Reducción lógica de un delirio. Comentario del caso «Una lógica del celibato», de Nicole Guey (1)

TERCERA ACTIVIDAD PREPARATORIA HACIA EL XI CONGRESO DE LA AMP: PSICOSIS ORDINARIAS Y LAS OTRAS, BAJO TRANSFERENCIA EOL Sección La Plata, 21 de marzo de 2018

 

 

 

Paula Vallejo

 

D., hombre de unos 30 años, llega al análisis “para descubrir una solución a sus fracasos amorosos”, cuya repetición constituye un enigma para él.

Antes del psicoanálisis ha probado otras cosas: la videncia, la búsqueda de talismanes y amuletos y la autoayuda para su timidez. Todo sin resultado.

La suposición con la que se dirige al análisis no es una suposición de saber sino la de poder “llegar a conocer a un alma gemela”. Pese a ello, aquello con lo que se encuentra D. es con el fracaso reiterado. “Cada vez que se declara… el Otro femenino lo rechaza y se ve enfrentado a una desestimación”.

Se señala en el caso que el interés del sujeto por una mujer se sostiene de algunos elementos que toma por signos. Se puede apreciar la dependencia absoluta que el sujeto mantiene con esos signos que provienen del Otro: “…no aparece ningún elemento del discurso amoroso… nada se perfila por el lado de lo que podría inscribirse como condición de amor”. Ni siquiera hay palabras de por medio. Podemos decir que su declaración, más que una elección, es una respuesta a esos signos. Son estos los que comandan su avance amoroso, en tanto portadores de una significación absoluta que lo alude y no le permite comprender por qué las mujeres lo rebotan.

Conviene recordar que el enigma, tal como lo señala J.-A. Miller al inicio de Los inclasificables de la clínica psicoanalítica (2), surge a partir de la imposibilidad de articulación entre significante y significado. El sujeto sabe que eso que lo interpela quiere decir algo pero no puede arribar a una significación, quedando vacío ese lugar. S->(…). Estamos allí ante otro fenómeno de lenguaje, producido por lo que podríamos llamar la forclusión del S2.

 

El Otro del goce

De la serie de once fracasos que refiere el sujeto –número que en sí constituye un detalle importante–, hay uno, el último, en el que D. ha estado más cerca de poder concretar un encuentro sexual y ante su imposibilidad ha llegado a percibir el goce del Otro como burla y engaño, motivo por el cual decide suspender sus experiencias.

La analista subraya que él sintió “haber estado imposibilitado de hacerla gozar”, vale decir que, con esta mujer –la única que parece haber respondido a su declaración amorosa– aparece un impasse en el momento en que se plantea la cuestión del goce sexual.

Parece que si hasta allí el sujeto quedaba un tanto perplejo, sin entender por qué lo rechazaban, es a partir de este encuentro fallido a nivel sexual que él empieza a circunscribir de otra manera su dificultad, con la elaboración de un delirio, que tal como señala Lacan, “…comienza a partir del momento en que la iniciativa viene de un Otro…”. (3)

El sujeto inicia entonces un trabajo de reconstrucción de la significación, cuya singularidad reside en el modo de tratamiento que él mismo efectúa de su delirio, al ponerlo a prueba con una lógica minuciosa, que manifiesta no sólo el rigor de su pensamiento sino también una posición ética.

 

La solución

Si tal como indicó Freud, el delirio es un intento de reconstrucción de la realidad, en el caso de D. esa reconstrucción toma como premisa la operación en lo real de su cuerpo para resolver el impasse en el que se encuentra. Este impasse no es otro que el que Lacan señala en «La significación del falo» (4), cuando postula que sin el complejo de castración que da acceso al falo como significación, el sujeto «no podría identificarse con el tipo ideal de su sexo, y ni siquiera responder sin graves vicisitudes a las necesidades de su partenaire en la relación sexual…». (5)

D. ve una noticia en la televisión acerca de que los hombres transexuales se operan para convertirse en mujeres e inmediatamente lo vive como una revelación y esa opción se le impone como una direccionalidad. Pasa así del enigma del amor a la certeza sobre su ser. Se pone en marcha una respuesta que la estructura le ofrece al psicótico: el empuje a la mujer como suplencia, ante la forclusión que ha hecho imposible la simbolización de lo sexual en el falo. La analista ubica aquí que es la palabra del padre la que comanda esa imposibilidad de representarse por la imagen fálica: «Mi hijo es un perdido… un marimacho no asumido». El significante «marimacho» rige el movimiento que empuja al sujeto al pasaje al acto, para «reparar en lo real esa condición de ´no del todo hombre´ con la que él mismo se califica. La autora señala la lógica del complemento en juego en esta operación, a diferencia de la lógica del suplemento que encontramos del lado del no-todo femenino, que apunta a la inconsistencia del Otro.

