
¿Qué es ser lacaniano?
“Ser lacaniano es tener que arreglárselas siempre, en definitiva, con un problema de articulación – para decirlo simplemente – entre la libido y lo simbólico”. (1)
Ese problema se constituye como tal a partir de la perspectiva eminentemente práctica que funda la matriz de referencia del trabajo de Lacan: la pareja analista-analizante.
Cada caso implica un problema de articulación entre libido y simbólico. Y el analista, en el banquillo cada vez, debe jugar sus cartas caso a caso.
A lo largo del curso, Miller recorre las distintas soluciones teóricas que Lacan construyó para ese problema y sus incidencias a nivel de la dirección de la cura. Ese recorrido le permite situar la transformación mayor que Lacan plantea a partir de su trabajo en El Seminario, Libro 20, abriendo la puerta a la perspectiva con que aborda su última enseñanza.
La solución que Lacan plantea allí va a poner en primer plano la íntima relación entre libido y simbólico. A partir de plantear que el significante produce goce, se corporiza, el Otro es el cuerpo, por lo que la diferencia de los sexos se encarna en modos de gozar propios de cada sexo, lo que plantea en términos de “fórmulas de la sexuación”.
Brevemente: del lado masculino – no es por el género ni por la anatomía-, Lacan va a ubicar al goce fálico. Un goce limitado, localizable en una zona del cuerpo, zona erógena recortada y articulada por la acción significante. Podemos reconocer allí al síntoma en todas sus versiones, tanto en su faz disruptiva, sufriente, como en su cara funcional. Goce articulado a un objeto que obra como el fetiche, que se va a buscar en el Otro para alcanzar una satisfacción que en sí misma, no tiene necesidad de la palabra.
Del lado femenino, va a ubicar un goce suplementario al goce fálico, que lo desborda, no localizable en un lugar del cuerpo y -en ese sentido- infinito. Y en línea con la conceptualización freudiana, estrechamente articulado a la palabra de amor del Otro. Goce con un estilo erotómano, que requiere que el objeto hable para hacerse presente, que hable de amor. Si no lo hace, el sufrimiento correlativo a ese modo de goce también puede hacerse infinito, estragante.
Adicciones
En el contexto de la construcción de la “teoría del partenaire” (2), Miller desarrolla por qué, si la pareja esencial del sujeto es algo de su goce, entonces la pareja sexual es contingente. Esta seduce si se percibe en ella el tipo de saber que responde a la no relación sexual, seduce por su síntoma. El amor, lo que permite revestir el plus de gozar, se produce cuando se encuentra en la pareja “lo que marca en cada uno la huella de su exilio de la relación sexual”. (3) Preciosa sutileza.
Allí donde el ser humano no encuentra el objeto a la medida de su satisfacción completa, donde la relación sexual falla, la cultura actual, desde hace años, todavía se propone colmarla con mercancías producto de la tecnología, apuntando a dejar de lado cualquier otra solución posible. Podemos ubicar allí la función estructural del objeto de consumo en el capitalismo hipermoderno.
El objeto que entra en esa función, y el funcionamiento “locamente astuto” (4) del capitalismo tiende a que todo, sin excepción, marche hacia allí. El objeto fetichizado, no importa cuál sea, por la lógica misma del funcionamiento que lo soporta, reduplica la insatisfacción estructural y empuja al parlêtre que se engancha a ese circuito a una búsqueda, a un desplazamiento agotador que termina por consumirlo, transformándolo en el verdadero objeto de consumo.
En ese montaje que se mantiene constante -el gadget en el lugar de la falla-, podemos situar desde las distintas sustancias embriagadoras que se multiplican más allá de lo que la ley pueda reconocer o sancionar y que encuentran su extremo en la toxicomanía, hasta los distintos objetos o prácticas a los que puede engancharse compulsivamente la búsqueda de satisfacción de cada quien –pensemos en las compras o en el juego, por ejemplo-. “Antiamor” propone Miller, para las prácticas que prescinden “del partenaire sexual y se consagran al partenaire asexuado del plus de gozar, sacrifican lo imaginario a lo real de este” (5), es necesario reconocer las formas en que eso se modaliza, es decir las diferentes consecuencias a nivel subjetivo de los anzuelos de esa fábrica de insatisfacción.
El efecto del montaje, es una separación entre el cuerpo y las palabras que rechaza el inconsciente y el tratamiento vía la transferencia, un desafío mayor para nuestra práctica.
Objetos que “hablan”
En los últimos tiempos ganó impulso la otra vertiente que se produce en esa separación. Ya muy presente en el fenómeno de las redes sociales, la expansión de lo que se ha llamado “inteligencia artificial” constituye un despliegue de palabras sin cuerpo que nos plantea nuevos interrogantes y desafíos.
En el marco de esta exploración inicial, me sorprende una frase de Lacan en las Jornadas de estudio de la Ecole Freudienne de Paris, en junio de 1975. Allí habla de la relación entre la regla fundamental y el principio del placer; al que define como el principio de atemperar, de obliterar la excitación.
