XXV JORNADAS NACIONALES DE CARTELES DE LA EOL, MESAS SIMULTÁNEAS –La Plata, 10 de septiembre de 2016
por Gisel Waigand
El cartel es una oferta de la Escuela, una invitación. Una apuesta a correr riesgos, en la que las dificultades no se hacen esperar. Oferta al trabajo pero que incluye también verificación. Cuestión que ubica a cada cartelizante ante la responsabilidad de dar cuenta del uso que le dio al mismo. Así el cartel nos liga a la Escuela sin que a veces lo advirtamos en primera instancia. De eso se trata, de algún modo, lo que intento escribir.
Nada sencillo fue para mí el primer intercambio con la Más uno. Primer encuentro en el que tratábamos de darle forma a cada rasgo y en el que resonaron dos preguntas que se destacaban por su aparente simpleza: ¿para qué querés saber eso? y ¿tenés un caso? Se podía leer allí una orientación donde se subrayaba para qué y cómo iba a abordar el trabajo, más que el tema que me interesaba investigar. Ambas preguntas develaban una posición respecto del saber, iba al cartel sin dudas solo en busca de más saber, desconociendo hasta allí su costado libidinal. Tiempo después, en el intervalo que abrieron esos interrogantes, pude ubicar algunos atolladeros de mi análisis.
El horror al saber ganó la partida. Deseo y no-saber quedaron desanudados en la elección de mi rasgo. Sin embargo, me creía en tierra firme luego de los sacudones de las “simples” preguntas y me dispuse a trabajar en él. Desde ese lugar, llegué a mi primer escrito que me dejó un saldo aplastante. Era un escrito cerrado donde seguía las huellas de quienes ya habían recorrido ese camino. Sin dudas fue un tropiezo con la misma piedra.
No fue fácil salir de ese impasse. Se trataba de empezar a transitar un camino propio. Con esta orientación fue en un control que advierto que esos interrogantes los podía poner a trabajar en un caso. Esto me permitió reescribir mi rasgo que, hasta entonces, quedaba como suelto. No operaba dándome un lugar desde el cual entrar al cartel y poner a jugar allí algo singular.
A partir de aquí empieza otro momento en el que pude escuchar aquello que trató de trasmitirme la Más uno en aquel primer encuentro. Esto me dio la posibilidad de dejar de buscar respuestas ávidamente. Soportar no encontrar “La” respuesta. Otra versión del saber se asoma y delimita un nuevo punto de partida. Como señala Mauricio Tarrab, en su conocido texto “En el cartel se puede obtener un camello”, no se trataba de un saber que había que aprender o descubrir, sino que se trata de un saber a inventar. Y esto no es posible sin situar lo que conviene ceder para obtener algo.
El rasgo, tan cercano al síntoma, fue la aguja que me permitió hilvanar la experiencia del cartel con mi análisis. Ambas se anudan en el rasgo que imprimió Lacan al concepto de Escuela, en tanto vías para circunscribir lo real. Fue a partir de esta experiencia inaugural que el cartel se convirtió en un buen lugar para poner a jugar mi relación al no-saber, ahora anudado al deseo y con el fin de mantener vivos los puntos cruciales del psicoanálisis.
El cartel es entonces un lazo que puede articular lo singular de cada uno al Otro de la Escuela, el saber que se produce en el análisis con el saber textual del psicoanálisis. Y a su vez, como puerta de entrada, puede articular el exterior al interior de este campo, vía el trabajo de cada cartelizante, como una primera implicación en la Escuela.
Bibliografía:
-Bassols, M.: “La puerta del cartel”, Uno por Uno N° 11, Editorial, ciudad, año.
-Miller J.-A.: “Cinco variaciones sobre el Tema de “la elaboración provocada”, en El cartel en el Campo Freudiano, Cuadernos de Psicoanálisis, Eolia, Buenos Aires, 1991.
-Miller J.-A.: “El cartel en el mundo”, Intervención en la Jornada de Carteles de la E.C-F, el 8 de octubre de 1994, Más Uno, Editorial, Buenos Aires, 1996.
-Tarrab, M.: “En el cartel se puede obtener un camello”, en Las huellas del síntoma, Grama Ediciones, Buenos Aires, 2010, pág. 131.