Tercera Noche Preparatoria de las II Jornadas Anuales: El cuerpo y sus fanatismos ‑ EOL Sección La Plata, 16 de septiembre de 2015
Gerardo Arenas
El mito freudiano concibe el origen de la civilización como el momento en que el padre, elevado a la condición de significante (tótem) por los hijos que lo asesinaron, impone al clan fraterno el sacrificio de un goce (tabú). Ese significante, ahora amo, da a los sujetos que creen en él una forma de lazo social. El discurso del amo es, pues, primero e inmemorial, su dominancia depende de la creencia en el padre, y su estructura es la de toda masa estable, sea religiosa o no. Cuando a ese discurso se añade un factor de desmesura, su lazo social deviene fanático. Por eso, siempre ha habido fanatismos, y la única novedad consiste en el hecho de que la alianza contemporánea entre ciencia y tecnología los facilitó y generalizó.
El mérito de Freud no fue el de descubrir el inconsciente, acerca del cual mucho se hablaba antes de que él naciera, sino el de haber descubierto un inconsciente hablador y accesible mediante la palabra, haber situado allí lo más propio de cada uno de nosotros (“el núcleo de nuestro ser”) y haber inventado una técnica capaz de circunscribir y develar esa voluntad compulsiva que nos comanda sin que lo sepamos, que nos hace únicos y que es refractaria a las palabras. Por eso, la meta del análisis, más allá de los efectos terapéuticos que puedan producirse en su recorrido, consiste en alcanzar ese núcleo que nos hace ser quien somos, que define nuestro estilo, que tiene el carácter de un “querer” apremiante y que no necesariamente es –ni apunta a– un bien.
Éstos son los “fundamentos significantes” de la praxis psicoanalítica. Pero no hay análisis en el cual el analista no sea incorporado al inconsciente del sujeto, y sometido al mismo estilo de tratamiento que en él reciben los demás partenaires libidinales del analizante, a tal punto que, si bien la cura ha de realizarse en abstinencia, no hay modo de efectuarla en condiciones de indiferencia. Estas “condiciones eróticas” hacen de cada análisis una “experiencia” en sentido estricto. La estructura significante de la misma es responsable del surgimiento de la transferencia, pero, sin la condición libidinal, la experiencia es imposible. Por ende, significante y libido se implican recíprocamente. Esto llevó a Lacan a concebir este lazo social mínimo, establecido en un análisis, como “discurso”.
La intervención inaugural de Lacan en la problemática del lazo social se centró en los caracteres singulares que definen, para cada uno, el estilo de sus vínculos libidinales. Esa intervención dejó su impronta en lo sucesivo. La preocupación por la singularidad del lazo no cesó hasta el final de su enseñanza.
El análisis de la estructura de los lazos sociales en términos de discursos nació de la necesidad de despejar los aspectos universales de aquellos, para poder así captar la peculiaridad de los del sujeto, una vez elucidada la tensión entre ambos conjuntos de aspectos. Es que, si se desconoce la autonomía de las estructuras, se pone erradamente a cuenta de lo singular aquello que forma parte de determinaciones universales, y la experiencia analítica, que apunta a lo singular, resulta despistada por semejante descuido.
La novedad fundamental introducida por Lacan al concebir el lazo social transferencial como un discurso es haber ampliado la noción de discurso, de modo tal que englobe los componentes significantes y los libidinales en un solo formalismo.
Los discursos constituyen las “formas” que puede tomar el lazo social (sus estructuras), y el “estilo” singular de cada quien se encontrará en tensión con alguna de esas cuatro formas universales.
Esta tensión es lo que, a mediados de los ‘70, Lacan formaliza por medio de una redefinición de la función del síntoma. Tras haber mostrado que el discurso del inconsciente es el mismo que el del amo, establece de qué manera el síntoma se separa del inconsciente para ponerse en cruz con éste. La insistencia repetitiva del síntoma se debe a que un significante contingente no cesa de escribirse de manera salvaje. Reaparece aquí, pues, el carácter singular del rasgo de estilo, elevado al rango de estilo sintomático. En otras palabras, a la “forma” universal del discurso del amo responde el “estilo” singular del síntoma. Al destacar el carácter salvaje de este síntoma, Lacan pone de relieve el hecho de que el estilo es el modo singular de “romper” con la forma. En definitiva, hay lazos universales (definidos por los cuatro discursos) y lazos singulares (no sometidos a ninguna ley definible en calidad de tal).
Poco después de haber concebido la forma del lazo social en términos discursivos, Lacan replantea la estructura, ya no en términos de lugares significantes, sino en función de lazos. Cabe comparar este giro con el vuelco que, a principios del siglo XX, condujo desde el “realismo ingenuo” (propio de la física clásica) hasta el “realismo cuántico” (imperante en la física contemporánea), de modo tal que, en vez de considerar que los elementos son los individuos y que las relaciones afectan a éstos, considera que lo elemental son las relaciones y que de éstas surgen los individuos.
Miller formalizó la relación y la diferencia entre la función que el “lugar” cumple antes del último viraje de Lacan y la función asignada al “lazo” después de ese viraje. El lazo en cuestión no es estrictamente social –en el sentido de la “forma” universal–, ya que es sintomático, y este síntoma es singular.
Para no caer en una suerte de sociología psicoanalítica, siempre debemos considerar la tensión entre la forma universal y el estilo singular del lazo. Cuando éste adquiere carácter fanático, el modo de goce en cuestión no es sin más asignable a uno solo de los cuerpos, ya que, como observa Lacan en su Seminario 19, “lo propio del goce es que cuando hay dos cuerpos, mucho más aún cuando son más, no se sabe, no se puede decir cuál goza. Por ello en este asunto puede haber varios cuerpos involucrados, e incluso series de cuerpos” (1).
En definitiva, éste es el motivo por el cual invertí la fórmula que da título a nuestras próximas Jornadas: es necesario distinguir entre el fanatismo que corresponde a una “forma” de lazo social, y el “estilo” singular que ese fanatismo puede adquirir para un analizante, ya que el estilo se encuentra en tensión con la forma universal, y él es el único que puede servir de brújula para la cura.
Notas
(1) Lacan, J.: El Seminario, libro 19, …o peor, Paidós, Buenos Aires, 2012, pág. 221.