En la conferencia de cierre del Congreso de la AMP en 2012 ([1]), Miller sugiere que la sexuación con sus reglas y trama de lógica matemática es una construcción secundaria que interviene después del choque inicial del cuerpo con lalengua. El goce que surge como desvío de ese encuentro contingente está lejos de la sofisticación de la sexuación. Es goce a secas, femenino y concierne a todo ser hablante. La lectura sobre el unarismo del goce se sirve del seminario 19 y la conclusión de que si bien no hay relación sexual, hay el Uno de goce. Tanto ese Uno sin Otro que se “incrusta en el cuerpo” ([2]) como el goce Otro, no fálico, de las fórmulas “bordean la misma zona de lo indecible” ([3]). Y es ese punto de singularidad que decanta en la experiencia de un análisis, sin ilusiones de solución a la inexistencia de relaciónsexual, ni de meta final una vez atravesado el fantasma y su lógica fálica. El goce femenino no es un punto de novedad superadora, se trata del mismo que está en el trauma del encuentro inicial, y que define la desviación singular del goce en cada uno. Tan mínimo como incurable.
Bien, ¿cómo localizar la lógica de la excepción y el no todo en la clínica? ¿Qué modificaciones ocurren -o no- como consecuencia de la experiencia analítica? La propuesta es interrogar recorridos analíticos que hayan definido su posición sexuada desde distintos lados del cuadro de la sexuación. Porque si insistimos con que esa formalización lógica no se superpone a un binarismo estanco, habría que intentar demostrar cómo es eso de que un llamado hombre inscriba el goce en la lógica del no todo fálico y una llamada mujer lo haga en ambos.
“Sin medida” que “hace pie” en el “calzador” ([4]):
¿Por qué nombrar el sinthome como “calzador sin medida” no transformó en un místico a Leonardo Gorostiza? Con esa expresión de curiosidad por ejemplo, se puede volver a leer los testimonios de una nominación que ocurrió hace 11 años. Esto a su vez deja ver la vigencia de la enseñanza que podemos obtener del pase.
Para buscar el pasaje de registro -fálico a no todo fálico-, se pueden seguir tres ejes de cambio: el tiempo, lo femenino y el padre.
Vayamos primero al síntoma, situado como un no cesar de intentar calzar un pensamiento con otro. Ese síntoma se conjugaba con el fantasma, donde un ojo calzaba en la hendidura del Otro haciendo existir la ilusión de un panóptico universal. Ese programa de goce, velaba el agujero del trauma que irrumpió con la mirada alrededor del goce de una mujer, siendo niño. El fantasma transformó la contingencia en necesidad vestida de historia. Al respecto Leonardo Gorostiza subraya la estática del fantasma, correlativa con la idea del tiempo como eternidad.
El franqueamiento del fantasma posibilitó otra experiencia con la contingencia y el tiempo. Es cuando “la aparente necesidad de la función fálica-que se repetía en el síntoma- se descubre no ser más que contingencia” ([5]). El falo puede advenir así índice de contingencia y conectarse con lo inconmensurable de lo femenino sin intento de medición/negativización por medio de la horma de la castración.
Esto va de la mano con la caída de la creencia en “La” mujer y apertura al acontecimiento imprevisto con “una mujer”. La creencia en el universal femenino era la media naranja del padre ideal. Ese padre trascendental que sabría hacer con “La” mujer como especie lógica.
A partir de la extracción del objeto escópico se propicia un movimiento hacia la caída de la función de excepción que decía NO a la ley de la representación limitada del mundo. Caída de ese sujeto supuesto saber mirar, Dios Padre eterno. El mundo deja de ordenarse como panóptico y se funda un nuevo lazo con una opacidad que hace objeción a una mirada ante la cual todo sería transparente. El mundo delimitado por lo medible también se modifica. El calzador puede acompañarse del elemento heterogéneo de lo inconmensarabledonde el “sin medida” se diferencia de la desmesura o el exceso, porque estos pertenecen a la lógica de la medida.
