Conferencia de Eric Laurent en las XXII Jornadas anuales de la EOL: “Lo real en un análisis”. Intervienen: Graciela Brodsky y Rômulo Ferreira Da Silva – Buenos Aires, 24 de noviembre de 2013

Reseña por Maria del Pedro

(17º)Ecos -XXII Jornadas anuales de la EOL. Laurent

Eric Laurent comienza su alocución dando intervención a los AE invitados a compartir la mesa, a los fines de poner el enfoque en la encrucijada entre práctica y discurso, le interesa la enunciación de un punto de encrucijada, de una praxis. Pasa la palabra a Graciela.

Graciela Brodsky manifestará que si un análisis promete una cita con lo real, su experiencia es que ello es contingente. Para ella el análisis es una interpretación y una des-interpretación de lo real. A dos años de ser nominada como AE, ¿qué decir de sus encuentros con lo real?, se pregunta Graciela. Y responde: no se puede decir “se ha formado una pareja”, ya que si uno tiene a lo real de partenaire “sólo queda cortarse una oreja”. Sin embargo, recuerda que, en Caracas, tuvo una cita con lo real, un almuerzo con lo real, con Jaques Lacan. Él se comió sus angulas y se retiró. Judith y Gloria se mostraban risueñas, se ve que todos los días comían con lo real, ironizó. Pero, en su largo recorrido de análisis, lo real apareció como lo imposible de decir. En cierta ocasión, su analista interpreta y ella olvida esas palabras. Queda en trance algunos días, luego siente perplejidad y surge la certeza de que esa palabra perdida no existía. Lo imposible de decir, entonces, es uno de los nombres de lo real. No es sólo lo imposible, sino que a lo imposible de decir se agrega el dato de la palabra. Lo real aparece como producto y resto de lo simbólico. Lo imposible de escribir hace presente el agujero de lo simbólico que falla en nombrar lo que no tiene nombre. Pero el análisis es, también, lo real como imposible de soportar, agrega. Se separa de la escritura y de la palabra. Esto conlleva una dimensión de carga, de peso, de sufrimiento. Para soportar hace falta un cuerpo. El trauma, tal como Graciela ha testimoniado, acontece en el encuentro contingente con la risa, con la algarabía de sus padres. Ante esa excitación enigmática de los cuerpos, ella habría respondido con un grito, con llanto y dolor. Luego, reaparece en la escena de la fiesta, el cuerpo vivo, gozoso, del Otro, encarnado en su analista. Lo imposible de soportar se ubica, entonces, del lado del plus. Entre lo imposible de decir y lo imposible de soportar está lo imposible de negativizar, lo incurable. Por último, introduce el síntoma como partenaire y el partenaire como síntoma. Primero, lo que no hay; segundo, lo que hubo (el plus); tercero, lo que hay cada día, el síntoma. Eric remarca la actitud ética frente a lo real.

Toma la palabra Rómulo Ferreira Da Silva para presentar un sueño enigmático –que abrió la posibilidad para el fin del análisis– como ejemplo de cita con lo real. El sueño: se trata de un tanque de agua, una pileta con una tapa, en donde está imbuido y no puede respirar. En el suelo hay una canilla con forma de santo, si la abriese, se llenaría más aún. Encuentra una vía de vaciamiento de la pileta: poner al santo cabeza abajo -lo que le da alivio y lo pone expectante del tiempo que resultará necesario para que baje el agua y él pueda respirar. En el análisis dice “yo amo santo”, intentando encontrar la palabra que pudiese expresar lo que siente. La asonancia del francés al portugués da lugar a un gemido. Los gemidos son ubicados como un intento de expulsar llanto, aire y voz. El analista dice una palabra con la que, por el malentendido de lenguas, termina asociando “yo amo santo” y “yo amo sangre”; el santo le resulta comprensible por la forma de la canilla, el santo que salvó su vida, el santo que él quería ser -asocia por el sentido. “Yo amo sangre” le causa perplejidad. Habiendo dicho ¡tomá! al santo, deja caer el sí, amar al santo, querer la sangre, desliza. Respecto a la relación entre sexualidad y muerte, en análisis, lo real fue tocado por lo real. Recuerda intervenciones realizadas por su analista bajo transferencia negativa. Son intervenciones que hicieron aparecer la vida (¡tomá!) sobre la muerte (Si). Para él, el psicoanálisis no es el tratamiento de lo real por lo simbólico, sino de lo real por lo real. No sin pasar por las angosturas de los significantes, aclara. Lo real tocado por lo real, por fuera de las palabras mentirosas, es real sin ley. Nombra en esta línea de pensamiento: lo incomprensible, lo imposible, lo contingente. Así delimita ese agujero que la lengua hace en lo real del cuerpo. En el análisis es lo real del cuerpo lo que está en juego. Los cortes de sesión impactan en los contornos del cuerpo. Por último, presenta la serie: sangre, cuerpo, carne blanca sin sangre, como tratamiento del goce.

