Notas de la intervención de Daniel Dalmaroni

BASTA DE TRAGEDIA. BASTA DE COMEDIA. NO HAY DRAMA. Primera Noche de Biblioteca. 26 de junio

Germán Schwindt

Daniel Dalmaroni, con un tono serio a la vez jovial transmitió algunas de sus reflexiones, a propósito del tema que nos reunió. En el marco de ese otro convivio que hace a una reunión de este tipo.
Destacó que su relación con el psicoanálisis y por medio de él, a Lacan, se ha dado a partir de su experiencia analizante, lo que es una perspectiva muy particular y de interés para nuestra comunidad, distinta a la de la que podría surgir de la sola reflexión conceptual.
La mediación del escribir, como dramaturgo, nos cuenta, le ha permitido distanciarse de una figura del destino, mencionada con ironía, a partir del hallazgo de sus propias palabras en una nota de Página 12 de hace 20 años: “Si no escribiera sería un asesino”. Lejos del tono confesional, esto entra en el terreno que el mismo título de la Noche promueve, en fin ¡qué más trágicas las figuras del destino, en algunas vidas que se rigen por ellas!
Yendo hacia la mención de la tragicomedia, señala que dicha acepción es un nombre antiguo de una clase de escritura, para la propia dramaturgia. Menciona allí, para ilustrar esta cuestión, el libro -por él editado en EUDEBA- Teatro reunido, y una de sus obras “Una tragedia argentina”, donde la conexión de las palabras tragedia, aquello que trata temas importantes y serios, al ser adjetivada con Argentina, “la berretea”; donde la figura del padre humillado es presentada por un personaje que, en la trama de la obra, es una especie de balbuceo, de hombre que se queda sin palabras, al ser convocado a contar “algún secreto” en su lugar cuenta “pavadas”, y termina sin poder “ver” –guiño Edipo- por una… conjuntivitis.
Si el padre no puede ser convocado sin considerar la familia, en otra de sus obras, “Maté a un tipo” la familia, señala Daniel Dalmaroni, se presenta en su verdad; toda familia es disfuncional, en tanto habitada por secretos, intrigas, engaños, silencios.
En la intervención que iba desarrollando, ese punto que es la agudeza seria, pudo convocar a la risa, más esa risa tensa para seguir la cuerda que suena.
El humor negro, otro de los puntos álgidos, ¿de qué se puede hacer humor? ¿de todo se puede hacer humor? La posición que comentó fue haciendo un discernimiento, en que a él, aclarando que tal vez para otras u otros fuera posible, no le resultaba posible realizar humor con delitos de lesa humanidad, aunque si pudiera apreciar si esto era llevado a cabo por la dramaturgia de otro autor o autora. Este punto fue retomado en la conversación posterior con la mesa y la concurrencia.
Haciendo mención a su maestro, Ricardo Monti, se introdujo en el tema de la voz narrativa -tema de años de interés, para quien escribe este sucinto punteo-, mencionando que los dramaturgos al escribir “buscamos la voz propia”.
En tal momento de la intervención trajo a colación la anécdota con su maestro, en los primeros tiempos, cuando le llevaba sus escritos a este, Monti se reía, a contrapelo de la intensión con los cuales él los había escrito, en esta dislocación algo de la verdad se escurría, captada por Monti, había una forma de escribir imágenes de “lo serio” que podría no privarse de “la risa”, en cierto modo el clima que se iba generando en la Noche de Biblioteca misma, en torno a lo conversado y el clima de recepción.
Esa dislocación, que Dalmaroni ejemplificó, también acierta en, dijo, la lógica infantil, dos parlamentos desopilantes de conversaciones con su hijo. Una:
-¿Dónde está el crófono? Dice el hijo.
-El micrófono. Corrige el padre.
-Bueno… dónde está tú crófono. Responde el hijo.
Otra
-Mira hijo la luna que parece de plata. Dice el padre… contemplativo.
-No, son gases sometidos a altas presiones cósmicas por la ausencia de gravedad de la luna. Responde lógicamente el hijo.
Si estas conversaciones, nos permitieron disfrutar de las operaciones del lenguaje en el habla, es un punto a no pasar por alto que la tragedia y la comedia, también lo son por su y en su tramar. La comedia tratando supuestamente temas inofensivos, la tragedia temas que tocan por su importancia y de otro modo al auditorio.
El teatro del absurdo “hizo algo con la tragedia Aristotélica”, donde no estaba contemplado reírse de la desdicha o aburrirse con la felicidad.
En su relación a la dramaturgia como escritura, Dalmaroni contó que por un lado están las historias, sus imágenes no sus ideas “pues la dramaturgia trabaja desde la imagen”, y que en esas historias están sus propias soluciones, para ubicarlas hay que hacerle a la historia, al texto, “las preguntas adecuadas”.
De ahí en otra vuelta sobre los límites de la creación, mencionó otras dos obras de su autoría, una actual, “600 gramos de olvido” una joven y un joven, estudiantes, situada en los años setenta en la ciudad de La Plata… la otra anterior “Cuando te mueras del todo” una familia, ¿desaparición? y un psicólogo, con sus disfuncionalidades.
Me interesa destacar entrelíneas y no solo, algo de lo dicho por Daniel Dalmaroni, acerca de una de las funciones del lenguaje en la creación, podríamos suponer el uso preferencial de la función poética de la palabra, pues bien aparece otro matiz: “El equívoco es la nafta del motor del teatro”. Es así que la parodia, por ejemplo, realiza su respuesta, sonriéndoles de lado y en serio, al disfrutar con congoja y sonrisa, la representación de los traspiés entre las palabras y las referencias.
Estas notas, lejos están de poder acercar a vos, lectora, lector, lo que pasó esa noche.