Conferencia

V JORNADAS ANUALES DE LA EOL SECCIÓN LA PLATA: CUERPOS Y DISCURSOS10 de noviembre de 2018

 

 

 

 

 

Mauricio Tarrab

 

 

 

1.El esplendor de la época

Me alegra regresar a este Pasaje Dardo Rocha en donde hemos vivido el acontecimiento de la fundación de la Sección La Plata de la EOL y en donde hemos tenido otros encuentros. Y esto sigue… sigamos entonces, mejor dicho, comencemos de nuevo.

Agradezco –como se debe– al Director de la Sección y a la Comisión organizadora de la Jornada por haberme invitado a hacer esta intervención, que han llamado “Conferencia”.

La lectura de los títulos de los trabajos que se presentarán me dio la idea de que hay algo de un trabajo ya realizado que se concluye en esta Jornada. Tiene su valor en la Escuela percibir que se llega a una ocasión así con algo más que “actividades preparatorias” y que hay ya toda una elaboración del tema que ha sido realizada y que lo que se pone a la luz hoy abrirá nuevas elaboraciones.

El Argumento (1) que la Comisión científica elaboró, da una idea de la precisión con que el tema se ha tomado y tengo que decir que su lectura, por un lado, orientó lo que voy a tratar de decir y al mismo tiempo me inquietó ya que esa formalización que se percibía en el texto estaba muy lejos de las ideas dispersas que yo tenía sobre este par “discursos y cuerpos”. Es un efecto estimulante del trabajo de Escuela que a veces se experimenta. Y tomé ese argumento para ordenar un poco esa dispersión, ya que además proponían la lectura de algunos textos que valía la pena releer y otros que no había leído. Puedo asegurarles que me serví de eso, así como de algunos textos que algunos amigos presentaron en las noches preparatorias y que gentilmente me enviaron ante mi requerimiento de “en qué andan con este tema”

En muchas ocasiones nuestras Jornadas proponen un par como “Cuerpos y Discursos”. Nos sirve para vincular lo que a veces es difícil vincular, o tender puentes entre dos litorales que no se sabe bien cómo vincular; en fin… para encontrar relaciones entre lo que en algunas ocasiones no tiene relación. Este par llama rápidamente a pensar en múltiples formas de justificar esa “y” que está entre ellos. Lo que no es tan seguro que se pueda justificar fácilmente. Puedo comenzar por decir que creo que entre “Cuerpos y Discursos” más que una “y”, hay un vacío y que la “y” denota, alude, propone; en esa “y” residen, las múltiples modalidades, intentos, esfuerzos por hacer existir entre ellos una o varias relaciones.

A veces uno se inclina sobre uno de esos términos, a veces sobre el otro. Es inevitable. No daría entonces por supuesta esa “y”, dejaría que los trabajos de la Jornada nos enseñaran sobre sus significaciones y en especial sobre sus usos. Prefiero mantener la interrogación acerca del estatuto de esa relación entre cuerpos y discursos. La clínica, y la práctica que hacemos pueden darnos la idea de esta dificultad; en especial teniendo en cuenta que esa clínica nos presenta las modalidades y las consecuencias de los desajustes, los desanudamientos, los imposibles lazos entre discursos y cuerpos. Ya que la práctica que hacemos también nos enseña tanto las consecuencias de que los discursos atrapen a los cuerpos, como señala Lacan en la última clase de El Seminario 19 (2), tanto como las perturbaciones a veces irresolubles de que eso no ocurra, lo que no solo es posible sino usual y aún también, en ciertos casos, inevitable.

Si tomamos la afirmación de Lacan, casi su definición, de lo que son los discursos podemos deducir bien las dificultades de ese “atrapamiento” de los cuerpos y sus fallos.

En El Seminario 17, en la página 179 de la edición castellana, dice “Los discursos de que se trata no son nada más que la articulación significante (…) que domina y gobierna todas las palabras que eventualmente puedan surgir” (3). Nada más ni nada menos…Un discurso gobierna todas las palabras que eventualmente puedan surgir bajo su égida.

Los discursos no son más que una articulación significante pero esa articulación significante gobierna las palabras y también los cuerpos. Hay ahí toda una discusión que seguramente se plasmará durante el día entre la dimensión del discurso como semblante y del cuerpo como real. De hecho, Lacan dedicó todo un seminario a explorar lo imposible de un discurso que no fuera semblante.

