por Cecilia Fasano
Presentación
Voy a comenzar por intentar responder una pregunta que hice a los integrantes de la mesa del “Primer Coloquio-Seminario” cuando participe como coordinadora; porque es una pregunta que considero sigue siendo pertinente hoy, en función de la convocatoria general de este “Segundo Coloquio” que lleva por título justamente “Clínica lacaniana”. Entonces: ¿qué diferencia una práctica que se orienta por el psicoanálisis de Orientación Lacaniana, de otra práctica que no se inscribe en ese campo?
Para situar un punto de partida en este breve recorrido, propongo utilizar como referencia la siguiente cita del Seminario 17, El reverso del psicoanálisis: “…Por lo que se refiere al campo del goce –por desgracia, nunca lo llamarán el campo lacaniano, porque seguramente no tendré tiempo ni siquiera de sentar sus bases, pero yo lo he deseado–, hay algunas observaciones que hacer” (1). Posiblemente Lacan no fue ingenuo cuando explicitó este anhelo en su clase del 11 de febrero de 1970. Tal vez sabía que debía adelantarse a un tiempo que no tendría, para esbozar las bases del campo lacaniano que definitivamente homologó al campo del goce. En consecuencia, “goce” es el concepto que claramente marca una primera diferencia. Sabemos además que hablar de goce implica considerar la importancia de la “única invención” de Jacques Lacan, es decir, el objeto a.
Al grano
A modo de hipótesis general podemos situar en Lacan un momento equivalente al que en Freud conocemos como “el giro de los años ´20”, y que en Lacan llamaremos “el giro de los años “70”. Voy a referirme al mismo puntualmente desde la perspectiva del síntoma. Hay que aclarar que se trata de un giro que compromete a diferentes conceptos de la teoría porque, como se sabe, en psicoanálisis los conceptos no están aislados sino que se constituyen en red.
Cabe mencionar igualmente que un giro no es un quiebre, en consecuencia, es posible localizar una secuencia que comienza en El Seminario 16, De un Otro al otro; luego EL Seminario 17, El reverso del psicoanálisis y posteriormente en EL Seminario 20, Aún, encontraremos parte de las reformulaciones y profundizaciones del tema; para arribar, con EL Seminario 23, El sinthome y el “Seminario 24, L’insu…”, a cierta consolidación del mismo.
El viraje de los años ‘20 implico para Freud un cambio en la técnica analítica que básicamente consistió en lo siguiente: el síntoma fue puesto en serie junto a la inhibición y la angustia; y no junto al chiste, el sueño y el lapsus. Eso significó que los textos que anteriormente orientaban la clínica, es decir, “Interpretación de los sueños”, “El chiste y su relación con el inconsciente” y “Psicopatología de la vida cotidiana” no alcanzaban para resolver los interrogantes que presentaba el síntoma. Así, el giro del ´20 fue de algún modo la respuesta freudiana a un síntoma que, dicho en términos lacanianos, se resistía al desciframiento de la operación significante. Basta leer en detalle “Inhibición síntoma y angustia” para encontrar, escrito de muchas y diferentes maneras, que el síntoma es un modo de satisfacción, y no una forma de expresión; por lo tanto ya no se trata del inconsciente que dice de modo solapado.
Es cierto que al comienzo Freud creía que con la interpretación, el síntoma desaparecía, de hecho a veces sucede, y un caso paradigmático en este sentido fue “Isabel de R.”; pero ya con el caso “Dora” la cuestión no resultó igual. Freud se encontró con el goce del síntoma, o más precisamente, el goce del síntoma le enseño a Freud. Por supuesto él no lo llamo así, pero sí supo de ese placer desconocido para el sujeto. Recordemos la justeza de la descripción del tormento del “Hombre de las Ratas”: se trataba del “horror ante un placer ignorado por el mismo” (2); o en “Pulsiones y destinos de pulsión” cuando afirmó que “todo displacer es un placer profundo que no puede ser vivido como tal” (3). Evidentemente son afirmaciones contundentes que Lacan lee en detalle y de las cuales extrae conclusiones muy precisas.
Así fue como esa “Otra satisfacción” presentada por Freud en “Inhibición, síntoma y angustia”, es introducida por Lacan en El Seminario 20, y tal como señala Jaques-Alain Miller en El partenaire-síntoma: “es de esa paradoja desde donde Lacan hizo surgir el término goce” (4).
