¿Cómo abrirse paso entre locura y debilidad? Segunda Noche de Biblioteca. 2 de agosto 2023
Germán Aníbal Schwindt
Agradezco la invitación a los colegas del Directorio, a la Comisión de Biblioteca en su conjunto y a Silvina Molina quien en nombre de ella estuvo en conversaciones conmigo sobre el tema de esta noche.
El compartir la mesa con un amigo como es Ricardo Bizarra y un colega como Fabián Schejtman, los cuales ambos han realizado durante años lecturas, estudio y han publicado artículos y un libro cada uno respecto a Philip Dick, ha hecho para mí de este encuentro, al reflexionar sobre mi intervención, la posibilidad de abrirme a otros textos, claro que he leído sus libros y tantas otras cosas, también me ha llevado a a preguntarme sobre cuestiones que no me había preguntado aún, y ahondar otras en las que sí estoy dedicado hace unos años.
No había leído anteriormente a Philip Dick, la ciencia ficción no ha sido de mis lecturas favoritas, si he pasado por la ciencia ficción de la Space Opera, la de El hombre ilustrado, Crónicas Marcianas, Farenheit, las revistas El Tony, Dartagnan, también podríamos considerar por otro lado el Bioy de La invención de Morel, otras… y en cambio de Bradbury el libro que quedó en mi recuerdo fue El vino del estío, que no puede ser inscripto en esa serie. Aunque encontré de este último, en un signo dickiano podríamos decir, en la novela que seleccioné para mi argumento de hoy, que uno de sus personajes marginales, un encargado de un depósito de alimentos es un tal Spaulding, apellido del protagonista del cuento de Bradbury – a la vez que Spaulding era el primer apellido de su padre, Leonard Spaulding Bradbury– .
Paso a mis anotaciones, que podría adelantarles serán una serie de curvas, de oblicuidades.
La problemática sobre lo real, la realidad, lo verdadero, lo simulado, puede hacernos releer el artículo “La negación” de S. Freud, y sus distintas entradas en la enseñanza de Lacan. No son datos editoriales menores, que es el texto con mayor cantidad de entradas en sus Escritos, que el único autor que no es Lacan en sus escritos es Jean Hypolitte comentando de “La negación”, o la suma de comentarios en su Seminario sobre tal cuestión. En tanto hay ahí una posición sobre lo existente y lo inexistente, lo propio y lo ajeno, a partir de la correlación que realizó Freud con los juicios de atribución y existencia entre las páginas 254 y 255 de la edición de Amorrortu de tal texto.
Hay en estos dos juicios un “lenguaje de las mociones pulsionales”, condensando el adentro/propio/existente, afuera/ajeno/inexistente, en una acepción de la identificación primordial, en términos de o lo como o lo escupo. Si aceptamos esta metafórica oral de 1925, damos un paso más en el texto y cuando pone en cuestión, como ya lo había hecho en el 1900, la identidad de percepción en función del objeto irremediablemente perdido de la realidad, afirmaba que para pasar de la percepción al reencuentro hay que convencerse que todavía está ahí. Convencerse de qué es lo que es.
Un detalle de interés intertextual, recortado por Ricardo Bizarra, es la mención al libro Cibernetics de Norbert Wiener – a los 14 años matemático a los 18 doctor en Harvard– , en la conferencia que da Philip Dick en Vancouver en 1972, “El androide y el humano”. Wiener, autor temprano de las emergentes ciencias cognitivas a comienzos del siglo XX es mencionado en sus primeros seminarios por J. Lacan, entre ellos en sus primeros tres seminarios. Cuestionamientos a las teorías de la comunicación, en particular con las modificaciones que introducen los lenguajes artificiales, puestos en tensión con la “función de la palabra”, con el “campo del lenguaje”, y aquí agrego algo que menciona Jaques- Alain Miller en su texto “Jacques Lacan y la voz”: con “la instancia de la voz”.
No estoy aludiendo acá a las terapias cognitivas, como puede leerse en el libro de Howard Gardner La nueva ciencia de la mente. Lecturas que en los tempranos años 90´ Germán García indicaba, para anoticiarnos de aquello que venía, cuando no estaba extendido el estudio en la AMP sobre este punto. Hay un elemento que esos lenguajes no han podido reducir ni reproducir, es un debate entre los autores de esa ciencia: los lenguajes artificiales responden bien a los modelos numéricos y en términos de cantidad, su tropiezo, su impasse, la imposibilidad de modelizar las esquivas cualidades de los anhelos. En Dick hay una acepción de esto en el término empatía y las máquinas de comprobación si los seres son realmente humanos.
Entonces con Lacan, hay un Philip Dick en que hay una pregunta que insiste a través de su vida y obra ¿qué es lo real? Una pregunta que apunta a la sustancia de lo real como realidad. En el segundo, con Freud, una virtud indicativa para alumnos, colegas de ese tiempo y posteriores, puedo decir ahora, ¿cómo decir de lo real estando perdido el objeto de la realidad?
Estas reflexiones me llevaron a otras, en las VI Jornadas de la EOL «El psicoanalista y sus síntomas», del 31 de octubre, 1 y 2 de noviembre de 1997, mi intervención de aquel entonces me llevó a estudiar sobre “La cuestión del genio y la voz”. Cuando estaba en las lecturas previas a esta noche, sale nuestro boletín de las Jornadas de este año de la Sección que justamente se llama Daimon, una de las acepciones de genio, feliz coincidencia.
