XXIV Jornadas Anuales de la EOL: Solos y Solas. Lo que dice y hace el psicoanálisis – Buenos Aires, 28 y 29 de noviembre de 2015
Trabajos presentados en Mesas Simultaneas
por Claudia Lázaro
¿Qué clase de sola fue Marie de la Trinité?
Fue un ser excepcional. Escribió una obra mística, testimonial de su relación con Dios, en más de cuarenta cuadernos que tienen enorme valor religioso y clínico. Además, está su correspondencia con sus directores espirituales y con los psicoterapeutas que la atendieron, sus cartas con Lacan.
En su congregación, fue la mano derecha de la madre superiora durante treinta años, maestra de novicias, participó en la redacción de la Constitución de las Dominicanas, orden que acababa de fundarse.
Inició una formación en psicoterapia para asistir a otras religiosas que padecían angustia, practicó en el hospital. Se contactó –especialmente durante su estancia en París, donde había ido a atenderse con Lacan– con autoridades de otras religiones. Tradujo la Biblia al hebreo.
Toda esta producción no da cuenta de que Marie de la Trinité vivía en una inmensa angustia. Desde el comienzo de su existencia, tuvo un lazo difícil con los otros.
Nacida en una familia rica y católica fue la más joven de los hermanos. Según sus observaciones, su familia era “todo amor” (1). Ella sentía que no entraba en el marco de ese cuadro. Las demandas maternas eran vividas como una exigencia de perfección asfixiante; esa ley, llegó a ser de hierro. La primera infancia estuvo marcada por un síntoma fundamental para leer su caso, según la interpretación de Lacan: los caprichos.
En medio de un clima de amor, recursos materiales, culturales y espirituales, Marie de la Trinité tenía caprichos que desentonaban en el ambiente familiar. Se tiraba al suelo, gritaba, se negaba a hacer lo que le pedían. La madre la hacía ir a la cama hasta el día siguiente. Así, recobraba la buena forma y la calma.
Este síntoma infantil, se pone en serie con la interpretación de Lacan cuarenta años después: “Usted tiene un problema de obediencia” (2). Según Marie de la Trinité, este análisis le permitió comprender que se puede obedecer… con matices, que no es necesario obedecer en todo, lo que le produjo un enorme alivio. Se comprometía siempre con votos de obediencia hacia sus consejeros espirituales. Sus decisiones, estaban mediadas por el Otro con el que se podía enfrentar, discutir, pero no desobedecer. Ese lazo, la obediencia, era una “suplencia” que supo inventar y que le permitió armarse una vida y una filiación.
La obediencia es un tipo de lazo sintomático, donde predomina la alienación al Otro. Si el sujeto obedece, desaparece –subsumido en la voluntad del Otro–, si se rebela, sale del voto y por lo tanto peligra la filiación; se reduce a nada.
En esa báscula, Marie de la Trinité construyó su vida. Que el análisis con Lacan le haya permitido introducir el “no-todo”en una existencia que se desarrolló entre la producción, el servicio y una inmensa angustia, es un excelente saldo.
La oración fue un recurso del que Marie de la Trinité se sirvió desde la infancia para paliar la angustia y el sentimiento de estar en falta radical, de no estar a la altura de la existencia. Ante semejante desvalimiento, la oración fue un alivio. Con ella, salía de la “vergüenza y la angustia” (3).
Quiso ser Carmelita y dedicar su vida a la oración. Pensó que su misión como religiosa, el servicio que podía prestar a la Iglesia, sería dedicar la vida a rezar a Dios.
No pudo hacerse Carmelita. Un mal encuentro lo impidió. Su madre y su consejero espiritual –con el que había hecho votos de obediencia– no le permitieron cumplir su deseo y la orientaron a hacerse Dominicana.
Sobre este punto, J.-A. Miller en su texto –“Marie de la Trinité…”(4)‑ ubicó el efecto aplastante que tuvo el poder de la jerarquía eclesiástica que no le permitió seguir su vocación por la oración.
Durante el año 1942 Marie de la Trinité recibió diversas palabras como: “Que sólo yo, tu Padre, te baste”, “Resérvate toda para mí, te necesito toda” (5). El conflicto, la angustia por no cumplir este llamado, fue inmensa y la llevó a solicitar a su director, permisos para responder a una vocación “absoluta”. (6)
La escritura de sus cuadernos ha sido otro recurso fundamental para el sujeto. Cuando el Dr. Nodet, psicoanalista, le dice que ella es una neurótica grave y distorsiona sus vivencias, ella deja de escribir porque considera que su testimonio, como enferma, no tiene valor “para no mezclar las gracias recibidas con las ilusiones introducidas por la enfermedad”. (7)
El resultado de esta detención de la escritura fue catastrófico: Marie de la Trinité cayó en “una gran dispersión de espíritu y en diversas miserias” (8). Salvo por un pequeño grupo de personas, esos cuadernos permanecieron ignorados por su entorno. Lacan retuvo uno de ellos. Ya mayor, Marie de la Trinité dijo que consideraba que esos escritos eran muy importantes, tanto o más que los de Santa Teresa o San Juan. No pensaba en su publicación. Su misión era la oración, los Carnets, el testimonio de las gracias.
La obediencia a sus superiores le aseguraba un lugar en el Otro, una familia religiosa, una “filiación” en Cristo que era como ella entendía el ejercicio del sacerdocio. La obediencia a Dios, era aún más absorbente: las palabras escuchadas requerían una atención absoluta, que la ponían al borde de la desesperación por la imposibilidad de cumplir con esa dedicación completa. Esa tensión del lazo de obediencia le permitió a Marie de la Trinité posponer la reunión mística con Dios, sostener su filiación en la tierra, y poner un obstáculo al amor divino que la inundaba con su abrazo.
Por indicación de Lacan escribió el relato del tratamiento medicamentoso y la internación, de los que salió en un estado de vacío subjetivo, de estrago, imposibilitada de rezar.
Luego de haberla recibido por casi cuatro años, ante un nuevo pedido de sesiones, Lacan le dice que no tiene turnos. A partir de esa negativa, ‑según ella‑ pudo reconstruir desde cero, su camino sola.
El caso tiene muchos matices: sus escritos, sus síntomas alimentarios, los lazos tensos con sus hermanas de la Congregación, los conflictos con sus superiores.
Los últimos diez años de su vida fueron solitarios, en una casa que la Congregación había dejado. Pudo dedicarse a la oración, encontró la paz que buscaba. Sumergida en el abrazo celestial, ya no estaba sola.
Notas:
(1) Sanson, Ch.: Marie de la Trinité, de la angoisse a la paix, Ed. du Cerf, Paris, 2005, pag 36. (traducción propia).
(2) Marie de la Trinité: Carnets. I. Les Grandes graces, Ed. du Cerf, Paris, 2009, pag. 45.
(3) Op. Cit. (1), pag. 33.
(4) Miller, J.-A.: “Marie de la Trinité”, Quarto Revue de psychanalyse n° 90, Ecole de La Cause Freudienne.
(5) Op. Cit. (2), pag.33.
(8) Op. Cit. (2), pag.91