El amor en el imperio de los objetos

10-el-poder-de-los-objetos-sslIII JORNADAS ANUALES DELA EOL SECCIÓN LA PLATA: EL PODER DE LOS OBJETOS. EL RÉGIMEN DE LA PULSIÓN EN LA SOCIEDAD VIRTUAL, 3 de diciembre de 2016

 

 

por Sebastián Llaneza

 

Quisiera compartir con los aquí presentes algunas observaciones sobre el fenómeno del amor en los tiempos en los que nos ha tocado vivir y ejercer el psicoanálisis. No son los tiempos del cólera a los que se refirió Gabriel García Márquez en su conocida novela ambientada hacia fines del siglo XIX y principios del siglo XX, donde aún se escribían cartas de amor con lápiz y papel, y donde se tenía que esperar un tiempo considerable para obtener una respuesta. No, no son los tiempos del cólera sino los de una época que, como lo indica el título de nuestras jornadas, se encuentra caracterizada por el imperio de los objetos –producidos por la tecno-ciencia–  en el que el tiempo mismo se ha acelerado.

Quizás, bajo un formato electrónico, algunos continúen escribiendo cartas de amor. Pero lo destacable es que el destinatario, en el caso de no «clavarte el visto», puede responderte de manera inmediata. Son tiempos veloces. Como supo decirlo Jacques-Alain Miller, vivimos en los tiempos que corren. (1)

Ahora bien, en múltiples ocasiones, no en todas, es importante aclararlo, a un practicante del psicoanálisis no le conviene caer en una generalización, dichos objetos se nos presentan obturando, taponando, atiborrando, lo que Sigmund Freud denominó castración y lo que Jacques Lacan supo concebir en términos de imposibilidad. Un concepto que, en la clínica de los discursos, aparecerá matematizado por el signo de la doble barra, el mismo signo que brilla por su ausencia en el denominado discurso capitalista, seudo discurso que rechaza de un modo radical las “cosas del amor”. (2)

Si con el objeto técnico se elude dicha imposibilidad, si se forcluye esa doble barra que introduce un tope en el campo del goce, el deseo y el amor se hayan en una encrucijada. Como es sabido, para desear y amar se requiere de dicha estructura. Si todo es posible, si todo es satisfacción, si nada nos falta, entonces, no se tiene nada que desear y que amar. Pues, a diferencia de la «psicología del rico» (3), el acto de amor consiste en dar, no lo que se tiene, eso siempre es más sencillo, sino lo que no se tiene, es decir, lo imposible.

En el panorama actual de hiperconexión con los objetos del mercado y de desconexión entre los cuerpos (lo que permite entre otras cosas ahorrarse el desfasaje estructural entre el placer esperado y el placer encontrado, modo freudiano de decir “no hay relación sexual”) el Dr. Zygmunt Bauman, sociólogo polaco residente en Israel, vaticinó una mala época para el amor, nos dijo que se encontraba en un estado de liquidación. Pues cualquier objeto, sea animado o inanimado, puede transformarse hoy en un objeto de consumo y pasar a ser considerado únicamente por su valor de cambio (4). Por su parte, Leonardo Gorostiza, en el marco de una entrevista televisiva, nos aclaró que en el empuje a la felicidad, promovido por el discurso capitalista, los sujetos hipermodernos más bien se avergüenzan de desear, y de amar, cuando en su lugar –siguiendo los mandatos de la civilización contemporánea– deberían gozar.

Entonces, me pregunto: ¿Cómo se las arregla el psicoanalista para instaurar el amor de transferencia, condición necesaria para dar inicio a un tratamiento psicoanalítico, en una época determinada por una devaluación de lo simbólico y por el desvarío de los goces? ¿Se trata de introducir en acto una negatividad en el campo del goce, una extracción del objeto que será, para decirlo en los términos de Eric Laurent, cada vez más apremiante? (5)

Quizás encontremos una respuesta ilustrativa en el arte cinematográfico de Kim Ki-duk –representante del cine de vanguardia en el sur de Corea– más precisamente en su película intitulada “Hierro 3”.