Daimon en Sócrates, voz “personal”, interlocución mediadora con los dioses, tan así que Sócrates es condenado entre otras cuestiones por introducir nuevas divinidades en la Polis. Sócrates es acusado de introducir Kainá Daimonia (nuevas y extrañas divinidades), de no practicar la religión que la ciudad practica, sino una extraña religión. Se lo acusa de ser: “Reo del delito de no reconocer a los dioses que el estado reconoce, y de introducir otros genios o espíritus extraños… y así mismo del delito de corromper a nuestros jóvenes”, según las palabras de Melito en la Apología de Sócrates por Platón.
Se encuentra otra referencia al Daimon en el diálogo de Platón El banquete, donde Diotima define a instancias de Sócrates la función de los demonios: “… Son los intérpretes e intermediarios entre los dioses y los hombres y transmiten a estos los mandatos de los dioses y la remuneración de los sacrificios que les ofrecieron…”.
El genio en la Crítica del Juicio de Kant, “El genio es la disposición mental innata (ingenium) mediante la cual la Naturaleza da la regla al arte” donde apunta a aquello que se produce en la creación no ateniéndose a la regla sino produciéndola. No es la reducción del genio al ser como su significado sino el genio como procedimiento creador, en tanto no se atiene a la regla, no actúa por imitación ni por enseñanza sino que el genio es “aquello” y no “aquel” que la produce, de ahí que la ciencia en su carácter transmisible puede ser enseñada y no así la poesía. “El genio no puede él mismo descubrir o indicar científicamente cómo realiza sus productos, sino que da la regla de ello como naturaleza, y de aquí que el creador de un producto que debe a su propio genio, no sepa él mismo como en él las ideas se encuentran para ello, ni tenga poder para encontrarlas cuando quiere, ni comunicarlas a otros en formas de preceptos que los pongan en estado de crear iguales productos”.
Pablo Capanna en un libro que me ha sido grato e interesante de leer, Idios Kosmos –para una biografía de Philip Dick– , extrema la cuestión del “genio personal”, cuando señala que Dick en su novela escrita en 1965 Dr. Bloodmoney, hace hablar a una de sus protagonistas con otro, que caracteriza como “su” daimon. Extrapolando de la obra a la vida. ¿Cómo? encarnándolo una figura deformada, parte del cuerpo de la protagonista, una niña, correlacionándola a la hermana gemela muerta del autor, con las figuras invertidas la niña protagonista ocupando el lugar vivo del autor y su daimon-hermano, en el lugar de la hermana muerta del autor.
Más allá que en la vida y en la obra del mismo, hay diversas menciones a esta hermana, este intento pareciera nos lleva hacia el tono de la psicobiografía, no por ahí. Más podemos dejarnos enseñar por detalles que esta obra nos puede, por ejemplo, hacer leer. En esto la invitación de la Comisión de Biblioteca es una invitación lograda en mí, según lo que mencionaban al comienzo de las Noches este año, una Biblioteca de psicoanálisis para hacer leer, no solo para atesorar libros.
Así pues las y los reenvío a la nota al pie donde pueden rastrear, en el texto de Dick algunos esbozos, de ese objeto voz en los términos de lo que hasta ahora he podido ir indicando en estas anotaciones. (1)
Pasando a la voz. Elementos estos que hacen posible reflexionar sobre la construcción del estilo, como construcción de la voz de autor, en desvío a la estilística, de ahí que el autor no queda reducido a un reproductor técnico de cierta temática ficcional, un sentido literario estilístico que surge en un tiempo, un espacio y unos idiomas, sino de una operación entre vida y obra. Algo que en la lectura del libro de Fabián Schejtman, encontré tratado con buen gusto analítico, acuerdo con él, cuando con su witz retuerce “ciencia-ficción”, contamos para el juicio con vías en las cuales ensayar nuestros argumentos psicoanalíticos: vías formales “ciencia” y, “ficción” vías poéticas.
Hace unos años tanto en el Seminario diurno que dictamos en el 2020 como en un cartel sobre Psicoanálisis y literatura del 2020 al 2022, otro interprovincial ampliado que se encuentra en curso y otro que ha dado comienzo este año, el tema de la voz, el estilo, la letra, lo escrito, llevan algunas de mis lecturas, de aquí que la invitación recibida ha llegado en buen lugar ya que me permite introducir nuevas y continuar estudiando sobre temas de mi interés actual. En el marco este llevo dos líneas… tal vez tres, la lectura de al menos dos obras publicadas en castellano, las de Macedonio Fernández, la de Witold Gombrowitz, tal vez posteriormente la de Roberto Arlt. Encontré dos libros de Germán García que refieren entre otras cuestiones al estilo, les sugiero para no extenderme más aquí las lecturas de Macedonio Fernandez La escritura en objeto, páginas 117, 181, 220, 226 y Gombrowicz El estilo y la heráldica, páginas 18, 104.
Uno de los aspectos de la obra de Dick, durante gran parte de su vida, se mantiene un recurso a la escritura prólífica y doble, la realista desatendida por los editores de su tiempo, y la de ciencia ficción. El escribir, por una lado como condición de posibilidad de la realización del escritor, pues no toda escritura convierte a su agente en escritor, ni todo loco puede o tiene que escribir, ni esa escritura curaría de algo o estabilizaría en algo, más en el caso de Philip Dick hay una entrada en cierta “vorágine”, “no poder parar de escribir hasta agotarse”, el escribir bajo ciertas condiciones y produciendo ciertos objetos literarios.