Retomando el título de este comentario y haciendo uso del recurso de una metáfora, podemos pensar que el síntoma presenta diferentes paradas en esa ruta del goce, de las cuales y muy sucintamente mencionaremos tres:
1. En un primer tiempo de la enseñanza, tanto en Freud como en Lacan, podemos situar el síntoma en su versión descifrable, interpretable, el que hace serie con las formaciones del inconsciente (el sueño, el chiste, el olvido y el acto fallido). Recordemos que a la altura de “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis” (1953) el síntoma presenta cierta equivalencia con la verdad. Esta primera parada implica una falla en el funcionamiento, por lo tanto, índice de una verdad a develar; se trata de un tiempo donde el deseo es metonimia y el síntoma es mensaje. Tal vez sea justo decir que aquí el deseo es la vedette, y su brillo ilumina y señala la ruta de un análisis.
2. En su segunda parada, el síntoma, que podemos llamar el síntoma-goce o síntoma-cifra (para diferenciarlo de aquel que se descifra), es el que se separa de las formaciones del inconsciente; porque la clínica demuestra suficientemente que el síntoma no sólo no es fugaz, como sí lo son el chiste o el lapsus, sino que por el contrario, permanece, dura, insiste, resiste. Es el retorno del mismo acontecimiento. Es en este sentido que Lacan, en el “Seminario 22, RSI” (1974), compara el síntoma con los puntos suspensivos, al modo de un etcétera.
3. Con El Seminario 23, (1975) Lacan propone una modificación en la ortografía de la palabra, ahora sinthome. Así, en el sinthome, el goce queda incluido en el síntoma, y será el resultado de un compuesto entre el significante y el objeto a. Silvia Tendlarz lo desarrolla bien en una conferencia que llevó por título: “El goce del síntoma”. En esta tercera parada tenemos, por ejemplo, la siguiente definición del síntoma: “…la manera según la cual cada uno goza del inconsciente en tanto que el inconsciente lo determina” (5). Si se afirma que el síntoma es un modo de gozar, quiere decir también que hay algo que es incurable, que hay un punto donde el sujeto queda cara a cara frente a “esto es lo que hay”; y tendrá que ver cómo se las arregla con eso que hay, o con lo que resta, en suma, con el producto de un recorrido singular, imposible de deshacer.
De modo que en la última parte de la enseñanza de Lacan, el síntoma no es una falla en el funcionamiento, sino justamente algo que podría parecer lo contrario, es decir, es también un modo de funcionar; por eso en el ´76 afirma: “Conocer su síntoma quiere decir saber hacer con, saber desembrollarlo, manipularlo. Saber hacer allí con su síntoma, ese es el fin del análisis” (6).
Por supuesto hay paradas intermedias, porque una década atrás, en EL Seminario 10, La angustia (1962), Lacan decía: “…–demasiado a menudo se lo olvida– lo que el análisis descubre en el síntoma es que el síntoma (…) en su naturaleza, es goce, no lo olviden, goce revestido, sin duda, (…) no los necesita a ustedes como el acting-out, se basta a sí mismo. Es del orden de lo que les enseñé, a distinguir del deseo como goce…” (7).
En esta somera genealogía del concepto, las tres paradas se articulan al mismo tiempo que se diferencian. Vale decir que no se trata de un progreso lineal, fundamentalmente porque no hay progreso conceptual, sino saltos, tanto desde el punto de vista doctrinal como clínico. Enrique Acuña lo señalaba en su Curso anual a propósito del Nombre del padre, pero podemos hacerlo extensivo para la concepción del síntoma (8). De igual modo comprobamos que este movimiento tiene incidencias en el modo de trasmitir un caso clínico, por lo tanto los conceptos y sus cambios afectan a su vez la convención semántica. Efectivamente son muy diferentes las construcciones de los casos clínicos que se leían en la década del ´80, por ejemplo en la literatura de la editorial Manantial, de los que hoy se publican en la revista Lacaniana; definitivamente la política de transmisión de un caso clínico se modifico.
Retomemos la pregunta inicial que motivo este escrito: “¿qué diferencia una práctica que se orienta por el psicoanálisis de orientación lacaniana, de otra práctica que no se inscribe en ese campo?” Cuando en “Televisión” Jacques-Alain Miller le pregunta a Lacan: “…Tanto el psicoanálisis como la psicoterapia sólo actúan por medio de palabras. Sin embargo se oponen. ¿En qué?” La respuesta de Lacan fue simple, sin embargo no es seguro que la tomemos en toda su dimensión: “… El buen sentido representa la sugestión, la comedia, la risa. (…) Es ahí que la psicoterapia, cualquiera que sea, no alcanza, no que no ejerza algún bien, sino que nos retrotrae a lo peor” (9). Lacan continúa en esa entrevista mencionando la especulación de la psicoterapia sobre el sentido, para señalar una diferencia precisa con el psicoanálisis.
