Sebastián Llaneza
Blog: ¿En función del nombre elegido para el seminario diurno, ¿qué nos podés contar sobre las lecturas que están interrogando, y las posibles resonancias sobre éstas respecto del tema del congreso 2024 de la AMP y de nuestra última jornada “Delirios de la vida cotidiana”?
Sebastián Llaneza: En el segundo cuatrimestre del 2023 dimos lugar a un cuarto año de trabajo consecutivo en “Lacan Clínico: Hacia un Psicoanálisis Nodal” – seminario diurno perteneciente a la Escuela de la Orientación Lacaniana – Sección La Plata-.
Después de haber dedicado tres temporadas al abordaje del trío freudiano de la inhibición, el síntoma, y la angustia -con el fin de esclarecer sus funciones de anudamientos y sus señales de desencadenamientos-, de habernos detenido en la configuración de las angustias en plural, y de haber avanzado en el entendimiento de la operación analítica concebida como un “anudarse de otro modo” (1), decidimos en esta nueva oportunidad explorar el sintagma “Campo Lacaniano” y el uso que podemos hacer del mismo en la formalización nodal de nuestros casos clínicos.
Recorriendo nuestras referencias bibliográficas advertimos que el término “campo” está presente en el inicio mismo de la enseñanza de Lacan. Lo encontramos en 1953 en su informe de Roma, más precisamente en su escrito inaugural intitulado “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”.
Se trata de un término que, al igual que el de función, es extraído de las matemáticas.
En dicha ciencia la función es concebida como una variable mientras que la noción de campo es definida como un conjunto. Se habla, de hecho, de campo de variabilidad.
Por lo tanto, desde esta concepción, la palabra es lo que la matemática designa como una variable y el lenguaje lo que designa como un conjunto. De esta manera, como lo dice Manuel Zlotnik (2), las palabras son las distintas variables pertenecientes a un conjunto que es el lenguaje.
Ahora bien, cuando hacia fines de los años 60’ y comienzo de los 70’, en su decimoséptimo seminario, Lacan anhela situar un Campo Lacaniano, este mismo quedará definido no solo como el campo del lenguaje sino también como el campo del goce (3). Nos enseña que así como el lenguaje mortifica el goce del viviente desvitalizándolo -dimensión en que el significante introduce un “alto al goce” (4), una “pérdida de goce”-, también por el significante se lo recupera en tanto es “causa del goce”. (5) Con esto quiero decir que el goce se pierde por el significante (goce que no hay) y también se recupera por el significante (goce que sí hay). Y aunque parezca una obviedad, no es menos importante destacar que el goce que se pierde nunca es el mismo que aquel que se recupera. Este último incluye siempre un plus, lo que denominamos un “plus de goce”.
Siguiendo las puntuaciones de Jacques Alain Miller, nos percatamos de que, en realidad, el Campo Lacaniano se encuentra conformado por una pluralidad de goces. Como él mismo lo indica, conforme al avance de la enseñanza de Lacan, el goce se multiplica (6). Dejamos de hablar del goce -en singular- para pasar a hablar de los goces -en plural-. Y en este punto, tomando en consideración las observaciones de Fabián Schejtman, decidimos concebir al campo Lacaniano como un abanico de goces que conforman un “conjunto heteróclito de difícil articulación”. (7) Goces que sí hay y que sirven de suplencia ante el goce imposible de la inexistente relación sexual.
Con esta orientación, en el marco de ocho clases, intentamos precisar distintos tipos de goces: El goce parasexuado, el goce del Otro, el goce de la vida, el Otro goce, el goce fálico, el goce femenino, el goce narcisista, el goce autoerótico, el goce sentido, el goce sintomático, el goce fantasmático, el goce del inconsciente, y el goce imposible de negativizar.
Desde esta perspectiva, la cadena borromea mínima -compuesta por tres eslabones-, la misma que Lacan nos presenta tanto en “La Tercera” como en la primera clase de “R.S.I”, es -a nuestro criterio- la materialización del Campo Lacaniano, su arquitectura nodal.
Cómo podrán apreciarlo en la figura aplanada de la cadena, más precisamente en las lúnulas de los registros, Lacan escribe una serie de matemas que identifican algunos de los goces recién citados.
Si prestamos atención a la representación esquemática, veremos que en la intersección de los registros imaginario y simbólico nos encontramos con la palabra “sentido”, es decir, con el goce-sentido o sentido gozado. Se lo ubica entre estos registros porque el sentido no es otra cosa que un efecto en lo imaginario de la simbólica articulación significante.
Ahora bien, el goce que se desprende de dicho efecto es un goce dormitivo que coincide con el principio del placer, vale decir, con la homeostasis del discurso universal, dejando por fuera el registro de lo real, no lo toca. Por eso mismo Lacan lo considera el goce del cerdo, figura paradigmática de quien en un corral se la pasa durmiendo.
Luego tenemos, en la intersección de los registros simbólico y real, al goce fálico. Un goce que en la escritura nodal queda ubicado por fuera del anillo de lo imaginario deviniendo, de este modo, un goce “fuera de cuerpo”. Así se lo define, como un goce que es hétero respecto del cuerpo. Pero, siendo el falo un concepto heteróclito, su abordaje es un tanto confuso, por momentos oscuro, para nada seguro.