Más allá del efecto biológico de los fármacos sobre el organismo –según los biógrafos hubo períodos de una desmesura de hasta 1000 pastillas por semana– donde va de suyo en extremo discernir qué podría ser un efecto tóxico, un efecto terapéutico y qué un efecto paradojal según los nombra la farmacología. El mismo Dick se encarga de señalar que no está asociada a tal consumo, de hecho nunca fue tratado como un adicto.
Otra cuestión me llevó mientras preparaba esta intervención a una pregunta, en relación a lo que estos procedimientos implican. Si hay por un lado una producción de nuevos sentidos, significaciones, por medio de la invención imaginativa de temas –de suma originalidad– hay también aceptar, dejarse tomar, en el acto mismo de escribir, por la intervención de otros elementos discretos, no asociados al sentido, como son las figuras de estilo y la puntuación. ¿Es posible que sea considerada esta última como la introducción de un tiempo para el silencio, un tiempo en suspenso preciso para lo áfono del objeto voz, aquél que puede hablar cuando callamos?, si se me permite la metáfora, una respiración en el texto, por más vertiginoso que este sea. ¿Podríamos sopesar estos elementos, fuera de significación, como elementos que hacen a una porción en la escritura, que constituye una parte inseparable de la producción de la voz narrativa?
Extremando el ejemplo, ¿Podría ser legible, podría ser leíble, del mismo modo la obra de P. Dick, si le quitásemos todos los signos de puntuación? Seguramente, como mínimo, diría otras cosas más o menos.
El libro de Bard Borch Michalsen, Signos de la civilización:cómo la puntuación cambió la historia–además de la anécdota divertida del día mundial del punto y coma 16 de abril en homenaje a Aldo Manuzio –1449, tipógrafo, traductor, gramático, filósofo y editor italiano del renacimiento–quien extendió la lectura de las obras escritas a un público más amplio de la población en occidente, además de ser el involuntario creador del libro de bolsillo. Él tenía un sello, una representación, un logo y un lema Festina lente, el ancla y el delfín, “la estabilidad y la velocidad”.
El pasaje de la lectura en voz alta a la lectura silenciosa recién se instala en el siglo XV en occidente, siglo de oro de las artes liberales – poesía, la escultura, la arquitectura, el canto, la retórica y la gramática– se da en conjunto con la expansión de los signos de puntuación en el cruce entre las escrituras retóricas y las gramáticas.
Consideremos para nuestro campo, para nuestra función e instancia: las reglas y prácticas con los signos de puntuación, varían poco de un idioma a otro, no así la cantidad en que se utilizan dentro de un texto, ha habido variaciones notorias entre la puntuación intensiva y la puntuación actual. Ahora bien, cuando escribimos, aquellos que tenemos algún tipo de relación a esto creo podemos comentar algo de ello, acuerdo con lo que destaca el autor, no escribimos nuestros pensamientos, algo inefable se produce en el mismo acto de escribir, lo alimenta, lo excede, ¿lo come, lo escupe?
Les sugiero otra lectura interesante, El infinito en un junco :la invención de los libros en el mundo antiguo, de Irene Vallejo.
Al decir de Oscar Masotta, para nuestro objeto, el del psicoanálisis, también llamado genio en la Conferencia Genio del psicoanálisis de Jacques-Alain Miller , pronunciada en Santiago de Compostela el 24 de febrero de 1984 y publicada por vez primera en la revista El analiticón 1 de 1986, nuestro “objeto en desvío” – en navegación diferencia entre el norte “real” y el norte que marca la aguja del compás– a nuestro “objeto en desvío”, ha de aplicársele para acceder a pronunciar argumentos y comentarios acerca de nuestra práctica, métodos oblicuos.
Notas
(1) Dr. Bloodmoney (1965)
En los distintos personajes hay elementos que tocan de un modo u otro la interrogación sobre qué es la realidad, el pensamiento puede acceder a ella, los sentidos nos engañan, la amenaza se aproxima por modos más o menos familiares, las energías pueden tomar modos de manifestación distintos, hay realidades paralelas entre los vivos, con los muertos, los diagnósticos y las terapéuticas entre ellas el psicoanálisis forman parte de la trama narrativa, lo paranoico desvitalizado y lo “empático” vital.
Dr. Bloodmoney Episodio V
La información que nos proporcionan los sentidos es tan vital, pensó. No tan sólo lo que percibes, sino también cómo lo percibes. Dejó escapar una risita mientras andaba. Es tan fácil perder el equilibrio cuando uno sufre un agudo astigmatismo, se dijo. Qué penetrantemente entra el sentido del equilibrio en la conciencia del universo que nos rodea… el oído es un derivado del sentido del equilibrio; en un sentido básico no reconocido subyacente a todos los demás. Quizá he atrapado una ligera laberintitis, una infección vírica del oído medio. Tendré que hacerme examinar.
Y sí, ahora… la distorsión de su sentido del equilibrio había empezado a afectar su sentido auditivo, tal como había anticipado. Era algo fascinante comprobar como el ojo y el oído se unían para producir un gestalt; primero la vista, luego el equilibrio, y ahora oía las cosas oblicuamente.
Dr. Bloodmoney Episodio IX
La niñita de los Keller temblaba en la mesa de examen, mientras el doctor
Stockstill, observando aquel cuerpecillo delgado y pálido, pensaba en un chiste que había visto por televisión hacía años, mucho antes de la guerra. Un ventrílocuo español, hablando a través de un pollo… y el pollo había puesto un huevo.
—Hijo mío —había dicho el pollo, refiriéndose al huevo.
—¿Estás seguro? —había preguntado el ventrílocuo—. ¿No será tu hija?
