Marisol Gutiérrez
Intentaré transmitir el espíritu de la conversación que se da en los encuentros de la dupla que coordino junto a Paula Lagunas y de la que participan también Natalia Chavari, Sebastián Llaneza, Ana Simonetti, Gabriela Rodríguez y Daiana Ballesteros.
Nos convocaron a trabajar sobre “la práctica analítica, lo singular, lo diverso” en pos de diferenciar y articular las relaciones, límites e implicancias posibles de los tres términos.
El modo de trabajo que nos dimos fue abordar lo propuesto a partir de lo que a cada integrante le interesaba. Podrán escuchar el despliegue de algunos de esos puntos en las simultáneas de las jornadas, donde cada uno presentará un trabajo. El trabajo colectivo da cuenta del entramado realizado a partir de esos hilos. Lo recibirán antes de las jornadas, para que puedan leerlo en su extensión, ya que en las jornadas leeremos una versión más breve. Hoy sólo presentaré algunos puntos de partida de la elaboración que venimos haciendo para conversar con ustedes.
La práctica analítica.
Nos vimos llevados a diferenciar práctica, experiencia y clínica analítica. Si bien son términos que se entrelazan, no son lo mismo. En el esfuerzo de precisar qué es la práctica analítica, tomamos -entre otros- dos textos del Coloquio Seminario del MOL en La Plata, de Mauricio Tarrab y Graciela Brodsky.
La clínica consiste en la conceptualización de la experiencia, en la lectura y escritura de lo que acontece en la dirección de la cura y se hace a nivel de lo particular.
Mientras que la experiencia analítica implica el encuentro de los cuerpos. Se trata de una experiencia de lo real en la cura con un registro subjetivo de la misma. Está sujeta a una lógica y esta lógica a su vez permite captar algo de la experiencia. Lo singular se produce en este nivel, en el de la experiencia, que sólo puede ser captada fragmentariamente.
En tanto en la práctica analítica el énfasis se pone en lo que el analista hace, tanto en la experiencia como en la clínica.
Lo diverso.
Acá nos enredamos un poco en las diversas maneras de pensar la diversidad.
El diccionario lo ubica como sinónimo de diferencia.
El discurso de la diversidad adoptado por las políticas de estado se transforma en hegemónico; ciertas palabras cobran el estatuto de significantes amo a través de los cuales los individuos son reclutados en función de un atributo en común. Los modos de gozar resultan organizados en colectividades bajo un rasgo identificatorio. (1)
La nominación de identificaciones toma apoyo en el derecho, en el “todos iguales” y empuja a una reivindicación delirante que hace creer que es posible sostener “Yo soy lo que yo digo”, un yo autodeterminado que Miller designa como nuevo cogito. Allí no hay distancia sino inmediatez: el sujeto se cree idéntico al significante que lo nombra, una identidad de sí a sí que no pasa por el Otro. El discurso de las diversidades se ubica en el registro del particular en tanto los individuos se agrupan bajo un mismo significante en función de la recusación de una norma dada.
En El Otro que no existe y sus comités de ética Miller define a la comunidad como un conjunto de sujetos que se ponen de acuerdo en el valor de las palabras, comparten una forma de vida, un modo de goce. Y un poco más adelante dice: “Hay un esfuerzo por hacer existir la comunidad en el lugar incesantemente ocupado por el valor exacto de lo que se dice”. (2)
En este momento la diversidad de género es lo que más embates le genera al psicoanálisis, que es acusado de ser heteronormativo, patriarcal, binarista y patologizante.
Tomamos una referencia de Paula Sibilia (antropóloga argentina) quien en su libro “El hombre postorgánico: cuerpo, subjetividad y tecnologías digitales” despliega cómo la incidencia de la ciencia en el discurso del amo fue generando el divorcio entre las palabras y las cosas, produciendo una especie de desustancialización de la realidad. Los discursos se volvieron relatos.
