El padre, la institución, la Escuela

 

GorostizaPrimera Noche de Directorio: El padre, la institución, la Escuela

EOL Sección La Plata, 27 de Marzo de 2015

 

Leonardo Gorostiza

 

He pensado que tal vez la mejor manera de sumarme hoy aquí con ustedes a trabajar en torno al tema del padre, la institución, la Escuela, sería leer un texto que presenté hace unos años en una Jornada de la ECF en París. Me refiero no a las Jornadas anuales de otoño, sino a otra que se convoca anualmente en el mes de febrero durante un solo día bajo el título Question d’École. En esa oportunidad, me refiero al año 2011, fue convocada en torno al tema “Lacan y la intranquilidad del psicoanalista” y fue allí donde presenté el texto que a continuación voy a leer y que titulé “Lo que aguardar significa”.

Pero antes de pasar a su lectura quiero hacer unas breves puntuaciones sobre el tema de esta noche para así enmarcarlo.

Primer punto, que podemos establecer una antinomia entre el término “institución” y el término “Escuela”. ¿Por qué? Porque la institución fundamental es lo que llamamos la institución del sujeto, es decir, lo que se escribe como discurso del amo y que con cuya escritura Lacan indica que el sujeto, en su “institución” misma como sujeto, es representado por un significante para otro significante.

Mientras que la Escuela debería propiciar la vigencia –mejor decirlo así que hablar de “dominancia”– del discurso analítico que es el reverso del discurso del amo, que a su vez es el discurso propio del grupo en tanto “masa”. Ustedes saben que Lacan al escribir el discurso del amo, escribe lo que Freud descubre en “Psicologías de las masas y análisis del yo”: la estructura de la masa que se organiza en torno a un líder.

Dije antes que es mejor hablar de “vigencia” del discurso analítico en la Escuela que de “dominancia” porque precisamente el discurso analítico no tiene vocación de dominio. Esa es su propia paradoja. Y en este sentido, lo que tal vez sea índice de la vigencia del discurso analítico en una Escuela sea la no consolidación fija de los otros discursos, el del amo, el de la universidad –que es el de la burocracia– o el de la histérica, los cuales tienen también su lugar en una Escuela. Por ejemplo, pensemos en el valor del discurso histérico para el trabajo en los carteles o bien en la necesidad de que el Directorio establezca –con su saber hacer– un cierto orden para la regulación de las actividades en la Escuela. Y si hay vigencia del discurso analítico, entiendo que esto es lo que se traduce por una no fijación de los otros discursos, lo cual sería solidario de lo que Lacan afirma en su Seminario 20 cuando dice que en cada giro, en cada cambio de discurso hay emergencia del discurso analítico.

Segundo punto, que también hay otra disyunción, tal vez no antinomia como la anterior, pero sí una disyunción. Es la que Lacan planteó en su “Exhorto a la Escuela” cuando comenzó diciendo “Hay el psicoanálisis y hay la Escuela.” Para concluir luego que “Lo que pone en tela de juicio la Proposición del 9 de octubre de 1967 –es decir la Proposición del pase– es saber si el psicoanálisis está hecho para la Escuela, o bien  la Escuela para el psicoanálisis.”(*1)

Es decir, que no va de suyo que por el solo hecho de hablar de Escuela ya estemos en un ámbito que resulte propicio para la vigencia del discurso del psicoanálisis. Eso es algo a demostrar cada vez y habla del trabajo incesante que hay que hacer al respecto. Una actividad como la de esta noche se inscribe en esa perspectiva.