Y el pollo, con dignidad, había contestado:
—No. Conozco mi oficio.
Esta niñita era la hija de Bonny Keller, pensaba el doctor Stockstill, pero no la de George Keller; estoy seguro de ello… conozco mi oficio. ¿Con quién habría tenido Bonny una aventura, hacía ahora siete años? La niña tenía que haber sido concebida muy cerca del día en que empezó la guerra. Pero no había sido concebida antes de que cayera la bomba; eso estaba claro. Quizás había sido ese mismo día, rumió. Eso era propio de Bonny, salir corriendo afuera mientras la bomba estaba cayendo, mientras el mundo iniciaba su fin, para tener un breve y frenético espasmo de amor con alguien, quizá con un hombre al que ni siquiera conocía, el primer hombre con el que tropezara… y éste era el resultado.
La niña le sonrió, y él le devolvió la sonrisa. Superficialmente, Edie Keller
parecía normal; no presentaba ninguno de los síntomas que hacen anormal a una niña.
En nombre de Dios, cómo deseaba poseer un aparato de rayos X. Porque…
—Cuéntame algo más acerca de tu hermano —dijo en voz alta.
—Bien —dijo Edie Keller, con su voz dulce, quebradiza—. Yo le hablo a mi hermano todo el tiempo, y a veces él responde, pero casi siempre duerme. Se pasa casi todo el tiempo durmiendo.
]—¿Está durmiendo ahora?
La niña permaneció un momento silenciosa.
—No, está despierto.
El doctor Stockstill se puso en pie y se acercó a ella.
—Me gustaría que me mostraras dónde está exactamente —dijo.
La niña se señaló el bajo vientre, a la izquierda; cerca del apéndice, pensó el doctor Stockstill. El dolor estaba allí. Aquello era lo que había traído a la niña hasta él; Bonny y George estaban preocupados. Sabían lo del hermano, pero asumían que era imaginario, un pretendido camarada de juegos que hacía compañía a su hija. El también había pensado lo mismo al principio. El historial no mencionaba ningún hermano, pero Edie hablaba de él. Bill tenía exactamente la misma edad que ella.
Nacido, había informado Edie al doctor, al mismo tiempo que ella, por supuesto. Un nacido que no podía nacer.
—¿Por qué por supuesto? —había preguntado él, mientras iniciaba el examen: había enviado a los padres a la otra habitación, ya que la niña parecía reticente ante ellos.
—Porque es mi hermano gemelo —había respondido Edie con su calmado y solemne tono de voz—. Si no, ¿cómo podría estar dentro de mí? —Y, como el pollo del ventrílocuo español, había hablado con autoridad, con conocimiento de causa; ella también conocía su oficio.
En los años desde la guerra el doctor Stockstill había examinado varios
centenares de personas anormales, multitud de sorprendentes y exóticas variantes de las formas de vida humana que florecían bajo unos cielos mucho más tolerantes, aunque velados por el humo. Ya no podía sentirse impresionado. Y, sin embargo, esto… una niña cuyo hermano vivía dentro de su cuerpo, abajo en la región inguinal.
Durante siete años Bill Keller había vivido allí dentro, y el doctor Stockstill, escuchando a la niñita, se inclinaba a creerla; sabía que era posible. No era el primer caso de aquella naturaleza. Si dispusiera de su aparato de rayos X sería capaz de ver el pequeño y arrugado cuerpecillo, probablemente no mayor que un conejo recién nacido. De hecho, con sus manos podía notar sus contornos… tocó la ingle de la niña, palpando cuidadosamente la especie de saquito enquistado que había allí dentro. La cabeza en posición normal, el cuerpo metido enteramente en la cavidad abdominal, incluidos brazos y piernas. Algún día la pequeña moriría, y entonces podrían abrir su cuerpo para hacer la autopsia; y hallarían una pequeña figura masculina arrugada, con una barba blanca y unos ojos ciegos… su hermano, todavía no mayor que un conejo recién nacido.
Por de pronto, Bill dormía la mayor parte del tiempo, pero ahora estaba despierto y a menudo charlaba con su hermana. ¿Qué tenía que decir Bill? ¿Qué podía saber?
Edie tenía una respuesta para esa pregunta.
—Bueno, no sabe mucho. No puede ver nada, pero piensa. Y yo le digo todo lo que pasa, así que no se le escapa nada.
—¿En qué se interesa? —preguntó Stockstill. Había completado su examen; con los pocos instrumentos y tests de que disponía no podía hacer más. Había verificado las afirmaciones de la niña y aquello ya era algo, pero no podía ver el embrión o considerar la posibilidad de extraerlo; lo último estaba fuera de cuestión, por apetecible que resultara.
Edie meditó y dijo:
—Bueno, esto, uh… le gusta oírme hablar de comida.
—¡Comida! —dijo Stockstill, fascinado.
—Sí. El no puede comer, ya sabe. Le gusta que le diga una y otra vez lo que he comido, porque es algo que le llega al cabo de un tiempo… al menos eso es lo que yo creo. Lo necesita para vivir, ¿verdad?
—Sí —admitió Stockstill.
—Le llega desde mí —dijo Edie, poniéndose la blusa y abotonándola lentamente
—. Y quiere saber qué hay en ello. Le gusta especialmente cuando he comido manzanas o naranjas. Y… le gusta oír historias. Siempre quiere que le cuente acerca de lugares. Especialmente de muy lejos, como Nueva York. Mi madre me habla de Nueva York, y yo se lo cuento a él; dice que le gustaría ir allí algún día y ver cómo es en realidad.