Calzador-sin-medida, como significante que no pertenece al campo del Otro. Es un invento que indica el s (A/), indica que hay lo imposible de nombrar.
Para volver a la pregunta que hizo las veces de disparador para esta lectura, es indispensable tener en cuenta que no hay un conjunto homogéneo que incluya a los místicos. No conforman un todo y tal vez sea más adecuado referirse a ellos uno por uno. Los nombres que más nos resuenan -a partir del seminario Aún– son los del barroco español: San Juan de la Cruz o Santa Teresa. Ambos fueron religiosos, pero dentro de los religiosos hay los que buscan una fusión con Dios y los que prefieren la distancia, como Ramón Llul. También hay los no religiosos, Buda por ejemplo.
Si se pudiera extraer un rasgo que valga como respuesta a la pregunta inicial, sería la relación que tienen los místicos respecto de esa experiencia de goce inefable. Avocan su vida a la búsqueda de esa experiencia de cuerpo y, como señalan varios trabajos de investigación, tienen cierta fascinación por ello.
Una tesis de Lacan en Aún es que el goce místico es el goce femenino en tanto suplementario del goce fálico. Al respecto, podemos decir que a diferencia de la experiencia mística, el sinthome llamado “calzador sin medida” no se dirige a zambullirse en lo inconmensaurable. Lo “sin medida” es un índice de S(A/) que no deja de “hacer pie” en el “calzador”.
Partenaire soledad
Dalila Arpin Es miembro de la ECF y fue AE entre 2016 y 2019. En su testimonio “Una muy triste soledad” ([6]) pueden leerse las variaciones que ha tomado la soledad desde su experiencia como analizante. En sus últimas publicaciones, Marie-Hélène Brousse ha tomado la soledad, entre otras variaciones, para abordar el del No- todo en la clínica, y analiza modos de decir lo hétero que puede habitar en cada ser hablante. Una intervención de Leonardo Gorostiza ([7]) a propósito de eso, indica como hallazgo clínico que diversos signos, frecuentemente atribuidos a la histeria, son leídos por la autora como rasgos inherentes a lo femenino.
Al respecto ¿cómo no recordar la mención de Jacques-Alain Miller alredededor del objeto fractal para referirse a la reiteración del mismo Uno del acontecimiento de goce en la raíz del síntoma? ([8]). Se trata de una referencia matemática, el fractal es un objeto semigeométrico que repite a diversas escalas su estructura. Así es que la reiteración de un mismo núcleo de goce puede tomar formas más o menos extravagantes. En el testimonio la soledad pasa por varias escalas: cuando se enlaza al Otro toma la forma de síntoma de la neurosis infantil así como cuando encarna el falo – ser la única- bajo el régimen del fantasma. Conforme el amor de transferencia revela un Otro fallado, el mismo como figura va desapareciendo y la soledad se asume como goce imposible de compartir y aun más, como soledad del Uno. “Ese Uno que no es de la fusión, aquel que del dos haría el Eros” ([9]).
El testimonio se apoya en dos escenas de su infancia en las que se instala la experiencia de la soledad como penosa: una ocurría diariamente en la mesa, cuando sus padres cambiaban de idioma para hablar de temas inconvenientes para la niña. Resultado: sentimiento de exclusión y aburrimiento. La segunda escena ocurría durante los frecuentes viajes de 600 kilómetros que hacían en auto para visitar a la hermana de su madre. “Solo se ofrecían a mi las vistas de un paisaje desértico y árido en que afloraba la tristeza”. Nuevamente siente la exclusión frente al diálogo de la pareja. Pero lo insufrible de esos viajes más bien se lo adjudica al inexplicable apego simbiótico de su madre con esa tía.