Están los discursos que giran, como dice, pero también hay un soporte: el ground, dice en inglés, el suelo, de los discursos que es el cuerpo. Y en ese ground pasan cosas, ocurren cosas en los cuerpos. Y eso que ocurre en los cuerpos da cuenta del tercero, infaltable y excluido del título de nuestra Jornada: porque los cuerpos hablantes gozan.

Pero quiero volver al par “cuerpos y discursos” para evocar el Congreso de Río de Janeiro de la AMP de 2016. Ese congreso se llamó “El inconsciente y el cuerpo hablante”, que es ya una forma de decir “discurso y cuerpo”.  Lo evoco solo para tomar una observación que J.-A. Miller realizó en su exposición de cierre publicada en Lacaniana 21 como “Habeas Corpus”, donde destaca que en los trabajos del Congreso prevaleció “el esplendor del cuerpo” (4) por sobre el tema del inconsciente. Lateralmente diré que quizás es por eso que nuestro próximo Congreso en Buenos Aires será sobre el sueño. Me detengo en esta observación porque me encontré también con la palabra “esplendor” utilizada por J.-A. Miller en uno de los textos que la Comisión Científica nos dio como orientación, publicado por Freudiana –en el año 2005– como “La utilidad directa”, es una de las clases del curso Un esfuerzo de poesía. Más precisamente es la clase XI, que en la edición de Paidós se llama “El horror ante la verdad”. Allí J.-A. Miller comienza con una exploración sumamente rica y de muy pertinente lectura para nosotros en la actualidad, sobre la relación entre el discurso analítico y la sociedad, a la que designa como “nuestro Otro”. Ese texto que comienza por esa relación compleja entre el discurso analítico y lo que ahí llama “la sociedad”, oponiendo lo que se produce en una sesión analítica y lo que se regula por la ley de la “utilidad” social. Con un efecto de poesía dice: “la sesión analítica es una playa de goce sustraída a la ley del mundo” (5). Puede sonar un tanto ideal en los tiempos que corren, pero creo que es lo que J.-A. Miller ha querido y ha sabido sostener.  Eso ya instala por definición una disonancia que no debería acallarse entre el discurso analítico y otros discursos, y “la sociedad” para decirlo como J.-A. Miller lo dice en este texto. Pero además esa definición que está centrada en la práctica instala entre los discursos al goce.

Cuando esa disonancia se silencia, se aplaca, se modera o cuando se acomoda demasiado a los tiempos, a lo políticamente correcto, cuando el discurso analítico se camufla en una supuesta “comprensión” para que no moleste mucho, algo no funciona bien en nuestras políticas y el psicoanálisis toma rumbos donde su subversión se diluye en un semblante híbrido y sin interés, tampoco para los otros discursos, sean los más lúcidos o sean los más insensatos que circulan en esta época, y pienso que es un error acomodarse a la deriva de la época si eso va contra los principios del psicoanálisis.

Ese texto que menciono y que empieza con lo que he llamado una “disonancia”, ya que no encuentro una mejor palabra, termina con una disyunción.  Una disyunción que es la que me hace mencionarlo en mi introducción, porque allí J.-A. Miller termina con la disyunción entre “horror y esplendor”.  Podrán decirme que no puedo desprenderme de esta palabra, “esplendor”, pero ha sido el argumento el que me orientó hacia allí, y además tiene resonancias freudianas que retomaré en breve.

Con el par “horror y esplendor” Miller hostiga al discurso religioso. Opone al Lacan que denuncia el horror de la verdad ni más ni menos que con una encíclica del Papa (no Francisco, sino uno que había sido filósofo antes que Papa, Juan Pablo II para mencionarlo). Una encíclica que se llama El esplendor de la verdad (6). No es por cierto para amigarse con ese discurso que Miller muestra cómo detrás del esplendor de lo verdadero habita su horror, su real. Habita eso que deniega la “verneinung constitutiva del discurso religioso” (7). Es decir que no hay fundamento, allí donde el discurso religioso ubica a Dios. El esplendor vela en el discurso religioso el horror a ese vacío.

¿Y los otros discursos?, ¿cómo deniegan el horror que sus propios giros contornean y encubren? Quizás, solo digo quizás, habría que discutirlo, el discurso analítico podría decir algo que no fuera denegatorio respecto de que todo discurso tiene un real que desconoce. Ese sería un aporte del psicoanálisis a la política.