Tercer punto, que hay una diferencia a establecer, tal como lo hace Lacan, entre el padre freudiano y el padre que Jacques-Alain Miller llamó el “padre lacaniano”. Es una disyunción que se deduce de lo que Lacan plantea al concluir su Seminario 10, La angustia cuando señala que el padre que aplasta el deseo de su descendencia –se refiere al padre freudiano de la horda primitiva de Tótem y tabú– no es sino un mito, y que el padre es más bien aquél que pudo ir lo suficientemente lejos en la realización de su deseo para “reintegrar el deseo a su causa” –no la causa a su deseo porque eso sería hacer del padre causa sui, lo cual sería congruente con el padre freudiano del mito. Es decir que Lacan opone allí el padre que sería el “que dice no a la castración”, y que se corresponde al discurso del amo, a un padre él también castrado y que, por lo tanto, es deseante y causado en su deseo. Es decir, un padre correlativo al discurso analítico. Tal es así que en esos párrafos finales Lacan llega a dar del deseo del psicoanalista la misma definición que la que dio de ese padre “lacaniano”: aquel que por algún sesgo, algún borde, llegó a reintegrar el deseo a su causa. Es por esto –tal vez sea por eso mismo por lo que me han invitado esta noche– que en mi último testimonio como AE en la EOL propuse la fórmula “El padre después del pase”. Lo cual supone que no hay una eliminación del padre luego del pase sino una transformación. Lo cual nos permitiría pensar otro tanto para la Escuela.

Cuarto punto, que lo que podemos llamar –según una fórmula de Miller– “la doctrina secreta de Lacan sobre la Escuela”, no es sino el intento extremo de Lacan de considerar, de concebir la institución psicoanalítica en términos de un empalme, una articulación, una conjunción inédita con el discurso analítico. Algo de esto veremos ahora en el texto que me propuse hoy reconstruir ante ustedes y que paso entonces a leer.

 

Lo que aguardar significa (*2)

“Mi fuerte –decía Jacques Lacan hace treinta años, el 11 de marzo de 1981– es saber lo que aguardar (attendre) significa”. Y finalmente, dirigiéndose a la recién nacida École de la Cause freudienne, concluía: “Queda la Escuela que adopté como mía. Nueva y lábil aún, aquí es donde se probará el núcleo por el que es posible que mi enseñanza subsista”. (1)

Pero aguardar (attendre), ¿qué es lo que eso significaba para Lacan? Notemos primero que Lacan dice “aguardar” (attendre) y no “esperar” (espérer), porque  esperar (espérer), en francés, introduce la dimensión de la esperanza, la esperanza en “esos mañanas que cantan” ante los cuales  nos alertaba en “Televisión”. (2)

¿Qué es entonces lo que Lacan aguardaba? En primer lugar, lo que él mismo dice con toda claridad: aguardaba que en su Escuela se probara aquello por lo cual su enseñanza podría subsistir. Que se probara ese núcleo, ese carozo, que en la ECF y hoy también en las Escuelas de la AMP, continuamente –no sin momentos de crisis– se intenta probar por medio del dispositivo del pase, es decir, probar cuál es la relación de cada analista con su inconsciente.

Porque, tal como Jacques-Alain Miller lo ha destacado, “la doctrina secreta de Lacan sobre la Escuela” ha sido la de intentar siempre una conjunción inédita entre lo estrictamente analítico y lo institucional.

Así, al afirmar que el grupo analítico debe ser considerado como un grupo animado por la transferencia y no por la sugestión, Lacan no retrocedió jamás en plantear que la Escuela, el reclutamiento de sus analistas, debería basarse en la relación de cada uno a su inconsciente. Eso aguardaba Lacan de su Escuela, que estuviera  a la altura de esa aventura.

