Hay lazos inconscientes – Entrevista a Dalila Arpin. París, 19 de noviembre de 2015

Arpin - EntrevistaFaire couple ‑ Solos y solas

 

 

por Christian Roy Birch

 

Dalila Arpin es psicoanalista, A.M.E. de la École de la Cause freudienne (ECF), profesora de La Sección Clínica del Departamento de psicoanálisis en la universidad de París 8 (Vincennes – Saint-Denis ), psicóloga en el Hospital  Clos Bénard en Aubervilliers.

En esta entrevista, nos comenta sobre el fondo de la frase de Lacan “no hay relación sexual” el tema de hacer pareja y los lazos inconscientes; nos adelanta un caso de su libro sobre parejas célebres que será publicado próximamente y propone una lectura psicoanalítica de la soledad femenina.

 

Christian Roy Birch – Hoy íbamos a tratar el tema de las jornadas de la ECF, pero las jornadas no se hicieron a causa de los eventos trágicos del 13 de noviembre en París…

Dalila Arpin – Así es, las jornadas no se realizaron, pero lo cierto es que hubo una cantidad de actividades previas que se organizaron en función de estas jornadas anuales de la Escuela y se investigó mucho sobre el tema de “hacer pareja” que es el título de las jornadas.

Christian Roy Birch – Sabemos que con Lacan, a partir de su frase “no hay relación sexual”, no podemos hablar de una “pareja normal”. Los términos de hacer pareja y de normalidad se separan notablemente en la orientación lacaniana y esto estuvo en el centro de las actividades que se hicieron acá en los últimos meses. ¿Podrías comentarnos algo respecto de lo que significa “hacer pareja”?

Dalila Arpin – Una de las cosas que podría decir es que hacer pareja no se funda en hacer existir la relación sexual. Como dice Lacan, no hay relación sexual pero hay encuentros.  Cada uno tiene entonces que inventarse una manera de encontrarse con el otro. Para pensar este tema, a mí me gusta mucho una frase en la que Lacan dice que hay encuentros inter-sintomáticos. Porque en realidad es eso, no hay relación sexual, hay lazos inconscientes, cada uno se encuentra con su síntoma y es el síntoma el que permite el lazo social.

Christian Roy Birch – Entonces, si en el tema de hacer pareja se destaca la dimensión del encuentro y del síntoma como haciendo o sosteniendo el lazo social, tampoco en ese caso podemos decir que se pueda plantear un lazo social respondiendo a una normalidad que haya que alcanzar o promover para todos los que hacen pareja.

Dalila Arpin – Exacto, en cada caso los lazos inconscientes de la pareja son distintos y singulares. Hay para cada caso determinadas posibilidades de hacer esos lazos inconscientes, que son únicos.

Christian Roy Birch – Este tema lo estuviste investigando en el marco de la Sección Clínica durante varios años, y en los últimos tres años (por lo menos) trabajaste sobre muchas parejas célebres. ¿Podrías comentarnos alguno de esos casos?

Dalila Arpin – Sí, hay un rasgo interesante en cómo Arthur Miller hace pareja con Marilyn Monroe. Evidentemente ella tenía un aspecto físico que no se puede dejar de lado, él mismo dice “esa mujer con formas de ensueño”, “con esa plástica perfecta”. Pero a nivel del inconsciente no es necesariamente eso lo que le atrae de ella, no es el costado “mujer fatal”. En Hollywood hay siempre muchas mujeres hermosas y que se arreglan, incluso más que Marilyn; por otra parte, él ya la conocía antes de enamorarse. Arthur Miller tiene su flechazo una noche, en una fiesta: ella llega muy arreglada, pero demasiado, hasta el punto de parecer casi caricaturesca y la gente se burla de ella. Él cuenta que siente que la gente mira a Marilyn y que se burla de ella. Fue esta situación, la de verla como el objeto de la burla del otro, lo que va a desencadenar en Arthur Miller un amor que duró seis años. Entonces, lo que provoca el enamoramiento de Arthur Miller es verla como el objeto de la burla del otro.

