SEGUNDA ACTIVIDAD PREPARATORIA DE LA EOL SECCIÓN LA PLATA HACIA EL VIII ENAPOL –Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de La Plata, 5 de mayo 2017
Presentación
Gabriela Rodríguez
Soshite chichi ni Naru, De tal padre tal hijo, como fuera traducida al castellano, es el film de Hirokazu Koreeda que motiva las tres microponencias que leeremos a continuación. Quienes conocen al director japonés hablan de un “efecto Koreeda” que consiste en conseguir que una trama simple se vuelva compleja a partir de los detalles que el espectador sabrá leer o no, trascendiendo el plano de la simplicidad inicial.
Vayamos a las microponencias.
Es posible captar algo de esos detalles que deja plantados el director en torno a la cuestión de la paternidad, siguiendo el hilo de estos tres textos breves, trazando comunidades y puntos de disidencia. En este sentido, la idea de una cierta “transmisión” que tiene lugar de manera privilegiada en el ámbito de la familia, aunque con matices diversos, es algo que puede leerse en los tres textos. Así en un caso la familia será el lugar del Otro, lo constituye una suerte de “inconsciente familiar”, por así decir, a partir del cual se ubicará un sujeto en la perspectiva analítica (E. Suárez). Luego, la familia como el lugar donde todo ser humano se hace hijo en la vertiente psicológica, el sujeto cuenta en tanto que hijo en una trama de relaciones (G. Bravetti), y finalmente la familia como el lugar donde se performa la subjetividad, en el marco de la teoría queer (A. Martínez).
A su vez, dos de las intervenciones acentúan la incidencia del capitalismo en los modos que adopta la configuración familiar, afectando de algún modo eso que llamamos una “transmisión”, y de lo cual depende, lo que en dos de las intervenciones fue puesto en foco: el hecho de que la familia parece constituirse a partir del hijo, concebido como la entrada en juego de un real. En la perspectiva señalada por G. Bravetti, podría decirse que ese real exige un plus sobre el que hará falta una cierta operatoria suplementaria, a la que se llama la parentalidad. Por su parte, el costado analítico acentuará aquello que empuja a la invención de un padre, lejos de toda idea de una función del padre normativa, dada (E. Suárez).
Los puntos de disidencia se enhebran precisamente a partir estas comunidades señaladas, fundamentalmente en torno a aquello a lo que se apunta: en un plano universal, la familia como institución política aparece como aquello a interrumpir y/o transformar para A. Martínez, mientras que para G. Bravetti –que destaca el particular– la cosa se concentra en el “trabajo psíquico” –procesos de discriminación/diferenciación– que tiene lugar en la familia. El psicoanálisis pondrá el foco en la singularidad, lo que adviene como correlato de la entrada de la mirada de un niño y que da lugar al ejercicio de una paternidad nueva, por fuera de los roles asignados por la norma. Tal es el detalle precioso del que se vale E. Suárez para señalar el despertar de un padre al verse en la mirada del niño.
El debate en torno a la caducidad del formato “familia” tal y como lo conocemos, es una interrogación que apunta a situar aquello que llamamos familia más allá de las hipótesis sociológicas, limpiamente desmanteladas por el director Koreeda en su film: ¿qué hay de la incidencia real del padre más allá de sus insignias evaporadas?
La familia: entre performance discursiva y tecnología social
Ariel Martínez
Múltiples representaciones culturales y narrativas sociales circulan bajo una dinámica de arreglos sintácticos específicos, en los cuales la subjetividad/textualidad emerge como efecto discursivo. Los discursos culturales dominantes y sus principales narrativas subyacentes tienden a reproducirse a sí mismas, a re-textualizarse, y este proceso de reescritura no es sin un entramado de representaciones que involucran relaciones raciales, étnicas, de clase, sexo-genéricas. En esta interseccionalidad el sujeto cobra existencia en tanto contradictorio. El sujeto, entendido como proceso y como producto, no es sin la puesta en marcha de variadas tecnologías sociales. Entre estos artefactos se encuentra el cine. Toda apreciación sobre el film propuesto debe incorporar estas consideraciones.
El film convoca a pensar una serie de problemáticas familiares que, desde mi foco de interés, se ubican en un segundo plano respecto a un análisis de la familia como institución política en ese contexto particular (Japón bajo un proceso de creciente occidentalización desplegado a partir de la segunda guerra mundial). Incluso las emociones se encuentran restringidas por el arco de “posibles” que habilita esa institución en ese contexto.