—Pero él no puede ver.
—Pero yo sí —hizo notar Edie—. Es casi lo mismo.
—Te preocupas mucho por él, ¿verdad? —dijo Stockstill, sintiéndose profundamente emocionado. Para la niña era normal; toda su vida había vivido así… no conocía otro modo de existencia. No hay nada, se dijo una vez más, que sea «contra natura»; es una imposibilidad lógica. En un cierto sentido no hay monstruos, no hay anormalidades, excepto en sentido estadístico. Es una situación no usual, pero no es algo de lo que tengamos de horrorizarnos; por el contrario, debería hacernos felices. La vida es buena per se, y ésta es una de las formas que adopta la vida. No hay un dolor especial aquí, no hay crueldad o sufrimiento. De hecho esto no es más que solicitud y ternura.
—Tengo miedo —dijo la niña de pronto— de que se muera algún día.
—No creo que ocurra —dijo Stockstill—. Lo que es más probable que ocurra es que crezca. Y eso puede plantear problemas; puede ocurrir que tu cuerpo ya no pueda seguir alojándolo.
—¿Y qué ocurrirá entonces? —Edie le miró con unos ojos grandes y oscuros—.
¿Nacerá?
—No —dijo Stockstill—. No está situado en el lugar apropiado; habrá que extraerlo quirúrgicamente. Pero… no sobrevivirá. La única forma en que puede seguir viviendo es como lo hace ahora, dentro de ti. —Parasitariamente, pensó, sin decir la palabra en voz alta—. Pero ya nos preocuparemos de ello cuando llegue el momento —dijo, dándole una palmada en la cabeza a la niña—. Si es que llega alguna vez.
—Mi madre y mi padre no lo saben —dijo Edie.
—Me doy cuenta —dijo Stockstill.
—Yo les he hablado de él —dijo Edie—. Pero… —se rió.
—No te preocupes. Sigue actuando como de costumbre. Todo se arreglará por si mismo.
—Estoy contenta de tener un hermano —dijo Edie—; hace que no me sienta sola.
Incluso cuando está durmiendo puedo sentirlo aquí, sé que está. Es como tener un bebé dentro de mí; no puedo pasearlo en un cochecito ni en nada parecido, ni vestirlo ni lavarlo, pero hablar con él es la mar de divertido. Por ejemplo, le hablo de Mildred.
—¿Mildred? —se sintió desconcertado.
—Sí —la niña sonrió ante su ignorancia—, esa chica que vuelve siempre con Philip y le estropea la vida. Lo escuchamos cada noche. El Satélite.
—Oh, claro. —Se trataba de Dangerfield, leyendo el libro de Maugham. Extraño, pensó el doctor Stockstill, ese parásito creciendo dentro de su cuerpo, en una humedad y unas tinieblas constantes, alimentado por su sangre, oyendo a través de ella, de alguna manera que no llego a concebir, el relato de segunda mano de una novela famosa… así es como Bill Keller entra a formar parte de nuestra cultura. Así conduce su grotesca existencia social también. Sólo Dios sabe qué es lo que comprende de esa historia. ¿Sueña fantasías acerca de ello, acerca de nuestra vida?
¿Sueña en nosotros?
Inclinándose, el doctor Stockstill besó a la niña en la frente.
—Bien —dijo, conduciéndola hacia la puerta—. Ahora ya puedes irte. Hablaré con tu madre y tu padre durante un minuto; hay algunas revistas auténticas de antes de la guerra en la sala de espera que puedes leer, si eres cuidadosa con ellas.
—Y luego volveremos a casa y comeremos —dijo Edie alegremente, abriendo la puerta de la sala de espera. George y Bonny se pusieron en pie, con sus rostros crispados por la ansiedad.
—Entren —les dijo Stockstill. Cerró la puerta tras ellos—. No es cáncer —dijo, dirigiéndose a Bonny en particular, ya que la conocía tan bien—. Es un tumor, desde luego; no hay dudas al respecto. Lo que no puedo decir es hasta qué punto se va a desarrollar. Pero no se preocupen por ello. Quizá cuando sea lo suficientemente grande como para causar problemas nuestra cirugía haya progresado lo suficiente como para poder eliminarlo.
Los Keller suspiraron aliviados; temblaban visiblemente.
—Pueden llevarla si lo desean al Hospital Universitario de San Francisco —dijo Stockstill—. Efectúan operaciones menores allí… pero francamente les aconsejaría que lo dejaran correr. —Será mejor para vosotros que no sepáis la verdad, pensó. Sería demasiado duro enfrentarse a ello… especialmente para ti, Bonny. Ya que debido a las circunstancias que concurrieron en la concepción te sería demasiado fácil empezar a alimentar un sentimiento de culpabilidad—. Es una niña sana y disfruta de la vida —dijo—. Dejémoslo tal como está. Lo tiene desde que nació.
—¿Realmente? —dijo Bonny—. Nunca me di cuenta. Me temo que no soy una buena madre; estoy tan ocupada con las actividades de la comunidad…
—Doctor Stockstill —interrumpió George Keller—, déjeme hacerle una pregunta. ¿Es Edie una… niña especial?
—¿Especial? —Stockstill lo miró cautelosamente.
—Creo que sabe usted a qué me refiero.
—¿Quiere decir si es una persona anormal?
George palideció, pero su expresión grave e intensa se mantuvo; aguardó una respuesta. Stockstill podía verlo; el hombre no se dejaría convencer con unas pocas frases.