Eric Laurent remarca, de lo escuchado, el punto en el cual se toca el agujero en lo simbólico, en función de los equívocos de las lenguas (el santo/ la sangre). Se presenta una elección entre la aprobación, la ayuda del santo –del lado del padre– y la sangre, el cuerpo, el fantasma. Hacia el final hay carne sin sangre. Esto muestra la desarticulación del fantasma; la separación entre el sujeto, por un lado, y el fantasma, que no deja de existir pero ya no está en posición de brújula.

Luego de las participaciones de los AE, Eric Laurent se dispone a comenzar su alocución que se desarrollará en función de lo que permiten leer los seminarios 6 y 19 de Jacques Lacan, de reciente aparición (luego aclarará que tomará del 6 pero leído a la luz del 19). Entonces, se pregunta, ¿qué sería un psicoanálisis orientado hacia lo real? Más allá de las respuestas que aportan los testimonios de las plenarias; ensaya una respuesta lógica: Un análisis que no se orienta, en todo, por lo simbólico. Y señala cómo, ya en el seminario 6, encontramos la preocupación que orienta la enseñanza lacaniana, más bien del lado del fantasma y el goce, produciendo una radicalización respecto del movimiento analítico por situar lo real y lo simbólico, más allá de lo imaginario fantasmático. Eric menciona lo dicho por Miller en la presentación de este seminario, en el sentido de que Lacan busca cómo hacer sin caer en el uso de la función del Otro del Otro, sin esta garantía del Otro. ¿Qué sería una práctica que no se orienta en la garantía previa del Otro del Otro? Se orienta, entonces, por lo que es la experiencia misma del análisis. Sitúa que donde Freud ubica el impasse de la angustia de castración, Lacan inventa el pase. La orientación del psicoanálisis por lo real es tomar como horizonte final el destino del goce. Esa presencia imposible a negativizar por fuera de todas las leyes que él, Lacan, había establecido: las del significante y las del fantasma.

Resalta que, en El Seminario 6, Lacan recurre a Hamlet no solo porque ilumina la lucha del héroe con el padre, sino porque Shakespeare trata el problema del deseo como tal, más allá de todo imperativo vinculado al padre, ¿quién es este sujeto que habla en busca de su deseo?, se pregunta. Es un sujeto no deductible de ningún enunciado. Hay una pregunta por el deseo en Hamlet. La fórmula sería: “Yo soy otro que pienso quién soy”. Hay un sujeto del lado del ser, vinculado al pensamiento cartesiano, psicológico; y otro “soy quien habla”, que se resume en una enunciación. La tumba de Ofelia aparece como S de A tachado, un agujero en la lengua. Son dos datos de la imposibilidad de Hamlet de hacer un duelo: del padre, primero; de Ofelia, después. Eric define al duelo como el revés de la operación de forclusión. Si lo forcluido en lo simbólico retorna en lo real, en el duelo es al revés: la pérdida en la realidad reaparece en lo simbólico. Entonces, Hamlet representa la neurosis obsesiva pero también un delirio, una psicosis como tal. Lo que muestra son defensas obsesivas y también un delirio de relación a la muerte. Ofelia ocupa el lugar de lo inaccesible para él, el falo que había perdido. Ofelia de falo pasa a la posición de resto y de objeto a. Aquí, dice Lacan, encontramos la intromisión de la filosofía existencialista del sujeto como una nada. Desde la perspectiva analítica, en cambio, es un ser para el goce. Eric Laurent, con Lacan, ubica a Hamlet fuera de las referencias al orden simbólico, al orden del padre. Lo sitúa, más bien, en el desorden de lo simbólico.

