NOCHE DE DIRECTORIO: TRANS-FORMACIÓN DEL ANALISTA. PERSPECTIVAS – EOL Sección La Plata, 3 de junio 2020
Andrea B. Perazzo
Recibí con gran alegría la propuesta a escribir para este Blog #15 de la EOL Sección La Plata, Número Extraordinario, invitación a partir de mi participación en la conversación de la Noche de Directorio del 3 de junio titulada: “Trans–formación del analista. Perspectivas”.
La Escuela aloja un real, este imposible de soportar, y nos convoca a trabajar sobre la Formación del analista en las coordenadas de esta discontinuidad, producida por la pandemia.
Comenzaré bordeando lo que me interroga, valiéndome de un significante que tomo prestado de este Blog: “Extraordinario”. Con él puedo referirme tanto al efecto que la pandemia provocó en el mundo, y en cada uno de nosotros, afectando nuestras vidas, nuestros lazos, agujereando nuestra práctica, a causa de la imposibilidad de poder trasladar nuestros cuerpos para un encuentro presencial. Como también a lo que llamamos efecto–de– formación, (salvando las distancias), ya que se los puede ubicar a ambos, en lo “fuera de lo común”, lo que “sucede rara vez”, de modo “excepcional”.
La intervención de esa noche, que hoy compartiré con ustedes, surge de una preocupación sobre la importancia de dilucidar ¿a qué llamamos efecto–de–formación? Ya que se puede caer fácilmente en una banalización del mismo, cuando se intenta hacer una lista enorme, o confundiendo que por asistir a diversos espacios de formación tenemos los efectos asegurados.
De allí, mi pregunta: ¿Son tantos, y tan frecuentes los efectos– de– formación que podemos verificar en el trayecto de una cura y en la formación de “un” analista? Me aventuro a decir que no, porque no tiene que ver con lo cuantificable. Cuando se producen nos permite desembrollarnos y se reflejan en nuestra práctica, y por qué no, en nuestro modo de habitar la Escuela.
Hablar de formación de “un” analista, en singular con sus efectos, resultado de las discontinuidades en el trayecto de su análisis y de su formación, no es hablar de un saber previo, aquí lo que cuenta es la experiencia, donde “el saber está por venir y siempre valdrá para uno solo”(1). Efectos que sólo serán verificados après–coup. La contingencia adquiere todo su valor, en detrimento del automatismo, de la acumulación de saberes establecidos.
Lacan puso en el corazón de la formación al propio análisis, lugar donde se produce la transformación del propio síntoma, y con el cual habrá que inventar un saber hacer. No habló de formación del analista, sino de formaciones del inconsciente. Pero no reducimos la formación, a la producción de un analista que deviene de su análisis. También está el analista practicante y una Escuela que dispensa la formación, anudando como cuarto concepto al trípode freudiano: análisis, control y cartel.
¿Y en cuanto a los efectos–de–formación?
J–A. Miller en su texto “Para introducir el efecto–de–formación”, señala que para hablar de efectos–de–formación no basta con la adquisición de saberes, sino que es fundamental la aparición de ciertas condiciones subjetivas. Estas tienen que ver con la experiencia del propio análisis y el momento en el que estemos en relación a nuestro síntoma. Diferencia así, en la formación, los contenidos epistémicos, de la mutación psíquica. No toda formación deviene en una trans–formación, cuando ésta ocurre, la denomina “formación con punto de fuga”, donde una nueva relación al saber se anuda a la contingencia, a la singularidad, y requiere de la invención.
Tenemos un impasse, real en la formación que provoca una discontinuidad, nos confronta a un desgarro en el saber, nos divide, podemos preguntarnos: ¿con ello alcanza para hablar de un efecto de formación? No nos apresuremos, la división es necesaria, pero no suficiente, está el encuentro contingente con lo real, acontecimiento que introduce un no saber, que hace que nos detengamos y miremos dónde estábamos parados, interpretándonos.
¿Cómo seguir?
Frente a ello, hay que hacer algo: o le damos la espalda, esperando que pase y de este modo lo evitamos, no sin consecuencias, ya que podemos entrar en la pendiente de la repetición, inhibición, recrudecimiento de los síntomas y/o intensificación de la angustia; o podemos decidir alojarlo, darle cabida a este saber que no hay, anudándolo a un trabajo. Se trata de una decisión, no sólo dejarnos atravesar por él, sino, y en esto tomo las precisas y preciosas palabras de Mauricio Tarrab: “atreverse a saber” que se articula no al saber del analista, sino a lo que el analista tiene de analizante” (2)
Deseo de saber anudado a una responsabilidad y a un consentimiento, donde cada uno con su estilo sinthomático, pueda ir bordeando con su aporte, el agujero en el saber del “no hay última palabra”, enlazándolo a la Escuela en el trabajo con otros. Escuela no–toda que hace de esta formación un síntoma, abierta a la contingencia y a cada uno de los trabajadores decididos que la conforman, que posibilita anudar lo singular a lo colectivo de una elaboración. Un punto fundamental que introdujo en su contribución Daniel Millas esa noche, causando a la conversación.
Mi pregunta inicial, a medida que la voy trabajando, y me trabaja, la extiendo ahora, articulándola a este tiempo de pandemia: ¿Cómo afecta el distanciamiento de los cuerpos, los análisis y nuestra formación? ¿Podríamos hablar de efectos– de– formación, los que implican una trans–formación, sin la presencia de los cuerpos? ¿Es posible el acto analítico por otros modos de presencia, a través de los medios tecnológicos?
Nuestra práctica en este momento es un interrogante, nos dejamos enseñar por ella, contamos con un discurso analítico que no entra en cuarentena, con una Ética, con los principios del psicoanálisis, una orientación a lo real y la política del síntoma. No estamos tan desprovistos.