Así como sería un aporte del psicoanálisis percibir y sacar las consecuencias de que hay hoy un “esplendor de los cuerpos” y un “esplendor de los discursos”. Un esplendor que se derrama y se exhibe, que vocifera sea en las instituciones o en la plaza pública, sea ésta la calle o las redes sociales esa cabeza de medusa maravillosa e infernal…y que el video de presentación de las Jornadas –que recién hemos visto– lo mostró muy bien.

Propongo pensar que en la actualidad hay un esplendor de los discursos y un esplendor de los cuerpos. Y eso tiene siempre su vertiente de religiosidad inevitable. Y voy a decirlo así: el esplendor debería ser siempre un poco sospechoso para el psicoanalista. Valdría la pena para nosotros seguir en esto la advertencia de Lacan de que los analistas deberían seguir una línea de conducta –aunque resulte sorprendente en su pluma lo dice así– deberían seguir “lo que podría llamarse la primera línea de conducta (…) que consiste en ser un poco desconfiados, en no volverse locos de repente por una verdad”. (8)

Voy a decir para mi propósito de hoy, que sería mejor no volverse locos por el esplendor que portan los discursos de la época y que muestran los cuerpos. Pienso, lo pongo en debate, que lo que los psicoanalistas pueden aportarle a la política es lo que puede deducirse de saber que bajo el semblante, bajo todo esplendor, opera la pulsión de muerte. Eso requiere cierta desidentificación. Guy Briole lo dice de un modo muy simple y que me gustó: “hay que mantenerse en el único lugar político posible para el psicoanalista en la sociedad: éxtimo”.

Conocemos el ejemplo clásico del uso que Lacan da al cuadro de “Los embajadores” de Holbein donde la muerte se oculta y se destaca entre el brillo de las imágenes y los significantes fálicos. Pero el esplendor al que me refiero no creo que haya que pensarlo en el linaje del falo. No es el brillo fálico lo que está en juego hoy en el esplendor de los discursos y de los cuerpos, no es el brillo fálico sino el del objeto.

Esa relación del esplendor y la muerte estaba ya señalada por Freud en su texto anti melancólico del año 1915 que llamó “Lo perecedero” (9). Pero también develado por Marx cuando advierte que con el desvanecimiento de los semblantes de su época, el desvanecimiento del esplendor de esos semblantes, lo que emerge es el sustrato material de las relaciones del lazo social, la maquinaria infernal de la plusvalía de la que Lacan, como lo sabemos bien, extrajo su famoso plus de gozar. Atravesamos un momento donde brilla el esplendor del plus de gozar.

En la última frase de la última clase del Seminario 19, Lacan vuelve a advertir sobre el racismo que vendrá: “Como no quiero pintarles un porvenir color de rosa sepan que lo que crece (…) y que arraiga en el cuerpo, en la fraternidad del cuerpo, es el racismo. No dejarán de hablar de él” (10). Y vaya si el racismo es un discurso que afecta los cuerpos.

En un párrafo perturbador de El Seminario 18 Lacan, con su estilo de síntesis brutal, trata el racismo nazi 25 años después de Auschtzwitz. Y lo hace con una frialdad e ironía que deja estupefacto. En esa síntesis también trata la locura identificatoria, o para decirlo mejor, a qué extremo de locura colectiva puede llegarse con la identificación. “En todo discurso que apela al Tú, algo incita a una identificación camuflada, secreta, que no es más que esa con este objeto enigmático que puede no ser nada en absoluto, el pequeñito plus-de-gozar de Hitler, que quizá se limitaba a su bigote. La cosa bastó para amalgamar a personas que no tenían nada de místico…”. (10)

Pero la novedad impactante del párrafo es cuál es el punto de identificación –el bigotito, esa nada– que lleva a esa amalgama y que deriva según J. Lacan, curiosamente, en la idealización de la raza. Aquí J. Lacan realiza una modificación trascendente del esquema freudiano de “Psicología de las masas…” (11) que podría servirnos para pensar algunos fenómenos de nuestra actualidad. En el lugar del Ideal Lacan coloca el plus de gozar. Ya no se trata de una identificación al Ideal del yo, sino una identificación en términos de goce…

Sitúa el famoso esquema freudiano también en su contexto histórico: “resultó estar en el principio del fenómeno nazi” (12). Lo elogia en cuanto dice que permite situar las relaciones entre I mayúscula y a minúscula, y finalmente llega hasta decir que está hecho para que se inscriban allí los signos lacanianos. Y eso es lo que hace al reemplazar el Ideal por el plus-de-gozar como punto de identificación al que se refiere la amalgama de la masa: “una identificación camuflada, secreta, que no es más que esa con este objeto enigmático que puede no ser nada en absoluto, el [objeto] plus-de-gozar”. (13)

