La práctica lacaniana

la-formación-analitica-la_practica-sonia-beldarrainTercera Noche del Directorio: La práctica analítica – EOL Sección La Plata, 18 de junio de 2014

 

Sonia Beldarrain

Buenas noches a todos. Agradezco la invitación al directorio.

En la última noche del directorio “La formación del analista y la Escuela”, me quedó resonando lo que Silvia Salman nos planteó, cómo entra cada uno a la Escuela, manteniendo su propio “relieve”.

La mayoría de las veces que me han invitado a presentar en alguna actividad he venido de la mano de un caso.

Esta vez me he servido de un material de una colega, trabajado en el Seminario clínico de la Sección, y de una intervención que realicé en los inicios de un tratamiento. Posiblemente algunos de ustedes lo recordarán porque la presenté en la “Conversación clínica” del MOL.

Es así que del primer material decidí extraer las intervenciones de la analista que nos orientan en el trabajo de esta noche y del segundo, tomaré una intervención que sorprende a la analista y tiene como consecuencia la decisión de la paciente de comenzar el tratamiento. Con esto espero que podamos llegar a un producto de trabajo de Escuela.

Antes de introducirnos en lo clínico, recordaré lo que Graciela Brodsky (1) nos transmitía en el coloquio-seminario del MOL: la diferencia entre experiencia, clínica y práctica. Primero está lo que se dice en la experiencia analítica, lo que dice el analizante, lo que dice el analista y luego hay una clínica donde se elaboran estos dos decires.

La práctica es la acción de llevar a cabo algo, implica el ejercicio. Lacan plantea que el psicoanálisis es una praxis que pretende tratar lo real por medio de lo simbólico, teniendo como instrumento, como recurso a la palabra. Palabra que cobra otra dimensión cuando el analista intenta ir más allá de lo dicho, del blablablá de la historia del sujeto, produciendo, a partir de sus intervenciones, un decir que tenga consecuencias en lo real del síntoma.

En su última enseñanza, Lacan fue desplazando en función de esto, el lugar privilegiado que se le había otorgado a la represión “para sustituirlo (…) por la defensa” (2). En el primer caso se trata de un mecanismo sujeto a la interpretación y en el segundo no. Por eso utilizó la expresión “perturbar la defensa” que es central a nuestras interrogaciones actuales acerca de la clínica.

¿Qué es perturbar la defensa? No se trata de una nueva técnica sino de un modo de ajustar la dirección de la cura, apuntando a lo real pulsional más allá del sentido. En la Revista Lacaniana 16(3), en el artículo “Algunas vibraciones sobre la perturbación de la defensa”, Gabriel Racki dice que “no se trata de una diacronía ni teleología sino de una clínica habitada por la tensión entre síntoma mensaje y síntoma goce, correlativa a una tensión permanente entre interpretar lo reprimido y perturbar la defensa, que atañe a lo ininterpretable”.

Así que entre el caso y su presentación, veremos si estamos orientados por lo real y cuáles son sus resonancias. Resonancias singulares que se anudan a nuestra experiencia como analizantes y a nuestra práctica.

 

Tres intervenciones del analista

El paciente llega a la consulta, por indicación médica, presentando dolores abdominales, sin causa orgánica aparente, dolores que perturban su vida, y pensamientos que lo aterrorizan de tener algo malo.

Rápidamente asocia estos dolores con su madre haciendo una descripción minuciosa.

La analista interviene ¿que hay más allá de eso?

“No me relajo nunca”,  dice estar siempre apurado como un “caballo loco”, cumplir con todos, lo más rápido posible.

Le es difícil decidir sobre sus gustos, no sabe si duda o respeta demasiado al Otro, llevando a que el otro elija por él lo que él desea “…doy más vueltas que una calesita”. Tiempo después se sorprende de que los dolores continúen pero ya no ocupen su cabeza, no esta pensando que tiene algo malo todo el tiempo.

Surge un recuerdo infantil acerca de una travesura: un día puso unas pelotitas en las vías del tren. A la noche escuchó que había descarrilado un tren.

Se asusta y llora, manifestando que mentir lo tortura. Teme que lo pesquen o que lo descubran.

Interviene la analista diciéndole que no hace cosas porque hacer tiene consecuencias, consecuencias que no puede saber antes.

A lo cual dice “ni chicha ni limonada, no me animo, siempre vivir justificando, más que falta de ganas es falta de decisión para hacer lo que quiero, así toda mi vida”.

