Cuarta Noche del Directorio: El control en la Escuela – EOL Sección La Plata, 10 de Septiembre de 2014
Flory Kruger
Agradezco al Directorio esta invitación que me permite hoy compartir con ustedes esta noche de trabajo alrededor del tema del Control en la Escuela.
Le puse este título a mi presentación de hoy, “Lo que existe entre nosotros”, valiéndome de una frase de Lacan. Al comienzo de la “Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela”, dice: “recordemos qué existe entre nosotros”(1). Él se estaba refiriendo a la Escuela Freudiana de París, yo trataré de responderle desde la Escuela que hoy tenemos.
El control es un tema que desde la fundación misma de la Escuela estuvo presente entre nosotros, supongo que no sólo por la importancia que tiene en cuanto a la formación del analista, sino también y fundamentalmente, por sus diferencias con el modo en que se lo piensa en otras orientaciones que no son las de Lacan.
Comenzaré aportando un panorama general del tema, luego me interrogaré sobre el control en la Escuela y su relación con las dos nominaciones que la Escuela otorga, la de AME y la de AE, garantía y pase.
Ustedes saben que el Consejo de la EOL organizó hace unas semanas atrás una noche sobre las marcas del control, tendremos dos noches más, la próxima será el 11 de septiembre, acerca de las marcas del análisis, y en octubre, las marcas de la enseñanza.
No es muy difícil darse cuenta, por la elección de los temas, que en la Escuela el tema de la formación del analista es uno de los que más nos interroga, por eso el Consejo decidió este año ocupar sus noches con el trípode de la formación: control, análisis, enseñanza teórica.
Y ya de lleno en el Control, la pregunta que nos formulamos habitualmente es ¿qué es lo que un analista busca cuando se dirige a un control? En la noche que les mencionaba, Gorostiza decía que lo habitual era pedir un control cuando estábamos frente a alguna urgencia.
Es cierto, la urgencia es un lugar común a la hora de escuchar la demanda de control, pero no sólo, hay otras razones frecuentes, por ejemplo, interrogar un punto de obstáculo en la conducción de la cura, o bien, la dificultad para establecer un diagnóstico que le impide al analista ubicar las coordenadas del caso; otras veces se trata de la vacilación de la posición del analista por su implicación transferencial en la problemática del analizante, que puede ser o bien una identificación con el paciente o bien la aparición del deseo de la persona del analista en lugar de su función.
Estos ejemplos a los cuales podríamos sumarle muchos otros, son la forma fenoménica de expresar lo que para mi gusto es un dato de estructura: la confrontación con la castración.
El “no se qué hacer”, que acompaña las primeras experiencias de un joven analista, es un modo posible también de nombrar este dato de estructura, es el modo de expresar una división subjetiva.
Frente a esta confrontación con la castración hay dos caminos posibles a seguir que representan las diferencias teóricas que distinguen a Lacan de la IPA.
Uno, es la creencia de que la experiencia adquirida a través de los años de trabajo enseña a realizarlo bien, por lo tanto se trata de aprender una técnica en donde hay analistas didactas preparados para enseñarla y aspirantes buscando aprenderla. Por este sesgo nos encontramos con el riesgo de la imitación y de la identificación.
La otra alternativa es la que hace avanzar al analista, vía su propio análisis y el control, hacia el deseo del analista.
En este sentido, el analista lo es más por su ser o mejor dicho, por su falta en ser, que por el aprendizaje de una técnica. Recordemos lo que dice Lacan en “La dirección de la cura”: “El analista es aún menos libre en aquello que domina, estrategia y táctica: a saber, su política, en la cual haría mejor en ubicarse por su carencia de ser que por su ser” (2).
La diferencia salta a la vista, se trata para Lacan, en ese momento, de la “carencia de ser” y no de la carencia de una experiencia.
Esta es la razón, quizá, por la cual para la IPA, el control tiene un límite, está pautado en años, horas, número de pacientes a controlar, etc., digamos, un standard a partir de lo cual un aspirante a candidato está autorizado por la institución a concluir con esa experiencia: porque se trata del aprendizaje de una técnica.
Vemos entonces que, allí donde la IPA pone la reglamentación institucional, Lacan ubica la temática del deseo.
Buscando los antecedentes freudianos respecto del tema, observé que Freud no desarrolló una teoría sobre el control, sólo se encuentran referencias en algunos de sus trabajos.
