HACIA LAS XXV JORNADAS NACIONALES DE CARTELES –NOCHE DE CARTELES: EL CARTEL EN EL MUNDO, EOL Sección La Plata, 3 de agosto de 2016
Irene Domínguez (*)
Quisiera empezar agradeciendo muy calurosamente esta invitación a Eduardo Suárez, María Laura Errecarte, Paula Vallejo y a la Sección La Plata de la EOL.
Hablaré hoy de mi experiencia en el cartel como parte de mi formación, y quisiera abordarlo por la arista, por la articulación del cartel y la investigación en psicoanálisis. Después de la Universidad, cursé mis estudios en el Instituto del Campo Freudiano, en la Sección Clínica de Barcelona. Allí, como participante, existe la posibilidad de presentar trabajos de investigación. El Ensayo, la Memoria y finalmente el Diploma de Estudios Avanzados (DEA). En el contexto de estar haciendo estos trabajos, apareció el cartel como una herramienta muy útil, fundamental para el desarrollo de estas investigaciones. Los trabajos que escribí, en un primer momento, giraron en torno al diagnóstico estructural en psicoanálisis, para desembocar en el DEA, que titulé “Recorrido de la sublimación” y que defendí el año pasado.
Tener un tema de investigación siempre me resultó algo fundamental, incluso necesario para abordar el texto de Freud y Lacan. Es decir, tener una pregunta, un interrogante propio, para confrontarme a la lectura y así ir elaborando mi propia relación con el psicoanálisis. Esto sucede en psicoanálisis especialmente por el tipo de saber al que nos enfrentamos. Éste, es un saber que no se deja aprehender como los demás, directamente, tomando los enunciados tal cual. Quizás esto tenga relación con las diferencias entre los discursos que planteó Lacan en El Seminario, libro 17. El discurso analítico tiene por agente al objeto a, y el S2, el saber, está bajo la barra. Eso es lo que nos encontramos cuando leemos por primera vez un texto lacaniano, no entendemos nada, pero sabemos que allí se esconde algo que toca nuestra verdad. Una vía para empezar a abordarlo es hacer esos trabajos de investigación que propone la Sección Clínica de Barcelona. No es fácil. Producir, escribir, siempre nos enfrenta con la barra sobre el Otro, siempre es una experiencia que pone a trabajar nuestra castración, pero no hay otra vía.
Y todo esto por las mejores razones. Uno, más que elegir un tema, es elegido por él. Esto es lo que quiere decir para mí que en el lugar del agente, en el discurso analítico, está el objeto a, y por tanto es más bien el objeto a el que te elije a ti para investigar. A veces, en el trayecto que vamos haciendo, empiezan a revelársenos algunas de las razones de dicha elección. En mi caso fue por fases. Es por eso que investigar en psicoanálisis es algo del orden de una experiencia, como el análisis. No podemos explicar muy bien a alguien que es analizarse… podemos decir cosas, pero todo suena raro… no es sencilla su transmisión, porque en el psicoanálisis la transmisión de lo que sucede en el análisis o de lo que hacemos, su formalización, no está de entrada, forma parte de una producción que, en sí misma, se desprende del recorrido. Pues bien, el misterio que esconde la transmisión, también es una pregunta que me rondó desde mis inicios: ¿cómo puede ser que una experiencia tan íntima, se pueda compartir? y ¿qué compartimos cuando lo hacemos, si ese saber que extraemos, en cada momento en el que estamos, se transforma? Es lo que está en el centro de la experiencia del pase: una transmisión de un saber –por tanto, de una formalización, de una puesta “en forma”– que se extrae de una experiencia. Pero también, la propia enseñanza de Lacan testimonia eso. No podemos decir –decimos– que ningún escrito clásico lacaniano de los ‘50 anule los últimos desarrollos, pero efectivamente expone cuestiones de distinta manera. Y eso también estaba en función de que Lacan desarrollando seminarios, escritos, cambiaba. Cambiaba su posición, se agudizaba su mirada, traspasaba escollos, etc… siempre hablaba de su posición de analizante cuando daba los seminarios, y eso mismo convertía la formalización en psicoanálisis en algo vivo que estaba en constante transformación.
Como decía, esa articulación entre lo más personal-íntimo y la experiencia de la transmisión, el esfuerzo de formalización, que es para ser ofrecido a los otros, siempre me fascinó. Algo así también encontré, por ejemplo, en las toxicomanías: ¿cómo una experiencia de goce auto-erótica tan fuerte, sin embargo, puede dar cuenta de la atmósfera de una época? Y ni que decir tiene que es uno de los núcleos mismos de la sublimación: ¿cómo el tratamiento de las pulsiones de un solo individuo –que para Freud además debía ser un ser excepcional– daba como resultado una producción que se inscribía en la cultura, transformándola, y que se ponía al servicio del goce de los otros? ¿Cómo la obra de Joyce, que transformó la literatura de nuestro tiempo, de la que Lacan decía que no tenía nada que ver con nuestro inconsciente, nos conmueve, nos habla, nos toca?