Desde aquí –continúa– es posible definir el drama de la subjetividad moderna. Nos permite definir una nueva masa psicológica, un nuevo modo de lazo social. Si el ser en juego no es más que corte, vacío, este puede ser contado. Desde la perspectiva lacaniana, a nivel del deseo, el sujeto se cuenta, se contabiliza. Con el objeto transicional, el fort-da, la afánisis, Eric ejemplifica al sujeto que se agarra de sí mismo al momento de su desaparición. Decir que el sujeto puede contabilizarse en el momento en que se agarra de sí en su desaparición, a nivel del fantasma, es distinto a la masa psicológica freudiana. Lacan descubre un nuevo régimen, a partir del fantasma, que no se define por la identificación sino por momentos de pérdida subjetiva. Esto constituye las formas actuales de las masas híper modernas. En una manifestación un sujeto, al ser entrevistado, dice “no sabía por qué venía pero sabía que tenía que estar”. Entonces, la masa psicológica de antaño va por el lado de la identificación y el Amo encarnando el objeto que falta en el mundo (Eric toma el ejemplo de Hitler como objeto fálico, oscuro), el objeto rodeado de misterio. Las masas hipermodernas, como las llama Forbes, son una puesta en escena fantasmática en que el sujeto se agarra en su propia desaparición. Así se explica esto de no tener rasgo identificatorio pero tener que estar ahí. Sostenemos, con Lacan, que no hay que entender un sentido de la historia porque lo que ocurre es siempre librado a la fortuna, lo que no quiere decir que no sea calculable. El sujeto neurótico lucha para no desaparecer, lucha deseando, por no soportar la marca del goce en él. Los rasgos de perversión también son una protesta contra lo que el sujeto padece en la identificación, que es reducirse a lo que no hay. El sujeto tiene que articularse con algo de lo vivo, con el objeto a. Pero no confundimos al objeto a con la sustancia gozante, ya sea en la sublimación o en el circuito que pasa por el otro, hay un vacío de goce sexual. La pulsión, en un horizonte, queda reducida al puro juego del corte significante. Es más un horizonte que un destino final. Los cortes son los lugares propios en que la sustancia gozante puede alojarse en estos agujeros. En los juegos del goce, el fantasma se constituye como un aparato que le da a esta sustancia gozante una ley. Está el goce que puede entrar en la ley del fantasma y el que no va a entrar.

El Seminario 6, afirma Eric Laurent, nos muestra el uso fundamental del goce. El primer ejemplo que tomará Lacan es Lolita, la novela, del lado de la perversión. Si bien sólo lo será en la segunda parte. El héroe se va con Lolita y encuentra a un perverso. Pero HH tiene un fantasma neurótico, sitúa a Lolita como objeto inaccesible para él, la erige en un falo inaccesible, en el objeto que falta al mundo. El segundo ejemplo lo encuentra en Lewis Carroll. También se trata de un fantasma de la jovencita con su ídolo. Alice es tan inaccesible como Lolita. El tercer ejemplo lo constituye la técnica del amor cortés. Nuevamente, se trata de un objeto inaccesible. No es una técnica neurótica sino erótica, afirma Eric, ya que el objeto inaccesible cumple una función reguladora, en tanto los caballeros lograban un perfecto acceso a las mujeres. Esto se comprueba en los poemas eróticos de la época.

