I Jornada Anual “De la verdad al goce. Reformulaciones de la práctica”– EOL Sección La Plata, 25 de Octubre de 2014
por Laura Arroyo
La llegada de este niño a mi consultorio abrió una serie de interrogantes, referidos a la orientación clínica en el autismo y al lugar del analista, que lejos de agotarse, generaron una vía de investigación que hoy continúa.
En el autismo hay un retorno de goce sobre un borde. Este retorno de goce se corresponde con el encapsulamiento autista en el que el sujeto “se goza” sin el trayecto pulsional que permitiría articular su cuerpo al Otro. Esta falta de cuerpo, habla de una relación particular con el mismo, con sus orificios y con el uso de los espacios. Es precisamente allí, en este neoborde, donde se centrará la tarea del analista. Laurent señala que; “enfrentarse a ese real, partir de una perspectiva psicoanalítica, supone apelar a la invención de una solución particular, a medida” (1). Es lo que diferenciará al psicoanálisis de otro tipo de abordajes que ignoran las particularidades del sujeto autista creyendo así poder educarlo y adiestrarlo.
La indicación de “dejarse enseñar” por el caso –extraída del control– y la referencia de un lazo sutil con el Otro, permitieron orientarme y dar lugar así a la transferencia.
Fragmento clínico:
Luis es traído a consulta por sus padres; hace tiempo, desde el jardín vienen solicitando tratamiento, a raíz de su “comportamiento”. Sus padres no lo han creído necesario hasta ahora. Según la madre, el jardín “estigmatiza” a su hijo. Para el padre la dificultad radica en no saber cómo comunicarse con él.
La primera vez que lo veo, me llama la atención su andar. Maneja su cuerpo con torpeza, camina de un modo bastante particular (con los pies abiertos, como cuando se imita el andar de los pingüinos, su cabeza ladea). Su tono de voz es neutro, se expresa correctamente pero no se dirige a mí, tampoco me mira.
Trae consigo un muñeco, dice: “es feo, todos mis juguetes son feos lo voy a tirar a la basura no lo quiero, lo voy a destruir los juguetes son feos y malos”. “El muñeco se va quedar acá”; digo y corto la sesión. A la sesión siguiente, dejo el muñeco en un lugar visible, lo ve y enseguida lo toma; cuando corto la sesión, lo abraza y se lo lleva.
Al entrar ignora mi saludo, sin mirarme, relata un capitulo de los dibujitos animados que suele ver. Repite los diálogos de los personajes, agregando ciertos sonidos. Cuando le pregunto sobre lo que está diciendo, no se detiene, sigue como si yo no estuviera. Finaliza diciendo “es todo lo que tengo para decirte” y se retira. Así se suceden varios encuentros. En una oportunidad, luego de su relato habitual, se queda en silencio y empieza a inquietarse; “necesito destruir”, dice. Se para y empieza a dar vueltas por el consultorio, le acerco unos papeles y le digo que los puede destruir, toma un lápiz y comienza a llenarlos de agujeros. Es como si tratara de desembarazarse de algo, de vaciarse de esa excitación. Así pasa de un estado de nerviosismo a esbozar una sonrisa. Corto la sesión, al salir me abraza. A partir de esta sesión, Luis me mira a los ojos y esboza una sonrisa al hacerlo.
Hubo un cambio, esa semana estuvo más tranquilo. No hubo llamados desde el jardín por su comportamiento. Dos sesiones después, al entrar me dice –por primera vez–: “Hola Laura”.
Laurent sostiene que este tipo de conductas son un intento, por parte de los niños autistas, de inscribir un agujero, allí donde se trata de producir un lugar en el mundo.
Alguien cercano al niño me dice que, antes de cumplir los dos años, Luis dejó de tener la conexión que tenía con el mundo, “sus ojos vivaces –señala– habían perdido brillo, como si perdiera interés en lo que lo rodeaba hasta entonces”.
Me propone que nos tiremos por la ventana, así podemos caminar por los techos que se ven desde mi consultorio (que está en un 8vo piso). Me entero por alguien de su familia que muchas veces coloca su cara pegada a la pantalla del televisor. Tanto la torpeza en sus movimientos como la ausencia de dolor, hablan de cierta falla en su constitución corporal correlativa a su falta de cuerpo que se pone en evidencia también en el uso del espacio y en un particular registro de las distancias.
“El desplazamiento del caparazón autista no consiste solo en entrar en contacto con el niño sino en el modo en que se amplía y cobra nueva forma su mundo”.
En sus dibujos a lo largo de nuestros encuentros, la figura humana pasa de ser un garabato a tener formas más definidas. Conjuntamente, Luis empieza a dirigirse a los otros, por momentos, cuando así lo quiere.
Notas:
(1) Laurent E : “Los sujetos autistas, sus objetos y sus cuerpos” en La batalla del autismo, de la clínica a la política, Grama Ediciones, Buenos Aires, 2013, pág. 79.
(2) Tendlarz S, Álvarez Bayón, P “Informe de investigación ‘Puntuaciones sobre el diagnostico y tratamiento en niños autistas y psicóticos en La Argentina (2010-2012) en ¿Qué es el autismo? Infancia y psicoanálisis, Colección Diva, Buenos Aires, 2013, pág. 132.
Bibliografía:
Laurent, E El sentimiento delirante de la vida, Colección Diva, Buenos Aires, 2011.
Maleval, J C. El autista y su voz, Editorial Gredos, Madrid, 2011.