista de la orientación lacaniana se encuentra el lazo con la Escuela, sostenida en la relación singular, y solitaria, que cada uno tiene con la causa analítica.

Retomando el título de mi trabajo, inspirado en el legendario programa de Roberto Galán “Si lo sabe, cante”(2), diría: si no lo sabe, hablé con un analista y cuando sepa que hay algo que nunca llegará a saber, trabaje con otros, en la Escuela para construir saber.

 

Notas:

(1) Miller, J.-A.: El banquete de los analistas, Paidós, Buenos Aires, 2011, pág. 95.

(2) Roberto Galán (1917-2000), argentino, locutor, cantante, conductor del ciclo televisivo exitoso “Si lo sabe cante”, 1968-1970.