Por ejemplo, en el mismo año en que se funda la primera Asociación Psicoanalítica bajo la presidencia de Jung, 1910, Freud escribe “Psicoanálisis silvestre” (3), un trabajo a raíz de una consulta que recibe. Recordarán el caso. Se trata de una mujer de mediana edad, entre 45 y 50 años que lo consulta por sus estados de angustia. La razón de la aparición de esos estados había sido la separación de su marido. Pero la angustia se profundizó aún más después de ver a un médico joven que adjudicó la causa de su estado a la privación sexual. Le dijo además que ella no podía prescindir de esas relaciones y que le quedaban tres caminos para curarse: 1.- regresar con su marido. 2.- buscarse un amante. 3.- satisfacerse sola. A partir de ese momento la mujer quedó convencida de que era incurable. Lo va a ver a Freud porque el joven médico lo citó en esa consulta diciendo que se trataba de un descubrimiento nuevo que él había hecho. Es a partir de esta experiencia que Freud jerarquiza, junto a la necesidad del conocimiento, la observación y el acercamiento a las modalidades de intervención, lo que podríamos llamar un control de la práctica. Cito: “Al médico no le basta, entonces, conocer algunos de los resultados del psicoanálisis, es preciso familiarizarse también con su técnica si quiere guiarse en la acción médica por los puntos de vista psicoanalíticos. Esa técnica no puede aprenderse todavía de los libros y por cierto solo se la obtiene con grandes sacrificios de tiempo, trabajo, éxito. Como otras técnicas médicas, se la aprende con quienes ya la dominan” (4).
Hay en Freud una preocupación constante en los primeros años, no sólo respecto de la difusión del psicoanálisis, sino también respecto de la formación de los analistas, y si bien se refiere al aprendizaje de una técnica, desde lo que nos enseña Lacan, podemos interpretar en este texto algo que va mas allá de una norma.
En 1926 aborda el tema de la formación en “Pueden los legos ejercer el psicoanálisis”(5); allí exige “a todo aquél que desea practicar el análisis que se someta antes, él mismo a un análisis y sólo en el curso del mismo, al experimentar en su propia alma los procesos postulados por la teoría analítica es cuando adquiere aquellas convicciones que han de guiarle luego en su práctica analítica”(6).
Fíjense que pone la práctica analítica en serie con el propio análisis, ya no se trata del aprendizaje de una técnica sino que son los principios psicoanalíticos los que empiezan a sostener la práctica.
Releyendo estos textos, se pone de manifiesto su posición respecto de la política institucional sobre el control. No sólo la práctica depende del propio análisis sino que también el control queda planteado como una prolongación del análisis.
Nos encontramos aquí con la triada freudiana respecto de la formación del analista: teoría, análisis personal y control.
Podríamos pensar que es quizá la ausencia de una teoría del control, en estos primeros años de fundación de las distintas Asociaciones, la que viene a ser ocupada por los reglamentos.
Sostener la formación de los analistas en base al aprendizaje de una técnica es lo que luego hará síntoma: suficiencia de los que saben, jerarquías dentro de la institución, identificación con el analista, etc.
Para Lacan la función del control está en la estructura del discurso analítico.
Aprendimos que el acto analítico se inscribe en una estructura de saber pero también sabemos que implica un punto sin respuesta, una falla en el saber, lo cual nos impide tener una garantía del acto.
Al no haber un saber del acto, sólo se lo conoce por sus efectos, por lo tanto, de los efectos del acto no hay garantía. Pero además, no hay tampoco un universal del analista, por lo tanto éste no se asegura más que en los efectos de producción de un análisis.
Precisamente, en el lugar de lo incontrolable del acto del analista, ubicamos el control como una necesidad ética, ética que para el psicoanálisis es la del deseo y si hay algún imperativo para plantear en la cuestión del control es el imperativo del deseo.
En ese lugar la IPA produce una reglamentación de la práctica y de la formación de los analistas. De este modo, al transformar el control en un requisito o en una norma a cumplir que responde a cierto utilitarismo lo deja por fuera del discurso analítico.
Sabemos, valga la paradoja, que hay algo que no sabemos y lo que no sabemos se nos presenta como pregunta, pregunta alrededor de la cual se constituye la Escuela: ¿qué es un analista? La respuesta la dan los AE y lo hacen a partir del saber que obtienen en su propio análisis.
Introducir a partir del control al pase, tiene su interés sin duda, pero veremos que también y fundamentalmente, el Control tiene más que ver con otra de las nominaciones que otorga la Escuela que es la de AME, Analista Miembro de la Escuela.
