Hacia el ENAPOL VII: El imperio de las imágenes
Ecos de la actividad preparatoria: Presentación Clínica en la Universidad – Facultad de Psicología, La Plata, 21 de Mayo de 2015
por Alma Pérez Abella
Los contextos cambian, y esto exige que los analistas tengamos que investigar las consecuencias de esos cambios para poder leer los síntomas e interpretarlos. ¿Cuáles son los síntomas con los que se presentan los sujetos a la consulta? ¿Cómo opera el psicoanálisis ante estas modificaciones de la subjetividad?
Uno de los cambios más notable es el modo en que los sujetos hacen lazo, sobre lo cual surgieron varias preguntas: ¿qué supone afirmar que en la actualidad los lazos son lábiles? ¿Estar conectado a la red, implica hacer lazo? ¿Qué cuerpo es el que está en juego en esos casos? Lazos en los que se aprecia una gran reducción del lenguaje. Y es en reemplazo del lenguaje que florecen las imágenes reflejadas en pantallas, intercambios de emoticones o los famosos “me gusta”. Recuerdo lo dicho por una paciente al final de una sesión: “los ‘me gusta’ son como piojo en peluca, no llegan muy lejos”. No llegan lejos porque si las imágenes se encuentran recortadas del sujeto, de la palabra, del cuerpo, no posibilitan el despliegue de los discursos.
El psicoanálisis necesita que el sujeto pueda articular un decir que permita hacer del error un fallido, un lapsus, para que las imágenes que aparecen en los sueños sean descifradas, hasta alcanzar su ombligo real. Fenómenos que J-A. Miller nombró como restos y los ubicó como aquello que hace que no seamos una máquina, de allí el valor que tienen esos fenómenos junto con los síntomas.
En la clínica (como se observó en los recortes clínicos presentados), nos encontramos con sujetos alienados a lo que se propone desde el discurso de la ciencia y la tecnología. Discursos que trabajan para eliminar, absorber, matematizar lo real. Desde allí se promete una sexualidad con un goce garantizado. Una sexualidad arrancada del cuerpo, que se sirve de aparatos tecnológicos que vienen a remplazar al erotismo del fantasma.
Preservar lo real, introducir el misterio del cuerpo hablante –ese lugar donde residen las marcas singulares de cada sujeto– es la verdadera apuesta del analista. Apuesta que implica un tiempo diferente a la fugacidad que ofrece la era digital y los excesos del vacío.
Conversar entre colegas y estudiantes, sobre estos temas, desde una perspectiva clínica, en el marco de la Facultad, fue un verdadero acontecimiento.