Christian Roy Birch – Marilyn era bonita antes de aquella noche, sin embargo, una situación que podría haber quedado en el terreno de lo anecdótico o que podría haber pasado francamente desapercibida para Arthur Miller…

Dalila Arpin –… lo afecta mucho y lo mueve a querer establecer una relación con ella. Esa escena desencadena el deseo de protegerla y de salvarla. O sea, inconscientemente lo que Arthur Miller quiere, lo que estaría en juego, se podría situar con una figura que estudió Freud y que sería el deseo de salvar a una mujer como fundamento de la relación amorosa. En el mismo sentido, hay otros elementos de la biografía que vienen a apuntalar esta relación: Marilyn tenía la posición de una mujer ignorante, una pobre chica… sabemos que cuando Marilyn Monroe era niña había vivido mucho tiempo en lo que acá decimos “famille d’accueil”, familias de acogida o familias sustitutas, era prácticamente huérfana. No se sabía quién era el padre, la madre estaba la mayor parte del tiempo en un hospital psiquiátrico, entonces ella vivía con familias que cobraban cinco dólares por semana para cuidarla. Para Arthur Miller, la historia de la orfandad se mezcla con la historia de su propio padre, Isidoro Miller, que había quedado en Europa sin padres. Cuando los padres de Isidoro emigran de Polonia a Estados Unidos, dejan a este hijo, se llevan a todos los hijos pero dejan a éste para después. Así este hijo, el pobre, se queda separado de los padres uno o dos años. Al igual que Marilyn, pasa de una familia sustituta a otra, digamos que es un período en el que está como huérfano… Arthur Miller dice que Marilyn y su padre se entendían muy bien, que eran personas que iban a una fiesta y mirando los invitados se daban cuenta de quiénes eran los huérfanos. Tenían un talento especial para detectar la orfandad.

Christian Roy Birch – Ambos tenían esa sensibilidad particular. En este caso, por un lado está la situación que aparece como algo aislado, cuando Marilyn se presenta en la fiesta como un objeto de burla que debe ser protegido y salvado. Pero a la vez, en ese momento se actualiza toda una trama histórica. Para captar estas dos dimensiones, tuviste que trabajar con la biografía de él y con la de ella también.

Dalila Arpin –… y con testimonios de cada uno así como de personalidades que los conocieron.

Christian Roy Birch – ¿Qué tipo de material te sirvió más para estudiar las parejas? ¿Los textos centrados en la pareja, las biografías, las autobiografías…?

Dalila Arpin – Depende, en cada caso fue diferente porque no siempre encontré todas las posibilidades. Hay casos en los que hay mucho material, pero otros en los que hay muy poco. En eso hay mucha variedad según el caso. Trabajé con material diverso, principalmente la lectura de biografías. Generalmente con las biografías de cada uno, cuando encontré un libro que hablaba de la pareja también lo usé, pero hay muy pocos libros que traten a los dos, en pareja. Cuando pude, privilegié los testimonios autobiográficos, por ejemplo, Arthur Miller publicó una autobiografía que se llama Timebends. De este modo, fui haciendo una lectura psicoanalítica del material que venía de distintas fuentes, es decir, el tratamiento de las fuentes se organizó con una lectura clínica que no estaba presente en el material original, que no puede aportar el biógrafo.

Christian Roy Birch – ¿Cómo sería hacer una lectura psicoanalítica de un material tan variado? ¿Qué rasgo destacarías de este trabajo que hiciste?

Dalila Arpin – Se trata de una lectura clínica. Cuando uno recibe un paciente, él puede contar su vida, pero uno tiene un cursor particular. A veces una anécdota, un detalle, puede ser más interesante que los grandes eventos de una vida que no dejaron una marca en el sujeto. Entonces hay ejes: el eje significante, el eje de la pulsión, el del fantasma… son ejes con los que se detecta y se ordena el material, y a partir de los cuales puede hacerse una construcción. De todas maneras siempre son hipótesis.

Christian Roy Birch – Justamente, en tu investigación parece que este es un punto importante a tener en cuenta.