Una identificación “camuflada”, que otorga una identidad común –lo que de por sí o es un oxímoron o es un imposible– y que hay que entender también como una pretendida homogenización de los modos de gozar como saldo de esa identificación, una “homogeneización de los cuerpos”, lo que da el inmediato el resultado de la segregación de otros modos de gozar fuera de ese incierto conjunto. Un discurso que apunta a Tú… siempre será algo de temer.

A continuación J. Lacan redobla su apuesta: “no existe ninguna necesidad de esta ideología [la idealización de la raza] para que se constituya un racismo, basta un plus-de-gozar que se reconozca como tal” (14). Y además a eso habrá que agregarle el odio, el odio al goce del Otro. Es decir, la pulsión de muerte.

Si bien Lacan sugiere que pueden encontrarse razones, posiblemente históricas, culturales, etc., ubica el lugar subalterno de la ideología, que queda del lado del semblante ficcional. La ideología viene a prestar justificación, en este caso el semblante de la raza del que el nazismo buscó desesperada y horrorosamente fundamentos materiales en los cuerpos. Dicho esto, podemos pensar que el racismo no se trata de un semblante o de una identidad sino de pulsión de muerte.  Desplazando el Ideal por el plus-de-gozar J. Lacan devela el secreto libidinal de la identificación colectiva. Es riguroso, ha hecho lo mismo cada vez que reubicó la función del Ideal, empezando por ejemplo con la transferencia analítica y el amor: “amo en ti más que tú”. (15)

 

 2.Cuerpos atrapados, cuerpos alterados

“Los cuerpos atrapados por el discurso” (16) es el título que le han puesto, al establecerla, a la última clase del Seminario 19. Se entiende rápidamente de qué se trata, los cuerpos atrapados por el discurso, afectados por el discurso, precisará Lacan, ya que entre el discurso y el cuerpo están lo que llama los afectos. Y sabemos que tenemos un cuerpo cuando estamos afectados. Eso es otro registro que el de la imagen corporal, y cómo nos las arreglamos con ella en el espejo del Otro. Al preguntarnos que es tener un cuerpo podríamos responder que estar afectados implica tener un cuerpo. Pero no es tan sencillo como la clínica nos lo enseña.

Cuerpos atrapados, afectados, en fin, alterados por el discurso. Sin embargo, aquí también puede plantearse la interrogación si es que el mapa del discurso representa el territorio del cuerpo o si el mapa crea el territorio, para tomar una referencia de Miquel Bassols. (17)

Y eso no está desconectado de lo que pasa con los cuerpos actuales, con los sujetos y sus cuerpos en la actualidad. Con lo que los sujetos hacen de y con sus cuerpos, cómo los modifican, los decoran, y a veces los trituran con ayuda de los discursos, de la tecnología o de la ciencia que han venido a tomar el relevo de las grandes tradiciones discursivas en eso de alterar, atrapar, afectar los cuerpos.

Es un tema de reflexión que no deberíamos eludir y preguntarnos seriamente por el estatuto de esta epidemia de alteraciones de los cuerpos que vemos a diestra y siniestra, casi se podría decir, solo para enfatizar lo que digo, la compulsión a hacerse cosas en el cuerpo, que van desde un arito intrascendente o tatuajes excesivos y vistosos o  tan sutiles que destacan su valor erótico, hasta patéticas intervenciones quirúrgicas que introducen su botox al por mayor y no se sabe hasta qué rincones de los cuerpos. Alguien que se dedica a esos menesteres recientemente me comentaba con admiración que un famoso cirujano estético británico, el que ha tallado a Madonna entre otras, tenía una máxima con la que convencía a sus clientes, les decía: “Deme Ud. 10 minutos de su tiempo y le devolveré 10 años”.

Es tentador, especialmente si se han pasado los 50… aunque ya desde los 30…algunas y algunos ya están pensando en eso, bien… “deme Ud. 10 minutos de su tiempo y le devolveré 10 años”. “Sí, sí, pero se los devolverán por 10 años”, le tuve que decir para borrar su entusiasmo transformista y recordarle que era una forma de renegar de la castración y que finalmente no se trataba allí de la belleza sino del inexorable paso del tiempo. No veo nada en contra de que alguien quiera alterar su cuerpo con propósitos estéticos más o menos adaptados a los gustos sociales, pero hay que saber que es así, le darán 10 años solo por un rato.

