por José Matusevich
En la conferencia que dio Jaques A. Miller en el último congreso de la A.M.P., donde propuso el tema para nuestro próximo congreso en Río de Janeiro, situó el cuerpo en el registro de lo real y lo caracterizó como “el misterio del cuerpo que habla”.
El cuerpo en el registro de lo real, ¡qué sorpresa! Estaba acostumbrado a pensarlo en lo imaginario tal como aparece en El Seminario 23.
Miller nos da la pista de cómo entrar en ese misterio: primero con Descartes, no con el famoso “cogito ergo sun”, sino con la relación del alma y el cuerpo; segundo con las “Meditaciones Cartesianas” de Husserl y “Lo Visible y lo invisible” de Merleau-Ponty.
La enseñanza de Lacan estuvo marcada por el debate con Descartes que podemos resumir en: 1) el pensamiento es inconsciente y articulado en una cadena de significantes, el sujeto es efecto de ellos, 2) en tanto ningún significante puede significarse a si mismo hay “falta en ser”, 3) el saber sobre el objeto recae en el inconsciente, que por lo tanto sostiene el dualismo sujeto-objeto.
Husserl, que es crítico del método cartesiano, propone la epojé (la suspensión de todo juicio sobre la realidad) como método de la fenomenología. Es por eso que puede romper con la idea de que el sujeto encuentra el saber en el objeto, y proponer que la conciencia (que no creo que sea lo opuesto al inconsciente en él), crea a lo largo de una vida el objeto que llama “objeto intencional”. Y primero de todo realiza la síntesis que le da identidad, a aquello que se nos presenta en la experiencia de la cosa en sí.
Parte de la experiencia sensible para una ego cogito, suspende todo juicio sobre la realidad exterior a esa conciencia para construir desde ella el objeto intencional.
En El Seminario Aun, en el capítulo “La rata en el laberinto”, Lacan dice: “Lalengua nos afecta primero por todos los efectos que encierra y que son afectos”. Desde esta perspectiva no cabe duda que el método fenomenológico es casi igual al psicoanálisis de la última enseñanza de Lacan. Pero no totalmente igual, ellos parten del ego percipiens, nosotros de “un cuerpo que habla”.
Sin embargo hay dos cuerpos diferentes: el real y el imaginario-simbólico; Miller lo dijo así: “En ellas (Las meditaciones cartesianas), se distingue, con una expresión preciosa, los cuerpos físicos, entre ellos los de mis semejantes y, por otra, mi cuerpo”. Para mi cuerpo introduce un término especial. Escribe: “encuentro en una caracterización singular mi carne, meinen Leibe, o sea, lo que no es un simple cuerpo sino, ciertamente, una carne, el único objeto dentro de la capa abstracta de la experiencia al que asigno un campo de sensación a la medida de la experiencia… la carne se distingue de lo que son los cuerpos”.
Muchas son las consecuencias que se pueden extraer, pero siguiendo la conferencia voy a extraer sólo dos: la primera, hay dos goces, el de la carne y el del cuerpo; la segunda, el de la carne y el de lalengua; la apalabra (palabra vacía) corresponde al sinthome, y la del cuerpo al escabel.
Merleau-Ponty en Lo visible y lo invisible escribe: “Antes de conocer la ciencia del cuerpo –que implica la relación con los demás– la experiencia de mi propia carne, como ganga de mi percepción, no se origina en cualquier lugar, que emerge en el retiro de un cuerpo.”
Nosotros podemos decir que la carne es la ganga que queda cuando encontramos el “sentido opaco del síntoma”.
Por eso si miramos desde el borde de la experiencia de lo femenino podemos ver los dos goces, el de la carne y el del cuerpo como fálico, en tanto eso es lo no-todo que Lacan ubicó a partir de ellas.
Para releer El Seminario 20 desde esta perspectiva y sacar alguna consecuencia sobre cambios en la forma de abordar la experiencia, debo recordar que en Aun Lacan habla todavía de ser hablante y que luego al sustituir el inconsciente por el parlêtre, realiza la operación que muestra cómo el ser es efecto de la palabra y no al revés.
Entre los capítulos “Aristóteles y Freud: la otra satisfacción” y “Dios y el goce de La mujer”, Lacan da los pasos necesarios para construir su famosa lógica de la sexuación.
Él, primero rectifica su seminario sobre la ética, al situar la otra satisfacción que se satisface a nivel del inconsciente y que el goce de ella tiene como soporte el lenguaje.
También escribe: “… esa otra satisfacción que les hablaba… la que se puede discernir por surgir ¿de qué? de los universales, el bien, lo verdadero, lo bello” (lo que podríamos resumir con la palabra madaquin que Lacan crea en El Seminario 23).
En el capítulo siguiente ubica la otra satisfacción como la satisfacción de la palabra, ella es la que responde al goce fálico.
Justo antes de situar el goce femenino como suplementario Lacan escribe: “Ahora, el goce del cuerpo, si no hay relación sexual, habría que ver de qué puede servir”.
Tomo esta frase como una interrogación que intentaré contestar. Para eso tomo lo que escribió debajo de las fórmulas de la sexuación.
El partenaire síntoma del hombre es el objeto a que está del lado de La mujer barrada y el partenaire de la mujer es el Falo. El hombre falla a la relación sexual por buscar en su partenaire síntoma el objeto que lo ata al fantasma, y la mujer por buscar el Falo se “devasta”.
El goce de la mujer es esencialmente el goce de la carne, está fuera del significante y por lo tanto fuera del género, es sin partenaire y solipsista, la flecha que se dirige al S(A). Es por eso que la mujer muestra el goce del sinthome y el escabel el goce fálico.
Para concluir: 1) el goce femenino, es el antecedente del goce del sinthome, la época lo muestra a través del estallido del género. 2) La experiencia analítica no puede orientarse por el goce fálico, sino vaciándolo y así podrá hacerse con el goce de la carne un escabel a su medida.