Una brújula defectuosa

amp_2014_una_brujula_gerardo_arenasIX Congreso de la AMP: “Un real para el siglo XXI”, París 2014 Trabajo presentado en la mesa: Premières ponctuatios, el 14 de abril de 2014

Gerardo Arenas

 

Cuando J.-A. Miller propuso dedicar este Congreso al desorden en lo real, nos impulsó a ordenar nuestra concepción de lo real. ¿Cómo hacerlo?

Para dibujar las líneas de campo de la sexuación, Lacan usó una brújula cuyas tres dimensiones fueron diseñadas por la lógica a fin de relacionar el lenguaje con lo real: funciones, cuantores y negaciones. Decidí pues construir una brújula para orientarme en lo real, usando tres dimensiones a las cuales Lacan lo refirió: modos, extensiones y discursos. Pero me salió mal y, aunque lo reconocí en las últimas Jornadas de la EOL, nadie me ayudó aún a encontrar el defecto de mi brújula. ¿Lo harán ustedes?

Para abordar lo real, Aristóteles opuso lo “universal” a lo “singular”. Más tarde se agregó a esto la extensión “vacía”. El modo lógico de estas tres extensiones puede ser necesario, posible, imposible o contingente. En la red formada por modos y extensiones, el sujeto, por ejemplo, está en el cruce de lo vacío con lo imposible, y el sinthome, en el de lo singular con lo necesario.

Elegí los modos y las extensiones como dos dimensiones de la brújula porque Lacan, además de criticarlas y renovarlas, las relacionó con lo real. Y como también habló de lo real en diversos discursos, hice de éstos la tercera dimensión de la brújula. Veamos cómo funciona.

Como saben, Aristóteles constituyó la episteme antigua cuando proscribió ocuparse en ella de lo singular, y Bacon fundó la ciencia moderna cuando exilió de su territorio al sujeto. Nacido de esta doble forclusión, el discurso científico sólo puede acceder a un real universal y contingente, aunque aspire a que sus leyes sean necesarias. La lógica, en cambio, por su esencial relación con el lenguaje, no puede consumar la segunda forclusión, y por ello debe también ocuparse del real que además de universal es imposible. No hay pues razón para presuponer que en dos discursos diferentes esté en juego un mismo real. Lo retomaré.

Muchos colegas de la EOL pusieron a prueba esa brújula. Ello nos enseñó que no basta con decir “lo real” a secas, sin especificar sus tres dimensiones, y también que esta brújula es defectuosa pues no especifica ningún Norte, si bien permite dibujar el mapa de las clases de real.

Pero ¿cabe hablar de “clases” de real? En nuestras Jornadas planteé algunas reflexiones al respecto:

1) Lacan notó que no hay comunidad de género entre las diversas cosas que Freud denomina “identificación”, y propuso llamar así a una sola de ellas. Ahora bien, ¿hay comunidad de género entre el real del Seminario 2 y el del Seminario 23, o entre el real de las matemáticas y el real del trauma? Para poder hablar de “clases de real” habría que probar que sí. Nadie lo hizo aún.

2) Si se demostrara que todos esos reales comparten algo más que el nombre que Lacan les dio, ¿por qué orientarnos por su género común? ¿No nos orientaría mejor una de sus clases? Y en tal caso, ¿cuál?

3) Lacan dijo “Lo real es x” dando a x tantos valores que su lista los aburriría. ¿Cambió su concepción de lo real, o habló de cosas diferentes? Si no hay comunidad de género entre esas x, ¿no deberíamos hacer lo que Lacan hizo con Freud, o sea, llamar real a una sola y reformular las demás? Al remplazar “lo” real por “un” real en el título de este Congreso, Miller aceptó que hay “reales” y que debemos elegir “un real” para el psicoanálisis de nuestro siglo. Si lo hacemos, el mapa de las clases de real perderá sentido.

1) Lacan percibió estas dificultades. Dijo que hablaba de lo real como imposible porque lo real es “sin ley”, dijo que por eso él sólo aspiraba a hablar de un “fragmento” de real, y dijo que lo real, por sí solo, “no forma un todo”. ¿No desechó así el género común de lo real? El análisis no sería una vía de acceso a “lo real” (que no existiría), sino a “reales”. Luego lo mostraré en un testimonio del pase.

2) Lacan también dijo que mediante lo real él rechazaba la energética de Freud. Razones no le faltaban. Pero al pasar de la energética a lo real, ¿cuánto se gana? Si lo real es refractario al concepto, a la idea y a la representación, ¿cómo nos orientará?

Dije que hay que caracterizar cada real según su modo, su extensión, y el discurso al que responde. Veámoslo en el caso de dos reales sin ley: el de la ciencia y el del psicoanálisis.