Las alteraciones de los cuerpos no son patrimonio de la modernidad y de la tecnología actual. De hecho, tanto los grandes discursos tradiciones y religiosos como las menos universales y menos elaboradas tienen sus rituales de modificación de los cuerpos. Rituales más o menos bárbaros, más o menos brutales, que van desde la circuncisión masculina como precio y signo de una alianza inquebrantable con el Otro, el que reclama para esa inclusión en el lazo social la pérdida de una parte del cuerpo y del goce; o la ablación clitorídea en las mujeres islámicas que fundan esa alianza en la limitación de la satisfacción sexual, lo que aporta supuestamente al control social de lo femenino y fracasa claro en conjurar ese borde que hace, afortunadamente, que lo femenino esté siempre un poco fuera del lazo social. Podríamos rápidamente ser tentados a deslizarnos hacia el vil patriarcado… pero lo que quiero destacar es que todo discurso, con mayor o menor encarnizamiento, cincela los cuerpos, pero no lo cincela todo. También lo hacen las culturas llamadas –con un algo de racismo cientificista– “etnográficas”, y que ahora un poco más inclusivo –sea lo que eso quiera decir– son llamadas “originarias”, que presentan una variedad de alteraciones corporales infringidas ritualmente en momentos definidos de la vida a hombres y mujeres, y que superan la imaginación transformista de nuestros contemporáneos más osados. Aunque hay contemporáneos que llegan muy lejos en eso de alterar sus cuerpos.

El cuerpo siempre ha sido alterado por rituales impuestos por el discurso social. Eso no es una novedad de la época. Lo que es una novedad de la época es que esas alteraciones no son ahora reguladas, pautadas, ritualizadas por ese discurso. Esa es a mi juicio una característica inédita de nuestra época. La tecnología y el mercado han entendido que es necesario para los seres parlantes marcar, modificar, alterar sus cuerpos sea por motivos psicopatológicos, estéticos o de goce. Y tienen mucho para vender…

El cuerpo, para ser un cuerpo siempre es alterado. El cuerpo, el cuerpo llamado cuerpo propio ha sido desde el comienzo alterado por el discurso. Es la idea de Lacan en El Seminario 20 cuando señala que todas las necesidades del “ser que habla” están contaminadas (18). Esas necesidades por estar atravesadas por el discurso están contaminadas y sirven ya a esa otra “satisfacción” que no es ya la satisfacción de esa necesidad. Algo se le agrega, se la desvía, se la altera. Toda la dialéctica de la demanda, del deseo está ya comandada entonces por el discurso. Tanto Freud como Lacan lo han enseñado de múltiples maneras.

Pero las alteraciones, además de las intrusiones variadas en los cuerpos incluyen también al cuerpo como sexuado, y eso requiere de una nominación, una nominación que siempre, siempre, es mal-dicha por las reparticiones anatómicas y discursivas. Ni los cuerpos ni los discursos bien dicen lo sexual.

Es el lugar donde se inscribe la mayor complejidad de la relación entre los discursos y los cuerpos y donde la cuestión de la identidad cobra su importancia y retoma la relación problemática, sino imposible, entre las identificaciones y cuerpos.

Entre los discursos y los cuerpos hay un vacío, así como hay un vacío entre los sexos. Pero también hay un vacío entre el sujeto y el sexo… y, finalmente, para decirlo de otro modo, hay un vacío en el parlêtre mismo entre el sujeto y su cuerpo.

Y a ese vacío que es lo que hace hablar es necesario nombrarlo con todas las dificultades, vicisitudes y, por qué no decir también, con toda la desesperación que vemos configurarse en nuestro tiempo. Y hay que nombrarlo porque ese nombre no emana de ninguna identidad prefijada. Y eso redobla la incidencia del lazo social sobre los cuerpos como lugar de los afectos. Eric Laurent en muchos de sus últimos trabajos examina la tensión entre la crisis de las identidades el lazo social contemporáneo y las políticas de los cuerpos. (19)

 

 3.Tener un cuerpo

“Cuerpos atrapados por los discursos”, no creo que haya que leer esta última y enredada clase de El Seminario 19 como si Lacan dijera allí: “Oh pobrecitos… si los discursos no hubieran atrapado sus cuerpos… qué dicha sería la que hubieran obtenido”.

