Tercera Noche del Directorio: La práctica lacaniana – EOL Sección La Plata, 18 de junio de 2014
Daniel Millas
Nuestro punto de partida es considerar que en la práctica analítica se pone en marcha el recurso al sentido para intentar responder al goce enigmático del síntoma. El acto de interpretar es inherente a ese “hacer creer en el síntoma”, que implica suponer que el goce es saber y que se descifra. Como es sabido, Lacan va a cuestionar el tipo de relación que el analista mantiene con ese saber sostenido en la suposición, ese “hacer creer” que hay saber allí donde hay un vacío.
Tal como lo formula Miller en El lugar y el lazo, la interpretación en psicoanálisis depende de cómo se interpreta al psicoanálisis mismo. La última enseñanza de Lacan viene a cuestionar la interpretación del psicoanálisis como una experiencia de verdad y aborda en cambio la práctica analítica como una experiencia de satisfacción. Tomando en cuenta esta orientación, voy a desarrollar tres puntos que se desprenden lógicamente de la misma.
1. Teoría y práctica
Comienzo con una afirmación de Lacan en su escrito del año 67, “La equivocación del Sujeto Supuesto Saber”, que constituye una referencia fundamental para la práctica analítica:
“… la posición del psicoanalista está suspendida a una relación muy hiante. Pero no sólo a ella, pues se le requiere que construya la teoría de la equivocación esencial del sujeto en la teoría: lo que llamamos el sujeto supuesto al saber. Una teoría que incluye una falta que debe volverse a encontrar en todos los niveles; inscribirse aquí como indeterminación, allí como certeza y formar el nudo de lo ininterpretable…”. Señala luego que es a partir de su práctica que él se atreve a tal elaboración ya que es precisamente en la práctica donde el analista debe estar a la altura de aquello que lo determina. Afirma: “… en la estructura de la equivocación del sujeto supuesto al saber, el psicoanalista debe encontrar la certeza de su acto y la hiancia que hace su ley”. (1)
Hay que acentuar que, con el término práctica, Lacan deja de lado la cuestión del ser del psicoanalista en tanto no se sabe qué es un analista. De manera que a la indeterminación del ser del psicoanalista, responde la certeza que puede extraer de su práctica y más precisamente de su acto. Es decir, del acto de interpretar. Se establece entonces una secuencia que rige la lógica de la interpretación: indeterminación, acto y certeza.
El acto indica justamente el momento de separación de cualquier saber previo. Una interpretación no se asegura de ningún saber establecido por la sencilla razón de que es imposible anticipar sus efectos. Y porque es imposible anticipar sus efectos, es necesario un acto. Esta es la hiancia que se franquea cada vez por el acto que implica toda interpretación.
De esta manera, podemos afirmar que el nudo fundamental de la formación analítica concierne a cómo alcanzar una posición que vuelva al practicante capaz de sostener el acto analítico.
2. Perspectiva y práctica
En su última enseñanza, Lacan se dirige hacia una concepción novedosa de lo real. No se trata de un real articulado al saber sino de un real excluido del sentido. Un real sin ley que implica radicalizar las consecuencias de considerar al Nombre del Padre como un artificio.
En su conferencia en Bruselas, el 26 de febrero de 1976, Lacan afirma que lo real se encuentra en el otro extremo de nuestra práctica, señala que es una idea límite de lo que no tiene sentido, un punto de fuga a partir del cual nuestra práctica podría considerarse una estafa en la medida en que operamos con el sentido. Como se puede apreciar, Lacan interroga el uso que hacemos del sentido en un análisis y, por lo tanto, a qué llamamos una interpretación analítica.
Miller, en su curso El ultimísimo Lacan, aborda este problema estableciendo una antinomia interna entre perspectiva y práctica. Considera lo real como un término extremo a partir del cual se juzga el sentido. Pero, por otra parte, es preciso admitir que la práctica analítica supone una relación entre el sentido y lo real, relación sin la cual la práctica sería simplemente imposible.
Para acercarnos a esta delicada cuestión podemos plantear que el Nombre del Padre es un operador del sentido, es el agente de una metáfora que asegura el orden, los lugares y sus permutaciones posibles. Se encuentra ligado a la creencia, ya mencionada, de que el goce tiene un sentido y que se descifra. El real de Lacan no tiene en cambio ningún orden, ni responde a leyes. Es un real sin ley y el Nombre del Padre no está en lo real.
