Preguntas del Blog – Responde Paula Vallejo

Paula2Grupo de investigación: «Mujeres frente al espejo; nuevas virilidades»

Hacia VII ENAPOL: El imperio de las imágenes 

 

Blog de la Sección: ¿Qué cambios podemos localizar en la relación de las mujeres con el semblante y el velo, bajo el imperio de las imágenes? ¿Cómo incide en relación a las condiciones de la operación analítica?

 

Paula Vallejo: Para ubicar lo que cambia, me parece necesario situar cuál es la función que tienen estos conceptos en la clínica psicoanalítica.

Un ejemplo de velo es el fantasma, en tanto es una pantalla que da acceso a lo real y a la vez es una defensa frente a ese mismo real. Podemos ubicar la función del velo en el fantasma como la que al mismo tiempo impide y permite cierta relación con lo real.

También podemos considerar –como lo hace Miller– que el velo es el primer semblante y que su función esencial apunta a hacer existir algo allí donde no hay nada. Tal vez por eso, se puede afirmar que el semblante y el velo son dos conceptos que se articulan especialmente en la clínica con mujeres.

En esta perspectiva, merece destacarse la mascarada femenina, noción creada en los años treinta por Joan Rivière, discípula y paciente de Freud. La mascarada es concebida por Lacan como un semblante propio de la sexualidad femenina, en el momento en que elabora la clínica del falo. Esta mascarada, cuya función tiene afinidad con la del velo, resulta fundamental en el juego amoroso porque la asunción de una mascarada es lo que le permite a la mujer encarnar un objeto de deseo para el hombre, protegiéndola, al mismo tiempo, de quedar expuesta como objeto de goce. Por ello la mascarada posee un carácter fetichista, un aspecto de señuelo para atrapar el deseo masculino.

La mascarada, como todo semblante, supone la operación de la castración y podemos situarla como índice de una distancia que el sujeto mantiene con respecto a la castración, distancia que le permite un cierto juego. En ese sentido, su ausencia o la adopción de una forma bizarra (excesiva o discordante), puede ser –no siempre– un signo de forclusión fálica.

Aunque Lacan dice que la mujer “pierde todos sus atributos en la mascarada”, aludiendo a que queda separada de lo propiamente femenino al prestarse a ese juego de semblantes que le permite soportar el lugar de causa de deseo, señala que ésta es imprescindible para colocarse en una posición femenina frente al deseo del hombre, vale decir, para consentir al fantasma masculino.

Eric Laurent ha subrayado que el buen uso de la mascarada tiene que ver con poder hacer un uso de ella en la comedia de los sexos, pero sin creérsela demasiado, vale decir, estando advertida de que detrás del velo no hay nada, que el velo no es sino una máscara de la nada. En esta perspectiva, un psicoanálisis debería poder conducir a una mujer a hacer un uso de la mascarada, a servirse de ella; una forma de saber hacer con eso que le permita poder sostenerse en la experiencia de amor y deseo con un partenaire.

Lo que encontramos en la clínica contemporánea nos enfrenta con cuestiones para las cuales no alcanza el saber que nos aporta la enseñanza más clásica de Lacan. Las formas de presentación del síntoma han variado, y ya no encontramos tan fácilmente las configuraciones propias de la clínica del Edipo, en la que la identificación constituía el instrumento indispensable para poder sostener una posición sexuada, tal como Lacan proponía en “La significación del falo”. Las nuevas presentaciones sintomáticas denuncian insistentemente la caída de los semblantes fálicos para hacer con el amor, el deseo y el goce. ¿Qué viene a ese lugar? Esa es la perspectiva que estamos investigando en el grupo de trabajo hacia las conversaciones del ENAPOL VII.

Por lo pronto, y retomando la pregunta inicial, podemos afirmar que efectivamente la relación de las mujeres con el semblante y el velo ha cambiado. Hoy se aprecia un empuje a la realización de lo que antes se mantenía en el plano del semblante, del juego entre los sexos, con efectos que muchas veces derivan de la crudeza de un encuentro entre los cuerpos sin que la subjetividad de los partenaires forme parte del mismo. Un empuje al goce sin mediación caracteriza a nuestra sociedad contemporánea. La proliferación de imágenes que no llegan a localizar el goce viene al lugar de una ausencia, como una suerte de suplencia imaginaria que busca amarrar el cuerpo al yo, sin pasar por el lenguaje. En este movimiento, se produce una generalización de la angustia, que las imágenes a duras penas logran disimular. Al mismo tiempo, lo que se pierde es la posibilidad de contar con el sujeto del inconsciente. Por supuesto que esto no es sin consecuencias para la operación analítica. El discurso analítico puede tocar algo de lo real en tanto este depende de la función del semblante. Si como afirmaba Lacan, “el goce sólo se interpela, evoca, acosa o elabora a partir del semblante” (1), le queda al psicoanálisis la función de restablecer el valor del semblante reubicándolo como portador de un saber hacer con la no relación sexual, capaz de conducir a hombres y mujeres a un modo de vivir la pulsión que no prescinda del estilo singular de cada quien. Así, en el imperio de las imágenes, el psicoanálisis apuesta por el semblante para producir un movimiento contrario al empuje de la civilización, un movimiento de lo real a lo simbólico que permita alojar al ser hablante dando lugar al pasaje de la angustia al síntoma. En esta vía  hay que recordar lo que Laurent señaló en Valencia en ocasión de las Jornadas de la ELP, en el 2009, respecto de la necesidad de renovar una interrogación que nos conduzca a pensar cómo hacer un uso nuevo del analista en posición de semblante, más afín a nuestra época y a sus demandas al discurso analítico.

 

 

Notas

(1)Lacan, J.: El Seminario: libro 20, Aún, Buenos Aires, Paidós, 1985, pág 112.

 

Bibliografía

Lacan, J.: “La significación del falo”, en Escritos 2, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2008.

-Lacan, J.: El Seminario: libro 20, Aún, Buenos Aires, Paidós, 1985.