VI JORNADAS ANUALES DE LA EOL SECCIÓN LA PLATA: INTERPRETAR LA VIOLENCIA – 2 de noviembre de 2019
Leonardo Gorostiza
Tal como fue señalado en el excelente “Argumento” elaborado por la Comisión Científica de estas Jornadas y retomado en las también excelentes emisiones del boletín Kairos, el título que hemos elegido presenta, en una primera aproximación, una cierta dificultad. La dificultad ya señalada de que si la interpretación es solidaria de los alcances de la palabra, y la violencia reina donde no es la palabra lo que domina, al decir “Interpretar la violencia” estaríamos planteando una cierta contradicción ya que “parece tratarse –en la interpretación y en la violencia- de dos órdenes disyuntos, heterogéneos.” (1) Tan es así que hasta podría plantearse -como lo hace Lacan- un vel excluyente: “O la palabra o la violencia”.
Les recuerdo entonces las referencias de Lacan que abonan esta perspectiva y sobre las cueles venimos trabajando durante este tiempo de preparación de las Jornadas.
Primero, en su “Introducción al comentario de Jean Hyppolite” cuando dice:
“¿No sabemos acaso que en los confines donde la palabra dimite empieza el dominio de la violencia, y que reina ya allí sin que se la provoque?” (2)
Luego, en su Seminario 5, Las formaciones del inconsciente, cuando señala:
“… la violencia es ciertamente lo esencial en la agresión, al menos en el plano humano. No es la palabra, incluso es exactamente lo contrario. Lo que puede producirse en una relación interhumana es o la violencia o la palabra. Si la violencia se distingue en su esencia de la palabra, se puede plantear la cuestión de saber en qué medida la violencia propiamente dicha –para distinguirla del uso que hacemos del término agresividad- puede ser reprimida, pues hemos planteado como principio que en principio solo se podría reprimir lo que demuestra haber accedido a la estructura de la palabra, es decir, a una articulación significante.” (3)
Sin embargo, ya en la primera referencia, Lacan no deja de indicar, en el contexto de su crítica del llamado “análisis de las resistencias” la dimensión de violencia que puede ejercerse por medio del uso de la palabra. Recordando allí mismo la indignación de Freud ante el uso y abuso de la sugestión lo cita:
“Puedo recordar –dice- la sorda rebeldía que, incluso en aquella época experimenté contra la tiranía de la sugestión, cuando un enfermo que no mostraba bastante flexibilidad oía que le gritaban: “¿Qué es lo que está haciendo? ¡Se está usted contra sugestionando!”. Me decía en mi fuero interno que era la más palmaria de las injusticias y de las violencias, que el enfermo tenía buen derecho a utilizar la contra sugestión cuando se intentaba subyugarlo por artificios de sugestión.” (4)
Pero aún más, en la clase de su Seminario donde precisamente introduce el comentario de Jean Hyppolite, Lacan es más explícito en indicar que tal disyunción entre la palabra y la violencia no es absoluta. Allí, en el contexto del mismo comentario de esta referencia freudiana dice:
“Verdadera rebelión pues la que experimentaba Freud ante la violencia que puede implicar la palabra. Esta tendencia potencial del análisis de las resistencias (…) es precisamente el contrasentido que debe evitarse en la práctica del análisis.” (5)
Es decir, que la palabra y la violencia ya no se excluyen mutuamente. Hay un uso de palabra que puede ser violento. Y en cierto modo, todo el escrito de Lacan, “La dirección de la cura y los principios de su poder” no deja de ser un grito de guerra que se alza frente a quienes llama impostores por hacer un uso de la palabra contrario al que la experiencia analítica propone. Recuerden su crítica mordaz a la violencia ejercida sobre el sujeto por una práctica, la reeducación emocional del paciente, fundada –como el discurso universitario- en el “principio autoritario de los educadores de siempre” (6) y animada por querer el bien del sujeto. “La más aberrante educación –dice Lacan- no ha tenido nunca otro motivo que el bien del sujeto.”(7)
Hoy podemos afirmar que las prácticas conocidas bajo el nombre de TCC son tributarias del mismo discurso –como una “pedagogía democrática”, se autodefinen- y, por lo tanto, implican el ejercicio de una violencia por medio de la palabra por cuanto en dichas prácticas la palabra opera despojada de su función poética.
