PRIMERA NOCHE DE BIBLIOTECA: ¿QUÉ TRADUCE EL TRADUCTOR? –EOL Sección La Plata, 27 de junio de 2018
Silvina Molina
“Lo cierto es que pienso y escribo musicalmente.
No sé qué significa eso. ¡Palabra que no tengo la menor idea!”.
Objeto Satie, María Negroni
¿Qué se traduce cuando se traduce? Fue la pregunta que me causó a participar de esta noche de biblioteca. Una frase sola, suelta. Una afirmación vestida de pregunta. Algo se traduce, algo pasa de un lugar a otro, claro que sí, pero…¿Cómo decir eso que pasa cuando pasa? Y si algo pasa, aunque de presencia inadvertida en la pregunta, es porque hay un traductor haciendo su hazaña.
Estoy muy contenta de que hayan organizado una noche alrededor de la traducción, de los traductores. No debemos olvidar que es gracias a la generosidad de estos que podemos disfrutar de grandes libros sin la necesidad de saber otro idioma, gracias a esos “lectores que escriben lo que leen” (1). Ellos están ahí en cada libro aunque sean invisibles para la gran mayoría. De hecho, basta con pensar si cuando vamos a leer algún libro de un autor extranjero lo compramos por el traductor, o si lo primero que hacemos es ver quién lo tradujo y leer sus notas.
Bueno, para comenzar quisiera contarles una anécdota. Un gusto por las lenguas extranjeras me habitó desde siempre. Desde muy pequeña estudié inglés y francés. Pero sólo fue mucho tiempo después, y gracias a mi análisis, que pude usar este gusto de un modo nuevo, renovarlo. Así un día me animé a traducir en un idioma que no había estudiado en un instituto y que solamente lo conocía por el tiempo en el que viví en Brasil y por un par de meses con una profesora carioca.
Mi primera traducción fue para Scilicet, que ese año estaba a cargo de Gerardo Arenas. Me llegan los artículos, la fecha de entrega, y un archivo de word que era un instructivo sobre “cómo” traducir. ¡Estaba tan nerviosa! Seguí al pie de la letra sus instrucciones, ya había revisado esos tres artículos infinitas veces, y cuando se los envío a Gerardo, éste me responde: “Silvina, ya las revisé, y quiero saber si le das el Ok a las modificaciones sugeridas, que están señaladas en amarillo”. Entusiasmada abro el archivo… estaba casi todo en amarillo.
Si traigo a colación esta anécdota, no es solamente para agradecer a Gerardo Arenas, sino porque ésta me permitió entender una idea de Ricardo Piglia, desarrollada en una Conferencia que dictó en San Pablo titulada Romance e tradução, donde afirma que “el traductor es aquel que mejor conoce la lengua a la que traduce” (2). Inmediatamente después de darle el Ok. a Gerardo, comencé a estudiar español y a pasar la mayor parte de mi tiempo traduciendo.
Para que se entienda, quiero compartir un ejemplo que ubica Ricardo Piglia al respecto en la conferencia antes citada. Éste cuenta que la traducción al chino del Quijote (manuscrito árabe) es realizada por Lin Shu y su ayudante Cheng Jailin. Lo simpático de ésta historia, es que Lin Shu no conocía ninguna lengua extranjera y que, por lo tanto, fue su ayudante el que todas las noches le contaba un episodio y, desde su relato, éste traducía.
En esta conferencia, Ricardo Piglia, propone que existe una afinidad entre la traducción y la novela. explica que la palabra novela deriva de la palabra romanzar que significa traducir, “traducir del latín a las lenguas vulgares” (3). Quizás me interesó este detalle porque vengo estudiando los alcances de la interpretación, y porque me permite pensar que, si partimos de la idea de que interpretar es traducir, podríamos ver claramente ese parentesco que hay entre la novela y la interpretación.
Tal vez podemos imaginar al analista, de los inicios, como Lin Shu, escuchando en cada sesión un episodio más de la novela del paciente, traduciendo esa lengua extranjera que es cada analizante, sin conocer nada de la misma.