Todo lo anterior –prosigue el disertante– se apoya en la creencia en La mujer. El sujeto mujer encarna su presencia en la lengua. La creencia en La mujer, en este fetiche silencioso que da sentido a la lengua como tal, que ordena al fantasma, ubica al falo; y del otro lado, el fantasma que agarra al sujeto en su desaparición permite pensar un nuevo régimen del sujeto de la civilización contemporánea. Es la época del individualismo de masas, de la soledad para todos, con “lazos líquidos(Zygmunt Bauman), “efímeros” (Lipovetsky), hasta el “cansancio de sí mismo”, como dice otro sociólogo. Con Lacan encontramos un horizonte común, el de “todos delirantes”, el sujeto del delirio singular testimonia otra experiencia que la que describen los sociómanos. Los sujetos débiles son sensibles al imperativo ético del goce. Ante la pérdida del significante amo, la certidumbre aparece, no del lado de la identificación, sino de la cifra. Hay muchas maneras de cifrar nuestra vida, admite Eric: la inflación, la bolsa, la clasificación de los DSM. Agamben es una figura más interesante que los sociólogos contemporáneos, en tanto se enfrenta al agujero. En su arqueología del mando, donde Eric intuye la influencia secreta de Lacan, establece la relación del sujeto moderno con el mando, con la orden, se trata de la ética del imperativo. Es, más bien, la ontología del mandamiento, no del imperativo sino del consejo, de la advertencia en pos de la seguridad. Hay colaboración de los sujetos con la evaluación, afirma Eric. Son consejos imperativos. Se ve en los dispositivos tecnológicos que utilizamos, que no mandamos sino que obedecemos. Es el ser moderno que obedece sin cesar en el gesto mismo de dar una orden, de apretar la tecla (comando). Esta es la tesitura de la nueva masa psicológica, para Eric Laurent. El deseo auténtico está liberado del mandamiento superyoico. Agamben pasa por lo teológico para advertir que el hombre puede y debe limitar el abismo oscuro, habla de la anarquía banal, del “Ni Dios, ni Amo”. Agamben, que gusta del anarquismo, quiere reintroducir un Dios.

Eric Laurent se refiere al imperativo de goce, del aún más, del sujeto moderno. Muestra de ello es la clínica de las adicciones donde el sujeto se hunde en un desconocimiento del encuentro con la muerte. Los sueños de una política sin significantes amos, apoyados en el S2, van en la misma dirección. Eric resalta lo transmitido por Juan Carlos Indart, quien toma de Foucault la idea de que el Amo moderno hace vivir pero deja morir. La política sin crimen original es una ilusión. Más allá de la esperanza política de los DDHH, una política sin muerte responde a un momento de ilusión. Ejemplo de ello han sido las primaveras árabes. Para Eric Laurent, hay una lucha que mantener para dar el buen lugar al agujero que existe en nuestra masa psicológica. Jaques-Alain Miller decía que pensar que se puede renovar una política apoyada en el sueño francés, es desconocer la presencia de este agujero.

Se pregunta si, al final del análisis, la estructura del fantasma se mantiene o cómo se encuentra la contingencia del síntoma. El destino del sujeto masculino es cesar de creer en el padre y en La mujer, para dirigirse a una mujer. Es necesario hacer el duelo del padre para acceder a una mujer. Del lado femenino, debemos considerar la singularidad del estilo erotómano, donde la presencia del partenaire es irreductible. La verdadera contingencia la encontramos del lado de la mujer, ya que una mujer es el síntoma de otro cuerpo. Eric transmite su deseo de concluir su alocución con este punto del final de análisis, de la separación a nivel del fantasma, del franqueamiento de un punto de garantía. Para ello debemos hacer uso de otra interpretación que la interpretación del sentido. Una interpretación no abierta a todos los sentidos ya que debe apuntar al objeto a. Se trata de una interpretación vinculada a un espacio subjetivo ordenado por el circuito pulsional y otra de resonancia en una zona donde no hay correlación entre los efectos producidos y la interpretación misma. Lo real debe ser pensado en relación a esta última. Lo real es lo material del inconsciente, lo inconsciente reducido al material. El analista debe ubicarse en el lugar de los padres traumatizantes. Así como los significantes pueden traumatizar, de la extracción de goce resta la materia como tal, señala Eric. Es una clínica –concluye– ordenada por el contra trauma, que es la experiencia de un análisis orientado por lo real.

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