LA PRÁCTICA ANALÍTICA EN INSTITUCIONES DE SALUD. Ecos de la Jornada clínica del 7 de septiembre.
Lorena Parra

Este texto versará sobre lo que nos enseñan los casos presentados en la segunda mesa de la Jornada clínica (1). Destaco que se extrae de esta conversación la importancia de la presencia de practicantes del psicoanálisis en instituciones públicas de salud, que estén advertidos del entrecruzamiento de discursos que las caracteriza, sin perder de vista la lógica del discurso analítico. Asimismo, la posibilidad de hacer uso de los dispositivos y recursos que el marco hospitalario dispone para dar lugar al tratamiento de un padecimiento singular. Finalmente, se recorta lo necesario de encontrar la lógica del caso y situar el real en juego, para circunscribir qué función tiene el consumo problemático de sustancias y a qué responde.
En relación al primer caso, Stella López remarca que, para el psicoanálisis, el cuerpo no es el organismo, tiene las huellas de las incidencias del lenguaje. La constitución del cuerpo es problemática, sede de goce que podemos traducir como displacer. Así, una serie infinita de intervenciones médicas no aliviaron a este paciente doliente, que se encarga de decir sobre su historial del dolor. Reducido a un objeto desecho maloliente desde niño, la idea de morir surgió como solución, lo que avecinaba la caída del sujeto. Apenas devenido adulto, y para olvidar lo que resultaba insoportable, cual quitapenas, recurrió al alcohol y así separarse del Otro, aunque devino uno con él. En vez de separarse, se reunió aún más con su posición de objeto. “Vivir con el alcohol es vivir con la muerte al alcance de la mano”. (2)
Embriaguez que, si seguimos a Freud en “El malestar en la cultura”, provoca cierta insensibilidad frente a las miserias que la vida depara. Freud no duda en comparar el alcohol con los consuelos religiosos, pues ambos otorgan sentido.
Una característica personal del sujeto, leída como un pecado según las creencias de su Otro religioso, lo sume en la culpa. Stella nos recuerda que, en la melancolía clásica, la culpabilidad es central en el diagnóstico. Existir duele para todos, pero es justamente el sujeto melancólico quien se enferma por ello. “Saber si un sujeto es melancólico, paranoico, esquizofrénico o maníaco depresivo puede tener interés en el sentido de localizar dónde está el goce invasivo. Se trata de determinar qué tipo de goce se debe contrarrestar”. (3) Cabe mencionar que el goce malo (kakón) queda alojado en el yo melancólico, y en la paranoia en el Otro. Mientras el primero se vive culpable, el segundo, es víctima.
¿Qué lugar para la analista practicante en este entrecruce de lo orgánico y lo inagotable del dolor? Ante esta pregunta, se recurre al control. Un control es una experiencia del caso por caso. El analista que controla va a contar a otro, algo sobre un tercero. Un tercero que escucha lo que le cuenta quien transmite dichos y efectos de los dichos. En la orientación lacaniana, hay una política del control sostenida en la ética del deseo. Resulta una brújula que evita la desviación, no es obligatorio, sí esperable. Es la Escuela la que debe suscitar el deseo de control, no hay normas ni de con quién, ni cada cuánto tiempo, no se dan consejos. Hay diferentes usos: para el saber clínico se controla un caso o un detalle clínico para el diagnóstico cuando este es imprescindible. El saber clínico se detiene en lo particular, no sin olvidar que cada paciente es un nuevo paciente, y que nuestra clínica es en transferencia. También se evidencia la participación del componente personal que tiene la elaboración del caso, es decir, aquellos puntos ciegos y/o sordos que se encuentran en el analista. Al igual que en el análisis, se apunta al sujeto en su enunciación, rectificándose así la orientación de la cura. El que controla pone en juego su deseo de analista, su estrategia y su posición respecto de la transferencia, se trata de preservar el lugar del deseo. De este modo produce efectos, es decir, como efecto del control se destraba lo que hacía de obstáculo a la intervención. Solo es posible leer este efecto a posteriori.
¿Qué encontramos luego del control en este caso? Un arreglo. D. ha localizado una “otra verdad”, y hace uso de eso. Se separa así de estar exclusivamente inmerso en su dolor.