Es probable entonces que, interrogado acerca de cómo resolver esa aparente exclusión entre la palabra y la violencia, al solicitarme María Laura Errecarte el título para esta conferencia, casi al modo de una abducción fue que se me impuso primero el significante injuria. Porque la injuria, como su definición misma lo indica, implica un cierto uso de la violencia. La injuria (del latín iniuria, ofensa o agravio inferido a una persona, in: sin; iuria, derecho) es toda expresión proferida o acción ejecutada en deshonra, descrédito o menosprecio de otra persona. En Derecho penal es considerada un delito contra el honor o la buena fama y está contemplado en la mayoría de las legislaciones. Es decir, está penalizada.
Pero además, en su otra acepción y por extensión, también puede hablarse de injurias en el caso de un daño material que alguien o algo produce en una cosa o una persona. Por ejemplo, en medicina, existe o existía una secuencia respecto de la falta de irrigación cardíaca que va de la isquemia, a la injuria y luego al infarto. O bien se puede decir de alguien que recibió golpes o puñaladas que sufrió injurias en su cuerpo.
Es decir, que la palabra “injuria” reúne en sí misma dos dimensiones, la de la palabra pero también la de un alcance real, en cierto modo, traumático. En este sentido, ustedes saben que la injuria o insulto es tanto la primera como la última palabra (8), porque es la que busca, la que apunta -una vez que pierde toda significación- a nombrar el ser o llegar a lo real. Y al ser, por la incompatibilidad radical que hay entre el ser y la palabra, no puedo sino indicarlo por medio de la injuria o la alusión. Son las dos formas que Lacan explora, a propósito de las psicosis, en su Seminario 3, pero que no se reducen a dicha estructura.
Lacan habla de la injuria en varios momentos de su enseñanza. Uno de ellos es en un escrito en general poco transitado titulado “La metáfora del sujeto” donde recuerda la escena de las injurias del niño que luego sería “el Hombre de las ratas” y habla de “… la dimensión de injuria en que se origina la metáfora”. (9)La referencia completa dice así:
“La metáfora radical está dada en el acceso de rabia narrado por Freud del niño, aún inerme en groserías, que fue su hombre de las ratas antes de consumarse en neurótico obsesivo, el cual interpela a su padre al ser contrariado por éste: “Du Lampe, du Handtuch, du Teller, usw.” (Tú lámpara, tú servilleta, tu plato… y qué más). En lo cual el padre titubea en autentificar el crimen o el genio.
Y también nosotros entendemos –prosigue Lacan- que no se pierde la dimensión de injuria en que se origina la metáfora. Injuria más grave de lo que se imagina reduciéndola a invectiva –discurso oral o escrito que contiene una censura violenta, agria y dura contra alguien o algo- de guerra, pues de ella –de la injuria- procede la injusticia gratuitamente hecha a todo sujeto con un atributo mediante el cual cualquier otro sujeto es animado a atacarlo. “El gato hace guau-guau, el perro hace miau–miau.” He aquí de qué modo deletrea el niño los poderes del discurso e inaugura el pensamiento.
Puede uno asombrarse de que yo experimente la necesidad de llevar tan lejos las cosas atinentes a la metáfora…” (10)
¿Y qué es ese llevar tan lejos lo atinente a la metáfora que aquí Lacan señala? A que ya no se tratará solamente de la sustitución de un significante por otro significante, fórmula clásica de la metáfora, sino de una sustitución entre dos órdenes heterogéneos, la sustitución del ser o, si ustedes quieren, de lo real, por un significante. Y como hay una incompatibilidad radical entre ambos órdenes, dicha sustitución –que alguna vez Miller llamó “metáfora heterogénea”- necesariamente es siempre injuriosa y… violenta.