Eso implica cierta “astucia”, dice, que consiste en no poner el acento sobre el goce. Y agrega: “el principio del placer es el de no hacer nada… Y el mejor certificado de inteligencia que pueda darse a alguien, es el de lograrlo en alguna medida.” (6)
Una definición que apunta a una dimensión diferente a la que señala el diccionario: la de las capacidades de cada uno y a partir de la cual cabe preguntarse si la inteligencia artificial es la inteligente. El Chat GPT trabaja mucho, para que nosotros lo hagamos menos, el no hacer nada queda del lado de los humanos.
Ese no hacer nada implica cierta anestesia – con su efecto embriagador – en su objetivo de obliterar la excitación ¿Cómo retorna el goce que queda fuera en ese no hacer nada?
En la cultura, como sentido. No deja de suponérsele un goce a la IA que habilita las peores fantasías. La inteligencia artificial, la mejor hija de la mente humana, la que puede llevarnos más allá de nosotros mismos y nuestros límites, podría volverse nuestro propio verdugo. Se imagina que todos los trabajos se ven amenazados por este nuevo gadget, capaz de realizar terapias vía chat – que obtienen reseñas positivas porque los pacientes no se sienten juzgados por lo que dicen -, notas periodísticas, diseños, etc. Todo el trabajo humano podría volverse prescindible.
Varias notas publicadas en el periódico New York Times, me permiten reconocer otra vertiente del goce que puede producirse con ella: los enamoramientos que generan los intercambios con el Chat GPT. (7)
Por medio de instrucciones “es fácil convertirlo en un sensual conversador” al Chat. Al extremo que una de ellas acude a una cita con él, sabiendo que él no va a ir, sabe que se trata de un programa informático, aunque conservando alguna inexplicable esperanza. La protagonista enfatiza que no fue engañada – por el Chat al menos- pero, aun así, no puede evitar ir al encuentro.
Volvemos a encontrar el gadget en el lugar de la falla, obturándola y al mismo tiempo reproduciéndola, esta vez en una versión más femenina, con un estilo erotómano.
La pregunta clave es ¿con qué instrumentos respondemos hoy en la clínica?
Lacan establece tempranamente en su trabajo los instrumentos estructurales de la acción del analista: “El psicoanálisis no tiene sino un médium: la palabra del paciente…Ahora bien, toda palabra llama a una respuesta… ese es el meollo de su función en el análisis” (8), es decir, es la respuesta del analista a la palabra del paciente lo que hace que un análisis sea tal.
“¿Por qué permanece el psicoanálisis, por qué perdura?” (9) se pregunta Miller, “por el acceso que brinda a lo real de la existencia”, se responde. En un mundo alborotado por pantallas, palabras robotizadas, fake news, avatares cada vez más difíciles de distinguir de las personas reales, esta orientación es esencial.
Lo real de la existencia. En el texto de Lacan que tomamos previamente va a plantear que “en el enunciado de la regla fundamental se apunta a aquello acerca de lo cual el sujeto esta menos dispuesto a hablar, a saber, de su síntoma, de su particularidad” y agrega, “el síntoma es la particularidad, en la medida en que nos hace, a cada uno, un signo diferente acerca de la relación que tenemos en calidad de parlêtre, con lo real”.
Y continúa, “la regla quiere decir que vale la pena vagar por toda una serie de particulares para que algo de lo singular no sea omitido”. “Lo singular es eso, un destino. El psicoanálisis es la búsqueda de ese encuentro que no siempre es, ni obligatoria ni necesariamente, una felicidad. Pero está claro que cuando proponemos la regla fundamental, hacemos referencia al síntoma en la medida que ésta perturba el principio del placer, su enunciado consiste en hacerle notar al que viene a demandarles algo que es necesario que haga un esfuerzo, sudar un poco, para hacer algo juntos, la cosa no marcha si no se llega a lo que displace”. (10)
Es con la palabra del paciente como medio, como el instrumento que señala y vela el lugar donde poder producir ese forzamiento del sentido que pueda hacer lugar a lo que displace, con el uso singular de las palabras que puede hacer el analista es posible hacer el espacio en el que cada uno puede encontrar el límite, más allá del cual el uso de la tecnología puede dirigirse a lo peor.
* Miller, J.-A.: “¿Qué es ser lacaniano?”, El partenaire síntoma, Paidós, Buenos Aires, 2011, pág 31.
Notas:
(1) Miller, J.-A.: El partenaire síntoma, Paidós, Buenos Aires, 2011, pág. 47.
(2) Miller, J.-A: El Otro que no existe y sus comités de ética, Paidós, 1988, pág. 294.
(3) Lacan, J.: El Seminario, Libro 20, Aún, Paidós, Buenos Aires, 2014, pág. 175.
(4) Lacan, J: “Conferencia en Milán” 1972, inédito.
(5) Op. Cit. (2), pág. 295.
(6) Lacan, J.: “Sólo vale la pena sudar por lo singular”, Revista Lacaniana de psicoanálisis Nº 32, Publicación de la Escuela de la Orientación Lacaniana, Grama, Buenos Aires, 2022, pág. 10.
(7) https://www.nytimes.com/es/2025/01/17/espanol/negocios/romance-chatgpt-inteligencia-artificial.html
(8) Lacan, J.: “Función y campo de la palabra y el lenguaje”, Escritos 1, Siglo XXI Editores, Buenos Aires 2005, pág. 237.