Seminario 6, El deseo y su interpretación, de Jacques Lacan – EOL Sección La Plata, 12 de Noviembre de 2014
Gabriela Rodríguez
“Yo fui Hamlet. De pie ante la costa conversaba con el oleaje,
BLABLA, detrás de mí yacían las ruinas…”(1)
Reducir el Hamlet de Shakespeare a su esqueleto, fue la obsesión de Heiner Müller en 1977 cuando escribió Máquina Hamlet. Müller se propuso sumergir al personaje Hamlet, que fuera creado en el siglo XXI, en una problemática contemporánea a partir de la desarticulación del texto clásico, arrancándole carne y superficie, para penetrar en su estructura.
Jacques Lacan se ocupó de Hamlet en 1959, dedicándole siete lecciones en su Seminario El deseo y su interpretación, un seminario recientemente traducido al castellano y que fuera presentado durante el mes de noviembre en las Noches de Biblioteca, ocasión de estas líneas. Lacan había partido de la puesta en valor de la pista desplegada por Sigmund Freud en La interpretación de los sueños, por la que consigue poner a punto el enigmático “to be or not to be”, que asoló a más de un comentador de la pieza; al resaltar su costado actual de chanza que fija el estilo de la posición de Hamlet y figura el dilema que es propio del héroe moderno –ese que ha cambiado la relación con su destino, porque sabe–. Algo de un reducir la pieza a su esqueleto se lee también en este seminario de fines de los ‘50.
Ahora bien, qué de este esqueleto espectral, que recorre El Seminario El deseo y su interpretación, que resiste al destruir a Hamlet ‑propósito declarado por Heiner Müller‑ toca al agitado lector del 2014. Este interrogante que se lee en la intervención que hiciera Brígida Griffin, titulada “La locura de Hamlet o la sin razón analítica”, nos pone en la senda de lo nuevo. Qué novedad para el psicoanálisis porta ese Hamlet después de los desarrollos de un ultimísimo Lacan. Si bien es cierto, como apunta Brígida, que el Seminario 6 puede leerse como un clásico, “prescindiendo de su temporalidad”, puede ser al mismo tiempo nuevo, en un sentido preciso a dar a esta categoría inestable. Lo nuevo tal como lo concibe Boris Groys (2), según una precisión de Germán García, es nuevo en relación a lo antiguo, a una tradición, pero y paradójicamente, como lo antiguo es inventado de nuevo por cada época, desde esta condición, lo nuevo deviene siempre inevitable. Para una época que diagnostica el ocaso del patriarcado y se jacta, cuando no se lamenta, de estar en la fase de salida de la era del Padre, qué puede significar todavía un hombre atormentado por el espectro de aquella figura.
La entrada en escena del actor Diego Aroza, en la noche de la presentación del Seminario 6, hizo aparecer en lo vivo del texto shakesperiano, ese algo más real que el sentido enhebrado por la tragedia. El silencio se pobló con la interlocución de Hamlet y el fantasma de su padre, el veneno que fuera inoculado en la oreja del viejo Rey, ahora penetra en el oído del atormentado príncipe y con él, en los nuestros. El padre-fantasma devenido padre-síntoma, deja ver en Hamlet su carácter problemático, apreciaba Brígida Griffin, porque adelanta desde una pieza de 1600, “los funerales de esa figura pacificadora”, otrora portadora de una ley, y lo que queda de él.
