De qué hablamos cuando hablamos de familia

VIII ENAPOL, ASUNTOS DE FAMILIA, SUS ENREDOS EN LA PRÁCTICA –Buenos Aires, 13 y 14 de septiembre de 2017

 

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Gisèle Ringuelet

 

 

El concepto de familia no posee un significado unívoco ni en la historia ni en cómo cada quién la imagina.

A fines del siglo XVIII y principios del XIX, las mujeres y los niños van tomando un lugar y una función hasta ese momento desconocidos. La niñez va ocupando un lugar preponderante en los escritos médicos y serán las madres quienes instrumentarán el saber de éstos, propiciando así el cuidado alimenticio, corporal y educativo en la infancia. Se erige este lugar novedoso para las mujeres —el de madres— como una pieza clave en la esfera privada, quedando los varones relegados sólo a la esfera pública.

Actualmente, en los inicios del siglo XXI, asistimos a otras transformaciones familiares que están determinadas por las instituciones jurídicas. De la familia nuclear tradicional formada por padre, madre e hijos (y a veces abuelos) hemos pasado a las familias modernas que abarcan una variada conformación de tipologías como las familias ensambladas, homoparentales y monoparentales.

En estos más de dos siglos de transformaciones familiares se fue evidenciando la caída de la autoridad paterna, situación que algunos la viven como una pérdida que hay que reparar a toda costa. Pero ¿un retorno a la autoridad paternal solucionaría los padecimientos de quienes nos consultan?

Si nos remitimos a los casos freudianos nos encontramos con que éstos ya manifiestan, cada uno en su singularidad, “resoluciones” imaginarias y por ende no normativas. Dora, con un amor a su padre que se acrecienta con la impotencia de éste; el hombre de las ratas con un padre deudor y carente de prestigio que condiciona su neurosis; o Juanito, donde se evidencia lo complejo que fue para él elaborar una respuesta que le permita “salir” del Edipo.

Una orientación relevante es la que Lacan da en el ‘58 cuando, a diferencia de otros analistas que han adorado al padre que priva y dice que “no”, indica como crucial el tercer tiempo del Edipo a partir del padre que tiene, da y promete para el futuro. Dicho en otros términos, el padre que permite el Witz, algo nuevo en el decir.

Un ejemplo de este tipo de padre lo encontramos en la película Vida animada (Life Animated). Es él quien no sólo percibe la estrecha relación de su hijo Owen con los dibujos animados, sino que cuando descubre que habla con frases complejas –recortadas de historias de Walt Disney–, hace uso del títere Lago (de Aladín), promoviendo un diálogo entre este títere, al que su padre le da voz, y Owen, que hasta ese momento no hablaba, “sólo decía palabras sin sentido”.

A partir de ese momento, cuando Owen tiene nueve años, su vida comienza a cambiar. Toda su familia directa, compuesta por su hermano mayor, su madre y su padre, comienza a dialogar con este niño usando los personajes de Disney, de manera que Owen puede ir expresando sus afectos en palabras y dibujos.

Me interesa destacar que es el acto de este padre, que usa uno de los muñecos de su hijo a modo de objeto transicional, el que permite a Owen salir de su encapsulamiento y dirigirse a otras personas. Pero a diferencia de los niños neuróticos, donde sus objetos transicionales pierden significación, en Owen estas ficciones son la matriz necesaria para resolver cada una de sus experiencias de vida.

La realidad de cada uno de nosotros está construida por ficciones y la familia es una institución que crea y reproduce esas ficciones, normas culturales e ideales, y con ellas verdades mentirosas. Como dice Lacan, “creemos que decimos lo que queremos, pero es lo que han querido los otros, más específicamente nuestra familia que nos habla…somos hablados” (1). Lógica necesaria que nos constituye pero que difiere de la de Owen, este niño autista que rechazó la inscripción en el cuerpo del trauma como letra de goce.  En el transcurso de un análisis de un sujeto neurótico la familia muestra su función de fantasma, la función de marco que le ha obstaculizado o permitido su acceso a los objetos fuera de ella. Por tanto, consideramos que, en un análisis, de lo que se trata es de “desfamiliarizar, de atravesar —como dice Bassols— los emblemas y los objetos familiares para abordar un más allá del fantasma” (2).  ¿Pero cómo se las arregla Owen, este niño autista que ha rechazado la lógica fálica?  En Owen se evidencia de pequeño la relación privilegiada que tiene con los dibujos animados, aprendiendo de memoria los diálogos de las diferentes historias de Walt Disney, cuyas voces difieren de las personas que lo rodean. Y, como mencioné precedentemente, en un momento dado todos los miembros de su familia fingen ser diversos personajes animados, simulación necesaria que permite a este niño comenzar a desarrollar actividades y entablar relaciones con los otros. Luego, desde la pre-adolescencia, Owen no sólo usa, sino que además elige las escenas y diálogos de estas ficciones para resolver diferentes situaciones de su vida, como algo necesario para sortearlas, mostrando una creación y un saber que le permiten vivir sin las angustias ni los temores del pasado.

 

   

Notas:                                                                                                                                                                                

(1) Lacan, J.: El Seminario, libro 23, El Sinthome, Paidós, Buenos Aires, 2006, pág. 160.

(2) Bassols, M.: “La familia del Otro”, en Lapsus n º3, GEP, Valencia, 1993.