Vamos de la práctica a la teoría, como nos han enseñado Freud y Lacan.
Una joven, cuenta los minutos de cada sesión, ya que le resulta inevitable dejar de mirar la pantalla del teléfono en el momento del corte. Reclama a la analista más y más tiempo.
En un control se ubica la emergencia del objeto oral pidiendo más, llenarse la boca hablando. ¿Cómo extraer la duración al tiempo? Es necesario el máximo tacto para introducir con el corte, la separación entre significante y significado. En este caso se echa mano a un equívoco, señalado ya en la primera entrevista, apuntando a responsabilizar al sujeto de lo que “no quiere ver” de su implicancia allí. En la siguiente conversación dirá: “extraño lo presencial”.
Una analizante, con la voz entre cortada y agitada al teléfono, me dice: “¡qué bueno! si hubiese sido presencial me la hubiese perdido, no hubiese llegado”.
Ir contra la comodidad, que dificulta el trabajo de análisis, requerirá de las maniobras del analista en la transferencia para introducir el desencuentro ¿es posible tocar algo de ello con sesiones telefónicas?
En una entrevista sobre el papel del diván en psicoanálisis a J.–A. Miller, refiere: “La tecnología elabora modos de presencia inéditos. (…) verse y hablarse no es una sesión analítica. En la sesión, dos están allí juntos, sincronizados, pero no están allí para verse, como lo demuestra el uso del diván. La copresencia en carne y hueso es necesaria, aunque solo sea para hacer existir la no–relación sexual. (…) La presencia permanecerá. Y cuanto más se vuelva común la presencia virtual, más preciosa será la presencia real”.
Desde la perspectiva de la última enseñanza de Lacan, con las nociones de síntoma como acontecimiento de cuerpo, parlêtre, perturbación de la defensa, se vuelve indispensable la presencia del cuerpo del paciente y del cuerpo del analista encarnando esa presencia, en el encuentro en una sesión. “llamo parlêtre, donde la función del inconsciente se completa con el cuerpo, pero no el cuerpo simbolizado, el cuerpo imaginario, sino con lo que el cuerpo tiene de real. Así pues la interpretación como perturbación moviliza algo del cuerpo, exige ser investida por el analista y por ejemplo que él aporte (…) el tono, la voz, el acento, hasta el gesto y la mirada”. (3)
De ello dan cuenta algunos AE, en sus testimonios. Recuerdo el de Silvia Salman, cuando el analista en la sesión, agarra el cuerpo en acto de la paciente y mirándola le dice: “Usted me provoca esto”, la analizante sale corriendo del consultorio. Esto marcó un antes y un después, ubicando su posición en el fantasma: “hacerse agarrar para huir”, enlazado al síntoma “huidiza”.
En otro testimonio de AE, donde la analizante camina por un largo y oscuro pasillo cuando sale de la sesión, la analista aportando su cuerpo hace una pantomima de devoración que acompaña con un ¡Grrr…! un vago gruñido. Gran susto se llevó la paciente, pero funcionó como un punto de giro en su análisis, “ser comida” lo encarnaba en el fantasma y se lo hacía encarnar al analista. Objeto oral en juego.
Hay un plus en el encuentro presencial de los cuerpos en una sesión, pagar con la libra de carne, movilizarse hacia el consultorio, esperar, lo que puede ocurrir contingentemente en la sala de espera, pasillos, escaleras.
Hoy nos servimos de lo virtual, único medio posible, tanto en nuestra formación, como en nuestra práctica para sostener las transferencias. Pero las sesiones por teléfono o video–llamada, o skype, tienen un límite a la hora de intervenir sobre el cuerpo, sobre el goce.
No dirimir rápidamente cuando será el próximo encuentro presencial, no nos impide operar, a condición de que sepamos bien lo que hacemos. El control en este punto adquiere máxima relevancia, y hoy podemos preguntarnos: ¿hay más deseo de control, en estos tiempos?
Ponerme al control, en lo que refiere a la posición del analista en la transferencia y al acto, para que haya un analista disponible cada vez, y en cada ocasión, permite verificar si se está funcionando desde el discurso analítico. O nos desviamos en la vertiente psicoterapéutica, reducido a un operador de la práctica de la escucha, del “¡llame ya!”.
Control “entre la prisa y la espera”, modo que devino de lo que hoy, puedo leer como un efecto– de– formación del anudamiento entre mi análisis y mi análisis de control.
No olvidemos la necesidad de los cuerpos en presencia, no sólo en las sesiones, sino en la Escuela, en sus diferentes espacios de formación. No cedamos a ello, la transferencia de trabajo, el affectio societatis entre sus miembros en la alegría del encuentro, no es sin los cuerpos encarnados. Recordar la presencia, lo que hubo y lo que vendrá, es en mi caso, lo me permite salir del encierro, aportando el ánimo para continuar transitando este impasse.
“No hay última palabra”, efecto–de–formación producto del anudamiento entre un cartel y mi análisis, posibilitó la salida de una inhibición, y hoy, me permite escribir esta contribución.
Notas:
1-Miller, J-A.: Todo el mundo es loco, Editorial Paidós, 2015 Buenos Aires pág 337
2-Tarrab, M.: “La Formación interminable”, en Entre relámpago y escritura. Testimonios de pase y otros textos, Editorial Grama. 2017, 1era edición, Buenos Aires.pág 87
3-Miller, J-A.: La Experiencia de lo real en la cura psicoanalítica, Editorial Paidós, 1 edición, 2003, Buenos Aires,pag. 136
Bibliografía:
Miller, J-A.: “Para introducir el efecto–de–formación”, en ¿Cómo se forman los analistas? Grama, 1era edición, Buenos Aires, 2012,