La soledad tomó un giro dramático cuando la tía se casa y su madre cae en depresión. A partir de ese momento se instala la idea de que separarse puede tener consecuencias graves. Esa visión trágica de la soledad pasó a teñir lo que ya se había constituido como tratamiento del fantasma de quedar sola: el amor. En la novela familiar su madre fue considerada una “solterona” muchos años y completaba el “cuadro del horror” junto a dos primas. La soledad era algo a evitar a cualquier precio y la simbiosis un mal ejemplo, pero muy al alcance. La tía se había erigido como una especie de sujeto supuesto saber hacer con la soledad. Mujer que supo exceptuarse del cuadro del horror de las solteras, aun siéndolo. Eso daba las características ideales para propiciar la creencia en el universal femenino, una “falsa excepción”, como lo expresa Eric Laurent.
El interés tenaz por las parejas se vio plasmado en la escritura de un libro (“Parejas célebres. Lazos Inconscientes”), donde busca esclarecer la juntura más íntima que ha presidido la formación de cada pareja ([10]). Tras dicha pasión entonces, la búsqueda de remediar su propio exilio. A escala fálica, la soledad se sirvió del semblante de ser la única. Unica por un nombre poco común, única para sus parejas y única para el amor de su padre quién enviudó a los 14 años de ella, su hija única. La exigencia de exclusividad en el modo de hacer lazo, no era garantía de pacificación, sino más bien tenía un peso proporcional al sufrimiento. En las mujeres, a falta de un significante que venga a nombrar “La” mujer, la soledad puede entrar en resonancia con la demanda de amor. Una demanda que da cuenta de la soledad en relación con el goce. Un goce, cito a Lacan, que la divide haciendo de su soledad partenaire ([11]). En la experiencia de análisis los semblantes fálicos fueron dejando cada vez más lugar a otra vertiente, aquella que supone un vacío afín a la relación directa con el significante del Otro barrado. En este caso, fue la caída de la pareja analista-analizante lo que posibilitó la separación -hasta el momento imposible- del Otro encarnado en la pareja. La soledad del final no es la de la realidad que es para Otro. Dalila Arpin la define finalmente como traducción subjetiva de la inexistencia del Otro. Así lo dice Micquel Bassols: la soledad del goce femenino es una soledad elevada a la segunda potencia. Es una soledad para nadie porque es ausencia para otra ausencia ([12]).
En la lógica del no-todo no se trata de que falte algo sino que una parte sea heterogénea. Tan heterogénea que no pueda ser reducida, homogeneizada por los montajes del todismo. Se reducen las escalas y el elemento objetor persiste, itera. Lo que sí se ha modificado es la posición de la analizante, que cesa de rechazar el elemento heterogéneo. La soledad como posición frente al goce, si algo admitiera como partenaire sería ni célebre ni simbiótica.
Notas
(1) Miller J.-A.: “Lo real en el siglo XXI” en El orden simbólico en el siglo XXI, Grama, Buenos Aires, 2012, pág.425.
(2) Bassols M.: La diferencia de los sexos no existe en el Inconsciente, Grama, Buenos Aires, 2021, pág.51.
(3) Bassols, M.: “Prólogo” en Los impasses de la feminidad de Camaly, G., Grama, Buenos Aires, 2017, pág.14.
(4) Retomaré en varias oportinidades los testimonios de pase de Leonardo Gorostiza a modo de parafraseo.
(5) Lacan J.: El Seminario, Libro 20, Paidós, Buenos Aires, 1985, pág. 114.
(6) Arpin D.: “Una muy triste soledad” en Freudiana, n 81, Barcelona, 2017, pág.119. El testimonio será parafraseado en este trabajo.
(7) Gorostiza L.: “Prólogo” de Lo femenino de Marie Hélène Brousse, Tres Haches, Buenos Aires, 2020, pág. 12.
(8) Miller, J-A.: “Leer un síntoma” en Lacaniana, n 12, Buenos Aires, 2012, pág.17.
(9) Miller, J.-A.: El Uno solo, inédito, clase del 4/5/2011.
(10) Arpin, D.: Parejas célebres. Lazos insconscientes, Grama, Buenos Aires., 2016, pág.15.
(11) Lacan, J.: “El Atolondradicho” en Otros Escritos, Paidós, Buenos Aires. 2012, pág.491.
(12) Bassols, M.: Lo femenino, entre centro y ausencia, Grama, Buenos Aires, 2017.