Contemporaneidad percibida por Rosana Salvatori cuando busca orientar su lectura por la recientísima lectura hecha por Jacques Alain Miller, de la novela de Christine Angot Una semana de vacaciones. Precisamente el problema de la lectura emerge como un interrogante en la intervención “Notas sobre Hamlet” de Rosana Salvatori, ¿cómo leer un seminario de Lacan de fines de los ‘50, aún después de los giros y reverberaciones en su enseñanza? Allí la idea de bivium –aportada otra vez por Jaques Alain Miller–, que hace emerger dos caminos de lectura, la vía romana explorada por Lacan en seminarios anteriores y la vía del deseo que se abre como interrogación nueva en este seminario. El tema edípico a la luz de Hamlet, le había hecho escribir a Freud que en Edipo se realiza lo que en Hamlet permanece reprimido, haciendo de Hamlet por así decir, el negativo de Edipo. Las cosas no ocurren de ese modo para Lacan, en contraste con esa ubicación del saber, Hamlet en tanto fabulación moderna sabe del crimen desde el principio, le es revelado por el padre al oído del sujeto, como señalara Rosana Salvatori. En tal caso, es Hamlet el que nos da acceso a una verdad sin esperanza, puede sostener Lacan sin patetismo por esos años en el seminario, la vía del padre decepciona porque no hay –y este es “el gran secreto del psicoanálisis”– en el Otro del lenguaje, con su cúmulo de tradiciones e ideales del que esta figura fuera portadora, un significante que pueda responder por lo que el sujeto es.
En contrapartida y sacando ventaja de la vía decepcionante, Gerardo Arenas –traductor del Seminario 6– subraya con Lacan, en su intervención, la clave que se alza como una apuesta en las más de 500 páginas de este Seminario: reintroducir el término deseo. Desaparecido de los anaqueles analíticos a finales del ‘50, no deja de ser, esta reintroducción, incluso un chasco para nuestra actualidad analítica estragada por el término goce. El cambio de frente señalado por Jacques Alain Miller, por el que reubicar en el interior, por así decir, la potencial amenaza que se yergue sobre el psicoanálisis lacaniano, es leído por Gerardo Arenas en la línea de tornar difunta la vía del deseo, esa que arranca al sujeto de su trampa fantasmática y espabila conformismos establecidos. El operador deseo del analista encuentra allí su lugar.
Una mención aparte merece la cuestión de la traducción, habida cuenta de la presencia del traductor del Seminario. Sigmund Freud cerraba sus líneas sobre Hamlet refiriéndose a la traducción en cuanto práctica analítica, decía: “He traducido a lo consciente aquello que en el alma del protagonista tiene que permanecer inconsciente” (3), pero en la pieza, como en El Seminario 6, hay un elemento intraducible. Ese elemento para Gerardo Arenas –en tanto traductor–, se sitúa en la figura obscena de Gertrudis, una “concha abierta” en cuyo eco se escucha un real sin ley, es que el horror a la femineidad reina en esta pieza de 1600.
Por otro sesgo, la traducción produce la importación cultural de un objeto de una lengua a otra, pasaje que pone al traductor en situación de optar entre aclimatar este objeto a la lengua que lo recibe, o bien, conservar el exotismo de la lengua en la que fue producido. Este dilema aunque falso –toda traducción aclimata, en el sentido de un domesticar el texto al volverlo legible en otra lengua–, muestra sin embargo la tensión ineliminable entre las lenguas. Al tanto de esa premisa, Gerardo Arenas se detuvo en lo valioso de conservar en la traducción el tono, el estilo enunciativo de un Lacan, por momentos vehemente, mordaz, o porque no grosero, para hacer salir a la traducción de un neutro edulcorado. La estrategia de traducción que conviene se plantea como un reducir al máximo el exotismo de la lengua de procedencia para hace entrar un nuevo seminario de Lacan a nuestro horizonte de lectores.
Notas
(1) Müller, H.: “Acto I, Álbum Familiar”, Máquina Hamlet, 1977, Traducción de Sergio Santiago Madariaga, México, en http://21091976.blogspot.com.ar/2003/10/mquina-hamlet-de-heiner-mller-1977.html
(2) Groys, B.: Sobre lo nuevo. Ensayo de una economía cultural, Editorial Pre-Textos, Valencia, 2005.
(3) Sigmund Freud, citado por Lacan en el Seminario 6, El deseo y su interpretación, Paidós, Buenos Aires, 2014, pág. 263.