El despliegue subjetivo hétero-normado performa tal subjetividad específicamente situada. Los sujetos allí presentes se encuentran incrustados en un espectro de relaciones y prácticas aparentemente no relacionadas con lo que ellos son. El modo en que operan las relaciones y prácticas específicas que sostienen el funcionamiento de la familia, tanto por lo que habilitan como por lo que excluyen, permiten que un sujeto sea inteligible socialmente. Estas operaciones subyacentes nos dicen más de los personajes que un análisis de la contingencia de la problemática por la que atraviesan.
Lejos de derivar de las escenas estructuras simbólicas trans-históricas, es de mi interés incluir un examen de supuestos con el objetivo de interrumpir o transformar esta institución.
Eduardo Suárez
La familia clásicamente ha constituido el lugar del Otro por excelencia, el lugar donde el ser hablante advenía como tal para un discurso, donde el sujeto emergía como efecto, con un goce relativamente ordenado y provisto de identificaciones fundamentales que lo irían a sostener durante toda su vida. Por eso el inconsciente, como discurso del Otro, era un asunto de familia. El análisis lo probaba continuamente. Una, dos, tres entrevistas y el paciente… adivinen de qué hablaba.
¿En qué De tal Padre, tal hijo nos señala algo nuevo? ¿En qué esta película nos habla de la mutación y el cambio de perspectiva que necesitamos en el psicoanálisis para estar a la altura de la época? Como también lo muestra Life animated –es para agradecer la excelente elección de los organizadores– no se trata de la familia como Otro preexistente, sino más bien de una familia que se constituye como tal a partir del niño. Así como los padres de Owen deberán aprender la lengua de su hijo y no al revés, en De tal padre… Keita, el hijo, y su singular forma de venir al mundo de esa pareja, hará trizas su programa –que ya incluía las transformaciones impuestas a la tradición por el capitalismo contemporáneo– para obligarlo a inventar o reinventar un padre posible.
Sea por una enfermera que haya intercambiado a los niños en el hospital, sea porque provenga de otro óvulo, de otro espermatozoide, de otro vientre, debemos pensar que, primero, el niño en su advenimiento encarna un real sin ley, un producto del azar; segundo, que deberá ser asumido de algún modo para que se produzca algo digno del nombre de familia.
Un detalle precioso lo demuestra y resume en el film. El padre se quiebra recién en el momento en que descubre las fotos que su hijo, ya devuelto a su familia biológica, le había tomado durmiendo. “¿Padre no ves que te miro?”, podría ser en este caso el llamado de lo real para evocar aquel “¿Padre no ves que ardo?”, proferido por el niño que despertaba al padre en el célebre ejemplo freudiano.
Soshite Chichi ni Naru –título original del film–, sería más fiel al idioma, y a la película, que se tradujera como: “Y, me convertí en padre”.
La parentalidad como construcción: todos somos adoptados
Gabriela Bravetti
La inscripción en un mundo simbólico, regulado por el lenguaje, nos hace pensar en que la “adopción simbólica” es un proceso mediante el cual todo ser humano se hace hijo, madre o padre, en una construcción regulada por el reconocimiento de su singularidad y la creación de un lazo significativo, que no depende del vínculo consanguíneo ni de la relación homo o heteroafectiva que ligue a los adultos en esa construcción. Esta visión desautoriza las concepciones de la familia como producción natural, homogénea e inamovible.
El parentesco alude a un orden social que no guarda relación alguna con la unión de los sexos o el engendramiento. Alude a un sistema de lugares, por lo cual implica un marco simbólico de inscripción en un linaje, y un efecto de transmisión.
La regulación de los significados de un conjunto, que brinde palabras para discriminar lugares del parentesco, y las prácticas de humanización para garantizar ir más allá de la “nuda vida”, resultarán eficaces si por medio de operatorias psíquicas, intersubjetivas, queda anudado el lenguaje, un nombre, una construcción identitaria, a una condición biológica que nunca alcanza –o siempre excede– abarcarse por medio de la significación.
Podemos llamar parentalidad a una operatoria suplementaria, a un plus que produce una transformación en la pareja ante la llegada de un hijo, que incluye algún sector al menos de construcción conjunta, que hemos llamado “trabajo psíquico y vincular de la novedad”.
Mediante un ejercicio simbólico de una función con el otro, que garantice tanto el amparo y la identificación, como la discriminación y diferenciación (un otro ser, una otra generación).
Parentalidad como una construcción en el seno de los vínculos, no como un “ya ahí” de la estructura o de la genética, sino como presencia singular y con-textual que el otro impone y exige un trabajo psíquico de reconocimiento, de representación, mutualidad y diferencia para ser y devenir como sujetos.