El comentario sobre el segundo caso subraya que se busca destacar allí “la posición del sujeto y los arreglos que viene manteniendo a lo largo de su vida”. Este es un sujeto que, a pesar del rechazo inicial al “resguardo” que la internación luego supone, se presta al trabajo de cortes, empalmes y suturas del encuentro analítico, para jerarquizar los recursos que le permiten sostener una vida más vivible y situar los que no; y dar lugar a nuevos tratamientos posibles.
Como en el caso anterior, es clave la lectura que se hace de la presentación: no se trata solo de alguien que sostiene un consumo problemático, sin límites, que lo deja en riesgo. Se recorta que son los pensamientos negativos, la culpa que generan y el intento de eludirlos lo que causa el consumo. Estos pensamientos no admiten dialéctica, lo cual nos da pistas del lugar del sujeto en la estructura. Asimismo, se puede reconstruir que es desde la muerte de una persona significativa para él, que se ha armado este circuito mortífero, que en ocasiones se torna imparable. Imposibilidad de iniciar un proceso de duelo, en tanto no cuenta con los elementos para hacerlo. Esta persona, con su presencia, recubría con cierto velo narcisista el ser de desecho que el paciente comienza a experimentar en su infancia, y aportaba una parte de cuerpo que no puede recuperar tras su pérdida. La sombra del objeto recayó sobre el yo, tal como Freud describió.
Despejar lo problemático del consumo como forma de tratar el delirio de indignidad y los autorreproches, posibilita que otro recurso, ya existente, cobre relevancia. Se trata de un arte marcial, que es más que una práctica corporal: implica disciplina, orden y la dimensión del ataque y defensa hacia un agente posible de daño, que puede erigirse en una forma de tomar distancia de la identificación al resto.
Se destaca que la lectura de los recursos del sujeto y las consecuencias de los mismos son trabajadas con él, como modo de restituir el discurso y el lazo con la palabra y con el otro. El sujeto se apropia de esos saldos de saber, y eso tiene efectos. Momento crucial en el caso, en el que va a contrapelo del rechazo al inconsciente que lo dejaba del lado de la “cobardía moral”, como plantea Lacan en “Televisión”. Es un cambio en la posición ética lo que da acceso a un bien decir, y lo aleja de la práctica de goce autista y excesiva para tratar el dolor de existir. Ese movimiento le permite otros, entre ellos un nuevo posible tratamiento, que elude el vínculo con otros seres hablantes, y aun así no lo deja fuera de lazo. Del mismo modo, el desplazamiento del consumo de alcohol al de tabaco, como modo de poner freno a los pensamientos, implica quedar menos arrasado física y subjetivamente. Detiene así el recurso a la intoxicación que lo dejaba indolente y paradójicamente, con mayor sufrimiento.
Consecuencias del encuentro con practicantes del psicoanálisis, que no retroceden ante la complejidad de estas presentaciones actuales. Que se habilitan en un saber hacer con lo real de la clínica, que apuntan al decir más allá del dicho y a salir de la mera cuestión fenomenológica para ubicar lo sintomático y más propio de ese ser hablante que padece y es recibido en una institución de salud. Como plantea Ansermet, la orientación lacaniana incluida en una clínica predominantemente médica supone “volver a poner en funcionamiento al sujeto, atrapando sus propias soluciones, sus propias respuestas, su bricolaje particular. (4)
Notas
(1) En esta mesa se presentó el caso “Un dolor inagotable”, de Milagros Dettbarn y Santiago Moltedo, del Hospital San Juan de Dios, y el caso “Una cura marcial”, de Constanza Collante, del Hospital Rossi. Los comentarios estuvieron a cargo de Stella López y de quien escribe; y la mesa fue coordinada por Valeria Martínez.
(2) Duras, M.: La vida material, Alianza Editorial S. A., Madrid, 2020, pág.25.
(3) Miller, J.-A. y otros.: Variaciones del humor, Paidós, Ciudad autónoma de Buenos Aires, 2015, pág.105 – 106.
(4) Coccoz, V.(comp.): La práctica lacaniana en instituciones II, Grama Ediciones, Buenos Aires, 2017, pág. 173.