Y tal vez sea porque nos encontramos aquí de lleno en “el problema de Lacan”, es decir, de cómo él intentó durante toda su enseñanza explorar de qué modo se pueden articular eso dos órdenes heterogéneos, la palabra, el significante, con el cuerpo, el goce o la pulsión, que fue que se me impuso la segunda parte del título que finalmente propuse para esta conferencia: la “opacidad”. Pero el título dice, estrictamente, “La injuria y su opacidad”. Es decir, que hay algo inherente a la injuria que sería precisamente eso “su opacidad”.
Y como ya les anticipé que esta fórmula se me impuso al modo de una abducción, lo que a continuación voy a intentar es demostrar que dicha fórmula nos permite situar al menos un ángulo posible acerca de cómo interpretar la violencia. Una interpretación que no sea de nostalgia por el viejo orden simbólico que, como sabemos, ya no es lo que era.
Tal vez no escape a algunos de ustedes la referencia donde Lacan vincula la injuria a una opacidad. Se trata del pasaje donde comenta, en “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, el ya clásico ejemplo de una presentación de enfermos, “Marrana”, y donde precisamente explora el modo en que el significante puede pasar a lo real. Veamos cómo lo hace:
Después de describir el relato de la paciente según la cual el amante de la vecina le “había lanzado”(11) la injuria al cruzarse en el pasillo, señala que “En el lugar donde el objeto indecible es rechazado en lo real, se deja oír una palabra (…) ocupando el lugar de lo que no tiene nombre (…), reuniéndose en su opacidad con las jaculatorias del amor, cuando, ante la escasez del significante para llamar al objeto de su epitalamio –composición poética lírica para la celebración de una boda- usa para ello del expediente de lo imaginario más crudo. “Te como…-¡Bombón!” “Te desmayas… -¡Ratoncito!” (12)
Es decir que tanto la injuria como la jaculatoria de amor comparten la misma opacidad. La opacidad propia de la pulsión, del goce, de lo real. Y ambas muestran cómo el significante, cuando éste intenta alcanzar lo real, a su vez se torna o debe tornarse opaco, dicho de otro modo, fuera de sentido.
Digamos al pasar que Jacques-Alain Miller al comentar la escena de las injurias del hombre de las ratas señala que en tanto neurótico obsesivo no solo buscaba hacerse uno con el Otro, llamando a este anhelo de la neurosis un “amor crítico”, sino que llega a afirmar que el obsesivo tiene también una relación con lo indecible y que allí se sitúa la función de la injuria en la obsesión. “La injuria –dice- es lanzada sobre lo que hay de más querido” y en esto sobrepasa al amor crítico, es decir, sobrepasa el registro de lo imaginario. “Esta injuria -concluye- es muy valiosa para el sujeto –se refiere al Hombre delas ratas- muy valiosa para que él se sostenga en el mundo. Él elabora allí un significante capaz de tocar lo real del Otro, a costa de que él -dicho significante- pierda toda significación. Es él, el Hombre de las ratas, quien lo elabora; es él quien lo formula. Esto es lo que hace la diferencia entre la neurosis obsesiva y la psicosis.” (13)
Se entiende así que Lacan luego concluya diciendo que el ejemplo de “¡Marrana!” “… sólo se promueve aquí para captar en lo vivo que la función de irrealización no lo es todo(14)en el símbolo. Pues para que su irrupción en lo real sea indudable, basta con que éste se presente, como es común, bajo forma de cadena rota.” (15)
Temprano pero claro anticipo de lo que más adelante nombrará como su S1, significante-letra siempre que se escriba sin ninguna especie de sentido(16) la injuria muestra tener afinidades con lo real y constituye así –voy mostrando mi perspectiva- la posibilidad, como dije antes, de concebir cómo con la palabra, es posible interpretar la violencia.
Pero antes de avanzar más, conviene destacar que Lacan habla también en numerosas oportunidades de opacidad. Enumeremos algunas.
