DE NOTAR
Agustín Casagrande
Este ensayo busca ser un aporte desde las ciencias sociales a la pregunta que nos convoca a los participantes del Seminario del Campo Freudiano del presente año. Su escritura se define en una posición éxtima al discurso analítico, al provenir de la incomodidad de las ciencias sociales. No obstante, lo que se busca aquí, es traspasar ese límite que define el discurso universitario en su posición (d) enunciativa propia de las almas bellas. Se intenta testimoniar una experiencia en torno a la pregunta de cómo el psicoanálisis toca la forma de vida universitaria, dislocándola, al punto de arrastrar a quien escribe a una migración hacia el discurso analítico. En tanto que analizante y participante del seminario que presenta y analiza la enseñanza de Lacan y Miller, se intenta pensar las condiciones de la actual crisis epocal, cuyo análisis involucra, también, una mutación del ethos académico para habitar y pensar, incluso dicho campo, de otro modo.
Inquirir sobre la potencia del discurso analítico implica una pregunta sobre la contemporaneidad. Las noticias parecen no ser del todo buenas. Resuena la sentencia de Nietzsche: «el desierto crece». Frase que retoma Miller en las primeras clases de Todo el mundo es loco y que le sirven de guía para pensar lo social-histórico. Allí, reintroduce una contradicción no tematizada por el discurso universitario y capitalista, pero que era explícita en el curso de Heidegger: «la desertificación de la Tierra puede ir de la mano con la meta de un alto estándar de vida para el hombre». (1)
Dicha producción de desiertos hallaba, en el imaginario heideggeriano, una salida por la vía de una mitología personal, que le permitiría realizarse transitando unos míticos caminos del bosque. Hoy la frase adquiere una fuerza inusitada por la supresión de la posibilidad de pensar un afuera del mundo globalizado, el cual alcanza a la Selva Negra y va más allá.
De la extensión de dicho sentido común desértico se encargan las plataformas de entretenimiento mediante las series distópicas (Domin Choi, El fin de lo nuevo). Pero, también, toca a una mutación del discurso universitario, con su habitus y su ethos. Es que el presente define una novedad que se percibe en el desvelamiento de aquel amo -S1-, que, en la formalización lacaniana de fines de los 60´s, ocupaba el lugar de la verdad. El Amo actual ya no disimula su presencia. Ya no posiciona como agente al, pretendidamente inocuo, saber de la ciencia -S2-. En la reedición neoliberal de la racionalidad benthamiana, los gurúes de las fintech reclaman un saber a unos aestudiantes que comienzan a dividirse entre los que se justifican como «útiles» y aquellos que se angustian por su rol superfluo. Así, el Amo del tecnofeudalismo muestra sin pudor su rostro, agitando una promesa de felicidad tan empalagosa y tóxica como una «montaña de azúcar» (Zucker-Berg). La novedad reside en que la barbarie tecnológica de esta formación económico-política anuncia «el fin del estudiantado como forma de vida» (Giorgio Agamben, Réquiem por los estudiantes). De ser así, el desierto crecería, incluso, al interior del dispositivo del que se sirve para su despliegue, efectuando, con ello, una borradura radical de los restos que pudiera dejar de su acción feroz. La extinción de una «forma de vida», evidencia el carácter forclusivo de la desertificación, que produce un agujero en la historia de su instauración, permitiendo hacer semblante de motor de la felicidad.
El nec-otium de la homogeneización digital, con su combinatoria de utilidad y cifra, se organiza a nivel del lenguaje, donde la desertificación opera por «desafectivización«. Es decir, mediante el avance del «significante puro bajo la forma del derecho, de la democracia igualitaria, de la mundialización del mercado». (2)
El sueño de la transparencia significante, que encierra la ilusión de que todo puede ser dicho, produce un lenguaje sin historia, degradando la experiencia subjetiva por la exaltación del ideal de la uniformidad comunicacional. Promueve una teoría de la comunicación generativa que elude la reflexión sobre el efecto del significante sobre el sujeto. Esta reducción es el correlato de una exaltada autonomía de la voluntad que conduce al delirio de un yo granítico, dueño de sí, ilimitado, que muñido de ese semblante de época se lanza a la supervivencia económica. La transparencia significante, por otra parte, es el epítome de la aceleración del capital, porque sin obstáculo, sin fallido, la palabra adquiere su exclusivo rol de circulación de bienes y personas: pick-it, take away.
Ante esta caracterización, la potencia del discurso analítico se cuadra por ser el reverso de la ilusión del consumo feliz que vela la desertificación. Es que, a partir del cambio de posición que supone deslocalizar la agencia del amo y el saber, el significante se desinstrumentaliza; dando lugar a la posibilidad de experimentar una hystoria que, por la implicación subjetiva y por su lógica excepcional, quiebra la tendencia a la homogeneización. Pero, también, porque la interpretación psicoanalítica por la vía del enigma, con su tono oracular y opaco, retiene la aceleración del significante puro y su soñada transparencia. Y lo realiza cada vez, apaciguando la tracción pulsional festejada por la actualidad superyóica del Just-do-it. Las resonancias, los ecos, reenvían a un espacio de experiencia que diverge del automatismo tecnológico del instante, introduciendo un tiempo de comprender. Esta suspensión se traduce en una fenomenología de la caminata pensativa o el sentarse en el auto para intentar elucubrar sobre aquello que aconteció luego del corte del analista. Este tiempo, que se hace, no cae en lógica del aburrimiento. Más bien, resulta potente porque abre la puerta a un inter-esse, en su etimología de ser «entre las cosas», «ser en medio de una cosa (Sache) y permanecer junto a ella». (3) Tal vez, en esa posición de ser en medio de las cosas (Sache) se produzca la hendidura desde la cual se pueda iluminar la Cosa (das Ding). En el mejor de los casos, se trazará un camino Regio hacia aquello que se sustrae y de lo cual el hombre es el indicador: «un signo sin sentido». (4) Pero con sólo detener, ya se hace mucho. Es un deseo prudente que adquiere su potencia por su contraste con la aceleración epocal.
No es menor, que Jacques-Alain Miller recuerde la posición del «retardador», como la de «aquel que trata de frenar evoluciones inevitables». (5) Ganar tiempo hasta que aparezca otro acontecimiento, no es un recurso inocuo, sobre todo, en tiempos de una desopilante «teología política». El poder que frena, un verdadero Katechon analítico -para traer la puntuación schmittiana de Miller- mira, así, a un más allá de la clínica. Detener, retardar, es la condición de posibilidad para la producción de un saber, un saber feliz que apasione, que haga lugar a otra manera de habitar el ser-semblante. Tal vez, en dicho gesto humilde, resida la potencia del discurso analítico.
Notas
(1) Miller, J.-A., Todo el mundo es loco, Paidós, Buenos Aires, 2020, p.30.
(2) Miller, Un esfuerzo de poesía, Paidós, Buenos Aires, 2016, p. 53.
(3)Heidegger, M., Was Heisst Denken?, Editorial Max Neimeyer, Tübingen, 1954, p. 2.
(4) Ibíd, p.6.
(5)Op Cit. (1), p. 135.