El paso que nos propone Lacan en su última enseñanza es pensar el goce sin el Nombre del Padre. Si tomamos esta vía podemos entender por qué, en sus últimos seminarios y particularmente en el Seminario El Sinthome, se toma a la psicosis como modelo del síntoma. Aquí lo real del síntoma queda expuesto y vivido bajo la modalidad de la intrusión. Se manifiesta descarnadamente aquello que es abordado cuando se trata de la esquizofrenia: el murmullo invasivo de la lengua.
3. Perturbar la defensa
Ya en 1988, Miller en su texto “Ironía”, señalaba la pertinencia de situar a partir de la esquizofrenia, una clínica universal del delirio. Un universal que puede constituirse como tal por el lugar de excepción que ocupa el sujeto esquizofrénico, definido como aquél que no logra establecer una elucubración de sentido para defenderse de lo real. Es desde esta orientación que puede afirmarse que “Todos somos delirantes”. Todos hacemos una elucubración de saber sobre nuestro modo de gozar.
El inconsciente como suposición de saber al goce consiste fundamentalmente en una articulación significante, en el lazo entre el S1 y el S2. Conocemos muy bien una modalidad de la interpretación que tiene esta estructura. Es la interpretación delirante. En la paranoia por ejemplo, la certeza de goce ligada a los fenómenos elementales da lugar a una elaboración de sentido que reabsorbe el enigma inicial y culmina en la revelación de una “Verdad Toda”. En la construcción de un Otro completo que garantiza la plenitud de un saber sobre el goce.
Fue tomando esta referencia, que en 1996, Miller proponía que la interpretación analítica debe tener la misma estructura del fenómeno elemental. Es decir, tomar la interpretación por su reverso, oponiendo a la vía de elaboración, la de la perplejidad. Se trata de retener el S2, para reconducir al sujeto a los significantes elementales sobre los cuales ha delirado en su neurosis. Es decir, aislar el goce, separarlo del orden significante y de la dimensión de la verdad. Dicho en otros términos: cernir el nudo de lo ininterpretable.
En Sutilezas analíticas, Miller retoma este punto de vista sobre la interpretación analítica, refiriéndola ahora al concepto de “defensa”. Se trata de abordar las diversas modalidades de defensa contra lo real. La defensa califica una relación directa con la pulsión que, a diferencia de la represión, no recae sobre un significante. Se explicita que lo real en juego es el goce del traumatismo, del encuentro primero y contingente con lalengua.
En el capítulo 5, “Clínica del sinthome”, Miller desarrolla un movimiento que se dirige desde la contingencia a la articulación. Señala que por el solo hecho de que hablamos, se instituye una trama de sentido entre los azares que surgen en la vida del sujeto. A partir de un S1, azaroso, se articula un S2 y eso produce un efecto de sentido articulado. Se opera la transformación de la contingencia en una necesidad que instituye la figura del destino. Miller afirma de un modo esclarecedor que la última enseñanza de Lacan comienza con la división entre la estructura que constituye un orden articulado y aquellos elementos contingentes, previos, fuera de sentido. La interpretación analítica no viene a proponer otro sentido, sino que efectúa una operación de desarticulación y reconduce al sujeto a la contingencia que determinó los elementos absolutos de su existencia.
Cambia entonces la práctica analítica. La interpretación no es sólo el desciframiento de un saber, como efecto de la represión, sino que consiste en esclarecer la naturaleza de defensa del inconsciente mismo. Del inconsciente entendido como una elucubración de saber sobre lalengua.
De este modo, Miller diferencia dos momentos en el análisis: el de la exploración del inconsciente y sus formaciones, que pueden ser descifradas, y un momento que da lugar a lo singular, a un acontecimiento de cuerpo que no tiene como referencia al sentido, sino que tiene una consistencia de goce.
Por este motivo la interpretación, entendida como perturbación de la defensa, requiere que el analista, sostenido por el sin sentido, aporte el cuerpo y represente el acontecimiento corporal, el semblante del traumatismo.
La práctica analítica no se limita a un uso del inconsciente como dispositivo que produce sentido libidinal, la cuestión crucial es cómo valerse del sentido para cernir la singularidad de goce del sujeto. Ahora bien, ¿qué disposición se requiere para volverse el agente de una operación de este tipo? Como se ve el tema de la formación resulta ineludible.
Notas:
(1) Lacan, J.: “La Equivocación del Sujeto Supuesto Saber”, en Momentos cruciales de la experiencia analítica, Manantial, Buenos Aires, 1991, pág. 34.