Pero ¿por qué haría tal cosa el analista? ¿Traducir? ¿Para qué? Si se supone que el analista es aquel que sabe acerca de la (im)posibilidad de traducir. O, ¿acaso el analista no es aquel que se ha encontrado con aquello que dice el poeta de que “O único sentido íntimo das cousas/ E elas no terem sentido íntimo nenhum” (4)? O, en términos Lacanianos, ¿el analista no es aquel que se dio cuenta de que no hay relación entre S1 y S2 y que en todo caso es la escritura de la novela la que encuentra distintas traducciones/interpretaciones a pesar de saber que ya no se encontrará ningún sentido último?
Traducir sí, hasta donde eso sea posible o hasta alcanzar lo imposible de traducir, como mejor les suene. Se trata como dice Antonio Machado de una “incurable tendencia a la otredad que padece lo uno” (5) que, por supuesto, sostenemos por largo tiempo, pero que es importante reconocer sus límites. Samuel Beckett, por ejemplo, era taxativo al respecto. Él se negaba a traducir algunos de sus escritos afirmando que no estaba dispuesto a perder lo más importante.
Pero ¿qué es eso que Beckett no está dispuesto a perder?
Aunque no sea un aspecto muy considerado de este escritor/traductor, Samuel Beckett era un gran músico, un pianista dotado. Estudió desde pequeño, se enamoró de mujeres que tocaban el piano, y su obra está plagada de referencia musicales. Es más, escribe una pieza radiofónica a la que titula Words and Music, que es musicalizada por Morton Feldman.
Este escritor musical le escribe a su amigo, Axel Kaun, una carta en la que afirma que buscaba lograr con la literatura aquello que “la música había conseguido con los silencios y las pausas” (6). A medida que avanzó en su escritura fue restando palabras y significados para agregar sonidos. Sus personajes hablaban cada vez menos. Con esta idea escribió “Palabras y Música”, pieza en la que solo participan tres personajes, Palabra, Música y Croak (graznido).
Samuel Beckett le dice a Morton Feldman: Lo que me interesa desde hace tiempo es pensar la música y las palabras, unir la música con las palabras. Así, a lo largo de su obra, fue interesándose mucho más por los sonidos y los ritmos de las palabras que por lo que ellas significaban.
Bueno, vuelvo a esta noche, como es de biblioteca me pareció que podía compartir con ustedes la bibliografía que he leído para esta ocasión. Consulté algunos textos “clásicos” y otros más actuales sobre el tema. Todo lo que me iba encontrando acentuaba más la imposibilidad de traducir, lo que se pierde cuando se traduce, lo que no se traduce, pero casi nada había alrededor de ese ¿qué? que me habían lanzado.
Comencé por textos de Derrida, “Teología de la traducción” y “Carta a un amigo japonés”, luego leí a Walter Benjamin “La tarea del traductor” y a Octavio Paz “Traducción: literatura y literalidad”, también consulté ensayos sobre Borges como traductor, pero… casi sin darme cuenta ya estaba nuevamente en el campo de la poesía, leyendo a Julio Cortázar, a Roberto Juarroz, a María Negroni, a Laura Cerrato… Después de todo, ¿“cómo” decir eso que pasa cuando se traduce psicoanálisis, sino es por un esfuerzo de poesía? Tal vez ésta tendencia a deslizarme hacia lo poético no solamente tiene que ver con un rasgo propio, sino también con el hecho de que los únicos dos libros que tuve la oportunidad de traducir son testimonios de pase, testimonios en los que se produce de un modo muy claro el pasaje de la novela a la poesía. Se trata de testimonios de la experiencia de un análisis, uno es el de Ram Mandil, que me hubiese gustado que se titule “Una nota sola” y el otro es de Marcus André Viera “La escritura del silencio (voz y letra en un análisis)”. Aprovecho esta ocasión para agradecer públicamente a Florencia Dassen por confiar en mí en esta difícil tarea que consistió en encontrar en la lengua a la que traducía “una actitud que pueda despertar en nuestro idioma un eco del original”. (7)