Cuenta una serie de escenas repetidas de su relación con las mujeres, distintos personajes, mismas situaciones en las que él “hace nada”. “Esta línea no la cruzás y no la cruzo, me quedo pensando qué lindo sería cruzar la línea. Así es mi vida”. Con esa frase corta la sesión.

A la sesión siguiente relata un sueño. Y empezará a situar que se siente aburrido.

Previo a la primera intervención, el sujeto viene con un sentido de su síntoma que despliega en torno a lo familiar. Va desde sus dolores a contar su parecido con los dolores de su madre.

Ya en la intervención y sus consecuencias “yo no me relajo nunca”, rompe con la lógica del sentido y pasa al sin sentido ya que el sujeto no puede explicar por qué le paso esto. La intervención produce un atravesamiento y hace surgir otra cosa.

Con respecto a nombrarse  como un “caballo loco”, por un lado vemos  que es la única  aventura de deseo que tiene con el padre (ir a las carreras de caballos).

Controlar, dominar, manejar, ser tan ordenado, llegar antes a todos lados, responder a la demanda del otro, es una forma de defenderse de lo real del síntoma al que nombra como “caballo loco” y va encontrando diferentes maneras de expresarlo… “doy más vueltas que una calesita”.

La segunda intervención es a partir del recuerdo infantil que después lo generaliza a cualquier escena de deseo. “Cualquier mentira me tortura”,  miedo a que lo descubran…en un deseo.

Fantasea siempre con la trasgresión y si bien puede no mentir, el deseo está y podría sentirse igual mentiroso.

Ya en la tercera intervención empieza a elaborar su posición en la vida, “deseo cruzar y no lo hago. Así es mi vida”. Corte de sesión. El sujeto responde a ese corte con la producción de un sueño que trae a la siguiente sesión e introduce la cuestión del aburrimiento en relación a su modo de vivir.

En el corte de sesión, no hay palabras, ni pedido de asociación alguna, ni se da ningún sentido y será en la próxima donde se verifican sus efectos a nivel de la reducción del sentido.

Miller (4) plantea que cuando se perturba la defensa no se trata de una relación armoniosa, ni de cálculo ni de rechazo sino que la defensa es la posición del sujeto frente a lo real. Y agrega en El lugar y el lazo que “el pensamiento del obsesivo trabaja –trabaja esta inarmonía, busca reparar la brecha imposible de colmar– y que en ese trabajo hay goce. Esto significa que en el obsesivo lo simbólico tiene efectos de pensamiento, de un pensamiento que lo parasita y que no introduce allí un orden, sino que constituye un parasitismo”. Y más adelante agrega que “el significante no solo acarrea efectos mortificantes, sino que produce goce, y de que las exigencias del síntoma no sólo son exigencias de verdad, sino también exigencias de goce que él obtiene”.

Voy a presentar ahora una intervención que realicé con una paciente en condiciones totalmente diferentes.

Ante un pedido de urgencia para que atienda a una adolescente que se encontraba en una encrucijada angustiante, la cito y concurre con su hermana y su madre. Al cabo de la entrevista con ella, hago pasar a su madre y en el transcurso de este encuentro la joven, desde la sala de espera, le manda a la madre un mensaje de texto en el que le dice que se quería internar. Detengo la entrevista, abro la puerta enojada y con un tono desconocido para mí misma, le indico que pase. Esta vez no la dejo hablar y le manifiesto que puede internarse si quiere, pero que también puede elegir empezar un análisis. Esta intervención tuvo consecuencias decisivas en la instalación de la paciente en la transferencia hasta la actualidad.

Se puede ver qué más allá de los enunciados apareció una dimensión del decir que hizo al acto analítico mismo.

Retomando el artículo de Lacaniana nº16: “lo que distingue a la perturbación…es que para hacer vibrar lo ininterpretable que anida en lo real del cuerpo no alcanza con el deseo del analista como “pureza”, es necesario que el analista aporte su cuerpo, a través del tono, la voz, el acento y hasta del gesto o la mirada.”(5)

 

 

Referencias bibliográficas

(1)Brodsky, G.: “La clínica lacaniana, en Segundo Coloquio, Seminario de la Orientación Lacaniana en La Plata, Ediciones MOL, La Plata, 2013, pág. 19-36.

(2)Miller, J-A.: El lugar y el lazo, Paidós, Buenos Aires, 2013., pág. 298.

(3)Racki, G.: “Algunas vibraciones sobre la perturbación de la defensa”, en Revista Lacaniana de Psicoanálisis, Año IX, nº 16, Abril de 2014, EOL, Buenos Aires, pág. 114.

(4) Ibíd (2), págs. 302-303.

(5) Ibíd (3).