Creo que Lacan descontaba que el cuerpo debe ser atrapado por el discurso para ser un cuerpo. Para regularse como un cuerpo, para existir como un cuerpo. Y que para que alguien tenga la chance de tenerlo.

Por otra parte, creo que para Lacan siempre –digo siempre porque se podría rastrear eso desde sus primeros escritos y seminarios– siempre se interesó por lo que no entraba en el discurso. Basta recordar lo que llamó, con intuición en “El psicoanálisis y su enseñanza”, esa “espina orgánica” (19) que freudianamente ubicaba en el centro de un síntoma a pesar de que en ese momento para él el síntoma todavía era solo lenguaje, hasta terminar situando al síntoma mismo como ese “trozo-acontecimiento” de cuerpo afectado por el significante Uno fuera de discurso.

Me gustaría poder decirles qué entiendo por lo que “tener un cuerpo” quiere decir. Pero es algo más complejo que entendimiento lo que se requiere para hacerse una idea de eso:

Se puede por ejemplo no contar con un discurso que ordene el cuerpo como en la esquizofrenia.

Puede ocurrir que, al tenerlo, se padece sin embargo la increencia en que se lo tiene. Esa increencia radical de la melancolía que deja el cuerpo librado a una fatal falta de consistencia, la que se reencuentra solo en el pasaje al acto final. El reciente libro de Gabriela Basz, Cuerpo y psicosis en la época (20), que se presentó esta semana en la Escuela y que estudia con profundidad y detalle a partir de un discurso como el del teatro, del teatro post-dramático de Sara Kane, las consecuencias de esa increencia melancólica que hace escribir a la dramaturga, justo antes de matarse: esta “es la historia de una mente confinada en un cuerpo extraño… canto sin esperanza, en el límite”. (21)

También se puede errar por el discurso y no tener un cuerpo. Es lo que puede captarse en el fragmento de una presentación de enfermos de Lacan, que pueden encontrar en el excelente libro de nuestra colega de la ELP Araceli Fuentes. (22)

Una mujer dice: “Quieren valorizarme, siempre tengo problemas con mis jefes, no acepto órdenes, ni imposiciones de horarios, me gusta hacer lo que tengo ganas de hacer, rompo mis recibos de pagos, estoy a la búsqueda de un lugar en la sociedad, ya no tengo lugar, no soy ni una verdadera ni una falsa enferma, me he identificado con muchas personas que no se me parecen, me gustaría vivir como un vestido…” (23). Al finalizar la presentación Lacan se refiere a la paciente diciendo: “Es muy difícil pensar los límites de la enfermedad mental. Esta persona no tiene la menor idea del cuerpo que tendría que meter bajo ese vestido, no hay con qué habitar la vestimenta. Ilustra lo que llamo el semblante (24). Es un ejemplo de la enfermedad de la mentalidad. Cuando comenta este caso Araceli dice, extremando las cosas, que cuando recibimos a un sujeto es muy importante saber si este tiene o no tiene un cuerpo.

Se podría pensar el no tener un cuerpo tomando la idea de Araceli Fuentes sobre el rapto de Lol V. Stein –sigo aquí las indicaciones de su libro– y pensar que lo arrebatado allí es el cuerpo de Lol V. Stein. Araceli dice que desde el comienzo de la novela Lol es presentada como alguien que está a la búsqueda de un cuerpo. A Lol le faltaba algo para estar allí. Cuando enuncia “no se quien está en mi lugar” (25) muestra la profunda perturbación de la relación de un sujeto con su cuerpo. Un cuerpo al que sí lo tiene cuando está vestido por el amor, y que le es arrebatado luego de la escena central de la historia.

-Se puede también tener un cuerpo, sí, pero tan atrapado por el discurso que no es posible disponer de él, como ese niño pre-púber que solo podía permanecer de pie o acostado todo el día ya que ninguna flexión le resultaba posible de realizar a pesar de que los múltiples estudios que le realizaban demostraran la inexistencia de lesiones. Inserto en un discurso religioso integrista, hay que decir que, de la peor manera, y también en la locura del discurso materno, puede pasar de esa rigidez incoercible cuando parado durante meses como una estatua en el consultorio de la analista, la transferencia y la astucia de la analista permiten en un pasaje de discursos atrapar ese cuerpo erecto, de ese niño todo él en erección, a la trama de una significación sexual denegada. Comenté este caso extraordinario y enseñante de Ruth Hernández, en Caracas hace unos años, y ustedes pueden leerlo en la Revista Lacaniana número 22. (26)