Por ejemplo, en el seminario contemporáneo a “De una cuestión preliminar…”, en su Seminario 5, dice:
“No hay síntoma cuyo significante no se traiga de una experiencia anterior (…) es el significante de la A tachada que se articula en el complejo de castración, pero que no está por fuerza, ni está nunca totalmente articulado. (…)¿Qué es pues? –sino aquella vida que se capta en una horrible apercepción de sí misma, en su extrañeza total, en su brutalidad opaca, como puro significante de una existencia intolerable para la propia vida, tan pronto se aparta de ella para ver el traumatismo y la escena primitiva. Es algo de la vida que se le manifiesta a sí misma como significante en estado puro–que en tanto tal no significa nada- y no puede articularse de ninguna manera ni resolverse.” (17)
Aludiendo, a mi entender, lo que poco antes llamó “el significante enigmático del trauma sexual” (18) , Lacan indica que dicho significante, el que tiene afinidad con lo real, el de la injuria radical donde se asienta toda metáfora del sujeto, en tanto no articulado a otro significante resulta opaco y nos orientaa que es por esa vía hacia donde debemos dirigir nuestra elucidación acerca de cómo interpretar la violencia.
Pero la palabra opacidad retorna en sus Escritos. Así, en “Posición del inconsciente”, en el contexto de caracterizar la operación lógica de la separación, señala: “
“Sin duda, el “puedes perderme” es su recurso contra la opacidad de lo que encuentra en el Otro como deseo. Pero es para remitir al sujeto a la opacidad del ser que le ha vuelto en su advenimiento de sujeto, tal como primeramente se ha producido por la intimación del otro”. (19)
Creo puede desprenderse de esta indicación que la opacidad tiene dos caras: una, la que corresponde a una falta radical, la de un significante en el Otro, que indica su deseo; otra, la que corresponde a la pulsión, ya que es en esa operación donde el sujeto va a responder con la pérdida, la cesión de una parte de su cuerpo.
Y es esta doble faz de la opacidad la que retorna poco tiempo después en su “Respuesta a una pregunta de Marcel Ritter”. Allí afirma que lo real pulsional no es lo mismo que lo no reconocido, lo Unerkannte, es decir, que lo real pulsional no es lo mismo que el ombligo del sueño que reconduce a lo reprimido primordial, a lo Urverdrängt. Sin embargo plantea que existe entre ambos una “analogía”. Una analogía que también gira en torno a su opacidad. Veamos cómo lo dice:
Primero, que en relación al agujero de lo inconsciente que es lo Unerkannte, “… es ahí también que la pulsión se opacifica completamente…”
Luego, que “… desde el origen, en el reconocimiento del inconsciente mismo, existe la noción de que, de hecho, lo Real, hablando con propiedad, es un punto de opacidad. Es un punto infranqueable, es un punto de imposible.” (20)
Por último, reencontramos el término en la ya muy conocida fórmula de su conferencia “Joyce el síntoma” cuando caracteriza al “goce propio del síntoma” como “goce opaco por excluir el sentido”.(21)
De esto último se desprende con claridad que la opacidad, ya sea la de la pulsión, la de lo reprimido primordial o la del goce del síntoma, es lo que señala el límite del sentido. Por lo tanto podemos afirmar que interpretar la violencia al menos supone tener en cuenta esta dimensión de opacidad constituyente del parlêtre. Dimensión que podemos vincular a ese “dominio que ya reina allí sin que se lo provoque” al cual Lacan alude en su “Introducción al comentario de Jean Hyppolite”. (22)
Pero, ¿qué quiere decir “opacidad”? La definición más simple es la de lo opaco como aquello que impide el paso de la luz e impide ver a través de su masa lo que hay detrás. Sin duda es una noción que resuena sobre el trasfondo de aquello donde Lacan mismo ubicó sus Escritos, el debate de las luces. “Es preciso –decía en la contratapa original de sus Escritos– haber leído esta compilación (…) para sentir que allí se prosigue un solo debate, siempre el mismo, (…) el debate de las luces.”
