La identificación lacaniana

XXVII JORNADAS ANUALES DE LA EOL: EL PSICOANÁLISIS Y LA DISCORDIA DE LAS IDENTIFICACIONES. VÍNCULOS, CREENCIAS Y NOMINACIONES —Buenos Aires, 29 de septiembre de 2018

 

 

 

 

Silvia Salman

 

 

Así como Lacan se refiere al “inconsciente freudiano y el nuestro” (1) en el Seminario 11, y a la pulsión freudiana en “Del trieb de Freud y el deseo del analista” (2), dejando entrever la existencia tanto de un inconsciente como de una pulsión lacaniana, el título con el que decidí intervenir hoy expresa esa misma orientación, la de precisar una identificación lacaniana.

Comienzo por preguntarme ¿Hay discordia entre estos dos términos: identidad e identificación?

El título que elegí me indica un camino posible, que no afirma ni rechaza, más bien permite matizar la supuesta discordia que puede entrañar para el psicoanálisis y los psicoanalistas el tratamiento de ambos núcleos conceptuales de estas Jornadas.

Una referencia del “Seminario 24”, en cierto modo enigmática, impulsa este recorrido. “La identificación es lo que se cristaliza en una identidad” (3). En esta expresión, de una manera inédita, Lacan reúne ambos términos de nuestra discordia en una fórmula que al menos en un primer momento, nos conduce a tomar a la identidad como el producto de una identificación.

Si la discordia implica una discrepancia, un desacuerdo, incluso una oposición o una división, pues bien, con esta formulación del “Seminario 24” Lacan nos invita a pensar al menos en esta ocasión, una cierta correspondencia o más aún, una proximidad entre una identificación –una, que no es cualquiera- y una identidad, a la que agregaría “con Uno mismo”.

A diferencia de las identificaciones freudianas que siempre conducen al Otro, esta identificación que Lacan propone en este seminario, parece ir en otra dirección. Más al Uno que al Otro, más al cuerpo que a la representación, más consigo mismo que con los demás.

 

Identidad corporal

¿Cómo me aproximo a esta idea?

En El Seminario 10 (4) sobre la angustia, Lacan sigue las pistas de la constitución del sujeto a partir de una causa, a la que designa en el objeto a. Para ello, como recordarán, pone de relieve el carácter “cesible” (5) del objeto que es el fundamento de cada uno de los objetos a que investiga en este seminario. Esta condición de “cesión”, es decir de ser un objeto separado y separable del propio cuerpo, le permite plantear que “el a es aquí el suplente del sujeto –a entender suplente en posición de precedente” (6). El a, precede al sujeto.

Bien, de esta función del objeto cesible como pedazo separable, Lacan deduce la producción de una cierta identidad a la que llama “identidad del cuerpo” (7). Se trata de una identidad que antecede a todo lo que viene después en el campo del lenguaje y las identificaciones, una identidad –diré– “corporal” anterior a la constitución del sujeto de la representación.

Lacan se interroga sin duda, por la “esencialidad” de la persona, y en este momento la encuentra en el objeto a. La identidad se encuentra (me encuentra) en ese objeto desprendido del propio cuerpo, causa del deseo que anima una vida. Se trata de “una identificación de otra índole que el proceso de separación introduce” (8). Así es como en los años ´60 Lacan enlaza la identificación con la identidad a través de la operación de separación (a distinguir de la cristalización), para cernirla en el objeto a, por ello corporal.

El encuentro con esta referencia resuena con aquella de El Seminario 16 (9) en la que Lacan se refiere a la repetición corporal y consuena también con la idea de relación corporal que J.-A. Miller extrae de la fórmula “No hay relación sexual” en Piezas sueltas (10). Pienso que se trata de una dimensión en la que poco a poco va tomando relieve el lazo íntimo e inédito que cada uno tiene con el Uno mismo que hunde sus raíces en el cuerpo y que podría dar lugar a imaginar un inconsciente corporal hecho de otra materialidad que el de las representaciones. Un inconsciente que procede del cuerpo, tal como J.-A. Miller, lo propuso en su conferencia en Río en el Congreso de la AMP 2016.