Entonces, para ir terminando, ¿qué se traduce cuando se traduce? Palabras y música, silencios y pausas, ¿por qué no? O tal como lo escribe la poeta y traductora María Negroni, en su bellísimo ensayo titulado: “Música nómade. Teoría de la traducción en siete verbos”, “traducir es forzar al lenguaje a cobrar vida a partir de la conciencia de su propio vacío, es decir, de su impotencia. En ambos casos, el resultado es el mismo: un murmullo indiscernible vuelve a afirmar que tan importante como aquello que se dice es aquello que no se dice. La apertura a lo excéntrico y a lo diferente en la traducción es, en tal sentido, un distanciamiento consciente de la palabra asertiva y una apuesta a favor de la inaudible. En una palabra, hay una dimensión crítica, profundamente corrosiva, que compete, al traductor”. (8)
Después de todo, traducir “es un arte equiparable por su exigencia y disfrute a la del intérprete musical, labor neta de ejecutante, y ocupación en varios aspectos equivalente a la del actor” (9). O piensen cuántos de ustedes van a ver un concierto y salen diciendo que grande Mozart y ni siquiera recuerdan quienes eran los músicos que lo interpretaron, o salen del teatro y piensan que impresionante Shakespeare, cuando de manera eficaz el actor queda olvidado, aunque sostuvo con su cuerpo dicha interpretación. O para ir a nuestro campo, ¿acaso alguno recuerda que cuando leemos Lacan, como nos enseña Antonio Di Ciaccia, estamos ante un libro traducido varias veces antes de llegar a nuestra lengua? Di Ciaccia resalta que en primer lugar Freud tradujo a las histéricas, luego Lacan a Freud, y ahora Miller a Lacan, y de ahí el texto llega a nuestros traductores argentinos.
Incluso podríamos ir más lejos y pensar que nuestras primeras palabras de niños ya eran una traducción, una interpretación del silencio o de una nota, o tal vez de ambas. Y entonces, acordar que nos pasamos la vida traduciendo, y aceptar que hay una tendencia incurable hacia el sentido que nos habita en el mejor de los casos y de la que enfermamos. Esto nos obliga a preguntarnos si no deberíamos estar más próximos a la idea de Samuel Beckett y a la de Fernando Pessoa, al Unword y al des- saber. ¿Acaso el analista no es aquél que al igual que el poeta desnuda a las palabras, aquel que intenta sacarle a las palabras su ropaje de sentido para que esa nota única que se esconde se haga presente? Pregunto: ¿en la clínica vamos a favor o en contra de la polifonía trágica? Y en nuestros análisis, ¿unimos las palabras a la música?
Voy a responder a la pregunta parafraseando un poema de Laura Cerrato, porque es el poema el que “intenta siempre perderse por los pasillos de lo inhóspito para adueñarse de un trozo de lo real” (10). No me alcanza un idioma… no me alcanza un idioma para nombrar eso que se traduce cuando se traduce. Pero si algo puedo decirles es que en mi análisis, no solamente me encontré con la traducción sino también con eso que, según Roberto Juarroz, todo hombre necesita, es decir, mi canción intraducible. Muchas Gracias.
Notas:
(1) Piglia, R.: “Romance e tradução”, en https://www.youtube.com/watch?v=Zl2WSCrM1v0
(2) Ibíd.
(3) Óp. Cit. n° 1.
(4) Cerrato, L.: “De la escritura como autotraducción”, en Beckett: el primer siglo, Colihue, Buenos Aires, 2007, pág. 29.
(5) Ibíd, pág. 28.
(6) Beckett, S.: “Carta alemana”, en Beckettiana N° 5, Buenos Aires: Facultad de Filosofía y Letras, UBA.
(7) Benjamin, W.: “La tarea del traductor”, Angelus Novus, Edhasa, Barcelona, 1971, pág. 137.
(8) Negroni, M.: “Música nómade. Teoría de la traducción en siete verbos”, en http://eldesaguaderorevista.blogspot.com/2014/02/musica-nomade.html
(9) Kovadloff, S.: “La emoción de traducir”, en https://www.ancmyp.org.ar/user/files/09-Kovadlof.pdf
(10) Negroni, M.: “No pude sustraerme a la tentación”, en https://www.pagina12.com.ar/109846-no-pude-sustraerme-a-la-tentacion