La deriva tecnológica del mandato superyoico

12-el-poder-de-los-objetos-sap-g-rHACIA LAS III JORNADAS ANUALES: EL PODER DE LOS OBJETOS. EL RÉGIMEN DE LA PULSIÓN EN LA SOCIEDAD VIRTUAL –SEGUNDA NOCHE PREPARATORIA, EOL Sección la Plata, 23 de noviembre de 2016

 

Gabriela Rodríguez

 

I. La anécdota de Alphonse Allais: “lógica del siervo”

La anécdota se lee en un texto de Judith Miller, “La resistible ascensión del gadget” (1), y resulta de interés porque nos introduce a raíz del objeto teléfono, en la lógica de la servidumbre al objeto, que es uno de los modos en los que se puede leer el título de estas III Jornadas, «El poder de los objetos…».

En la anécdota, Alphonse Allais, escritor y humorista francés, cuenta que un amigo lo invita a su casa para que descubra su nueva adquisición: un teléfono. Este le explica el funcionamiento del maravilloso invento, basta con que un amigo quiera llamarle para que suene un timbre, al que acudirá pronto a responderle. Allais replica: «¡qué horror: acudes a un timbre como un criado!». Fin de la anécdota.

Bajo un sesgo aristocrático e irónico la anécdota muestra que el supuesto dominio de la naturaleza que garantizaba para el hombre la expansión de la técnica, retorna como inversión del vector de dominio, es lo que puntúa Judith Miller. Lo curioso del caso, puntualiza, es que el hombre pueda encontrar en eso una satisfacción particular, un goce, sometiéndose a un amo que busca capturarlo, capturar su deseo para tomarlo en la vía de un circuito calculado –ya previsto– cuyo automatismo por más familiar que nos parezca, permanece indescifrable. El reverso de la ilusión de dominio que soporta el gadget, es la servidumbre, y como toda servidumbre por ser provocada no es menos voluntaria, remata la hija de Lacan.

En esta dirección adquiere otro relieve la humorada que le escucháramos decir a Lady Violet Crawley, el personaje más caústico de «Downton Abbey», frente a la aparición del primer teléfono: “¿Este es un instrumento de comunicación o de tortura?”.

 

II. Variaciones sobre el timbre

Me voy a referir a un párrafo que aquí trascribo, en el que Juan Carlos Indart presenta el siguiente caso: “Conocí bien y vi con mis propios ojos, a un hombre joven… que paso dos de sus noches en las siguientes circunstancias. Esperaba una llamada telefónica de la mujer de sus amores… Cerca de la media noche vino a caer en la idea de que, si el teléfono carecía de tono, le sería imposible recibir la llamada en cuestión. Por esa razón, levantaba el auricular y sosegaba su inquietud escuchando el sonido del tono, que efectivamente respondía. Como no dejaba de advertir que tal verificación del tono de proseguirse, lo conduciría a ser el mismo quien impidiera la llamada, colgaba el auricular tan pronto como había conseguido la comprobación exigida, no sin cierta descarga agresiva de la que era víctima el aparato mismo… Repetía entonces la maniobra antes descripta a intervalos y de modo incesante… Por dos noches consecutivas quedo preso de esa situación” (2).

 

El Otro telefónico. El caso, presentado de este modo nos aleja de la idea de reducir el teléfono a un mero soporte técnico, precisamente porque pone en escena una mínima estructura significante –tono/no tono– la que supone la cuestión de un sujeto, a la vez efecto y capturado en ella. Esta pequeña estructura se diferencia de la infinidad de conversaciones que pueden circular por ese aparato a título de comunicación. Podemos reconocer entonces lo bien dispuesto que está el teléfono para soportar la dimensión del Otro, afirma Indart, una afirmación de la que no podemos dudar de su vigencia, sin embargo, más allá de la encarnación de esa dimensión se dibuja con ella además…

La paradoja del teléfono. Una vez instalado el inocente aparato en el hogar, continúa Indart, una enorme cantidad de determinaciones han caído sobre el dueño de casa: no solo podrá, gracias a su teléfono, realizar llamadas, sino que a partir de ese preciso momento estará condenado a recibir la llamada de otro. Otro que se hará oír en su demanda, antes de prestar la voz y dar la cara. Es esa dimensión paradojal del aparato la que nos interesa, la que está perfectamente encarnada por el “timbre”, –rintong se me dirá–, aún hoy que los teléfonos se han despegado del cable que los unía indefectible a la pared y se encuentran cada vez más cercanos del cuerpo. El cine, recuerda Indart, ha podido jugar con esta dimensión que moviliza, aunque más no sea por unos segundos, el enigma del deseo del Otro que descansaba, antes como ahora, en la cuestión del propio deseo; agregaría también, para seguir la estela de la anécdota de Allais –destacada por Judith–, la dimensión de la D mayúscula, que se escribe en la fórmula de la pulsión. Por eso…

 

III. Retorno a la servidumbre, Laurent con Agamben

A a partir de una conferencia dictada por Eric Laurent en Barcelona, junio de 2014, titulada «¿Qué es un psicoanálisis orientado hacia lo real?» (3), se puede retomar la cuestión por el sesgo de la relación del sujeto moderno con el mando, para ello Laurent recurrirá allí a la arqueología del mando de Giorgio Agamben, en el que descubre una secreta influencia de Lacan.