—Presumo —dijo Stockstill— que es eso lo que quería usted decir. ¿Por qué lo pregunta? ¿Parece ella anormal en algún aspecto? ¿Realmente se ve anormal?
—No se ve en absoluto anormal —dijo Bonny, con aspecto preocupado; se sujetaba fuertemente al brazo de su marido, como si quisiera refrenarlo—. Cristo, es obvio; nuestra Edie es perfectamente normal. Vete al infierno, George. ¿Qué es lo que te ocurre? ¿Cómo puedes ser tan mórbido con respecto a tu propia hija? ¿Quieres hallarle problemas a todo, es eso?
—Hay gente anormal que no lo evidencia —dijo George Keller—. Después de todo, veo a muchos niños; veo a todos nuestros niños. He desarrollado una habilidad para catalogarlos. Algo así como una intuición, que normalmente evidencia ser exacta. Sabes que todos nosotros, los maestros de escuela, tenemos la obligación de confiar a todos los niños anormales al Estado de California para que reciban una educación especial. Así que…
—Me voy a casa —dijo Bonny. Se giró y se dirigió hacia la puerta que comunicaba con la sala de espera—. Adiós, doctor.
—Espere, Bonny —dijo Stockstill.
—No me gusta esta conversación —dijo Bonny—. Es enfermiza. Los dos están enfermos. Doctor, si usted insinúa de algún modo que mi hija es anormal no le dirigiré nunca más la palabra. Ni tampoco a ti, George. Y no bromeo.
Tras una pausa, Stockstill dijo:
—Está malgastando sus palabras, Bonny. Yo no estoy insinuando nada, simplemente porque no hay nada que insinuar. Su hija tiene un tumor benigno en la cavidad abdominal; eso es todo. —Se sentía irritado. De hecho, deseaba decírselo todo, enfrentarles con la realidad. Bonny se lo merecía.
Pero, pensó, cuando ella se sienta culpable, cuando se reproche haber tenido una aventura con un hombre cualquiera y haber dado nacimiento a alguien anormal, entonces Edie se convertirá en el blanco de sus entimientos; la odiará. Se vengará en la niña. Siempre ocurre así. En alguna forma infusa, el niño es siempre un reproche para los padres, un reproche de lo que hicieron en los viejos tiempos o en los primeros momentos de la guerra, cuando todo el mundo actuaba locamente, reaccionaba de una manera personal e instintiva al darse cuenta de lo que realmente estaba sucediendo. Algunos de nosotros matamos para seguir viviendo, algunos de nosotros simplemente huimos, algunos de nosotros nos volvimos locos…
Dr. Bloodmoney Episodio X
Ignorando a su madre, Hoppy le dijo a Edie:
—¿Dónde está? Dime dónde… ¿cerca de aquí?
—Inclínate hacia mí —dijo Edie—. Acércate. Y él te hablará. —Su rostro, como el de su madre, era severo.
Hoppy se inclinó hacia ella, inclinando a un lado la cabeza, en un burlón gesto de pretendida atención.
Una voz, hablando dentro de él, como si formara parte de su mundo interior, dijo:
—¿Cómo has arreglado ese tocadiscos? ¿Cómo lo has hecho realmente?
Hoppy gritó.
Todos lo miraban, los rostros lívidos, puestos en pie, rígidos.
—He oído a Jim Fergesson —dijo Hoppy.
La niña lo estudiaba calmadamente.
—¿Quiere oír a mi hermano de nuevo, señor Harrington? Dile algunas palabras más, Bill; desea oírte otro poco.
Y en el mundo interior de Hoppy la voz dijo:
—Parecía como… como si lo hubieras curado. Parecía como si en lugar de reemplazar aquel muelle roto… Hoppy hizo girar locamente su carrito, lo empujó por el pasillo hasta el fondo de la sala, lo hizo girar de nuevo, y se inmovilizó allí jadeante, a la mayor distancia posible de la hija de los Keller; su corazón latía con fuerza mientras la miraba. Ella le devolvió silenciosamente la mirada, pero ahora con un ligero rastro de sonrisa en sus labios.
—Ha oído a mi hermano, ¿verdad? —dijo.
—Sí —dijo Hoppy—, lo he oído.
—Y sabe dónde se encuentra.
—Sí —asintió—. No lo hagas de nuevo. Por favor, no haré más imitaciones si eso no te gusta; ¿de acuerdo? —La miraba suplicante, pero no recibió ninguna respuesta, ninguna promesa—. Lo siento —dijo—. Ahora te creo
—Buen Dios —dijo Bonny suavemente. Se giró hacia su marido, como preguntándole. George agitó la cabeza pero no dijo nada.
Lenta y firmemente, la niña dijo:
—Puede usted verlo si lo desea, señor Harrington. ¿Le gustaría ver a qué se parece?
—No —dijo él—. No me interesa.
—¿Le da miedo? —Ahora la niña le sonreía abiertamente, pero su sonrisa era vacía y fría—. El le ha pagado con la misma moneda porque usted se estaba burlando de mí. Eso lo ha irritado, y por eso ha hecho esto.
Acercándose a Hoppy, George Keller preguntó:
—¿Qué ha ocurrido, Hop?
—Nada —dijo él secamente. Me ha asustado, pensó. Me ha hecho hacer el ridículo imitando a Jim Fergesson; me ha pillado por completo, he creído realmente que era Jim de nuevo. Edie fue concebida el día que Jim Fergesson murió; lo sé porque Bonny me lo dijo en una ocasión, y creo que su hermano fue concebido simultáneamente. Pero… no es cierto; no era Jim. Era… una imitación.