Dalila Arpin – Eso es algo que hay que precisar, esas parejas no son casos que yo haya recibido. El material no se obtiene bajo transferencia y eso es muy distinto a recibir a alguien en el consultorio. La persona que habla al analista, en algún momento va a decirle a ese analista algo que nunca le dijo a nadie en su vida. En el trabajo con las parejas famosas las hipótesis no pueden ser verificadas por el sujeto mismo.

Christian Roy Birch – Durante años estuviste trabajando el material, poniéndolo a prueba, exponiendo los resultados. Ahora estás con un trabajo diferente, estás editando un libro. ¿Qué es esto de hacer un libro?

Dalila Arpin – ¡Uy! ¡Toda una aventura! Una de las cosas más difíciles fue elegir los casos y pensar los capítulos, también lo fue encontrar un rasgo presente en varias parejas y destacarlo sin borrar la singularidad de cada una. Es un ejercicio difícil, porque hay que articular un mismo rasgo sin perder la singularidad del encuentro; los casos son singulares, al igual que los encuentros. Por otro lado, está el proceso de revisión, que puede ser una tarea tan grande como la de escribir el libro (¡si no es más grande!), es un trabajo de varias etapas, muy riguroso, en el que interviene mucha gente.

Christian Roy – La semana que viene se van a hacer en Argentina las Jornadas Anuales de la Escuela de Orientación Lacaniana con el título “Solos y solas”, mucha gente trabajó este año en ese vector y quería pedirte alguna reflexión en ese sentido…

Dalila Arpin – Sí… ¿te acordás lo que presenté en la última clase del Seminario Clínico en Paris 8?

Christian Roy – ¿Sobre la soledad femenina?

Dalila Arpin – Era el tema de la soledad femenina y yo había tomado un libro que se llama Las solteras, mujeres singulares: la soltería femenina en Francia del siglo XVIII al XXI, de Geneviève Guilpain (1), que está editado en francés. La idea de esta autora es que en esos siglos la soledad femenina ha sido poco aceptada y en general fue vivida como un estrago en la vida, incluso como una plaga. Así, la soltera de principio del siglo XX podía quejarse de este mal, mientras que en el siglo XXI la soltera debe ser feliz. El cambio en el discurso es que ahora las solteras son vistas como independientes, mujeres liberadas, que disfrutan de tener tiempo libre y que pueden disponer de su tiempo y de su cuerpo como lo deseen. Hasta el siglo XX, la soltera era la solterona, la pobre mujer que no tuvo suerte, que no se pudo casar. Tengo el recuerdo: se decía que una soltera era una pobre mujer que no se casó, desafortunada e infeliz, y la única que se salvaba era la que había tenido un hijo, porque después de haber soportado la vergüenza de haber tenido un hijo sin marido, por lo menos era madre. Entonces lo que uno puede analizar desde el punto de vista del psicoanálisis es que, en realidad, la sociedad le tiene horror al heteros, al goce femenino. Para el sentido común hay que canalizar este goce: o con un marido, o por lo menos, con un hijo. Es una transformación de “la mujer” en “la madre”.

Christian Roy – ¿Eso significa que una mujer con un goce sin “canalizar” tiene algo de maléfico, de peligroso…?

Dalila Arpin –… de inquietante. En la historia, se ha tomado muchas veces a las mujeres por “brujas”, como una manifestación de este problema. Entonces, lo que hay que hacer con eso es transformar el heteros en goce fálico, un goce como el de todo el mundo, en la norma masculina: “norma-macho” (“norme mâle”), lo normal. Esta autora dice que la cosa no es tan simple, que de todas maneras la soltera está mal vista. Aunque exista el discurso de la liberación, de la autonomía de poder gozar de su vida como quiere, aun así, se trata de ubicar a la soltera. Es el caso de los sitios de Internet que proponen encuentros para que las mujeres (y los hombres, por supuesto) abandonen la soltería. El estado de soltería sería un estado feliz, no obstante, no debería durar, instalarse.

Christian Roy Birch –  El estado de soltería no pasa desapercibido, como podría ser el caso con muchos otros estados de una persona.