¿Llegaremos a decir Identificación corporal?

 

Desinvestir, desidentificar, cristalizar

Vuelvo a la referencia inicial: “La identificación es lo que se cristaliza en una identidad”. Este enunciado viene luego de que Lacan nos advierta que está tratando de introducir algo que va más lejos que el inconsciente y en particular para lo que se refiere al final del análisis. ¿Sería muy apresurado decir que una identificación más allá del inconsciente es la que deviene identidad?

La operación de cristalización supone un proceso a partir del cual se puede aislar una unidad básica, un sólido homogéneo. Una identificación de este tipo entonces no resulta de un proceso de articulación con los significantes del Otro (el padre, el rasgo unario o el significante cualquiera), sino que proviene de las marcas que el encuentro del cuerpo con la lengua instiló en su existencia. Una identificación más cercana al consentimiento de una satisfacción pulsional y al funcionamiento corporal que esa satisfacción determina.

Pienso que esta pregunta define una manera de practicar el psicoanálisis. En esta perspectiva, podemos decir que la operación analítica “se mantiene lo más cerca posible de la relación entre el decir y el cuerpo” (11). Lo más cerca posible de captar el modo en que la sustancia gozante y la sustancia significante se conjugaron en el “Un decir”, que es la materia prima del trabajo analítico. Para lo que será necesario deshacerse una y otra vez de los sentidos y goce-sentidos que la maquinaria lenguajera construyó y aislar esa unidad mínima que la operación analítica puede cristalizar.

En mi propio caso, pude cernir ese dato corporal elemental en el “goce de desaparecer”.  La contingencia de la ausencia del deseo materno y de ciertos significantes del Otro “puso a funcionar en experiencias únicas y propias” (12) un goce singularísimo e incomparable. Se trata de un goce de desaparecer más cercano a lo real en la “anorexia temprana”, o más apoyado en el nombre del padre “dibujo animado”, o en el significante de la transferencia “huidizo”, o bien atrapado en el circuito pulsional de “hacerse agarrar para huir”. Ese goce de desaparecer fue objeto de todas las declinaciones posibles en el análisis.

Las sucesivas operaciones de desinvestimento y desidentificación permitieron reducir hasta su propio límite, ese modo de habitar el cuerpo que contiene las huellas de esas experiencias de goce. El significante nuevo “encarnada” fue el producto de esa reducción. Con ese significante pude nombrar un cuerpo que no desconoce las marcas que ese goce inyectó pero que sabe arreglárselas con ellas y de este modo cristalizar (es la nueva operación que surge de este recorrido) una identidad más cercana al sinthome.

 

La Escuela, una identificación que no es como las demás

El proceso de identificación supone como condición hablar la lengua del Otro. Sin embargo, Lacan muy tempranamente y en particular a partir de su excomunión, “forjó una lengua especial, una lengua cifrada, que no es la lengua del Otro sino la lengua del Uno” (13). Esta lengua que pudo aislar como esencial para el parlêtre, es también el fundamento de la creación de su Escuela, ese enclave que quiso aislado del discurso universal del amo, refugio para los psicoanalistas.

Se trata de una lengua cuya referencia no es el Otro social, ni el Otro de la política, tampoco el Otro de la historia ni el Otro sexual. La referencia de la lengua del Uno es el cuerpo, lo que Lacan llamó acontecimiento de cuerpo. Un acontecimiento íntimo y privado que escapa a los acontecimientos colectivos y al discurso universal.

¿Por qué la lengua del Uno le conviene a la vida de la Escuela? ¿Cómo con ella se puede hacer lazo con los otros sin aplastar las diferencias, pero admitiendo las discordias?