Aquellos que la vieron sabrán que es una película con pocas palabras, extremadamente silenciosa, donde el campo escópico ocupa el escenario central. Parafraseando el título de unas jornadas de nuestra Escuela se puede afirmar que todo se juega entre imágenes y miradas. Su protagonista, un sin techo que habita casas temporariamente deshabitadas, encarna el objeto mirada. De hecho, muchas veces, no se lo ve en la pantalla. Al igual que el objeto mirada se sustrae del campo de la imagen, es lo que resta en el registro imaginario, y solo sabemos de su presencia por una pelotita de golf que lanza con un palo llamado técnicamente hierro 3.

Ahora bien, las casas que habita están atiborradas de objetos tecnológicos. Son hogares que pertenecen a parejas o familias constituidas por sujetos consumidores que no habitan el campo del amor, son aquellos que ante un fin de semana largo necesitan consumir cualquier paquete de turismo para no encontrarse en sus casas sin trabajar, pues podemos suponer que no saben arreglárselas con el tiempo que les sobra. En la única casa donde se puede situar algo del orden de lo amoroso es aquella en la que el tiempo cuenta con pausas, con intervalos, donde una familia puede disfrutar, por ejemplo, de la preparación de la ceremonia de un té como así también de una actividad tradicional en relación a las plantas (6), vale decir, de lo que Jacques-Alain Miller denominó «naderías«. (7)

Ahora bien, en estas casas deshabitadas, nuestro protagonista se baña, se alimenta, duerme, se saca fotos, y lava su ropa a mano. Sí, escucharon bien, no utiliza ningún lavarropas que le asegure un ahorro del tiempo. Los tiempos que corren parecen no desesperarlo. Por el contrario, sobre los objetos técnicos que allí encuentra, realiza, según los casos, distintas intervenciones. En algunos los desarma y en otros los repara. Según sea la situación, al igual que un analista, hace de síntoma o sinthome, anuda o desanuda, pero siempre dejando una marca de que se estuvo allí, más precisamente, la huella de una mirada que introduce una turbación en la vida de estos sujetos consumidos y desamorados.

El ejemplo que tomaré hoy, hay varios, es el de aquella operación que realiza en la casa de un boxeador que maltrata ferozmente a su mujer. Operación que no pasa por la perspectiva del significante sino por la del objeto, que no pasa por la palabra sino por un acto. Allí se encuentra con un póster donde el dueño de casa se muestra con cara de malo y con los puños cerrados. Ahora bien, sobre la fotografía, nuestro protagonista realiza un recorte, más precisamente le saca los ojos, introduciendo una negatividad en el campo de la imagen. Cuando el hombre llega a su casa, y ve su poster recortado, entra en pánico, ya que allí donde deberían estar los ojos hay un agujero que presentifica la mirada.

Aquí, nuestro protagonista, produce una extracción en el campo de la imagen revelando así aquel objeto con el que el boxeador se relaciona en su fantasma. Pues, como supo decirlo Nieves Soria (una colega de la EOL, amiga de la clínica nodal, y muy conocedora del cine de Kim Ki-duk) los boxeadores no solo atemorizan con sus puños sino también con la mirada. Por lo tanto, nuestro protagonista, al igual que lo haría un analista, termina perturbando la defensa del boxeador, provocando su división, por revelar, de alguna manera, el objeto de su goce. Podemos decirlo así: el boxeador queda atemorizado por la misma mirada con la que él atemoriza. Se horroriza y se avergüenza, dos modos posibles de introducir la imposibilidad, y la división subjetiva, que dé lugar al amor de transferencia. Kim Ki-duk, una vez más, nos lleva la delantera.

 

 

Notas:

(1) Miller, J.-A.: Todo el mundo es loco, Paidós, Buenos Aires, 2015, pág. 11.

(2) Lacan, J.: Hablo a las paredes, Paidós, Buenos Aires, 2012, pág. 106.

(3) Lacan, J.: “La Psicología del rico”, en El seminario, Libro 8, La transferencia, Paidós, Buenos Aires, 2005.

(4) Bauman, Z.: Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2005.

(5) Laurent, E.: “Nuevas eróticas de lo divino”, El goce sin rostro, Tres haches, Buenos Aires, 2010. Pág. 113.

(6) Soria, N.: Nudos del amor, del bucle, Buenos Aires, 2011, Pág. 65.

(7) Miller, J.-A.: Donc. La lógica de la cura, Paidós, Buenos Aires, 2011, Pág. 233.