¿Cómo entender entonces esta recurrente referencia a la opacidad? Como una indicación de que la ilustración, que el Siglo de las Luces, que la Razón, tiene un límite que no debe ser desconocido pero tampoco relegado al rango de un inefable. Y precisamente allí se sitúa esa sutil torsión por la cual Lacan, citando al poeta que quiso dar la palabra a las cosas, hacer que las cosas tomaran la palabra -ustedes saben que me refiero a Francis Ponge-, sostuvo hasta el final de su enseñanza que la interpretación analítica, aquella advertida de la opacidad sobre la cual venimos discurriendo, debe situarse no a nivel de la razón sino de la réson.
De este modo, si seguimos a Miller en su intervención “Niños violentos”(23)-haciendo antes la salvedad de que hay que considerar las violencias en plural y situar cada vez en qué contexto subjetivo se producen- y consideramos que por definición la violencia es lo contario de un síntoma en tanto no es el resultado de una represión, en tanto carece de una sustitución, y por ello es la pulsión misma, más aún, es la satisfacción de la pulsión de muerte, podemos entonces preguntarnos sobre el estatuto de una interpretación que sea capaz de operar a ese nivel para maniobrar “una contra-violenciasimbólica”. (24)
Me inspiro para ello en una indicación que, como al pasar, Miller dio en su conferencia “Una fantasía” (25) , en 2006, en Comandatuba. Seguramente muchos de ustedes recordarán que allí él propuso considerar al discurso “hipermoderno” como equivalente al discurso analítico por estar situado el objeto a en el cenit de lo social. Pero aclarando que en dicho discurso hipermoderno los elementos están disjuntos, es decir, no ordenados en un verdadero discurso que es aquél que localiza un imposible en su piso inferior entre el lugar de la producción y el lugar de la verdad. De ello se deduce que “… sólo en el psicoanálisis, en el psicoanálisis puro, estos elementos se ordenan en un discurso” (26) y así se reintroduce el imposible que el discurso hipermoderno excluye.
Y fue en ese contexto que frente al “Todo marcha” propuesto por el discurso hipermoderno, que a mi entender es congruente con el discurso del capitalista escrito una vez por Lacan que también elide lo imposible, Miller propuso como divisa para el psicoanálisis de la práctica lacaniana la de un “Eso falla”. (27) Un “Eso falla” que no es sino aquello de lo que los síntomas testimonian por cuanto son signos de la “no relación sexual”. (28)
De allí que también haya propuesto que para ello habría que “llevar la interpretación a la potencia del síntoma”.(29) Lo cito:
“La poética de la interpretación no está para hacer algo bello (…). La poética de la interpretación es un materialismo (moterialisme) de la interpretación.(…) Hay que poner el cuerpo para llevar la interpretación a la potencia del síntoma.” (30)
Entiendo que es por esta vía por donde quizás haya que intentar cada vez reintroducir la opacidad de lo imposible, esa opacidad que la otra opacidad, la de la pulsión, puede velar. Porque para la pulsión, con su fuerza, con su empuje constante, que no conoce de primaveras ni de otoños, tal como para el discurso capitalista, en su alianza con el discurso de la ciencia, todo marcha, todo es éxito. Porque a nivel de la pulsión, a ese nivel en que el sujeto es feliz, no hay imposible, es puro logro. Y es entonces allí donde una interpretación llevada a la potencia del síntoma tal vez pueda ser capaz de introducir lo imposible. (31)
Esta sería una forma de interpretar la violencia, intentando inducir mediante una resonancia moterialistaun límite al monólogo de la apalabra, un límite a la pulsión. Y, en este punto, entiendo que la injuria se reúne con la jaculación.
Como muchos de ustedes deben saber, ya que estamos trabajando este tema que Lacan afina en su ultimísima enseñanza, la jaculación o jaculatoria es una palabra que proviene inicialmente de la religión cristiana y que designa a una breve oración o invocación –retengamos este término también- dirigida fervorosamente a Dios. Pero además, etimológicamente proviene del latín iacular, es decir“lanzar” que a su vez deriva de iaculum, que quiere decir“jabalina”. Espor lo tanto, un uso de la palabra que implica tirarla, lanzarla. Entonces, parafraseando el título de un viejo libro de una alumna de Lacan que no prosiguió con él, “La violencia de la interpretación” (32), podríamos hablar nosotros de la violencia de la jaculación.Lo cual sería otro modo de nombrar lo que antes nombramos como “contra-violencia simbólica”.