O, soportar la fragilidad del cuerpo de un joven, cuyo caso se presentó en una actividad preparatoria para el Congreso de la AMP.  Un joven bastante bien adaptado a la vida social para quien su pene, su “órgano reproductor” como lo llama es un cuerpo extraño. Y que, en consecuencia, el otro como cuerpo se le vuelve inaccesible. El “órgano reproductor” le causa asco e impresión, siente rechazo tanto por el propio -que como vemos no es propio sino extraño- como por el del otro, que también es extraño, es intrusivo, lo perturba, se descontrola. No puede incluirlo en su cuerpo. Durante el análisis es alcanzado por un flechazo amoroso –que no es ajeno a un efecto de transferencia lateral– que da lugar a que alguien le toque el cuerpo. Es recién ahí que, con su toque, el Otro enmarcado por el discurso amoroso le da un cuerpo sensible que hasta ese momento casi no existía.

Conversando hace algunas semanas un caso con Kuky Mildiner, recordé un control del caso de una mujer joven que hice con J.-A. Miller hace muchos años. Yo mencionaba un recuerdo de esa joven paciente, aunque no puedo decir si era un recuerdo o era más bien uno de esos cuerpos extraños en la memoria que siempre han estado allí entre lo hipernítido y el olvido. Era un encuentro fugaz de la niña y su padre. Miller precisó –lo reconstruyo como lo recuerdo– “ah! sí, eso es el fenómeno elemental de la histeria. Algo pasó con el padre, un roce, un susurro que tocó el cuerpo”. Entiendo que ese “fenómeno elemental de la histeria” es el pedazo de cuerpo que no entró, ni va a entrar en la horma del discurso y alrededor del que el discurso, los discursos girarán una y otra y otra vez. Es el fuera de discurso del goce que luego es tomado por el florecimiento del discurso, en este caso edípico, con lo que se construirá el síntoma.

En contrapunto, un obsesivo para quien la neurosis le ha dado tanto discurso, pero también le ha dejado con un muy poquito de cuerpo. De un cuerpo respecto del cual el sujeto está siempre un poco deslocalizado. Es lo que enseña claramente el último testimonio que dio Fernando Vitale en las XXVII Jornadas Anuales de la Escuela, donde se describe en el comienzo de su análisis como estaba “atascado”, sin encontrarse ahí adonde efectivamente estaba, actuado por un “doble de cuerpo” en quien no podía reconocerse. Aquí tenemos una variación interesante sobre el tema del discurso y el cuerpo porque se agrega la dimensión del lugar. Y de estar o no estar ahí. Fernando aísla en el final de su testimonio ese reencuentro inesperado con ese afecto en el cuerpo, “unos sacudones, un empuje vital”, que es a mi juicio el trozo de real del sinthoma que pudo capturar y que la interpretación in límite del analista destaca de manera neta: “Eso siempre estuvo, sos vos el que no estaba allí” (27). Pero además y ya que tengo la oportunidad de hacerlo, diré que Fernando agregó en ese testimonio, y muy a propósito de tener un cuerpo, una dimensión al tema “discursos y cuerpos” que merecería retener nuestra atención, ya que él dice que cuando “está allí”, está en su pequeño escabel y ahí siente que, al cuerpo, lo tiene.

Podríamos para concluir enfocarnos en lo que el discurso analítico capta y reinscribe de aquello que del cuerpo no entra en el discurso. Podríamos intentar hacer una serie improbable con lo que los testimonios de los AE nos traen, siempre con un nuevo ejemplo que no puede anticiparse, como ocurre con la serie sin ley de ese número Pi, cuyo cociente por venir nunca puede saberse de antemano. Y esto se puede constatar, porque la política del pase nos permite conocer los testimonios, quiero decir que los conocemos porque hay una política que lo sustenta, cosa que se olvida muy frecuentemente.  Se puede constatar que, eso fuera de discurso no vuelve en la historia ni por el desciframiento, sino que retorna en lo real como una intrusión, como lo es una alucinación. Y por eso tienen también el valor de ser prueba de un real.