Es un hecho que la mayoría de las terapias que se reconocen de cierta inspiración analítica, se basan fundamentalmente en la eficacia de la palabra. Pero sabemos que no hay necesidad de ir a un analista para que se instale una relación transferencial, las peluquerías son lugares donde las mujeres suelen contarse las intimidades más inconfesables y no diremos que allí hay un análisis. Lo que puede (y no significa que indefectiblemente eso ocurra) hacer girar una psicoterapia a un psicoanálisis es inicialmente, del lado del analizante, creer que el otro sabe que “eso” quiere decir algo; y del lado del analista saber que de ningún modo sabe y dejarse orientar por el goce, es decir por lo que “no sirve para nada”.
Para finalizar este apartado, no está de más mencionar que este breve recorrido del “síntoma en la ruta del goce” es además homólogo al recorrido de un análisis.
En fin…
Podemos concluir que desconocer el lugar que ocupa el “goce” en la enseñanza de Jacques Lacan podría ser equivalente al desconocimiento que encontramos en los posfreudianos respecto al concepto de “pulsión de muerte” y las consabidas consecuencias teóricas, clínicas y políticas.
De modo que la oferta de los analistas lacanianos, orientados por “Otra satisfacción”, se diferencia de otras ofertas, porque no creen, como señalaba Jacques-Alain Miller en Comandatuba, que “eso marcha”; más bien tienen la certeza que “eso fracasa”. Tal vez por esa razón “Un esfuerzo de poesía” fue la invitación propuesta por Jacques-Alain Miller a los analistas lacanianos del siglo XXI: “La poesía (…) es el uso del significante con fines de goce” (10).
Entonces, y porque la poesía es creación, es una invitación no a repetir como loros, ni a describir, ni a explicar, ni a justificar, ni es decir cosas bonitas; fundamentalmente porque no tenemos muchas cosas bonitas para decir, porque tal como afirmaba Germán García: «Basta revisar la etimología de la palabra síntoma para descubrir que allí cada uno se encuentra con sus porquerías, incluso con su cadáver” (11).
Para finalizar, recordemos que Oscar Masotta (1973) refiriéndose a la doctrina psicoanalítica decía: “…seguramente deberá haber un orden de las razones, ¿será capaz alguno de nosotros hoy o mañana, de aportar algo a ese orden?…”(12). Jacques-Alain Miller aportó hace más de cuatro décadas un “Índice razonado” para los Escritos de Jacques Lacan. Sólo sabremos posteriormente cuál será el aporte de las generaciones venideras. En principio creo que hay al menos dos razones que es preciso explicitar cada vez: una es práctica y la otra siempre es política, desarrollarlas implican otro trabajo, pero nombrarlas no es en vano; y analizadas en detalle demuestran que el retorno a Freud propuesto por Lacan, lejos de una repetición dogmática de los textos freudianos, fue una operación de lectura que hizo de la obra de Freud “otra cosa”.
(Texto publicado en La clínica lacaniana –Libro del Segundo Coloquio-Seminario de la Orientación Lacaniana en la ciudad de La Plata–, Ediciones MOL, La Plata, 2013, pags. 69-75).
Notas
(1) Lacan, J.: “El campo lacaniano”, en El Seminario, Libro17: El Reverso del Psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1992, pág. 86.
(2) Freud, S.: “A propósito de un caso de neurosis obsesiva”, en Obras completas Volumen X, Buenos Aires- Madrid, Amorrortu editores, 1980, pág. 133.
(3) Freud, S.: “Pulsiones y destinos de pulsión”, en Obras Completas Volumen XIV, Buenos Aires- Madrid, Amorrortu editores, 1980.
(4) Miller, J.-A.: El partenaire-síntoma, Buenos Aires-Barcelona- México, Paidós, 2008, pág. 82.
(5) Lacan, J.: Seminario 22 RSI, Clase 6 del 18/2/75. Inédito.
(6) Lacan, J.: Seminario 24 L’insu, Clase del 16/11/76 Inédito.
(7) Lacan, J.: Seminario, Libro 10, La Angustia, Buenos Aires-Barcelona-México, Paidós, 2006, pág. 139.
(8) Acuña, E.: Curso Anual ciclo 2012: “El objeto del psicoanálisis -lo que queda por decir-” Dictado en Asociación de Psicoanálisis de La Plata (APLP). Inédito.
(9) Lacan, J.: Radiofonía & Televisión, Barcelona, Anagrama, 1977, págs. 89-90.
(10) Miller, J.-A.: «Un esfuerzo de poesía». Curso impartido en el marco del Departamento de Psicoanálisis de París VIII, (2003), en COLOFON 25 Boletín de la Federación Internacional de Bibliotecas del Campo Freudiano Edición en España. Web: http://www.andalucialacaniana.com/colofon.htm
(11) García, G.: Psicoanálisis, una política del síntoma, Zaragoza, Alcrudo editor, 1980, pág. 14.
(12) Masotta, O.: “Sigmund Freud y la fundación del psicoanálisis” (1973), en Oscar Masotta Ensayos Lacanianos, Barcelona, Colección Argumentos, 1993, pág. 194.