¿Y a qué apunta la jaculación en su equivalencia estructural con la injuria o el insulto? A nombrar lo indecible del y en el Otro. Es decir, su punto de opacidad. Es por eso mismo que Lacan elogia, en su Seminario 20, las jaculaciones que pueblan los testimonios de los místicos. Allí dice:
“Estas jaculaciones místicas no son ni palabrería ni verborrea; son, a fin de cuentas, lo mejor que hay para leer-nota a pie de página: añadir los Escritos de Jacques Lacan, porque son del mismo registro.” (33)
¿Cómo entender esta equivalencia entre sus Escritos y los testimonios de los místicos? Arriesgo una respuesta: porque en ambos casos se trata de testimoniar de una relación con lo imposible de decir, lo imposible de nombrar.
Por ejemplo un San Juan de la Cruz reitera que términos como “¡Oh!..” y”¡Cuán!..” “… cada vez que se dicen dan a entender del interior más de lo que se dice con la lengua.” (34)
O bien una Santa Teresa de Jesús cuando exclama: “¡Oh, Señor, cómo dar a entender!” (35)
Pero si afirmamos que los Escritos de Lacan, que surgen de su práctica del psicoanálisis, y los testimonios de los místico son del mismo registro, debemos plantearnos cuál es su diferencia.
Ambos, testimonian de un agujero, el de lo indecible, de lo que escribimos como S del Otro tachado. Los místicos prueban, de alguna manera, la experiencia de dicho agujero pero también su fascinación con él, con lo indecible. Mientras que en el psicoanálisis –los testimonios del pase deben apuntar a esto- no se trata de una fascinación con lo indecible, con el misterio, sino de hacer con él, con el agujero un matema que lo constate y lo localice, y esto pagando el precio del fuera de sentido.
“El camino que hay que recorrer –destaca Miller- va de lo indecible al matema o, por qué no, de lo indecible al insulto. No solo el matema puede ocupar el lugar de lo indecible. (Sino también)… el insulto en esta función: ya no hay palabras para decirlo totalmente, supera cualquier límite, supera todas las posibilidades del lenguaje y entonces del tesoro de la lengua como significante del Otro tachado se desprende un significante para atrapar lo real. Únicamente desde esta perspectiva el insulto y el matema son lo mismo.” (36)
Es por esto mismo que el pase tiene relación con lo indecible, puede probar el agujero y localizar su opacidad, pero se trata de hacer de ello matema y transmitirlo, y no solamente fascinarse con el misterio.
Vemos entonces que lo que llamé antes la violencia de la jaculación puede ser tanto la interpretación proferida por el analista, cuando no opera como una traducción sino que aísla con su intervención un S1 que no hace cadena, como un nuevo significante o un nuevo uso de un significante inventado por el sujeto, desprendido del analizante. Tal es así que como en la jaculación enunciado y enunciación ya no se diferencian, eso nos permitiría hablar de “el decir del análisis”. Un decir jaculatorio desprendido de la remisión a quién lo enuncia.
Sea como fuere, en ambos casos se trata de indicartanto lo que no hay, es decir un imposible, como lo que sí hay: un goce opaco por excluir el sentido.Esta operación interpretativa –si podemos llamarla así- es caracterizada por Eric Laurent como lo que puede tomar “…acto de la nueva mira del apretamiento del nudo alrededor del acontecimiento de cuerpo.” (37) Tal vez sea otro modo de decir lo que ocurre al llevar la interpretación a la potencia del síntoma.