Se lo captura a veces como acontecimiento, como sorpresa, para el analizante y aún para el analista. Algunos testimonios del Pase lo atestiguan con claridad. Un “ronquido” –de Angélica Marchesini–, el “esguince en la voz” de María Cristina Giraldo, un “escalofrío” en Patrick Monribot, “un parpadeo” –de Marie-Hélene Roch–, el “titilar de las castañuelas” –de Silvia Nieto–, para mencionar algunos actuales y otros que no lo son tanto.

Esos “acontecimientos de cuerpo” fuera de discurso, esos “neologismos” del pase –como me gusta llamarlos– requieren sin embargo de las claves de lectura que el analizante ha podido extraer a lo largo de todo su análisis. Y como lo decía Fernando Vitale, requieren que uno esté ahí para que esa cita ocurra.

 

 

 

Notas:

(1) Mildiner, K., Lachevsky, J. y Perazzo, A.: “Argumento de las V Jornadas Anuales de la EOL Sección La Plata”, Resonancias #2, http://www.eol-laplata.org/Jornadas-y-eventos/005/Boletines/V-Jornadas-News002.html

(2) Lacan, J.: “Los cuerpos atrapados por el discurso”, El Seminario, libro 19, …o peor, Paidós, Buenos Aires, 2012.

(3) Lacan, J.: “La impotencia de la verdad”, El Seminario, libro 17, El Reverso del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 2002, págs. 179 -180.

(4) Miller, J.-A.: “Habeas Corpus”, Revista Lacaniana de Psicoanálisis N° 21, Grama., Buenos Aires, 2016, pág. 33.

(5) Miller, J.-A.: Un esfuerzo de poesía, Paidós, Buenos Aires, 2017.

(6) Juan Pablo II, El esplendor de la verdad. Carta Encíclica Veritatis Splendor, Biblioteca de autores cristianos, 1993.

(7) Óp. Cit. n° 4.

(8) Óp Cit. n° 2, pág.186.

(9) Freud, S.: “Lo perecedero”, en Obras Completas Tomo XVI, Amorrortu, Buenos Aires, 1975.

(10) Lacan, J.: El Seminario, libro 18, De un discurso que no sea de semblante, Paidós, Buenos Aires, 2009, pág. 29.

(11) Freud, S. “Psicología de las masas y análisis del yo”, en Obras Completas Tomo XVIII, Amorrortu, Buenos Aires, 1975.

(12) Óp. Cit. n° 10, pág. 28.

(13) Óp. Cit. n° 10, pág. 29.

(14) Óp. Cit. n° 10, pág. 29.

(15) Lacan, J.: El Seminario, libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales, Paidós, Buenos Aires, 1987, pág. 276.  

(16) Óp. Cit. n°2, pág. 217.

(17) Bassols, M.: “Psicosis, ordenadas bajo transferencia”, Textos de orientación, web del XI Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis: Las psicosis ordinarias y las otras, bajo transferencia, 2018. https://congresoamp2018.com/textos/psicosis-ordenadas-transferencia/

(18) Lacan, J.:  El Seminario, libro 20, Aún, Paidós, Buenos Aires, 2001, pág. 166.

(19) Véase ref. Laurent, E.: “El traumatismo del final de las políticas de las identidades”, en http://identidades.jornadaselp.com/textos-y-bibliografia/texto-de-orientacion/el-traumatismo-del-final-de-la-politica-de-las-identidades/,  y  Laurent, E.: «El cuerpo hablante: El inconsciente y las marcas de
nuestras experiencias de goce», Entrevista a E. Laurent por M. A.Vieira, en Lacan Cotidiano Nº576, http://www.eol.org.ar/biblioteca/lacancotidiano/LC-cero-576.pdf

(19) Lacan, J.: “El psicoanálisis y su enseñanza”, en Escritos 1, Siglo XXI, Buenos Aires, 2015, pág. 411.

(20) Basz, G.: Cuerpo y psicosis en la época: aportes desde el teatro post-dramático, Grama, Buenos Aires, 2018.

(21) Ibíd.

(22) Fuentes, A.: “El misterio del cuerpo hablante”, Gedisa, Barcelona, 2016.

(23)  Ibíd.

(24) Óp. Cit. n° 22.

(25) Óp. Cit. n° 22.

(26) Hernández Boscán, R.: “Erecto”, Revista Lacaniana de Psicoanálisis N° 22, Grama, Buenos Aires, 2017.

(27) Vitale, F.: “Testimonio de Pase”, en XXVII Jornadas Anuales de la EOL, 30 de septiembre de 2018, inédito.