La primera, la de AE, ustedes saben que se solicita, la segunda, la de AME, no, se espera pero no se pide. Hay una Comisión de la Garantía, que es la responsable de otorgar, a quien considera que ha dado muestras de su formación, la nominación de AME. Y precisamente, una de las vías para tal reconocimiento es el Control.
Cuando la Escuela a través de la Comisión de la Garantía nombra un AME es para decir que ese analista ha sido formado por la Escuela, que la calidad de su práctica está garantizada por la Escuela.
Este año, en París, al finalizar el Congreso, tuvimos la Gran Conversación, donde uno de los temas fue precisamente el control en la AMP, quiero leerles lo que dijo Miller al respecto: “La cuestión esencial es saber cómo puede verificarse la calidad de un AME. Podemos verificarla, es cierto, a partir de las intervenciones públicas del analista, es decir, de sus comunicaciones y de sus publicaciones, pero no podemos dejar de lado los controles que hace o que ha hecho, y el testimonio del o de los controlantes. Si no tomamos en consideración el control y los controlantes, una Comisión de la Garantía no puede trabajar de manera conveniente. Esto no impide de ninguna manera que haya controladores de hecho que no sean todavía AME. Cuando una Comisión de la Garantía se entera de que en una Escuela un analista funciona de hecho como controlador, es el momento de que se pregunte si no debe ser nombrado AME. Lo digo de la manera más simple porque sucedió en el momento de la fundación de la EOL. ¿De dónde provienen los AME de la EOL? ¡Había que empezar por algún lado! Evidentemente, había analistas con experiencia en el momento de la fundación. Pero había un agujero en la estructura: ¿cómo reconocerlos y nombrarlos? Asumí a la luz del día la responsabilidad que me delegaron los grupos de nombrar –actuando como universal concreto– los treinta primeros AME de la EOL, y eso a partir de la consideración de que eran controladores de hecho”.(7)
Para finalizar, me resta incluir algo acerca de la experiencia del pase y del control.
En “El banquete de los analistas”(8), Miller ubica el control como un ejemplo de descontextualización del orden práctico, el control es una manera de hacer salir la experiencia del consultorio para transportarla a una situación sostenida por una convención diferente a la del análisis. El pase estaría en el mismo registro, una descontextualización práctica inventada por Lacan que, como el control, está ligada a un dispositivo injertado en la experiencia analítica. Este rasgo de descontextualización consiste en extraer el texto sin el contexto. En el control, se extrae sin el paciente, en el pase, sin el analista.
Y lo que me resultó interesante es que Miller dice que hay un elemento que parece haber sido trasladado por Lacan del control al pase, es la disposición de mediación que se encuentra en estos dos dispositivos. Esta mediación aparta al control de todo contacto de presencia con lo que es el objeto del control: el paciente. Este elemento de mediación se encuentra también en el pase, como si hubiera una voluntad de incluir la dimensión de lo indirecto y de materializar, de este modo, la trasmisión, a través de un intermediario. Así como el analista de control no ve ni escucha al paciente, el cartel del pase no ve ni escucha al pasante. En base a estos datos podemos ver al pase modelado sobre la práctica del control. En este sentido podemos entender lo que Miller sostiene respecto de que el control le funcionó a Lacan de antecedente o de inspiración para inventar el dispositivo del pase.
Ahora le dejo el lugar a las intervenciones de Alejandra y de Belén, que nos van a contar, de manera viva, su experiencia con el control en su formación.
Notas:
(1) Lacan, J.: “Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela”, Momentos cruciales de la experiencia analítica, Editorial Manantial, Buenos Aires, 1991.
(2)Lacan, J.: “La dirección de la cura y los principios de su poder”, Escritos I1, Siglo XXI editores, Bs. As., 1987, pág. 569.
(3) Freud, S.: “Sobre el psicoanálisis silvestre”, Obras Completas, Tomo XI, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1986, pág. 226
(4) Ibíd. (3).
(5) Freud, S.: “¿Pueden los legos ejercer el psicoanálisis?”, Obras Completas, Tomo XX
Amorrortu editores, Buenos Aires, 1986. pág. 165-234.
(6) Ibíd. (5).
(7) Miller, J.-A.: La Gran Conversación, IX Congreso AMP: “Un real para el siglo XXI”, París 2014.
(8) Miller, J.-A.:, “El banquete de los analistas”, Paidós, Buenos Aires, 2010.