Así, en un análisis una jaculación puede llegar a rectificar el goce y no sólo al sujeto; es decir que el goce opaco del síntoma pueda ser concebido, vivido, como satisfactorio.” (38)
Pero para que esto sea posible no hay otra vía que, a través del amor de transferencia, recurrir al sentido para resolver el goce desvalorizado del síntoma. (39) Así, una vez recorrido el camino del agotamiento de la transparencia del goce-sentido (jouissens) quizás puedan ser constatadas ambas opacidades: la opacidad de lo imposible, lo Urverdrängt, y la opacidad de la diferencia absoluta. Y para ello, el deseo del analista sigue siendo el instrumento privilegiado para que, sin detenerse en el impasse de la piedad imaginaria, pueda apuntar a lo más digno del sujeto golpeando al otro “de la buena manera” (40), es decir, reducir el Otro a su real –a lo que lo hace incomparable- y liberarlo del sentido. (41)
Desde esta perspectiva, el pase del parlêtre, fundado en una nueva alianza con el goce del síntoma, presupone un lazo nuevo con una opacidad que, en tanto excluye el sentido, es la objeción radical a una mirada ante la cual todo se volvería transparente. Se trata así de un límite fundamental a la transparencia generalizada del supuesto ojo universal. Límite que en un análisis no surge sólo por medio de la extracción del objeto escópico del campo del Otro, sino que se afirma en la presencia de una substancia gozante singular, la del síntoma, que objeta, por medio de su diferencia absoluta, es decir, incomparable, y por su lazo con lo imposible, la pretensión universal y violenta de la tiranía del imperativo de transparencia. (42)
Tiranía que contribuye, por la amplificación e inmediatez de las imágenes, a elevar a la violencia misma como un nuevo objeto que brilla en el cenit social, fascinando y llegando a lo más íntimo e ignorado del fantasma en cada sujeto. (43)
Ante esta violencia cotidiana de la época, el psicoanálisis tiene una misión: recordar que lo más íntimo de la subjetividad nunca podrá ser traducido totalmente en términos de saber o sentido, y que siempre, el núcleo opaco del síntoma de cada uno, deberá persistir como refugio ante la crueldad de una mirada que se entroniza –como el panóptico de Jeremy Bentham- en nombre del bien de todos. (44)
Tal vez a esto, a como por medio dela opacidad de una jaculación es posible invocar a ese goce incomparable, se refería Lacan cuando decidió, aún sin saberlo, concluir su manifiesto de 1953, su “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”, con un fragmento del Upanishad donde tres veces repite: “Da, dijo Prajâpati el dios del trueno. ¿Me habéis entendido?” (45)
Y con esta indicación que tal vez para alguno de ustedes –ya sea que no la hayan leído o bien que no la recuerden- resulte algo enigmática, concluyo para retomarla luego, durante la discusión.
Muchas gracias.
Notas y referencias bibliográficas
[1]“Argumentos y Ejes, Hacia las VI Jornadas de la EOL Sección La Plata, Interpretar la violencia”, Boletín Kairos # 2, julio 2019. Comisión Científica: Cecilia Gasbarro, María Laura Errecarte, Manuel Carrasco Quintana.
2Lacan, J.: “Introducción al comentario de Jean Hyppolite sobre la Verneinungde Freud””, Escritos 1, siglo xxi editores, Argentina, 2002, p. 356.
3 Lacan, J.: op. cit., Paidós, Argentina, 1999, p. 468.
4Idídem, nota 2, p.358. (Itálicas mías).
5Lacan, J.:Seminario 1, Los escritos técnicos de Freud, Paidós, España, 1981, p.94. (Itálicas mías).
6Lacan, J.:op. cit., Escritos 2, siglo xxi editores, Argentina, 2002, p. 563.
7Ibídem, p. 590.
8 Lacan, J.: “El atolondradicho”, Otros escritos, Paidós, Argentina, 2012, p.512.
9Lacan, J.: “La metáfora del sujeto”, Escritos 2, siglo xxi editores, Argentina, 2002, p.849.
10Ibídem.
11Lacan, J.:op. cit., Escritos 2, siglo xxi editores, Argentina, 2002, p. 512.
12Ibídem, p. 513. (Itálicas mías).
13Miller, J.-A.: Curso de la Orientación lacaniana, 1,2,3,4, Lección del 5 de junio de 1985, inédito. Traducción del francés mía).