Por un lado, se lo presenta como un goce civilizado que transita por la vía de la carretera principal. Desde este punto de vista se trataría de un goce ordenado, moderado por el nombre del padre, que al estar revestido y domesticado por el significante fálico sería en sí mismo un tratamiento del goce en tanto tal. Desde esta perspectiva tendríamos primariamente un goce anómalo -lo que muchas veces llamamos goce opaco- y luego un goce fálico que sería ya un tratamiento porque lo acotaría prestándole un significante que, al nombrarlo, lo transformaría en un goce significantizado.
Ahora bien, lo sorprendente es que, en su última enseñanza, Lacan considere al goce fálico como un goce anómalo. Ya no se trataría de pensarlo como un goce civilizado sino como un goce traumático y desligado de la operación paterna. Lo que despierta nuestra curiosidad es que en “La tercera” lo liga con la irrupción del síntoma (8) deviniendo un goce traumático. Por esta razón, nos seguimos preguntando: ¿el goce fálico es traumático o es un tratamiento de lo traumático? Aún no lo tenemos resuelto.
Continuando con la geometría del nudo, en la intersección de los registros imaginario y real, y por fuera del anillo de lo simbólico, Lacan ubica el matema J(A). Un signo algebraico que identifica el “goce del Otro”, un “goce parasexuado” que, por estar fuera del lenguaje, es indecible.
Lacan dice que este goce -entendido como un gozar del cuerpo del Otro- no existe, que se trata de un goce imposible “porque en ningún caso dos cuerpos pueden hacerse uno, por más que se lo abrace”. (9) Lo que significa que no hay “goce del Otro” porque no hay relación sexual.
Ahora bien, que dicho goce no exista no quiere decir que no se lo pueda imaginar, que no se lo pueda proyectar, ni que -por vías fantasmáticas y/o delirantes- se lo pueda hacer existir.
Por último, tenemos el pequeño “objeto a”, el mencionado “plus de goce”, ubicado en el calce del nudo, más precisamente en la intersección de los tres registros que componen la realidad humana. Por estar ubicado en el centro de la cadena, no solo forma parte de cada uno de los goces mencionados, sino que es también su condición y lo que del goce mismo se puede elaborar. En este sentido, el “objeto a” es presentado por Lacan como el núcleo elaborable del goce. En este aspecto, adoptando la interesante propuesta de Graciela Brodsky, hemos considerado que todo lo que es elaborable del “goce del Otro”, del “goce sentido”, y del “goce fálico”, pasa por el “objeto a”. (10)
Entonces, para concluir:
Si admitimos que el “Psicoanálisis Nodal” es un “aparato de formalización” que nos permite conceptualizar la clínica del goce, donde el lazo entre lo real, lo simbólico, y lo imaginario cojea, siendo necesario un cuarto eslabón -o más- que asegure su anudamiento, en consecuencia la delimitación y localización de los distintos tipos de goces se vuelve una herramienta fundamental para situar -en los anudamientos y desanudamientos bajo transferencia- los errores del encadenamiento en la estructura del “habla ser” -lo que Lacan denomina “lapsus del nudo” (11)- como así también los remiendos sinthomáticos, y no sinthomáticos, con los que el sujeto repara el mencionado error produciendo -sobre el mismo tejido- el reanudamiento de lo simbólico, lo imaginario, y lo real.
Responsable del Seminario Diurno “Lacan Clínico: Hacia un Psicoanálisis Nodal”: Sebastián Llaneza.
Colaboradores: Agostina Martinoya, Diego Dortoni, Pablo Martinez Samper.
Invitado: Ezequiel Argaña.
Notas
(1) Lacan, J.: El Seminario, Libro 22, R.S.I, Clase del 14/01/1975, inédito.
(2) Zlotnik, M.: “Lenguajepalabra”, en La Palabra. Temporalidad e interpretación, Colección Orientación Lacaniana, pág. 36.
(3) Lacan, J.: El seminario, Libro 17, El reverso del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1992, pág. 86.
(4) Lacan, J.: El seminario, Libro 20, Aun, Paidós, Buenos Aires, 2009, pág. 34.
(5) Ibíd., pág. 33.
(6) Miller, J-A.: “Teoría de los goces”, en Recorrido de Lacan, Manantial, Buenos Aires, 1986, pág. 158.
(7) Schejtman, F.: “Una introducción a los tres registros”, en Psicopatología: Clínica y ética, Grama, Buenos Aires, 2013, pág. 441.
(8) Lacan, J.: “La tercera”, en Intervenciones y textos 2, Manantial, Buenos Aires, 1988, pág. 104.
(9) Ibíd., pág. 106.
(10) Brodsky, G.: “La tercera”, en Cuaderno del INES N° 10, Grama, Buenos Aires, 2016, pág. 138.
(11) Lacan, J.: El seminario, Libro 23, El Sinthome, Paidós, Buenos Aires, 2008, pág. 75-99.