 

«Lo importante es la idea»

Si por un lado está el empuje a la castración en lo real sostenido en el delirio transexual, por otro lado, frente a “esa desavenencia interna” que representa la imposibilidad de “identificarse al tipo ideal de su sexo”, D. pone cierta distancia a lo real a partir de una idea: “No estoy del todo solo, estoy yo y yo mismo” (…) “Sólo yo puedo llenar mi soledad”. Cabe notar la escisión del yo que el sujeto manifiesta, que por un lado da cuenta de esa imposible identificación, pero por otro lado se convierte en el principio de una solución más viable para él. D. prosigue así en la vía de una solución delirante, en la que “aspira a poder ser en su existencia a la vez uno y otro sexo”, cual Tiresias moderno, que a falta de los dioses busca contar con el auxilio de la ciencia.

En este punto, una objeción da inicio a un sutil viraje en su posición, que si bien no detiene en un principio su decisión de operarse, sí la relativiza y finalmente, la hace caer. La objeción consiste en afirmar que aunque se convierta en mujer “no va a conocer al otro sexo en el acto sexual”, porque no le gustan los hombres. Es decir que su solución de operarse no le resuelve su aspiración a los dos sexos, que es la forma delirante en la que pretende hacer existir la relación sexual.

Lo interesante es que el sujeto procede con un rigor que le permite hacer del obstáculo un punto de apoyo para continuar con su elaboración.

 

El sueño

Un sueño que él mismo interpreta le posibilita “inscribir lo que intenta realizar: ser uno y otro sexo”. D. lee en este sueño que él, en una vida anterior, fue mujer. Vemos que la respuesta del inconsciente funciona como una revelación en lo real para él. Esta revelación lo impulsa a comunicar a la analista su decisión de dejar de masturbarse, tomada un mes y medio antes.

Me interesa ir paso a paso para seguir al sujeto en el camino de una lógica que le va permitiendo transformar el empuje a la mujer como forzamiento en lo real, en una solución singular donde se reestablece la dimensión temporal comprimida ante la inminencia del pasaje al acto.

La decisión de ignorar su sexo (“¿Para qué sirve?”) es el paso lógico previo y necesario para tener acceso al goce de la mujer. La feminización se ubica como respuesta a la irrupción de goce en un órgano que no ha podido ser negativizado para convertirse en falo. Pero ahora el sujeto afirmado en su lógica, no deja pasar ningún detalle. Al descubrir que los transexuales se caracterizan por haber tenido desde la infancia el deseo de cambiar de sexo, deduce que él no es transexual y así consigue separarse de esa identificación imaginaria que inició la secuencia delirante. A partir de aquí la idea delirante desaparece y ya no habla de cambio de sexo.

 

Una solución singular

“D. abandona la idea gracias a una deducción lógica, no dialéctica”. Pero la analista subraya que “aún persiste abierta la hiancia del enigma del deseo del Otro”, lo cual lo empuja a proseguir con su trabajo analítico. Si bien se aparta de los encuentros con sus semejantes, una propuesta de encuentro amoroso vuelve a poner de manifiesto la misma coyuntura para él, demostrando que “el goce que lo invade lo feminiza y que los elementos constitutivos del delirio siguen estando presentes». Pero esta vez puede formalizar muy rápidamente la secuencia y “nombrar” los momentos sucesivos de ese encuentro, que van de la ilusión a la decepción, marcados por ideas persecutorias de conspiración. Parece poder referirse a este “duodécimo fracaso” de manera más liviana y le da el estatuto de un sueño construido por él.

Considero que es un modo de servirse de la formalización que ha producido, con la cual ha conseguido reducir el delirio por medio de su trabajo lógico, y ha llegado a cernir el hueso de su padecimiento: “Por muchos psicólogos y psiquiatras que viera, hay un miembro de mi cuerpo que no me gusta”, (fi0).

D. se ha inventado un nombre: “soltero”, que, si bien “no alcanza a llenar la brecha de lo simbólico», le aporta una nominación imaginaria que lo representa ante los otros y le sirve de respuesta para evitar el encuentro con el Otro sexo, revelando allí su significación singular. Aunque debe poder introducir una distancia con los acontecimientos, cada vez, su trabajo de elaboración lógica le ha permitido alcanzar una nominación distinta a la del pasaje al acto, y enmarcar así lo que llama “el eterno atascamiento”, esa confrontación sin velo con el goce del Otro, que amenaza con poner en entredicho su posibilidad de sostenerse como ser sexuado.

 

 

 

Notas:

(1) Guey, N.: “Una lógica del celibato”, en El amor en las psicosis (dirigido por Jacques-Alain Miller), Paidós, Buenos Aires, 2008, págs. 105-114.

(2) Miller, J.-A. y otros: Los inclasificables de la clínica psicoanalítica, Paidós, Buenos Aires, 2003.

(3) Lacan, J.: El Seminario, libro 3, Las Psicosis, Paidós, Buenos Aires, 1997, pág. 273.

(4) Lacan, J.: “La significación del falo”, en Escritos 2, Siglo XXI editores, Buenos Aires, 1987.

(5) Ibid., pág. 665.