NOCHE DE CARTELES: ¿QUÉ SE ESPERA DEL CARTEL? — EOL Sección La Plata,
Estefanía Bonifacio
“Vuestro no quiero saber nada de cierto saber que se les transmite por retazos ¿será igual al mío? No lo creo, y precisamente por suponer que parto de otra parte en ese no quiero saber nada de eso se hallan ligados a mí. De modo que, si es verdad que respecto a ustedes yo no puedo estar aquí sino en la posición de analizante de mí no quiero saber nada de eso, de aquí a que ustedes alcancen el mismo, habrá mucho que sudar.”(1)
¿Qué se espera de un cartel? Ésta fue la pregunta con la que Adriana Fanjul me puso a trabajar. Claro, no fue lo único que dijo. Pero como sabemos a veces una frase basta para suscitar otras preguntas. Desde el momento en que nos preguntamos qué quiere decir con eso, algo se empieza a trabajar, solito, en el pensamiento. Por ejemplo, ¿Qué esperaba Lacan de un cartel? ¿Qué espero yo de un cartel? ¿Qué voy a buscar a un cartel? Y si he esperado algo ¿es lo que encontré? ¿Saber? ¿Qué saber? ¿El de los libros? ¿Eso es lo que “aprendí”?
Creo que si cada uno de los que estamos aquí reunidos para conversar sobre el cartel nos formulamos la pregunta “¿Qué espero de un cartel?” Daríamos una respuesta diferente, una variación de eso que se espera de un cartel, de acuerdo al uso que cada uno hace del dispositivo. En todo caso esperamos algo del cartel, y es del cartel (y no por ejemplo de un taller, un grupo de estudio, un comentario clínico, etc.). Pero ¿qué?
Intentaré entonces trasmitir desde mi propia experiencia algo de eso. Y digo “eso” como quien señala la cosa pero no tiene el nombre para definirla. Hay sí un trazo. ¿Vieron cómo ese juego de unir los números dispersos en la hoja en la que se dibuja una forma? Sumando uno, más uno, más uno… intentaré contarles un caminito que no se cierra sobre sí, sino que permanece abierto.
Se trata de cosas dichas por diferentes Más-Unos que tuvieron en mí un efecto de interpretación, es decir, de formación. Tomaré tres que han sido inaugurales.
La primera, en sentido literal, el primer cartel del que participé, al poco tiempo de recibirme y en el marco de una residencia hospitalaria. Frente a la demanda de saber del grupo, el analista propone el funcionamiento de cartel fulgurante y se descompleta en tanto que Más-Uno proponiendo que elijamos de entre los compañeros quién encarnaría la función, a la par que empuja el trabajo sobre el rasgo, haciéndonos agentes activos en la exploración de un tema de interés de cada uno.
En otra oportunidad en un cartel en el marco de Acción Lacaniana, la exhortación del Más-Uno: “balbuciemos” destraba cierta inhibición a nivel del habla que hacía obstáculo a la conversación. Implicó una invitación a decir mal, a hablar sin preocuparnos por comunicar un sentido o un saber. Para poder pescar luego en ese parloteo un bien-decir, como una ráfaga en el discurso.
Por último, esta vez en el marco de una maestría de psicoanálisis, el docente devenido Más-Uno propone el funcionamiento de cartel ampliado e invita: “coloquemos el agalma en los textos, hagámosle responder las preguntas que el texto se plantea”. Produciendo así un movimiento de localización del objeto, ubicándolo en el lugar de la causa de lectura.
Quise traer estas tres secuencias porque considero que en acto han tenido un efecto de agujero en el saber, es decir, del saber neurótico, ése que se pretende adquirir, tesoro de los significantes, que además estaría afuera. El cartel apareció allí donde no se lo esperaba y se puso en funcionamiento como una máquina que se activa. Clic. Cada vez. Con el trabajo de cada uno.
Entonces, para que esta máquina funcione es preciso que haya agujeros, si hay agujeros hay aire. Alrededor de ellos, con otros, tanto como en la intimidad de la lectura, elucubramos saber, deliramos un poco, balbucíamos. ¿Pero cuál es el producto de este trabajo?
En un momento tarde o temprano (si no es un cartel, sucederá en otro), es preciso un forzamiento más, “uno lo sabe, uno mismo”, es momento de escribir. Es necesario poner en forma las preguntas, ir trazando algunos mojones del recorrido, del estado de trabajo, y a veces las preguntas son un punto de llegada. Preguntas que más allá de su vertiente epistémica nacen de los escollos de la práctica. Y creo que lo interesante de este forzamiento es pescar -al escribirlo-, que como decía Lacan, “quien hace la pregunta tiene ya una respuesta”.
En mi caso, el cartel es el espacio donde reedito cada vez esa especie de traumatismo inicial que significó para mí el encuentro con el texto de Lacan. No me olvido más esas dos hojitas en fotocopia de “El estadio del espejo en la formación del yo” escritas en otro idioma. Con Lacan nos encontramos con esa exigencia muda de poner de nuestra parte. Y la alegría de atrapar algo, sentir “que entendemos” y nuevamente la dificultad de poder decirlo. Esas son las palabras escurridizas que creo, intento pescar cuando escribo.
Esto que no sería más que un resto de la operación, llama a la lectura con otros, Otro necesario para que nos retorne nuestro propio mensaje de forma invertida. Creo que las Jornadas de Carteles restituyen algo de la función del Otro, que nos saca del ostracismo del trabajo del rasgo. Pero también funcionan a contrapelo de los efectos de grupo porque es en todo caso un Otro diferente, múltiple, fragmentario. Nos ofrece el espacio, para decirlo de un modo sencillo, para encontrarnos unos con otros, un paisano de cada pueblo con su objeto en la mano dispuesto a echarlo a rodar al juego.
Y bien, ¿Qué espero de un cartel? Que tenga efectos de estilo en mi formación. Estilo, en el sentido en que lo entendía Jackobson, como “la decepción de una espera”. Es decir, espero que el cartel me sorprenda, pero lo único que sé, es que será en el lugar en que menos lo espero.
Notas:
Lacan, J.: El Seminario, Libro 20, Aún, Paidós, Buenos Aires, 2001, Pág. 9