Chapeau, Marquis

 

Anahí Mallol_corteLecturas en la Biblioteca: Kant – Sade – Lacan. Perspectivas de la ética – EOL Sección La Plata, 22 de septiembre de 2015

 

por Anahí Mallol

 

Leer a Sade es una experiencia especial. Nada de lo que se pueda decir reemplaza el hecho de leerlo, de saborearlo palabra a palabra, de dejarse invadir por esa singularidad que es el estilo de Sade. Hace que uno se ría, se espante, se escandalice, levante temperatura, se ruborice, se aburra, se sorprenda. Hace que uno sienta, piense, crea, descrea. Hace que uno se asquee, se erotice, reniegue de sí mismo, quiera ocultarse, enmudezca. Lo interesante después es preguntarse por qué.

Aunque la pornografía se define como la descripción o representación de escenas de actividad sexual tanto Barthes como Blanchot hacen radicar lo pornográfico de Sade en otro nivel: el del lenguaje y el estilo literario. Sade es el primer gran novelista francés de las letras modernas porque mezcla los lenguajes, mezcla los códigos, altera la gramática y la sintaxis, de las frases y de las relaciones de parentesco, porque altera las convenciones de la novela, del categórica rural esaso de la constitución del sentido. Son las transgresiones del lenguaje y del género literario las que ejercen un poder de violencia inusitado.

Las posibilidades del discurso exceden con mucho las del referente (es sabida la imposibilidad física de realizar las posturas propuestas en la erótica sadiana, por las contorsiones y malabares a los que obligaría –serían necesarios cuerpos capaces de torcerse al infinito e inmunes a todo tipo de cansancio o deterioro, haría falta un cuerpo múltiple y desarticulado–); el rendimiento sexual al infinito de los órganos, todo el orden sexual de Sade se practica contra la mímesis, contra la representación y contra el sentido lineal de un texto normativizado. Las escenas se suceden casi como fotos fijas, no hay lógica narrativa de complicación y resolución de conflictos sino yuxtaposición repetitiva con efecto ad infinitum de escenas orgiásticas y discursos anti-morales sin solución de continuidad en la que los cuerpos se mueven en una dimensión maquínica, des-subjetivada.

En cuanto a las descripciones de las relaciones sexuales y los crímenes cometidos se demora en la denotación pura, por medio de la presentación de escenas al estilo teatral o cinematográfico, escenas detenidas bajo una iluminación fija que destaca detalles y desdibuja particularidades bajo una idea de belleza abstracta o de movimiento erótico maquinal en que las figuras eróticas o pornogramas se combinan en una sintaxis discursiva o retórica. Pero fiel al estilo de la metonimia y no de la metáfora, esta sintaxis desbarata el sentido y la idea de simbolismo o profundidad o interpretación para exhibir el funcionamiento del lenguaje como superficie plana. La novela no se ve compelida a avanzar o finalizar, avanza de manera rapsódica, al mismo tiempo que libera al lenguaje de su relación con la realidad. Ha dicho Sade: “Sí, soy un libertino, pero no un criminal o un asesino. Escribí muchas cosas, pero no las he realizado.” (1)

Dice por ejemplo: “relata que conoció a un hombre que follaba con tres vástagos que tuvo con su madre, entre los que había una hija que obligó a casarse con su hijo, de modo que al fornicar con ella, follaba a su hermana, su hija y su nuera, y obligaba a su hijo a follarse a su hermana y a su suegra”. (2) Sade, escritor, poeta, hace comparecer en la frase palabras que deberían quedar mutuamente excluidas.

Y todo esto no es gratuito. Sade realiza una y otra vez en sus textos lo que proclama en los intermezzos filosóficos o panfletos que utiliza como medio de combate en polémicas ideológicas.

En el panfleto al que Lacan dedica sus desvelos nos encontramos con las siguientes propuestas: abolición de todo culto y destrucción de los prejuicios. Ello implica, como imperativo, subsumirse a las leyes de la naturaleza, someterse a lo que se ha repartido más equitativamente entre los hombres, dejarse ir por la pendiente del placer y el interés personal.

Sade analiza cuatro categorías de crímenes reconocidas por el código penal francés: la calumnia, los crímenes contra la propiedad, los crímenes sexuales y el asesinato. Y dice respecto de ellos:

Que la calumnia es un daño inexistente, el hombre honrado no puede temer nada de ella.

Que puesto que los estados entran en guerra y atentan así contra la propiedad y la vida de los ciudadanos y de los países vecinos, el estado no puede proclamarse defensor de la propiedad privada y de la vida puesto que no hay nada más inmoral que la guerra; por lo tanto estos delitos no pueden codificarse como tales.

Que no es cierto que el sexo sólo tiene como fundamento la procreación, puesto que los hombres y mujeres no están hechos biológicamente de modo tal que sólo puedan aparearse en los días fecundos, de modo que está permitida la lujuria, y la fornicación por cualquier orificio del cuerpo y con cualquier partenaire porque el fundamento natural del sexo es el placer (recuérdese que en esa época la sodomía era un crimen que se penaba con la cárcel).