(…) La voz familiar dentro de ella dijo:
Dr. Bloodmoney Episodio XV – XVI
Apresurándose por el camino, en bata y zapatillas, Edie Keller se dirigía casi a tientas hacia la casa de Hoppy Harrington.
—Apresúrate —decía Bill en su interior—. Me dicen que sabe que vamos para allá; nos han visto en peligro. Si conseguimos llegar lo suficientemente cerca puedo imitar a alguno de los muertos que le dan tanto miedo, porque tiene miedo de los muertos. El señor Blaine dice que es porque para él los muertos son como padres, montones de padres, y…
—Cállate —dijo Edie—. Déjame pensar. —En la oscuridad, se había desorientado. No podía encontrar el camino que atravesaba el bosque de robles, y se detuvo respirando profundamente, intentando orientarse a la débil luz de la luna menguante.
Es a la derecha, pensó. En la parte baja de la colina. No debo caer; oiría el ruido, puede oír de muy lejos, casi todo. Descendió paso a paso, conteniendo el aliento.
—Tengo preparada una buena imitación —estaba murmurando Bill; no podía estarse tranquilo—. Es así: cuando esté cerca de él cambiaré mi lugar con alguien que está muerto, y a ti no te va a gustar porque es… un poco viscoso, pero será tan sólo por unos escasos minutos y así podrán hablarle directamente, desde dentro de ti. Y funcionará, porque cuando empiece a oír…
—De acuerdo —dijo ella—, pero sólo por muy poco tiempo.
—Bien, ¿quieres oír lo que dicen? Dicen: «Hemos recibido una terrible lección por nuestra locura. Es el medio que utiliza Dios para hacernos comprender». ¿Y tú sabes quién dice eso? Es el reverendo que pronunciaba los sermones cuando Hoppy era un bebé e iba a la iglesia a hombros de su padre. Lo recordará, aunque haga años y más años de ello. Aquél fue el momento más terrible de su vida; ¿sabes por qué? Porque aquel reverendo hizo que todo el mundo en la iglesia mirara a Hoppy y aquello estuvo mal, y el padre de Hoppy nunca volvió a poner los pies en ella después de eso. Pero es algo que explica en buena parte por qué Hoppy es como es actualmente, a causa de aquel reverendo. Se siente realmente aterrado por aquel reverendo, y cuando oiga de nuevo su voz…
—Cállate —dijo Edie, exasperada. Habían llegado sobre la casa de Hoppy; podía ver las luces debajo—. Por favor, Bill, por favor.
—Pero tengo que explicártelo —protestó Bill—. Cuando yo…
Calló. Dentro de ella no había nada. Estaba vacía.
—Bill —llamó.
Se había ido.
Ante sus ojos, a la débil luz lunar, algo, una cosa que nunca había visto antes se estremeció. Se elevó, se agitó, con su pálida cabellera flotando tras ella como una cola; se elevó hasta colgar directamente ante su rostro. Tenía unos pequeños ojos muertos y una boca entreabierta, no era apenas nada excepto una pequeña cabeza redonda y dura, como una pelota de béisbol. De su boca surgió un aullido, y luego flotó más y más hacia arriba, liberada. Ella la contempló mientras ganaba cada vez una mayor altura, elevándose por encima de los árboles en un movimiento como de natación, ascendiendo en una atmósfera extraña que nunca hasta entonces había conocido.
—Bill —dijo ella—, te ha sacado de mí. Te ha puesto fuera. —Y te estás yendo, comprendió; Hoppy te obliga a ello—. Vuelve —dijo, pero sin excesiva convicción, ya que no podía vivir fuera de ella. Lo sabía. El doctor Stockstill lo había dicho. No podía nacer, y Hoppy lo había oído y le había hecho nacer, sabiendo que así moriría.
Ya no podrás hacer tu imitación, comprendió. Te dije que te callaras y no me hiciste caso. Parpadeando, vio —o creyó ver— al pequeño y duro objeto con los largos filamentos de sus cabellos flotando encima de ella… y luego desapareció, silenciosamente.
Estaba sola.
¿Para qué proseguir? Todo había terminado. Se giró, echó a andar ascendiendo de nuevo la colina, la cabeza baja, los ojos cerrados, a tientas. De regreso a su casa, a su cama. Se sentía desgarrada interiormente; notaba el dolor de la falta. Si tan sólo hubieras permanecido callado, pensó. El no hubiera podido oírte. Te lo dije, te lo repetí.
Caminó pesadamente de regreso.
Flotando en la atmósfera, Bill Keller veía un poco, oía un poco, sentía los árboles y los animales vivir y moverse a su alrededor. Sintió la presión que lo impulsaba, elevándolo, pero recordó su imitación y la dijo. Su voz surgió aflautada en el frío aire; luego sus oídos la captaron y lanzó una exclamación.
—Hemos recibido una terrible lección por nuestra locura —chilló, y su voz resonó en sus oídos, alegrándole.
La presión sobre él desapareció; se agitó en el aire, nadando alegremente, y luego descendió en picado. Abajo y más abajo hasta que fue a tocar el suelo, y entonces horizontalmente, guiado por la presencia viva en el interior, hasta colgar suspendido encima de la antena y la casa de Hoppy Harrington.
—¡Es el medio que utiliza Dios! —gritó con su aflautada y tenue voz—. Podemos comprender que es tiempo de apelar a un alto en los ensayos nucleares a gran altura.