Y eso introduce necesariamente una gran intranquilidad en la institución analítica y entre los analistas. Porque, como él mismo lo señaló, el esfuerzo de los psicoanalistas durante décadas ha sido tal por querer tranquilizar acerca del descubrimiento, el más revolucionario que haya existido para el pensamiento, es decir, el descubrimiento por Freud del inconsciente, que “al haber querido tranquilizarse ellos mismos, lograron olvidar el descubrimiento” (3). Mientras que el inconsciente es, “por naturaleza, muy poco tranquilizador”. (4)

Más bien, el inconsciente “intranquiliza”. Fundamentalmente porque el inconsciente al que Lacan se refiere cuando se lamenta de que los psicoanalistas no quisieran creer en el inconsciente para reclutarse, es “el inconsciente que no hace semblante”. (5) Es decir, que ese inconsciente no es otra cosa que la hiancia misma de la cual está suspendida la posición del psicoanalista y donde éste debe encontrar la certeza de su acto. “Hay reprimido. Siempre. Es irreductible. –decía Lacan en su “Carta para la Causa freudiana, el 23 de octubre” de 1980– Elaborar el inconsciente, como se hace en el análisis, no es nada más que producir su agujero. (…) Allí adentro, estoy solo”. (6)

Es decir que se trata de una hiancia, un agujero, un vacío, que es constituyente de la experiencia analítica y que hace a la soledad del acto analítico.

Pero la tendencia del psicoanalista –que es la tendencia natural del sujeto– es colmar ese vacío, colmarlo por medio de identificaciones, es decir, de semblantes (7), tal vez, para no sentirse tan solo.

Mientras que lo que Lacan aguardaba (attendait) de su Escuela era que no se constituyera –retomando una expresión de Jacques-Alain Miller– en “un aparato de contra-soledad”. Por el contrario, aguardaba de su Escuela que fuera capaz que propiciar un lazo que no fuera de “ayuda mutua contra el discurso analítico”, es decir, que no fuera en contra del discurso analítico que en tanto tal apunta a la des-identificación.

De allí que la estructura Escuela haya sido concebida por Lacan a partir de dispositivos que se oponen a las identificaciones que hacen masa, y por eso, son dispositivos que, en cierto modo, intranquilizan, es decir, generan una cierta inestabilidad. La misma inestabilidad que habita a los conceptos psicoanalíticos o bien la misma inestabilidad que atraviesa la enseñanza de Lacan que no cesó en no imitarse a sí mismo.

Así, en la Escuela tanto el dispositivo del cartel, que obliga a la disolución para evitar el pegoteo que hace masa, y fundamentalmente, el dispositivo del pase en el cual, si hay una única identificación que propicia es la de cada uno a su sinthome, se inscriben en esa perspectiva. Precisamente, la identificación al síntoma es una identificación que no hace masa, pero que sí permite el establecimiento de un lazo a partir de la relación que cada uno tiene con el agujero constituyente de la experiencia analítica.

Ahora bien, ¿qué es lo que “aguardar” entonces significa? Lacan mismo lo da a entender en su “Carta de disolución” cuando no duda en disolver la EFP, la Escuela que él mismo había fundado al constatar que el efecto de grupo consolidado prevalecía sobre el filo cortante de la verdad freudiana cuya restauración había sido la razón misma de su fundación. Así, cuando llama a asociarse de nuevo a todos aquellos que quisieran proseguir con Lacan señala que así demostrarían en acto –lo cito– “…que no es por su responsabilidad que mi Escuela sería Institución, efecto de grupo consolidado, a expensas del efecto del discurso que se espera (aguardado – attendu) de la experiencia, cuando ella es freudiana”. (8)

Es decir, que “aguardar” significa –lejos de una posición pasiva–  apostar activamente a que un efecto de discurso, el analítico, prevalezca sobre los efectos de identificación a un grupo constituido.