Lo que se dice de un cuerpo rechaza el cuerpo que se tiene.
Nos preguntamos también cómo puede incidir la política del síntoma en el campo de la biopolítica; cómo hablar la lengua del Otro para poner en cuestión las soluciones ficcionales frágiles de la civilización de las diversidades y abrir allí una pausa, orientados por los tres niveles de la política: el general, la del psicoanálisis y la de la cura. Sostener la escucha y la lectura analíticas abriendo una distancia respecto de la comunidad de goce para producir un efecto sujeto y poner de relieve el síntoma (por fuera de las normas) como dimensión para constituir lo singular. Es aquí que el deseo del analista opera.
Por esto es pertinente diferenciar nuestro singular del empuje de la época.
Lo singular.
Sólo puede captarse en lo que se extrae tanto de la universalidad como de las particularidades. Lo singular es a producir. Tomamos una referencia de Miller en“Sutilezas analíticas”: “noten que este término -está hablando de lo singular- implica distancia respecto de cualquier comunidad; no hay nada en común. Está cerrado sobre sí mismo. No es lo particular, que es lo que se comparte con algunos, y lo que permite formar clases clínicas […] no vale más que para uno solo. Y en ese sentido, Lacan inventó el concepto de sinthome para designar lo singular, podemos decir, fuera de la clínica, fuera de la clasificación, lo singular en su carácter absoluto” (3). Tomamos “lo singular en su absolutismo” de la versión on-line de Cosas de finura. Nos dimos una vuelta por el absolutismo político francés, forma de gobierno donde el soberano detenta el poder de manera única y plena.
Mientras que los atributos permiten armar clases en función de lo que es común, lo singular se especifica como lo incomparable, el modo de gozar absolutamente singular e irreductible de cada sujeto, invariable.
Nos preguntamos también si “singularidad” es un término que Lacan usó. Parece que sí, al menos una vez, en Televisión. Allí plantea que el discurso analítico promete introducir algo nuevo, que se sostiene con el nombre de transferencia y articula la transferencia a partir de sujeto supuesto saber.
Luego de plantear que el analista sólo se autoriza por sí mismo y decir que el pase todavía, a esa altura, no tiene alcance, viene el párrafo donde nombra la singularidad.
Dice así: “No es que tenga la esperanza de que en otras partes dejen de hacer de la transferencia una devolución al remitente. Es atributo del paciente, una singularidad que solo nos toca por cuanto nos impone prudencia, en su apreciación en primer lugar, y más que en su manejo” (4)
Mientras lo diverso hace comunidad, lo singular la objeta.
Notas
(1)Eric Laurent, El sentimiento delirante de la vida, pág 42.
(2) Miller, J.: El Otro que no Existe y sus comités de ética, Paidós, Buenos Aires, 2005, Pág. 89.
(3) Miller, J.: Sutilezas analíticas, Paidós, Buenos Aires, 2011. Pág. 92.
(4)Lacan, J.: “Televisión”, Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, Pág. 557.
Bibliografía
– AA.VV.: “La experiencia analítica: entradas y salidas”, Primer Coloquio-Seminario de la Orientación Lacaniana en la ciudad de la Plata, La Plata, Ediciones MOL, 2012.
– AA.VV.: “La clínica lacaniana”, Segundo Coloquio-Seminario de la Orientación Lacaniana en la ciudad de la Plata, La Plata, Ediciones MOL, 2013.
-Laurent, E.: El sentimiento delirante de la vida, Colección Diva, Buenos Aires, 2011.
-Paula Sibilia.: El hombre postorgánico: cuerpo, subjetividad y tecnologías digitales, Fondo de cultura económica, Buenos Aires, 2005.
– Miller, J.: “Cosas de finura en psicoanálisis”.http://ampblog2006.blogspot.com/2008/12/cosas-de-finura-en-psicoanlisis-v-j.html.