¡Os pido a todos vosotros que le escribáis cartas de protesta al presidente Johnson! —No sabía quién había sido el presidente Johnson. Una persona viva, quizá. Miró a su alrededor pero no lo vio; vio robles y animales, vio un pájaro de silenciosas alas que se acercaba, el pico muy abierto, los ojos fijos en él. Bill aulló aterrado mientras el silencioso pájaro de plumaje marrón se abatía sobre él.
El pájaro lanzó un sonido horrible, de voracidad y ansias de devorar.
—¡Todos vosotros! —gritó Bill, huyendo a través del oscuro y frío aire—. ¡Todos vosotros debéis escribir cartas de protesta!
Los brillantes ojos del pájaro lo siguieron mientras ambos se deslizaban, uno en persecución del otro, por encima de los árboles, en la débil claridad lunar.
La lechuza lo alcanzó y lo engulló en un solo instante.
De nuevo estaba dentro. Ya no podía ver ni oír; había durado un corto tiempo, y ya se había acabado.
La lechuza, ululando, prosiguió su vuelo.
—¿Puedes oírme? —le dijo Bill a la lechuza.
Quizá pudiera, quizá no; tan sólo era una lechuza, no debía tener ninguna inteligencia, nada de lo que tenía Edie. No era parecida. ¿Puedo vivir dentro de ti?, le preguntó; oculto aquí, donde nadie lo sepa… tú tienes tu vuelo, sus incursiones. Con él, dentro de la lechuza, estaban los cuerpos de un ratón y de una cosa que se agitaba y arañaba, lo bastante grande como para intentar permanecer con vida. Más bajo, le dijo a la lechuza. Podía ver, a través de los ojos de la lechuza, los robles; podía verlos claramente, como si todo estuviera repleto de luz. Millones de objetos individualizados yaciendo inmóviles, y de pronto captó a uno que reptaba… estaba vivo, y la lechuza giré hacia él. La cosa reptante, sin sospechar nada, sin oír ningún sonido, se aventuró a salir al descubierto.
Un instante después era tragada. La lechuza se elevó.
Bien, pensó. ¿Y hay algo más? Seguir así toda la noche, una y otra vez, y luego el baño cuando llueve, y los largos, profundos sueños. ¿Son ellos la mejor parte? Si, lo son.
—Fergesson no permite que sus empleados beban —dijo—; es contrario a su religión, ¿no? —Y luego dijo—: Hoppy ¿de dónde viene la luz? ¿Viene de Dios? Ya sabes, como en la Biblia. Quiero decir, ¿es así?
La lechuza aulló.
—Hoppy —dijo, desde el interior de la lechuza—, dijiste la última vez que todo estaba oscuro. ¿Es cierto? ¿No hay nada de luz?
Un millar de cosas muertas clamaban pidiendo su atención. Escuchó, repitió, eligió entre todas ellas.
—Tú, sucio pequeño monstruo —dijo—. Ahora escucha. Quédate aquí abajo; estamos por debajo del nivel de la calle. Especie de burro imbécil, quédate donde estás, donde estás. Donde estás. Yo subiré arriba y buscaré a ésa gente. Haz un claro ahí abajo. Espacio. Espacio para ellos.
Asustada, la lechuza aleteó; ascendió en el cielo, intentando huir de él. Pero Bill continuó, seleccionando, eligiendo y escuchando.
—Quédate ahí abajo —repitió. Las luces de la casa de Hoppy estuvieron de nuevo a la vista; la lechuza había trazado un círculo, regresando a aquel lugar, incapaz de huir de allí. La obligó a permanecer donde él quería. A cada pasada fue acercándose, más cerca, cada vez más cerca de Hoppy.
—Especie de burro imbécil —dijo—. Quédate donde estás.
La lechuza voló más bajo, ululando en su deseo de huir. Estaba cautiva y lo sabía. La lechuza lo odiaba.
—El presidente deberá oír nuestras peticiones —dijo— antes de que sea demasiado tarde. Con un furioso esfuerzo, la lechuza aplicó su técnica habitual; lo expectoró violentamente, y salió disparado en dirección al suelo, intentando frenarse en las corrientes de aire. Cayó entre el humus y las plantas; rodó, lanzando grititos, hasta que finalmente se inmovilizó en un hoyo.
Liberada, la lechuza tomé velocidad y desapareció.
—Dejemos que la compasión humana sea testigo de eso —dijo, yaciendo en el hoyo; hablaba de nuevo con la voz del antiguo reverendo—. Somos nosotros mismos los que hemos ocasionado esto; ved aquí los resultados de la locura de nuestra humanidad.
Privado de los ojos de la lechuza, tan sólo podía ver vagamente; la iluminación parecía haber desaparecido, y todo lo que quedaban eran sombras imprecisas. Los árboles. También podía ver la forma de la casa de Hoppy recortada contra el oscuro cielo nocturno. No estaba muy lejos.
—Hazme entrar de nuevo —dijo Bill, moviendo su boca. Rodó en el hoyo, debatiéndose sobre el lecho de hojas—. Quiero volver a entrar.
Un animal, oyéndole, se alejó prudentemente.
—Dentro, dentro, dentro —dijo Bill—. No puedo estar mucho tiempo aquí fuera; moriré. Edie, ¿dónde estás? —No la sentía cerca; sentía tan sólo la presencia del focomelo dentro de la casa.
Del mejor modo que pudo, empezó a rodar en aquella dirección.
Dr. Bloodmoney. Episodio XVI
En una esquina yacía un marchito objeto de apariencia pastosa, de varios centímetros de largo; su boca estaba abierta en una helada vacuidad