Sade sostiene que hay que cambiar las costumbres heredadas de un régimen autoritario que emparejaba el poder temporal de los soberanos y el poder moral de la iglesia. Por eso desliga a las relaciones amorosas y sexuales de cualquier idea o ejercicio de posesión (todos los hombres han nacido libres, todos son iguales, y lo mismo vale, dice Sade, para las mujeres, todos pueden tener todos los compañeros sexuales que quieran, nadie puede negarse al acoplamiento cuando le sea solicitado). “Es deseable, dice, y eso quiero, que el goce de todos los sexos y de todas las partes de su cuerpo les esté permitido”. (3)

La atribución de paternidad tampoco importaría, ya que todos los hijos, nacidos iguales, son hijos equivalentes de la madre patria. Tampoco el aborto. Y la práctica del asesinato se auto regularía en la medida en que el miedo a una represalia obraría como límite.

Sobre todo Sade insiste en que sería injusto que el estado prohibiera a los ciudadanos libres el ejercicio de un acto que realiza de manera masiva y legalizada en las guerras, y pregunta: “¿Dónde estaría ahora Francia de no ser por los crímenes que se cometieron por ella?”  (4)

Finaliza por afirmar: “aún cuando puede lastimar el orgullo del hombre el considerarse como algo menos que la más sublime de las criaturas de la naturaleza, nosotros, como filósofos, no podemos permitirnos creer en esas vanidades humanas; (…)  la ciencia lo ha demostrado, el hombre no cuesta más ni vale más”.(5)

Resultaría cómico si no fuera tan escandaloso. Porque no se trata sino de una reducción al absurdo de los principios revolucionarios básicos: igualdad, libertad, fraternidad, intercambiabilidad absoluta de los cuerpos, disponibilidad de los mismos, tabula rasa del goce del otro. Y, sobre todo, para terminar por el principio, aplicación a rajatabla del imperativo categórico kantiano.

Si la máxima es “Actúa de tal modo que tu principio pueda ser aplicado a todo el mundo”(6) o, glosada como Fórmula de la ley de la naturaleza, «Obra como si la máxima de tu acción debiera tornarse, por tu voluntad, ley universal de la naturaleza» (7), entonces, dice Sade, goza de todos y cada uno (democratización de la sociedad), sea cual sea su sexo (democratización del sexo, abolición de la diferencia sexual en la igualdad absoluta), goza de cada parte de tu cuerpo y del cuerpo del otro o los otros (democratización del cuerpo), déjate gozar por todos y en cada parte de tu cuerpo (democratización y abolición de la subjetividad). Ese sería el “esfuerzo más” que Sade pide a los ciudadanos, si quieren ser republicanos.

Es un esfuerzo de la inteligencia, se entiende. Lo fácil era prohibirlo, censurarlo. Lo difícil es leerlo. No es otro el principio lógico que lo lleva a escribir Justine y Juliette como novelas complementarias, en las que la vida virtuosa y la vida viciosa dan los mismos resultados: la escritura de Sade es la presentación espectacular y espectacularizada del punto de clivaje limítrofe del Iluminismo, allí donde las propuestas utópicas se revierten, se vuelven sobre sí mismas, y vuelven el paraíso de la democratización absolutizada un infierno de la crueldad.

Con todo esto Sade lo que hacía no era sino en el mismo momento de la proclamación de los derechos del hombre y del ciudadano mostrar cuánto hay de imposible, de in-igual e inigualable, de subjetivo en el goce de cada uno, de imposible en la pretendida equidad social, en la igualdad de los sexos y los géneros. Porque no hay igualdad ni equivalencia posible entre los goces.

Como si dijera muy avant la lettre, lo que Lacan formalizará: el goce es de cada quien, es la diferencia absoluta, ahí se juega el ser del sujeto.

Un detalle de color: al morir estaba releyendo ese gran canto de amor que es el Cancionero de Petrarca, uno de los creadores, con Dante, de la idea de amor caballeresco, en la que no creía pero que anhelaba como un ideal imposible.

 

 

Notas:

(1) En : Conte, R.: Yo, Sade. Barcelona, Planeta, 1990.

(2) En: Barthes, R.: Sade, Fourier, Loyola, Cátedra, Madrid, 1997, pág. 161.

(3) Sade (de), D. A. F.: Filosofía de alcoba, Babilonia, Madrid, 1991, pág. 78.

(4) Ibíd, pág.81.

(5) Ibíd., pág. 81.

(6) Kant, I.: Crítica de la razón práctica.Alianza, Madrid, 2007, pág. 27.

(7) Ibíd, pág. 39.

 

Bibliografía:

Adorno, T. y Horkheimer, M.: Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos, Trotta, Madrid, 1998.

Barthes, R.: Sade, Fourier, Loyola, Cátedra, Madrid, 1997.

Blanchot, M.: Lautréamont y Sade, Fondo de Cultura Económica, México, 1990.

Conte, R.: Yo, Sade. Barcelona, Planeta, 1990.

Kant, I.: Crítica de la razón práctica.Alianza, Madrid, 2007,

Lacan, J.: “Kant con Sade”, en Escritos 1,  Siglo XXI, Buenos Aires, 2005.

Sade (de), D. A. F.: La philosophie dans le boudoir ou Les instituteurs immoraux, Flammarion, Paris, 2011.

Sade (de), D. A. F.: Filosofía de alcoba, Babilonia, Madrid, 1991.