Formar parte de una Escuela, supone también una identificación. Los psicoanalistas que, en algún momento –algunos desde el comienzo, otros un poco después, algunos ahora…– quisimos ser parte de ella, reconocemos una identificación –lo diré de esta manera– a la Orientación Lacaniana indicada por J.-A. Miller. A esa identificación la llamaré en esta ocasión, suplementaria.

Poner el acento en el suplemento ya hace de ella una identificación que no es como las demás, una identificación en más, que no hace Uno con el Otro, que no implica un reconocimiento ni una complementariedad. Y que sin embargo nos reúne alrededor de una causa que es a la vez la misma para todos y la más singular para cada uno.

Un modo posible de escribirla es: una identificación que concierne al Uno que cada uno es (identidad corporal), más el vacío que es el índice de lo imposible a identificar (Uno + vacío). Sin embargo, tal como lo advierte Eric Laurent, “apuntar a la vacuidad primordial no impide confundir el atravesamiento de las identificaciones con una renuncia a toda identificación” (14). Siempre habrá restos y es con ellos que se funda una Escuela y es con ellos que ella funciona.

Lacan se refirió a sus miembros alguna vez como los “dispersos descabalados” (15). Paradojas de la Escuela y del discurso analítico que la constituye, ya que por un lado ella recluta a los analistas por sostener una causa común que es la supervivencia misma del psicoanálisis, pero una a vez allí ella los quiere desparejados, sueltos y dispares.

Para concluir, voy a retomar las palabras de J.-A. Miller en la conferencia del 13 de mayo de 2017:  Me sirve para transmitir lo que me digo a mí misma para la vida en la Escuela: “Para actuar en política (en la Escuela), confiar en la autonomía del propio pensamiento es tan necesario como rebajar el nivel de las identificaciones y conseguir que cada cual se remita a su propia opinión. Dicho de otra manera, no masificar las reacciones, no encantarse con la referencia a un jefe. Se trata, por el contrario, de hacer algo múltiple, articulado y discutido”. (16)

Un esfuerzo más entonces, por cristalizar la propia identidad.

 

 

 

Notas:

(1) Lacan, J.: El Seminario, libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1984, pág. 25.

(2) Lacan, J.: “Del trieb de Freud y del deseo del psicoanalista”, Escritos II, Siglo veintiuno, Buenos Aires, 1987.

(3) Lacan, J.: “El Seminario 24: L’insu que sait de l’une-bévue s’aile a mourre”, clase 16/11/1976, inédito.

(4) Lacan, J.: El Seminario, libro 10, La angustia, Paidós, Buenos Aires, 2006.

(5) Ibíd., pág. 339.

(6) Óp. Cit. n° 4, pág. 339.

(7) Óp. Cit. n° 4, pág. 339.

(8) Lacan, J.: El Seminario, libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1984, pág. 265.

(9) Lacan, J.: El Seminario, libro 16, De un Otro al otro, Paidós, Buenos Aires, 2008.

(10) Miller, J.-A.: Piezas sueltas, Paidós, Buenos Aires, 2013.

(11) Ibíd., pág. 398.

(12) Brousse, M. H: “Las identidades una política, la identificación un proceso y la identidad un síntoma”, Textos de orientación para las XXVII Jornadas Anuales de la EOL, http://www.xxviijornadasanuales.com/template.php?file=textos-de-orientacion/las-identidades-una-politica-la-identificacion.html.

(13) Miller, J.-A.: Sutilezas, Paidós, Buenos Aires, 2011, pág. 19.

(14) Laurent, E.: “Impasses de la identidad que se escapa”, Lacan Cotidiano N° 644, http://www.eol.org.ar/biblioteca/lacancotidiano/LC-cero-644.pdf.

(15) Lacan, J.: “Prefacio a la edición inglesa del Seminario 11”, Otros Escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, pág. 601.

(16) Miller, J.-A.: “Conferencia de Madrid”, pronunciada en el Palacio de la Prensa de Madrid el 13 de mayo 2017, Lacan Cotidiano N° 700, http://www.eol.org.ar/biblioteca/lacancotidiano/LC-cero-700.pdf.