Debo aclarar que la ciencia no se ocupa de “lo real”, sino de la naturaleza, entendida como lo que hay, hubo, o podría haber, siempre y cuando no sea singular ni subjetivo, y que “lo que hay” ya no equivale a “lo que es”, sino a lo que produce “efectos”. La naturaleza ya no es palpable ni intuitiva, aunque ello no preocupa al científico que quiere saber cómo funciona –o sea, su ley– y que hoy, además de buscar leyes cada vez más precisas y abarcadoras, apunta a lo radicalmente necesario. En efecto, antes anhelaba descubrir leyes cuya contingencia empero dejaba a Dios el papel del demiurgo que las había creado a su antojo, pero ahora busca una ley de leyes que sea absolutamente necesaria. De hecho, la “partícula de Dios”, de la cual sin duda oyeron hablar, es un pilar de la teoría que pretende reducir a cero el libre albedrío divino, al demostrar que no vivimos en el mejor mundo posible, sino en el único, ya que “necesariamente” es así.

Esto no implica que algún día toda la naturaleza caerá bajo el imperio de la ley. Los agujeros negros y los sistemas caóticos son fenómenos esencialmente refractarios a ella. Y, dado que la naturaleza, tal como la he definido, es una de las tantas cosas que Lacan alguna vez consideró “reales”, la existencia de esos fenómenos muestra que ciertas zonas del real de la ciencia son sin ley. Pero ¿hay relación entre ese real y el real sin ley propio del análisis? Si el real que responde al discurso científico es universal y aspira a ser necesario, y el del discurso analítico es singular y su estirpe es contingente, ambos reales parecen no compartir más que el nombre que les dimos.

Pasemos de estas generalidades al terreno de lo singular, donde el psicoanálisis tiene fuerza probatoria. Para ello comentaré un testimonio del pase de mi amigo Gustavo Stiglitz.

Él presentó, como moño de su sinthome, una rinitis surgida en su adolescencia y reanudada, estando de visita en la casa familiar, al toparse con un significante paterno encarnado: un gato. Su rinitis se alivió cuando el encuentro con un gato negro restituyó ese significante en su totalidad (schwarze Kutter, el sobrenombre yiddish del padre), pero recrudeció a la hora de separarse del padre y de otros. La rinitis, que el padre médico no podía curar, consumía libido en detrimento del amor, la amistad y el humor. El análisis cortó el enlace Kutter-gato mediante el sentido Kutter=corte. La distancia introducida entre gato-Katter y corte-Kutter produjo el efecto sujeto ausente del fenómeno psicosomático –que se tornó síntoma, cedió parte de su libido y, aunque persiste como recordatorio de “la epopeya singular de hacer el nudo”, ahora sólo retorna como signo de amor. La rinitis reparó el fallo de la función paterna –corolario de la inexistencia de relación sexual– mediante un equívoco significante, y hoy da su estilo al lazo libidinal. Con esta solución sinthomática, Stiglitz se las arregla.

Mediante una investidura libidinal proveniente del amor al padre, el enlace entre el equívoco significante Kutter-Katter, el objeto imaginario “gato” y la erogeneidad  nasal devino el anudamiento contingente y singular cuyo retorno inextinguible hace de la rinitis una solución necesaria de la imposibilidad universal de relación sexual.

Notarán que, para definir esta solución, no hizo falta usar el término “real”, y que introducirlo no aclarará mucho las cosas.

La erogeneidad, fuente de la pulsión, corresponde al cuerpo real y es universal y necesaria. La operación de anudamiento, también real, es contingente y singular. Asimismo consideramos real el sinthome resultante, que es necesario y singular. Y por último, la inexistencia de relación sexual es real pues su escritura es, para todos, imposible. Esta proliferación de reales no surge de la irreductible fuga del sentido. En el discurso analítico llamamos “reales” a cuatro cosas muy diferentes: una es universal y necesaria, otra, singular y contingente, la tercera, singular y necesaria, y la cuarta, universal e imposible. ¿Cuál de todos esos reales debería ser nuestro Norte?

Apliquemos nuestras preguntas a este testimonio. ¿Hay comunidad de género entre fuente pulsional, operación de anudamiento, sinthome, e inexistencia de relación sexual? No parece haberla, pero si la hubiera, ¿no debería orientarnos “una sola clase” de real? Habría que especificar “un” real y reformular el resto, o bien llamar “real” a una sola de aquellas.

Si, a lo largo de su enseñanza, Lacan dio el nombre de “real” a cosas tan diferentes, ¿cómo sabremos que en este análisis se accedió a “algún” real, si no sabemos qué es “lo” real? Esto sería como resolver la paradoja de Menón en el caso del barco de Teseo. No sé cómo hacerlo.

Ojalá los debates de este Congreso arrojen alguna luz sobre estos problemas.