14Corregimos aquí un error persistente en la edición castellana de los Escritos. En está dice “la función de irrealización no está toda en el símbolo” por lo cual no se entiende en qué otro lado está dicha función, ¿en lo imaginario? Mientras que la versión francesa dice: “n’estpastoutdans le symbole” lo cual se traduce claramente tal como lo proponemos. Así se entiende que Lacan explora en el símbolo, en el significante, algo que no opera como irrealización, es decir, que pasa o funciona como un real. (Cf. Écrits, Seuil, París, 1966, p. 535.
15Ibídem, nota 11.
16Lacan, J.: “La tercera”, LACANIANA, Nº18, EOL-Grama, Argentina, junio 2015, p. 15.
17Ibídem, nota 3, p. 474.
18Lacan, J.: “La instancia de la letra en el inconsciente, o la razón desde Freud”, Escritos 1, siglo xxi editores, Argentina, 2002, p. 485.
19Lacan, J.:op. cit., Escritos 2, siglo xxi editores, Argentina, 2002, p. 803.
20 Lacan, J.: “Réponse à une question de Marcel Ritter, Lettres de l’ÉcoleFreudiennenº 18, “Journées des cartels”, avril 1975, pp. 7 a 12.
21Lacan, J.; “Joyce el síntoma”, (junio de 1975, publicado en 1979), Otros escritos, Paidós, Argentina, 2012, p. 596.
22 Ibídem, nota 2.
23Intervención de clausura de la 4ta Jornada del Instituto del niño, 18 de marzo de 2017.
24Ibídem.
25Miller, J.-A.:Op. cit., LACANIANA Nº 3, EOL, Argentina, 2005, pp. 9-19.
26 Ibídem, p. 11.
27 Ibídem, P. 13.
28 Ibídem, p. 18.
29 Ibídem, P. 19.
30Ibídem.
31Miller, J.-A.: “El monólogo de la apalabra”, El lenguaje, aparato de goce, DIVA, Argentina, 2000, p. 117.También en La fuga del sentido, Paidós, Argentina, 2012, pp.156-158.
32Piera Castoriadis-Aulagner, La violencia de la interpretación (1975), Amorrortu editores, Argentina, 1977. Su punto de partida es el análisis del discurso del psicótico frente al discurso “lógico” del psicoanalista. Las respuestas del psicótico deben entenderse como respuestas a la violencia de un modelo de interpretación ejercida desde un saber al que se presume superior.
33 Lacan, J.:Seminario 20, AUN, Paidós, España, 1981, p. 92.
34 San Juan de la Cruz: “Llama de amor viva”.
35 Santa Teresa de Jesús: “Castillo Interior o las Moradas”, O.C., Ed. Aguilar, Madrid, p. 452.
36 Miller, J.-A.:El banquete de los analistas, Paidós, Argentina, p.128/129.
37 Laurent, E.: “La intrerpretación-jaculación”, Intervención del 13 de octubre de 2018 en el marco de las Conferencias del Campo Freudiano en Brujas para la SectionClinique de Bruxelles. Disponible on line.
38 Miller, J.-A.:Sutilezas analíticas, Paidós, Argentina, 2011, p.268.
39 Ibídem, nota 21.
40 Miller, J.-A.:Política Lacaniana, DIVA, Argentina, 1999, p. 105.
41 Miller, J.-A.: “Un real para el siglo XXI, Presentación del tema”, Un real para el siglo XXI Scilicet-AMP Grama, Argentina, 2014, p. 27.
42 Han, Byung-Chul:La sociedad de la transparencia, Herder, Argentina, 2012, p.31.
43 Bassols, M.: “Clínica del odio y la violencia”, Bitácora Lacaniana, N°5, octubre 2016, NEL-Grama, Argentina, 2016, p.25.
44 Para profundizar en este tema, referirse a El panóptico, de Jeremy Bentham; “El ojo del poder”, de Michel Foucault (ambos en Ediciones La Piqueta, Madrid, 1989); y el artículo “La máquina panóptica de Jeremy Bentham, de Jacques-Alain Miller, en Matemas I, Manantial, Bs.As., 1987.
45 Lacan, J.:op. cit., Escritos 1, siglo xxi editores, Argentina, 2002, p.309.