Dalila Arpin – Sin duda, se lo observa, el Otro social inmediatamente lo detecta. Entonces, la tesis de esta autora es que las solteras siguen debatiéndose contra una sociedad que, a pesar de los eslóganes y tendencias a valorar la “self-made woman”, queda atada a los valores tradicionales y está muy poco dispuesta a cuestionar sus instituciones. Es decir, que las mentalidades evolucionaron hasta un cierto punto y da el ejemplo de El diario de Bridget Jones, que fue llevado a las pantallas. En esa historia uno ve, aunque sea en tono cómico, las desdichas de una chica que nunca logra un buen encuentro. El psicoanálisis va a dar una perspectiva muy diferente. Esto es interesante, el psicoanálisis considera que una mujer sola no está, necesariamente, del lado del goce femenino. Podemos situar al goce femenino con un término de la geografía: el confín. El confín tiene que ver con los límites, es allí donde algo se termina pero queda en cierto sentido abierto al infinito; el confín de un país, no es una frontera que queda claramente delimitada. El goce femenino es como el confín, está más allá de los límites, pero tiene un carácter infinito. El goce fálico está limitado por el significante fálico.

Christian Roy Birch – Una frontera, se traza claramente o queda establecida por algún tipo de señal, en cambio el confín es una zona indefinida. ¿Podría ocurrir que una mujer sola no esté habitando en el confín, que su situación sea otra?

Dalila Arpin – Exacto, lo que se verifica es que, por supuesto, la categoría de “la sola” es transclínica, pero muchas veces se trata de una histeria en la que el goce que se privilegia es justamente el goce fálico. Estar sola es una manera de quedar al abrigo del encuentro con un hombre y también del encuentro con su propio goce como mujer. Lacan va a proponer una idea sumamente novedosa en la historia del pensamiento, que ni siquiera Freud desarrolló. Él no conceptualizó el goce femenino en cuanto tal, se quedó con la pregunta “¿qué quiere una mujer?”, con la “roca de la castración”, con el tratamiento de la fijación de la mujer a la “penis-neid”, etc. Lacan dice que una mujer no logra ser mujer sino en el encuentro con un hombre, que la vuelva Otra para ella misma. Esto es lo que le permite a la mujer conectarse con ese goce femenino y, con respecto a ese goce, ella está arrojada a su propia soledad. Esta es la idea respecto de la soledad femenina. Entonces, una mujer “sola” puede estar en una lógica fálica, histérica, que reivindica sus derechos con respecto al hombre, que quiere ser igual que él, que no se deja tomar como objeto porque la histérica vive el hecho de ser tomada como objeto como una humillación, cuando en realidad es una posibilidad de hacer pareja con el hombre. Pero al hacer pareja con un hombre, la mujer no se conecta con el goce de él, sino que se conecta con su propio goce, en la medida en que el hombre la vuelve Otra para ella misma.

Christian Roy Birch – De alguna manera no deja de ser freudiano, en cuanto el hombre es para la mujer un medio. Pero en esta perspectiva que destacas, el hombre es un medio para que ella se conecte con un goce que le pertenece, con el goce femenino.

Dalila Arpin – Claro. Además, el hombre también saca tajada porque goza de la mujer como semblante del objeto fálico. Pero a cada uno le pasa algo distinto, no hay relación sexual en la medida en que cada uno goza en un plano diferente y, en cada plano, cada uno está solo. Sin embargo, estos goces no tienen lugar sin el otro y, lejos de impedirlo, lo posibilitan. Lacan dice en “El atolondradicho” que el goce que se obtiene de una mujer la divide, haciendo de su soledad partenaire; mientras que la unión queda en el umbral: no hay relación sexual.

Christian Roy Birch – Entonces, la soledad que, a primera vista podría pensarse como ausencia de un partenaire, puede transformarse en el partenaire. En este sentido, algunas “solas” tendrían un partenaire. La soledad como partenaire parece ser un compañero un poco exótico.