En este sentido, la expansión que ha implicado la creación de la AMP, pero en particular la Escuela Una, entiendo se inscribe decididamente en esa misma dirección. Porque hemos podido comprobar a través de los años de qué manera la dimensión transnacional y translingüística también interviene objetando la identificación a lo “nacional”, a lo local. Por qué no –hemos conversado sobre esto el lunes pasado en la ECF sobre “El pase y las lenguas en la Escuela Una”– la dimensión internacional y translingüística interviene también objetando la identificación a una lengua haciendo presentir que la lengua fundamental  de la que se trata en la experiencia analítica y en todas las latitudes no es otra que lalangue, es decir, “…lo que es el asunto de cada quien, lalengua llamada, y no en balde, materna”. (9)

Jacques Lacan no conoció al nacimiento de la AMP ni de la Escuela Una. Pero seguramente él también habría aguardado que ambas estuvieran a la altura de hacer prevalecer un efecto de discurso sobre los efectos de grupo. Es, de algún modo, responsabilidad de cada uno de sus miembros velar para que eso ocurra. Pienso que esa sería la buena manera de tomar a nuestro cargo las palabras pronunciadas por Lacan en ocasión de su Seminario en Caracas en agosto de 1980 cuando, al recibir a los psicoanalistas de habla hispana que habían respondido a su llamado, decía:

“Ustedes, al parecer, son lectores míos. Sobre todo porque nunca los he visto escucharme. Entonces, desde luego, tengo curiosidad por lo que puede llegarme de ustedes. Por eso les digo: Gracias, gracias por haber respondido a mi invitación”. (10)

Esta invitación, está lejos de ser sólo de circunstancias. Es una invitación que hay que escuchar, más allá del contexto, como una invitación a proseguir en la vía de responder a lo que él aguardaba. Es decir, cumplir ese sueño que es el sueño de la Escuela Una. El sueño de una Escuela totalmente acorde al discurso analítico.

Este sueño… ¿Es acaso posible?

Con “coraje” y “serenidad” (11), aún aguardamos.

 

 

Notas

(*1) Lacan, J.: ”Exhorto a la Escuela”, en Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, pág. 313.

(*2)Intervención efectuada en la Jornada de la ECF del 5 de febrero de 2011, convocada con el título Question d’École. Lacan et l’intraquillité du psychanalyste (Cuestión de Escuela. Lacan y la intranquilidad del psicoanalista), más precisamente en la mesa reunida en torno al tema “Ce que Lacan attendait de son École”  (“Lo que Lacan aguardaba de su Escuela”).

(1) Lacan, J.: “Segunda carta del Foro (11 marzo 1981)”, en La Escuela. Textos institucionales de Jacques Lacan, en Escansión Nueva serie, nº 1, Manantial, Buenos Aires, 1989, pág. 30. Traduzco la versión original en francés “attendre” por “aguardar” y no por “esperar” tal como lo hace la versión castellana, por lo que a continuación se leerá.

(2) Lacan, J.: “Televisión”, Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, pág. 569.

(3) Lacan, J.: “La equivocación del sujeto supuesto saber”, en Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, pág. 349.

(4) Ibídem.

(5) Lacan, J.: “Discurso en la Escuela Freudiana de París”, Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, pág. 299.

(6) Op. cit. en n. 1, pág. 29.

(7) Miller, J.-A.: “¡Todos lacanianos!”, en Escisión, Excomunión, Disolución, Tres momentos en la vida de Jacques Lacan, Manantial, Buenos Aires, 1987, pág. 248/9.

(8)Lacan, J.: “Carta de disolución” (5 de enero de 1980), Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, pág. 338.

(9) Lacan, J.: El Seminario, Libro 20, Aún, Paidós, Barcelona, 1981, pág. 166.

(10) Lacan, J.: “El seminario de Caracas”, en Escisión, Excomunión, Disolución, Tres momentos en la vida de Jacques Lacan, Manantial, Buenos Aires, 1987, pág. 264.

(11) Expresiones tomadas de las exposiciones de Laure Naveau y de Miquel Bassols, respectivamente, durante la misma Jornada. “Coraje” a entender como lo que permite atravesar la “cobardía” inherente al fantasma ante lo real y que se liga al discurso del amo (es lo que éste establece en su piso inferior).  “Serenidad”, en el sentido de la Gelassenheit heideggeriana y que consiste en decir “sí” y “no” al mismo tiempo, una suerte de desapego.