Quisiera ilustrar esta grapa entre investigación y cartel hablando brevemente de mi DEA. La sublimación en un inicio me pareció que tenía la ventaja –de cara a hacer una investigación– de ser un concepto más bien discreto en psicoanálisis. Es un concepto introducido por Freud tempranamente, hacia 1905 en los “Tres ensayos para una teoría sexual” y que aparece hasta el final de su obra, pero ocasionalmente. Tiene momentos de aparición y largos silencios. Igual sucede con Lacan, que explícitamente solo hará un desarrollo en El Seminario, libro 7, pero que no dejó de hacer referencias a ésta en el resto de su enseñanza. A esa discreción, se le añadía el misterio de ser formulada por Freud como uno de los cuatro destinos de las pulsiones, pero que, contrariamente a los demás, nunca desarrolló. Por tanto, a lo discreto, se añadía lo silencioso. Y además, por si fuera poco, fue un concepto muy controvertido, incómodo, problemático. Así lo abordó Lacan en 1960, en La ética del psicoanálisis, como un problema.
Sumado a estos factores, lo que me llamó la atención fue que Freud formuló primero “teóricamente” este mecanismo como yuxtapuesto a la represión. Freud con la sublimación procedió de forma inversa: primero la conceptualizó y después la fue a corroborar en un caso. Un caso, por cierto, también especial, el de Leonardo da Vinci, que no era un paciente, sino un genio que Freud admiraba y para quien tenía reservado tan elevado procesamiento de las pulsiones. El texto sobre Leonardo da Vinci, de 1911, era el preferido de Freud, pero fue uno de los más criticados por historiadores del arte (contiene muchas imprecisiones) y un texto en el que Freud, lejos de encontrar más claridad, se enfrentó con oscuridades profundas. Pues bien, esos escollos, ese callejón sin salida al que lo condujo la sublimación, inaugurarán una etapa mucho más lúcida que le permitirá a Freud ir más allá. Entonces, una de las hipótesis que planteé en el DEA fue preguntarme si ese silencio que envolvía la sublimación, si la imposibilidad de escribir sobre el mecanismo como destino de las pulsiones, no sería en tanto era el propio Freud quien mejor lo encarnaba. Quise por tanto poner el acento en que en psicoanálisis, forma y contenido son inseparables. Que no hay estética sin ética, y que la forma, los modos en que se expresaba la sublimación, son constituyentes del saber que se puede extraer de ella.
Por tanto, ese concepto escurridizo que el psicoanálisis conserva hasta sus últimos desarrollos, es un ideal, pero un ideal que guarda toda su relación con el resto. Es el único ideal que rescata el psicoanálisis, pero siempre en su relación con el resto. De alguna manera el destino del concepto mismo, un destino de poco brillo, escondido, contradictorio y que fue motivo de diferencias irresolubles entre Freud, Adler y Jung, pero también fuente de críticas de Lacan a los post-freudianos, nos muestra con mucha más fuerza la naturaleza misma de la sublimación. Un término que da cuenta de las formas, de las producciones, del arte, de la poesía, que sin embargo incidió de un modo determinante en las divisiones políticas dentro del psicoanálisis, puesto que la sublimación tocaba esencialmente el corazón de la ética del psicoanálisis.
De algún modo, la singularidad es el lazo social más logrado. De eso habla la sublimación, concepto que se instala en un borde, concepto éxtimo, entre lo singular y lo social. Y pienso que el cartel se ubica precisamente en esa extimidad. Dispositivo con los otros, que nos permite poner al trabajo, siempre con las particularidades de nuestro síntoma, la pregunta singular que nos elige.
Vemos con este ejemplo, hasta qué punto están relacionados en psicoanálisis el saber con su formalización, cómo no podemos tomar un concepto abstractamente, solamente en tanto enunciado, pues en las formalizaciones del saber psicoanalítico, es como se establece la conexión entre enunciado y enunciación. U otro modo de decirlo: solo es cuando logramos hacer alguna conexión entre el saber y la verdad (un saber incompleto y una verdad que solo puede medio decirse). Pues bien, esa articulación necesaria en la investigación en psicoanálisis, solo se logra al precio de una castración, la nuestra, pues es solo de allí que emerge una lectura nueva: cuando podemos hacer resonar, en esa formalización, el objeto causa de nuestro deseo.
(*) Miembro de la AMP y ELP, Delegada de Carteles ELP-Sede Barcelona. Invitada por la EOL Sección La Plata como expositora en la Noche de Carteles: El cartel en el mundo.