Dalila Arpin – Sí, en la clínica aparecen situaciones así. Esta mañana vino al consultorio una mujer de 45 años, investigadora científica, que no tiene pareja. Esto nunca le preocupó, por eso nunca apareció como algo destacado en el análisis. Cada tanto tiene encuentros, sobre todo en el extranjero y tuvo algunos novios en la juventud, pero nada más. La semana pasada, dijo: “mamá siempre nos dijo (son tres hermanas) ‘sean independientes, trabajen duro para no depender financieramente de un hombre’”, y es entonces cuando se da cuenta que acató toda su vida la frase de su madre. Sin duda, tuvo que trabajar duro para ser investigadora. Por otro lado, sus historias amorosas en general no fueron aceptadas por la familia, sobre todo por la madre, pero eso no era lo importante, sino la independencia. Entonces, hoy viene y dice que un amigo va a hacer algo que a ella nunca se le había ocurrido: la va a inscribir en un sitio de encuentros. “Yo no me veo mucho encontrando gente así y tal vez no lo haga, pero hay una puerta que se abrió. Me saqué un pedazo del caparazón”. Me pareció muy bueno porque muestra cómo, esta persona “sola”, estaba bajo la lógica del discurso de la madre, una lógica de la independencia (respecto de los hombres) que en realidad la dejaba sola.

Christian Roy Birch – ¿Quién era el partenaire de la analizante?

Dalila Arpin – La madre, con esa frase. Ser independiente de un hombre implica quedar pegada a la madre. Recién a los 45 años, con un análisis, puede despegarse un poco de esta madre.

Christian Roy Birch – Ella creía que estaba sola, ¡pero tenía a la madre de partenaire!

Dalila Arpin – Claro. Además hay una obra que muestra de un modo muy bonito cómo una mujer se vuelve Otra para ella misma. Es el libro de Irène Némirovsky, la segunda parte que se llama “Dolce”, de la que hace poco hicieron una película que se llama “Suite française” (no sé si la película salió en Argentina, el libro está en español). Es una historia muy linda, que trata de una muchacha francesa, Lucille, cuyo matrimonio habría estado arreglado por las familias. La pareja vive en un pueblito, en casa de la suegra de Lucille. Cuando su marido (Gastón) se va al frente (como muchos hombres durante la Segunda Guerra Mundial), Lucille se queda viviendo con su suegra. El pueblo termina ocupado por los alemanes, esto es muy interesante: el pueblo está lleno de alemanes pero la ocupación va más allá, las familias tienen que ceder habitaciones de las casas para que los alemanes vivan o trabajen. Ahí descubren otra dimensión de la ocupación, tienen al enemigo viviendo en la propia casa, tienen el enemigo adentro y hay que convivir con ese otro. Esta situación es muy dura para la protagonista. El alemán que se les instala va a trabajar al escritorio de Gastón. En esa habitación hay un piano que antes tocaba Lucille, pero que ahora está cerrado con llave. La suegra le había prohibido tocar el piano mientras Gastón estuviera en el frente, también le prohibe a Lucille que hable con el alemán. Pero un día el alemán pide la llave del piano y resulta que toca el piano maravillosamente bien; es un hombre exquisito, cultivado, que compone música… Lucille, en su soledad, escucha la canción que el alemán interpreta en el piano y le parece sublime. Sin embargo, la canción le resulta inquietante porque no la conoce, siendo que sabe mucho de música. De hecho, no reconoce la canción en la misma medida en que no reconoce los efectos que esa canción produce en ella. De esta manera, Lucille se conecta de un modo absolutamente nuevo con un universo prohibido, al mismo tiempo que se conecta con algo en ella que le es totalmente nuevo. Se enamora de este hombre y el hombre de ella, pero cada uno queda confinado a su soledad a causa de las circunstancias de la guerra. Lo interesante es que los sentimientos de Lucille se desarrollan en la dimensión de la soledad y la acentúan, a la par que la hacen acceder a una dimensión que le era totalmente desconocida: por primera vez se siente mujer, con independencia del acto sexual (en la novela no mantienen relaciones sexuales). Uno de los efectos de ese pasaje es que Lucille no se reconoce a sí misma en lo que hace, en lo que piensa, se vuelve otra para ella misma… incluso en un momento del libro se sorprende pensando algo que le parecía impensable: “¿Y si él mató a mi marido en el frente?… ¡Qué me importa!”

Notas:

(1) Guilpain, G. : Les célibataires, des femmes singulières : le célibat féminin en France (XVIIe – XXIe siècles),  Hartman, París, 2012.