Según Laurent, a diferencia de los sociólogos de la posmodernidad, Giorgio Agamben nos presenta el enfrentamiento directo de nuestra civilización con el vacío que la habita, que refiere a la caída de la tradición del Nombre del Padre, aunque no solamente. Para conjurarlo, se lanza a la búsqueda loca de un significante amo, y es por este sesgo que su reflexión se detiene en lo que llama la arqueología del mando. Laurent se referirá a una conferencia dictada por el filósofo italiano en Londres, «¿Qué es una orden?» (2011) (4), en la que da una descripción de las sociedades supuestamente democráticas en las que vivimos a partir de una constatación simple: la ontología del mando ha tomado el lugar de la ontología de la aserción, no bajo la forma clara del imperativo sino bajo la forma más insidiosa del consejo, de la invitación, de la advertencia que se da en nombre de la seguridad. Así se podría decir que el modo de obediencia a una orden en las sociedades actuales toma la forma de una cooperación o incluso, muy a menudo, la de una orden dada a sí mismo. Laurent se vale de este planteo al que va a extender, porque no solo se despliega en la esfera de la publicidad o de las prescripciones de la seguridad y la salud pública, sino también, y este es el punto que nos interesa, en la esfera de los dispositivos tecnológicos.

Los dispositivos tecnológicos en esta lógica, se definen por el hecho de que el sujeto que los utiliza cree comandarlos, en efecto, aprieta teclas definidas como comandos, sin embargo, en realidad –acentúa Laurent– creyendo mandar no hace más que obedecer a un mando ya inscrito en la propia estructura del dispositivo. Así “el ciudadano libre de las sociedades democrático-tecnológicas es un ser que obedece sin cesar en el gesto mismo de pulsar un comando”, concluye Laurent.

La arqueología del mando de Agamben pone bajo una lupa el papel que cumple la tecla fundamental que se llama comando, la que reduce el mundo de los objetos a un mero gesto de mando/control, encarnado a la vez cierta abstracción de poderío sobre los objetos, la función del comando nos convierte en servidores del dispositivo tecnológico. La paradoja del mando se instala bajo la máscara de la cooperación y con el comando se actualiza el mandato superyoico, en la orden del sujeto que pulsa el comando anida la obediencia al imperativo de goce que ordena un “siempre más”, y es en ese sin límite, en el que Laurent lee con precisión el índice de la superyoización del mundo.

La deriva tecnológica del mandato superyoico pone en escena una nueva versión del “empuje a gozar” que se funda en el fetichismo de la máquina, un recurso con el que se rechaza el encuentro con un goce fuera de programa, un goce fuera de formato para decirlo sencillamente, al que de continuo nos expone paradójicamente lo Unheimlich del gadget.

 

IV. Addenda

Quisiera terminar con un breve agregado que puntúa un modo de hacer con la máquina del que el psicoanálisis podrá tomar alguna lección. Se trata de una operación propuesta por Agamben (5), la que surge como correlato de una repartición de lo que existe en dos grandes clases: los seres vivientes –substancias– y los dispositivos en los que ellos están continuamente capturados –entre los que se encuentran los gadgets, aunque no solamente‑, la definición que el autor da del dispositivo es más extensa y retoma lo formulado por Foucault. Cabe notar en este punto la cercanía con Lacan, quién acentúa el efecto devorante, que captura de los gadgets. Agamben se pregunta: ¿qué estrategia operativa darse en lo cotidiano con los dispositivos, cuando no se trata ni de destruirlos, ni usarlos en su modo justo, como sugieren algunos ingenuos?, se trata para el autor de liberar lo que ha sido capturado por los dispositivos –no sé si Agamben estaría de acuerdo en decir que estos dispositivos son objetos “atrapalibido”, su desarrollo respecto de aquello que permanece capturado se formula en clave heideggeriana–, liberarlo, para devolverlo a un uso posible fuera del que le ha sido prescrito. Se vale entonces del término profanación que viene del derecho y de religión romana, para denominar la operación por la que se podrá descubrir un nuevo uso, completamente incongruente con el uso fijado por el dispositivo. Profanar supondrá entonces la posibilidad de inventar un uso no determinado por el dispositivo del comando y con ello introducir cierta dosis de herejía en el uso no codificado, que nos ponga a cierto resguardo de la “servidumbre voluntaria”.

 

 

Notas:

(1) Miller, J.: “La resistible ascensión del gadget”, en Imaginario y lógica colectiva, DOR Ediciones, Madrid, pág. 209.

(2) Indart, J. C.: “Del acto sintomático al acto”, en Acto e Interpretación, Manantial. Buenos Aires, 1984, pág. 68.

(3) Laurent, E.: “¿Qué es un psicoanálisis orientado hacia lo real?”, en Revista Freudiana Nº 71, Barcelona, 2014.

(4) Agamben, G.: “¿Qué es una orden?”, en Teología y Lenguaje, Las Cuarenta, 2012, pág. 62.

(5) Agamben, G.: “¿Qué es un dispositivo?”, en Sociológica, Revista de Sociología Nº 73, México, 2011, pág. 249-264.