SEGUNDA NOCHE DE DIRECTORIO: LA DIRECCIÓN DE LA CURA BAJO LA PERSPECTIVA DEL CONTROL –EOL Sección La Plata, 13 de junio de 2018
Belén Zubillaga
Agradezco al Directorio la invitación a participar de esta gran noche junto a Osvaldo, Paula y Polo. Hace cuatro años tuve el gusto de participar en una de las primeras Noches de Directorio en la Sección, –estrenábamos Sección en 2014– y el tema también fue el control.
Ya ahí me preguntaba, y renuevo la pregunta: ¿qué cambiaría de la práctica del control (además de la del cartel) con la creación de una Sección de la Escuela en nuestra ciudad? En esa oportunidad el título era “el control en la Escuela”, algo iba a cambiar.
Pero esta vez nos convocaron a pensar “el control en la dirección de la cura”, formulación más que acertada ya que no se refiere a la amplitud de la práctica analítica, sino específicamente a la dirección de cada cura que pretendemos conducir, al impacto del control en la dirección de la cura.
De entrada, podríamos decirlo con sentido común, mantener el control de la dirección evita el desvío peligroso que conlleva su pérdida. No hay dirección posible sin control, y con ello me refiero al que acompaña no solo la práctica del analista, sino su análisis, por qué no también como una serie. La serie del control.
Laurent en “El buen uso de la supervisión” (1), diferencia el control del pase ya que, como sabemos, solo en el pase, es el analizante el que establece su propio caso. En cambio, en el control, es el analista el que lleva el caso que no es él, al controlador. Este último para tal fin no debe ni pretender ocupar el lugar del Otro, lo que sería una canallada, una impostura –dice Laurent– ni caer en la tentación del tercero que localiza “la mentira del caso en la impotencia del supervisante para estar a la altura” (2), que no es más que pura infatuación.
No hay quien escape a la equivocación del sujeto supuesto saber, ni narcisismo que lo aguante. A veces esas posturas, no son más que la revancha de ocupar el lugar del pequeño a en la experiencia analítica.
Hasta ahí el buen uso del control del lado de quien lo conduce. Ahora pasemos al otro lado, el lado del que lleva el caso que se espera no sea el de él.
Lacan sostuvo que el problema no es de aquel que acude al control porque su acto lo sobrepasa sino aquel que cree que sobrepasa su acto, que se cree su amo, que lo viste con su narcisismo y quiere elevarlo a un saber. El control en ese caso mostrará la impotencia dado que es en el “no ejercicio de un poder” (3) donde yace la clave, soportando ocupar el punto extremo de “despojamiento de todo dominio”. (4)
Nada nos protege del acto, ni el fantasma, ni la experiencia, ni el saber. El control debe preservar esa aporía junto al deseo del analista.
Hace un tiempo, asisto a control conmovida, superada por mi acto. Si bien fue en la continuidad del control, no por ello carecía de urgencia, esa que no sirve porque no hay nada que hacer. El “arruinar la vida” fue el nombre que encontré en ese control para el temor del efecto de mis intervenciones. Sea por dirigir al paciente, en vez de la cura o animada por las pasiones fundamentalmente –al decir de Lacan– por “el gusto por no decepcionar”. (5)
Hizo falta otro control de la serie, y los que estuvieron en el medio, para producir el efecto interpretativo en el analista y meterlo de nuevo en la pista de la dirección de la cura.
Menciono esta vez, que otro paciente había decidido dejar, entre otras cosas, su profesión, frente a lo que el analista de control dice: “¡Le seguís arruinando la vida a tus pacientes!”. Apuntando con los que fueran mis significantes aquella vez, al espanto frente al acto en desmedro del efecto terapéutico. La intervención tocó los restos de bondad y furor sanandi (6) que me habitaban.
Arruinar la vida, metafóricamente hablando, es lo contrario al “deseo de sanar” (7), y se trata de hacer –en todo caso– que el que viene a vernos se encuentre con aquello con lo que se arruina la vida. Efecto que solo el control puede despejar para el analista que conduce la cura, producto de la “descontextualización” (8) que entraña.
El control, a diferencia del análisis, descontextualiza al analista de su consultorio, de sus pacientes y de su propio análisis. Lo pone en otro sitio donde solo lleva su texto, o mejor dicho, el del analizante. Convirtiéndose en el único espacio donde medir lo que no tiene medida: el acto del analista. Orientador, vía el deseo del analista, de la dirección de la cura, soportada en lo real de que no hay modelo a imitar.
Notas
(1) Laurent, E.: Ciudades Analíticas, Tres Haches, Buenos Aires, 2004, págs. 54-69.
(2) Ibíd. pág. 61.
(3) Lacan, J.: “La dirección de la cura y los principios de su poder”, en Escritos 2, Siglo XXI, Buenos Aires, 1987, págs. 565- 626.
(4) Óp. Cit. n° 1, pág. 68.
(5) Óp. Cit. n° 3, pág. 575.
(6) Freud, S.: “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia”, Tomo XII, Amorrortu, Buenos Aires, 1991, pág. 174.
(7) Lacan, J.: “Variantes de la cura-tipo”, en Escritos 1, Siglo XXI, Buenos Aires, 1988, pág. 312.
(8) Miller, J-A.: El banquete de los analistas, Paidós, Buenos Aires, 2010, pág. 385.